domingo, 16 de novembro de 2008

No dejas explicártelo

He hablado (por el maldito Messenger) con Cuore 2008. Me ofrece su amistad, pero no la quiero, porque no puedo.

No quiero estar con ella, ni siquiera lo sabía antes, me emocioné cuando estuvimos juntas pero la prueba de saber si quieres estar con alguien se gesta en el tercer encuentro, en el cuarto ... Es normal emocionarte con alguien que te ama sin tapujos, en ese instante, sin saber nada de ti, sin saber tú nada más que de su sensualidad, de su afán vital. Es un amarse incondicionalmente.

Pero no puedo ser amiga suya. No quiere verme ahora, cuando le he ofrecido verla entre horas, sin solución de continuidad, para percibirla una vez más y terminar la pintura que de ella había estado bosquejando. Y me lo ha negado. Me lo niega desde el momento en que nos vimos, y eso me hace mucho daño porque me deja completamente vacía.

Así que quiero contemplar el instante que tuvimos para el resto del futuro. No quiero una amistad porque creo que no me comprende y tampoco entiende que yo la respetaría; no me cree, no me sostiene, no me quiere arrastrar hacia el principio de la marea, donde poder adentrarme sola y retener en la retina su presencia. Es un holograma incompleto, un estudio sin terminar en el atril, un suspiro tragado de repente.

Y por eso no quiero ser amigas. Le he dicho que no puedo ser amiga de una amante insatisfecha. Tal vez sea mi ego, mi infantilismo, mi retrógrada sexualidad. No quiero ser amigas porque me ha negado el principio de esa amistad que es la confianza, la verdad, el vernos cara a cara para que yo también pueda convencerme de que todo se acabó antes incluso de extinguirse.

Además con ella me siento bazofia, inútil, inestable, fugaz, inoperante, innecesaria, y cómo podría tirar esos sentimientos y arrancármelos de mi piel marcada al fuego de nuestro encuentro, que ahora ya puedo llamar encuentro, cuando antes no podía porque me ponía mala.

No lo siento, no lo capto, no lo entiendo y no me permite vivir con tranquilidad. Si Bizcochito se esfumara lo entendería porque ya me conoce y ha decidido experimentar otras vivencias. La libertad es un aspecto del auto conocimiento que hay que explorar rabiosamente, hasta con ira, hacerle justicia a la brevedad de nuestra estancia en este mundo cruel e insondable.

Y hay que ser libres porque la explosión de sentimientos que te aparta de lo que amas, de lo que deseas te permite ir más allá de una puesta de sol indefensa y el transcurso de otro día cuando a ti lo que te interesa es su noche, que se alargue y permanezca en tus sentidos hasta que se extinga, hasta que la exhales, hasta que realmente te permitas descansar con ella en tu regazo, encima de la piel brillante y estirada de tu vientre, jadeante pero extasiada.

¿Y cómo puedo mirarle a la boca y ser amigas? ¿Y cómo puedo diseminar su carmín en mis neuronas y ser amigas? ¿Y cómo puedo abortar la querencia de poseerla un instante, o de observarla al siguiente y prender ese momento fugaz como un broche en mi pecho hasta sangrar, hasta despertarme y entonces querer alejarme de un futuro que sigue siendo mi presente. Un presente breve y que se larga, que no quiere ser futuro ni pasado, porque no se lo merece.

¡Ah, las texturas del presente! Ella quiere que en un futuro de ausencias seamos amigas. Pero ¿quién llamará a quién? ¿Quién sorprenderá a quién sin esperar esa llamada, sin recoger el móvil entre vibraciones suyas y de tu pecho? Es un sin querer, un sin dormir, no le importan mis lágrimas, no las quiere para sí.

Con lo fácil que es secarlas como escamas de sal en la piel. Todavía espero quien las recoja y las destile y luego las utilice para regar una planta, la tierra, los cipreses que me esperan al marcharme de aquí.

Hay quién recoge en una bala de cristal la sangre de su amante. Yo la quiero conmigo mezclada con una gota de la mía. Y así navegarte en un espacio rojo, vibrante, dulce como una arruga líquida, cegador, ardiente; un camino de sangre y coágulos extenso, y después ¡bang! recibir un balazo y sentirlo traspasar tu músculo cardíaco; es así, muy simple, un tiro y caes como muerta ... muerta de desamor y amor incomprendido pero lúcido. Luego te levantas como si nada y nunca más vuelves a ese espacio horadado por el meteoro de la elementalidad de un encuentro amoroso donde faltó el amor, donde sólo hubo deseo y un presente que no es futuro ni pasado.

Tengo las manos rotas, el ánimo sereno, el cuello tenso, los ojos pensativos, la mirada alerta, las neuronas reunidas y mi cuero cabelludo distante, sus folículos recorriendo las venas de mi cráneo, la carne de mis piernas enterrada en vida. Y al final salgo disparada, me elevo, me alejo del encuentro, no lo necesito para propulsarme y seguir naciendo.

Puedo recogerme, reconstruirme, reinventarme, reencontrarme, revivir y retomar mi existencia confusa pero reavivada por ese momento en el que tú me escogiste y dices que te entregaste entera a mí. Y no lo voy a repetir porque no me quieren repetir, no me quieren ayudar a retomar esa oscuridad repleta de fantasía y estrellas suicidas, esa noche mágica de estruendos acallados donde mis manos enlazaron las tuyas y mi vientre rastreaba con sus evocaciones tu piel, pensando en ti y obstruyendo las barreras del conocimiento. Sentirse únicamente un cuerpo y un espíritu, renacer dentro de tu coño y pensar en los regueros de sangre que me encuentran pulsátiles, adivinar tus deseos sin recordar, tantear tu carne y vivir sin vivir en sí sino en ti. Y luego salir a tomar aire después de haber recorrido tu matriz en compañía de los versos de tu cuerpo, de tu deseo vuelto del revés dentro de ti.

Y mi superficie esbelta te recupera. Mi piel se estrella contra los poros de la tuya, eres mucho más que un bote varado y escorado, eres como una alga profusa, una tela diseminándose, una energía que fluye por doquier y se concentra en tus necesidades, en la virtud de la sabiduría infinita de tu deseo en flor y la luz que desprende.

Reúnes todos los elementos para ser una amante fiel, pero te lo ha negado tu racionalidad. Crees que me conoces, que sabes lo que pienso, lo que no quiero, lo que siento. Ahora no te interesa la fantasía que desprendo, los versos que me arranco con dolor encaprichando mi piel con una navaja, devanando capas de cebolla, ensartando filos de sabores, del saber que seré abandonada.

Dices que es bonito lo que escribo, que publique, que se adentren quienes me leyeran en estas palabras que son para ti. Es ridículo, ¿no lo entiendes? Pretendes alejarme convirtiéndome en una atracción de circo, en un San Sebastián enardecido y ensartado con tus besos. Ya no te interesan los míos.

Admito que no puedo perseguirte, que no debo, y eso ya lo sabía antes de conocerte. Aunque negué a otras amantes porque pensé que algún día te encontraría, todo esto hace mucho tiempo, cuando tú ni siquiera me recordabas. Tal vez la cadencia que transpiro te ahoga, te obliga a desistir, te aprisiona, te impide respirar y expresarte, todo esto es posible ¿crees que no lo sé?

Por eso quiero alejarme antes de dolerme el fuego, de extinguirme en tu indiferencia, de buscar los huecos donde habitábamos durante esos instantes, antes de engañarnos mutuamente, cuando éramos jóvenes e incautas, y no temíamos ni por asomo a la decepción. Eso no es ser valiente.

Ser valiente, demostrar bravía, es perder tus instintos solitarios y olvidarte de tu entendimiento, de tu necesidad de pensar en lo que está bien o está mal, el aceptar verme aunque sea la última vez, aunque sólo consumamos las cenizas del fuego. No, no quiero acostarme contigo. Pero no me dejas explicártelo.

No me quieres ver más hasta que seamos amigas, lo cual no entiendo. Si por lo menos me ofrecieras la oportunidad de saber quién eres, cómo nos encontramos y retrasáramos la huida mutua, recorriéramos de nuevo los pasos que vivimos. Esto es ridículo; eso de no querer verme, de hacerme contener la rabia que me ha puesto enferma, que ha permitido que un virus se cebe en mi cuerpo y me haga inestable y me olvide de ti.

Quieres, quieres provocar el olvido, retorcerme por dentro para expulsarte; dices que fue bonito pero quieres hacerme olvidarlo, porque ¿cómo puedo mirarte a tus labios sin recordar el sabor, la pulsación de tu lengua apenas rozando la mía, tu saber recorrerme, tu intención de correrme, cuando perfilas mis dientes y me muestras la frescura de tu boca al final de día y la seguridad que exhibes haciéndome el amor en tu coche?

No quiero olvidarte, quiero recordarte y si deseas que ese pasado no tenga futuro no puedo satisfacerte, porque aunque ansío presenciar tu mirada posarse en las cosas, recibir la miel de tu sonrisa, no quiero repetir un encuentro como tú los llamas para perder, para desilusionarme y decepcionarme porque ya no significo nada para ti, porque ya no deseas las curvas apaisadas de mis labios, ni el sabor de mi lengua cardada, ni la tersura de mi piel atrapada en melanina, ni la profundidad de mis ojos marrón claro, diseminado, ni los pliegues de mi iris y la persistencia de mi retina, ni la claridad con la que ves mi pupila, como si tu visión no necesitara puentes para fundirse en la mía.

Es inevitable volver a sentir que llego tarde, que otra te desea y ansía tu presencia y que yo no valgo nada. Esa amistad que me ofreces es un premio de consolación, un cop out, una miseria comparada con ese día que te pido, que te suplico, un día ahora para verte y recordarte. No, lo repito, no quiero, no quiero acostarte conmigo. Sólo quiero verte ahora.

Tú te deshaces en excusas pero mantienes tu posición como una torre elevada de metales ásperos, inamovibles e inmanentes. No, no quieres verme hasta que se haya extinguido el remolino de emociones, hasta que me olvide, me río, de nuestro encuentro, porque temes que me haga daño y que quede en ridículo y que te haga pasar un mal rato, y tú, preciosa, no quieres pasar un mal rato, ni un momento incómodo mientras yo me desembarazo de mis pensamientos íntimos, ridículos, chabacanos, exagerados, un fardo con exceso de peso, brutal, y me humille ante ti.

¿Pero de dónde has sacado semejante idea? Tus lágrimas, linda, las que vertiste apenas unas horas después de conocerme ante mis exasperados hombros, las que sequé con el papel secante del dorso de mi mano, no expresaron la distancia que ahora eriges . ¿Por qué piensas que te quiero abducir, atrapar, ignorar tus deseos de distanciamiento con mi piel, la que ya no quieres tocar, la que ya no pretendes explorar en su acorazada ternura?

Que no, que yo lo único que quiero es verte, y tú estás siendo inflexible ofreciéndome tu amistad como un relevo, como una baza más, como lo inevitable tras un tercer puesto, como una medalla de latón o la anilla de un Ginger Ale. Ya sé que soy hirientemente injusta, que te estoy despreciando, que la amistad es un tesoro para ti, pero no puedo creerte porque la amistad no tiene nombre y no quiero que me digas que me la ofreces, en todo caso la capturo yo, la exijo yo, la atrapo yo para no soltártela ni dejar que salte como un resorte.

Sé que soy lo más cercano a una cavernícola, a una gilipollas desconcertante, desaprensiva, desconsiderada, y es normal que todo el mundo lo crea porque sólo pienso en mí, y paso de todo lo que me digas. Ya lo sé, joder, qué crees que no lo sé. Y así me va. Te lo juro que lo sé.

Fue bonito, fue tan bonito.

Y por eso no quiero ni debo ser tu amiga.

2 comentários:

  1. ayy... quién fuera tan certera, incluso gráfica como tú a la hora de escribir acerca de los sentimientos y la complejidad de las relaciones humanas... me gustó el post x

    palabra de verificación: mench!

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  2. ¿Sabes? Yo siento que mis sentimientos son literarios y mis relaciones gráficas :-) A veces no sé si mi mundo interior es diferente al que realmente vivo ¿tú crees que es posible el saberlo?

    Muchas gracias por leerme, yo sigo leyéndote :-)

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