sábado, 29 de novembro de 2008

Perspectiva

Bueno, sí que he estado escribiendo, pero me sentía bastante pusilánime y no he pasado el material de mi Moleskine a Un día en Madrid. El final de la semana me he estresado y se me han apelmazado los músculos como pelotas de tenis y sólo he podido hacer lo que bien sé cuando tengo que lamerme las heridas: ver doscientos dvds de películas hasta que las historias de otr@s me inspiren y me hagan olvidar las mías.

Voy a trascribir parte de lo que he escrito y tal vez lo que he estado elaborando en mi mente cada día pero que no es traspasado siguiera a la Moleskine:

Lunes o Martes??? Ahhhh, no, fue el domingo, sí.

Recorro Babelia y sus clementinas páginas repletas de intelectuales judíos franceses repicando en portátiles Macintosh letras de crónicas y mitomanías, encerrados en sus lofts urbanos o en la campiña europea. Leo:

Antony Beevor, fotografiado a primeros de este mes en su estudio.

A ver, ¿qué tendría que hacer yo para ser Antony Beevor algún día? A pesar de ser 41 o de tener 41 años, sorry, y de ser ya mayor, a lo mejor todavía puedo hacerme adulta de verdad y salir en una foto en un suplemente literario.

Sigo leyendo a pesar de estar en el metro Urgel a seis minutos ... a dos minutos ahora de coger la línea 5, la verde, y dejar territorio comanche para llegar a mi barrio, Alonso Martínez, lleno de perros de vieja y de burguesías encebolladas y progresistas de medio pelo que jamás, jamás han pasado hambre; pero ante todo a mi portátil, mi sofá, mi pan con aceite y mi mundo.

Y siento mucho estar tan tarada con mi mundo, mi barrio, pero no lo he destetado todavía. Ostento muchas imperfecciones.

Estoy muy contenta de no pasar frío en este vagón porque L. y yo nos hemos pasado varias horas divagando sobre lo divino y lo humano en la calle. Yo estaba persiguiendo cielos estrellados, pero no he encontrado todavía ninguno en Madrid desde que volví hace casi cuatro años ya.

Tal vez el cielo de mi litera me entregará los sueños en bandeja de plata esta noche.

Anthony Beevor, entre cajas y cajas de vino francés. Claro, vino francés, tiene que ser vino francés, si no es francés ¿cómo podía beberlo Antony (sin hache) Beevor, por favor?

Ah, acabo de enterarme de que Antony Beevor es inglés. Sigo leyendo sobre su libro y la batalla de Normandía donde él lleva décadas estudiando la evolución de la relación franco-norteamericana desde entonces. Y el tren ha llegado ya a a La Latina y se llena de lo que L. llama gente normal. Yo me alegro de acercarme al centro porque así llego a casa pero siento náuseas porque a pesar de mi plumas he pasado frío y quiero llegar ya, a mi sofá y hacer pis, entronizarme de nuevo en mi mundo y estar tranquila. Es más, no voy a salir en Alonso Martínez, voy a hacer trasbordo e irme directamente a Bilbao para llegar lo antes posible a mi casa.

Me he bebido dos Heineken más y ya se ha estropeado la magia. La segunda la he puesto en una botella de agua para salir del bar y abandonar los homófobos de al lado que hablaban por encima del nivel del fútbol, y ya no me ha sabido a Bizcochito, sino al fracaso de no haber recibido suficientes mensajes respondiendo a los míos. Presiento y sé que ya se está alejando de mí para no volver. Como siempre estropeo las cosas haciendo todo lo que está en mi mano para probar hasta qué punto puedo llegar y para que se estropeen las cosas lo antes posible si tienen que estropearse y no pasarme más tiempo cándida e ingenuamente esperando que prosperen y fructifiquen.

Próxima estación, Chueca, donde la plaza está vacía; yo sé cómo está Chueca un domingo por la noche: desierta, desolada, sucia, porque ahí estuve el fin de semana pasado y terminé vagando por Malasaña para volver corriendo de vuelta a Chamberí.

No espero saber nada de Bizcochito esta noche aunque me debe por lo menos dos mensajes. Borro su número del móvil para no agobiarla más.

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