domingo, 9 de novembro de 2008

Heart for rent II

Tengo cinco minutos para ordenar mis pensamientos. Dicen que escribir en cuanto terminas de levantarte es un regalo para tu subconsciente, una gema para que brille tu autoconocimiento.

Les querría decir a todas las Cuore del mundo que mi corazón no está for rent. Si no fuera porque escucho canciones desgarradas, verídicas, que muestran una sensibilidad exquisita, aunque lo hagan a veces en tercera persona como sintetizando el constante universal romántico, como dirían el profesor Jung y sin duda Otto Rank y Anäis Nin, pensaría que soy la única que se ilusiona cuando establece una conexión íntima con otra persona. Pero no soy la única que tiene interés entonces en investigarla, en saber con quién ha estado, en perseguir sus feromonas, como diría Bizcochito del herbolario.

También sé, por los libros, por los blogs, por las montañas de versos, que no soy ni mucho, ni muchísimo menos la única que se levanta por la mañanas y ve cómo las agujas del reloj marchan como Atila en direcciones radiales múltiples, y sabe que la ducha hace veinte minutos que debería habérsela dado, que llega tarde al trabajo, aunque esta mañana tenga excusas suficientes. Tampoco la única en tomarse el té frío porque parece sólo un minuto que empezó a escribir, aunque en realidad han pasado veinte, y la bebida caliente ha expirado y casi ha comenzado a cuajar.

Así que por mucho que quiera quedarme aquí alargando el alba y mis sueños contemplativos tengo que ponerme el chip de currante, lanzarme a una ducha de temperaturas inciertas y enfrentarme a la rasca mañanera, el metro, los Hombres de Oro de la Gran Vía, las decenas de figuras quebradizas que quieren endosarte una octavilla, mientras tus manos se resisten porque quieren seguir acariciar el calorcillo de los bolsillos de tu plumas, y decir holas, buenos días a todos a todas en las oficinas que te toque frecuentar hoy. L. me mandará mensajes desde la base y me enviará a Iberia o a Iberdrola o a alguna productora de cine, o a un periódico o a Esprit o vete a saber dónde para que conecte algún CPU a la red de redes, al hub capitalista.

Últimamente todo el mundo en estas grandes corporaciones, excepto las que no están for sale, tiene una mirada algo taciturna porque no saben si les van a vender, echar o qué sé yo, despiazar su hipoteca, romper sus vacaciones, destruir sus matrimonios, enfadar a su chico, tantas cosas que la crisis está haciendo.

Voy a intentar ver a Vincent, mi coleguita africano, para olvidarme de toda esta vorágine que no me concierne, e intentar diseñar un plan para conseguir que un hombre de otro continente, de otra realidad, de otra guerra consiga su puesto en esta sociedad, arregle su situación legal, coma, respire, viva sin el miedo a ser expulsado, vilipendidado, ignorado y culpabilizado del neocataclismo climático, el caos de las hipotecas baratas, las nuevas invasiones afro-árabe migratorias, la malaria o qué sé yo, tal vez los Hombres Oro y las decenas de manos famélicas que te blanden octavillas en la Gran Vía como si fueran vales para sus bocatas, sus bricks de vino tinto barato, sus colocones o tal vez su pasaporte a un pisito y un armario barato donde meter todos sus trapos desgastados y podría ser que alguna que otra novela de bolsillo publicada en Rumanía o en Latinoamérica.

Hoy quiero ver a Poquitos porque no es justo que la tercera generación de nuestra traumatizada familia tenga que presenciar los nubarrones negros de mi padre como una mordida en sus carnecitas de bebé que acaba de entrar en esta vida para llenarnos de luz, de color y de música.

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