quinta-feira, 20 de novembro de 2008

Desamar II

Y te preparas a desamar.

Y pides ayuda, te sientes del montón pero buscas el milagro extraordinario, eres un diamante en bruto y lo sabes. Después de desplomarte no tienes más opción que levantarte y dar el primer paso, aunque estés convencida de vas a volver a caer. Y pedir auxilio; quieres que te escuchen, compartir el fondo tan pesado de la siniestra y rábida desesperanza. Te gustaría ser un buzo y descubrir tu mellado Titanic, ahí en el fondo marino apisonarías las caracolas diminutas que apresan tu corazón exprimido por espinos. Quieres cuidarte para que no se produzca la muerte celular, para que se aleje el árbol caído del todo porque quieres dejar la puerta abierta ya que ... just if.

Quieres impedir catapultar tu espacio y tu bilis hacia ella para no memorizarte y pensar que tu amada quiere venganza y está confabulándose contra ti criticándote ante sus amigas. Y acudes a una persona salvadora, a un entorno aséptico que te devuelve en sus paredes los sudores de ti, para que te olvides de tu mal sabor de boca tras vuestra derrota y tiendas el alma como una sábada límpida que se seca al sol del mediodía.

Pero no hace sol, hace un frío agreste, asilvestrado, castrante. Te arrinconas en tu silla; has caminado y has estado a punto de reventar. Has salido de tu madriguera y te enfrentas con tu alter ego, aquél que te ha sacado de la cama y sus almohadas inertes y te ha obligado a emprender la senda del desamar con un empujón avieso y traicionero que se antojaba como que te arrojaba al vacío.

Estás desorientada y no sabes qué decir. Quieres que te saquen del foso, que te presten atención aunque sea pagando por la cita, o por lo menos aminorar la rabia que te abrasa por dentro. Piensas y ansías reconstruirte desde el solar calcinado de tu espíritu desdibujado. Pero te preguntan por ti. Y tú no quieres hablar de ti sino de ella, no pretendes desahogarte siquiera, sólo hablar de por qué ella.

Porque si te pusieras a hablar de ti gritarías, aullarías, soltarías alaridos desgañitantes, perderías los tonos agudos de tu voz y entre hipos y absurdas recriminaciones, justificaciones, flagelaciones explotarías y romperías a llorar como en un parto doloroso e interminable.

Pero te piden hablar, expresarte y seguir con tu mirada la fina línea de tu encefalograma plano, tu histeria retrasada, tu estulticia y tu espesor cerebral. Te estás poniendo enferma, perspiran las palabras, desandas las añoranzas, te insuflas el pecho de eslabones que te repican en el cráneo y estás dispuesta a descargarte de aflicción. Te restas pero no te vas.

Y vuelves, pero la psicóloga no está aunque tú llamas cándida y abrigadamente a su puerta que se abre como un resorte, un portón que exhibe un prado de cuadro psicodélico y recorres la mansión sola y lúcida. Te pierdes en sus recámaras y te preguntas si estás soñando, si te sueñan, y te fallan las piernas, te invade un sentimiento agobiante de huida pero tu centro de gravedad te fuerza a empinarte hacia adelante de forma forzada y sin escapatoria ninguna.

Y llegas a la habitación donde imaginas como es natural la visitas de una vidente, un oráculo, una bola incandescente de nieve usada, una señal. Pero Orson Wells ha estado ahí antes y te espera un espejo alargado que te devuelve las muecas de tu rostro, el perfil de tu apagada y congelada sonrisa. Tú rebosas vida al otro lado del espejo y te tiendes la mano susurrándote con convicción y dulzura: "Sígueme".

Y te dices y te contradices y te adentras fulminantemente en ti misma, y ya no esperas redención en la persona amada sino retazos de ti en su memoria. Nunca sabes las sorpresas que te deparará el pasado. Esas imágenes de vergeles fecundos de los ayeres y los luegos donde tu intuición era reina y tus palabras se sostenían con la veracidad de tus propios pensamientos. Da igual, es así, aunque no te acuerdes.

Te desmarcabas del mundo y una parte de ti no es el mañana ni el presente sino un diamante en bruto gravitando en el espacio: eres tú, ya te lo he dicho. Y persigues el cometa estrellándose en las órbitas descarriladas del entendimiento mientras tu retienes el aliento hasta que te arden los labios y rezuman pinchos y alambradas.

Y comienzas tus ensoñaciones que se podrían contar así:

Retrasos, horarios y calorías vacías.
Tu mente en blanco.
Ablaciones, desamores en un océano de dudas
Refuerzos transitorios
Inciertos hechizos
Sales minerales estafadoras
Pistones mojados
Juglares de desgracias
Millones de imanes desimantándose
Prebendas que no cuentas
Presientes, abarcas, acercas la miel a tus labios ensangrentados
Albas con redobles de azufre
Pecados capitales que aún no has acometido
Esquelas de luz de día cegadoras y recortadas
Veinticuatro pusilánimes trayectos por el polvo para acabar en una noche tormentosa
Tu piel abrasada como hojas arrancadas de libros desintegrados
Versos vacíos
Fuerzas y renuncias
Pantallazos de aire gélido y libre
Resoluciones falsas, listados decepcionantes
Místicas baratas
Dunas desenraizadas
Charcos barrocos emponzoñados, presentimientos varios
Erupciones subcutáneas en la mente
Brechas enjutas y vicios ocultos
Placeres maltrechos y pasiones embadurnadas de maltrato
Vertederos repletos de serpentinas
Me miras y solo ves mis pertenencias


Tu escenificación mental es un espejismo de un miembro corporal ausente, pero el viaje sideral por tu subconsciente ha finalizado y vuelves a afianzarte en la tierra con una inercia ígnea y brutal. Una campana tañe en tus rótulas, se te encogen las fibrilaciones de los músculos cuyas fibras mueren por ataxia. Te asfixsias con los silencios, te desvirgas con los semblantes de mujeres que se dirigen hacia ti.

La luz transpira a 67 megahercios, no más. Un ventilador de dudas te corroe las yemas de los dedos y suspiras dardos de saliva amarga mientras te envuelve un viento africano enfundado en arena. No te perdonas por sentirte varada en un permanente lado izquierdo. Una constante percepción de que el mundo gira y tú te retuerces en movimientos alternos que se emulan a sí mismos mientras que tú los centrifugas. Asumes un recogimiento vulvar, intenso e intrascendente pero hilvanas dudas incumplidas que pretenden conectar con tu lado oscuro. Te invade un escalofrío. Esto tiene que parar en algún momento.

Placeres maltrechos e improcedentes, juicios sumarísimos a tu carácter y hechos probados que se quedan en nada. Las reparaciones históricas no tienen ningún defensor a ultranza porque cojean en sus fundamentos emocionales y por tanto te dejan libre. Y luchas sin brújula emitiendo lamentos encasillados como crónicas polvorientas que nadie lee ni va a leer.

Así son tus quejas, las que no te dan cuartel: necesidades ilusorias. Las difuminaré, te lo prometo. En vigilias absolutas hasta que cesen de atormentarme.

No me mires, mi amor, porque no me ves. De verdad que no.

Para Luis

Um comentário:

  1. Muchas gracias Paloma. Me sentó muy bien hablar contigo. Eres una persona muy especial pero claro, eso ya lo sabes

    Un beso

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