quinta-feira, 13 de novembro de 2008

Los platos de los cojones

Joder, ¿cuándo voy a limpiar los putos platos?

Y luego serán diez minutos, pero la verdad es que tengo una fobia demostrada. Lo que pasa es que me recuerdan a la materia descomponiéndose y me ponen mala. Me paralizo, dejo de cocinar, lo empantano todo, me deprimo y todo eso por los putos platos de mierda.

En general soy una novia completamente doméstica aunque a veces espero que me motiven a hacer cosas que me cuestan trabajo o simplemente me ponen neurótica. Me encanta ser pinche, tú cocinas yo friego. Cuando le decía a M., mi ex, que por favor me los limpiara porque estaba paralizada, los veía e intentaba ignorarlos, pero sabía que estaban ahí, ensuciando mi medio ambiente, poniéndome histérica por segundos, creando efluvios de maldad y estropeando mi humanidad, me mandaba directamente a donde ya todo el mundo sabe y pasaba de mí. Ella no era mi esclava, y yo tampoco a pesar de las horas ingentes que invertía grabándole o subtitulando los DVDs de fitness que necesitaba para el trabajo.

No es que no quiera limpiarlos o que sea desordenada o pretérita, es que a mí los platos me dan fobia desde que una tarde en que quería ver la película mi madre me obligó a quedarme encerrada en la cocina fregando el fogón alquitranado, limpiando platos hasta que me chorrearan las mangas (a los once años no sabía nada de ponerme delantal y arremangarme), y escuchando el ruido amable de la banda sonora de la película mientras toda la familia la veía y yo estaba encerrada en la cocina pudriéndome, poniéndome mala por segundos, gestionando una fobia que nunca pude enterrar desde entonces con los platos, con los putos platos.

Ah! Y que no se olvide añadir a la cadena las cucarachas de tamaño años 80, aquéllas que parecían camiones de basura y que aparecían al mover algo en la cocina en esas noches limpiando y fregando sola, y reforzando mis miedos nocturnos crónicos cuando no me atrevía a ir al baño de pequeña por la noche, no fuera ser que las descubrieras al abrir la luz, porque siempre salían en manada por las noches. ¡Qué horror, qué asco, por Dios! El olor de Raid me pone enferma.

Y de verdad, no es que no pueda limpiarlos. Es que cuando pierdo el tranquillo de cocinar por motivos varios, aparte de meterme en el cuerpo grasas hidrogenadas y tóxicas de la comida express, y dejo amontarse uno o dos, empiezo a ponerme mala y siento en todo mi ser la angustia que de niña noté cuando no pude ver la película. Además eso pasó al día siguiente de limpiar la cocina por primera vez en mi vida y darle a mi madre una sorpresa, y ella me devolvió el favor obligándome a hacerlo al siguiente día. No tengo ni idea de dónde provino la crueldad. Después de ese día yo dejé claro que todo el mundo, y eso incluía mis hermanos, tenían que hacerlo por turnos. Al igual que tender la ropa, esas ingentes coladas que se amontonaban en los baldeños, mientras todo el mundo veía la película y tú te morías de frío tendiendo.

Entonces compramos el lavavajillas, y desde entonces esclavizábamos las unas a los otros (dos chicas y dos chicos) dejando la cocina como si hubiera pasado un vendaval, el suelo lleno de migas y manchas de aceite, y una tremenda montaña de sartenes y cacerolas repletas de materia orgánica pegajosa, porque cuando no te tocaba la cocina eras libre para guarrear. Recuerdo a mi hermano en pijama, como un alma en pena, haciendo la cocina a las dos de la mañana mientras yo me cachondeaba porque no me tocaba a mí, y viceversa. Éramos crueles porque eran crueles a ratos con nosotr@s, y así nos ha ido.

Ahora mi hermana cocina para mí cuando voy a su casa, y todavía se me paralizan los brazos con terror si veo que tengo que limpiarle una sartén o quitar las migas de la mesa, las migas, las puñeteras migas por las que mi padre organizaba la tercera guerra mundial si encontraba restos de un bocadillo en el salón, o si simplemente no las encontraba y nos hacía creer que éramos unos mierdas porque sí, y ponía las migas como excusa. Por las que hubo tantos gritos, broncas y miedos en mi infancia y adolescencia. Si no se iba calentito de casa o volvía para abalanzarse sobre los chicos, mi hermana o yo no estaba contento, no estaba en su elemento. Por eso le damos tanto amor a Poquitos, porque no queremos que jamás sufra esa injusta y monstruosa incomprensión que se practicaba en mi familia, y por eso intentamos mi hermana y yo suplir nuestras pesadillas del pasado con nuevas historias bonitas, historias de amor, de vida, de despertares lucientes, de maravillosa ternura. Queremos ahorrarle la angustia, la impotencia, la negación del ser, la constante descalificación, la ruina emocional, la porquería que se levanta en un hogar cuando te sientes constantemente amedrantada y en peligro físico y mental.

Así que no puedo con los platos, ni con los supermercados, después de haberme pasado lustros comprando en el puto Sainsburys de Dalston sola, cocinando sola y sintiéndome mal en Londres porque mi madre me colgaba el teléfono al llamarla.

No toda mi vida ha sido un drama, pero la verdad es que estoy mellada con ciertos traumas que cuando afloran a la superficie me dejan completamente tullida, hecha polvo, paralizada, y parezco egoísta, infantil o gili, pero no puedo evitarlo.

Cuando me ponga ahora a trabajar en la peli me animaré a limpiar los platos, todo será una línea continua, porque creo que dejé de lavar los platos la semana pasada o la anterior cuando terminé el traíler de la peli.

No puedo superarlo pero hoy voy a hacer lo posible por enfrentarme a este miedo infantil porque siento que me ahogo igualmente, me falta el aire cuando los veo, y aunque doble mi ropa o ponga los bolis Pilot en orden por formas y colores, vacíe mi bandeja de entrada y piense y sueñe nuevos proyectos, los platos me hacen sentirme eternamente vacía y sufriendo el desamor de mi familia en esos años tan duros.

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