terça-feira, 30 de dezembro de 2008

Despacio


Cuando veo lo rápido que me parece todo: el ritmo de los demás, las prisas, las obligaciones acumuladas, los inamovibles, los inmanentes, los impepinables más ganas tengo de salir corriendo y darme cuenta entonces que lo principal es controlar el paso y volver revolviendo, examinando el escozor. Hacer las cosas despacio, no hacer demasiadas cosas sino degustarlas al pensarlas antes y después de hacerlas, esperar a que sucedan si realmente son importantes y complacerlas en la espera con otras que indudablemente nos vincularán.

A veces me culpo por ser lenta y poco productiva, pero cuando llego allí me doy cuenta de que mi mente degusta cada palabra de cada frase e intenta visualizarla, sentirla muy hondo, recabar mayor información, encontrar la forma de hacerle un hueco en mi propia vida si me ha calado irremediablemente.

Preciso de franjas de tiempo espaciadas, de no tener necesidad de hacer la mayoría de las cosas que se ciernen sobre mí para sorprenderme de repente haciéndolas como quien ve a la vida iluminándote con sorpresas cenitales, con sabores que te sacian y te extasían, con el perfil de la mujer que será tu distracción y tu destrucción, con su voz caliente como el vino recién o una mano cálida que coge la tuya.

Mi despacio es un observar lo dúctil que es lo que cabe en un segundo si te lo narras a ti misma, como esos segundos suspendidos al conocerle a ella, esos; pues los mismos cuando la mente también ama lo sucedido o se le presentaría la oportunidad si le diéramos tiempo para que se asentaran los posos de la acción.

El tiempo enlatado me entrega la posibilidad de entenderlo todo de repente al darme cuenta de los epítetos y la gama de colores que realmente esconden las cosas. Si me paro a describir lo que vivo termino viviéndolo de forma más intensa, con más fragor.

Sí, es cierto que parece todo más enrevesado, más sui generis y lleno de pausas, más complicado pero al mismo tiempo relajante, esperanzador, más tuyo, tangible, visible, recordable.

Me gusta analizar únicamente para sufrir una vivencia más mortal, más hiriente porque sabes que estás consumiendo el tiempo que te queda gloriosamente.

Despacio


Cuando veo lo rápido que me parece todo: el ritmo de los demás, las prisas, las obligaciones acumuladas, los inamovibles, los inmanentes, los impepinables más ganas tengo de salir corriendo y darme cuenta entonces que lo principal es controlar el paso y volver revolviendo, examinando el escozor. Hacer las cosas despacio, no hacer demasiadas cosas sino degustarlas al pensarlas antes y después de hacerlas, esperar a que sucedan si realmente son importantes y complacerlas en la espera con otras que indudablemente nos vincularán.

A veces me culpo por ser lenta y poco productiva, pero cuando llego allí me doy cuenta de que mi mente degusta cada palabra de cada frase e intenta visualizarla, sentirla muy hondo, recabar mayor información, encontrar la forma de hacerle un hueco en mi propia vida si me ha calado irremediablemente.

Preciso de franjas de tiempo espaciadas, de no tener necesidad de hacer la mayoría de las cosas que se ciernen sobre mí para sorprenderme de repente haciéndolas como quien ve a la vida iluminándote con sorpresas cenitales, con sabores que te sacian y te extasían, con el perfil de la mujer que será tu distracción y tu destrucción, con su voz caliente como el vino recién o una mano cálida que coge la tuya.

Mi despacio es un observar lo dúctil que es lo que cabe en un segundo si te lo narras a ti misma, como esos segundos suspendidos al conocerle a ella, esos; pues los mismos cuando la mente también ama lo sucedido o se le presentaría la oportunidad si le diéramos tiempo para que se asentaran los posos de la acción.

El tiempo enlatado me entrega la posibilidad de entenderlo todo de repente al darme cuenta de los epítetos y la gama de colores que realmente esconden las cosas. Si me paro a describir lo que vivo termino viviéndolo de forma más intensa, con más fragor.

Sí, es cierto que parece todo más enrevesado, más sui generis y lleno de pausas, más complicado pero al mismo tiempo relajante, esperanzador, más tuyo, tangible, visible, recordable.

Me gusta analizar únicamente para sufrir una vivencia más mortal, más hiriente porque sabes que estás consumiendo el tiempo que te queda gloriosamente.

Paciencia a prueba

Llego ayer al aeropuerto de Bilbao y me doy cuenta que la cazadora y la bufanda me las he dejado en el coche de mi primo. Coño, comunica. Coño, apagado. Coño, comunica. Bueno, no pasa nada, porque tengo el dni conmigo y al menos, podré volar.

Hago un cálculo mental, cálculo rápido. ¿Qué había en los bolsillos? El abono transportes (no pasa nada, mañana ya es 30). Lolo, mi ipod (bueno, sólo se escuchaba ya por un auricular). ¡Re-coño, las llaves! Llamo a Mar, para ver si está Madrid. Nada, irá con la música de Estopa (o de Los Chichos como le recomendé) en su coche Almería-Valencia.
JC me salva. Me quedo en su casa. Vuelvo a la normalidad emocional hasta que voy a facturar. No quiero llegar tarde a casa de mi acogedor y prefiero subir la maleta al avión. "Lo sentimos, tiene que dejar la maleta aquí, pesa 13 kilos". Empieza a calentarse mi leche.

"Su vuelo ha sido cancelado. Pero han retrasado el anterior y está prevista su salida para las 21h"
Respiro y no digo nada. Paso por control y me sorprende no encontrarme una cola enorme. Sólo dos guardias civiles recostados en sus sillas con las piernas abiertas y descansando los cojones, menuda imagen. Saco mi móvil, la cartera y el libro y lo deposito en la bandeja.

Guardia Civil alelao: "¿Sólo lleva esto?"
-"¿Sí, qué más quieres que lleve?"

Comienzan los constantes retrasos del avión, 21.20h, 21.35h, 21.50h, 22.10h. Subimos al avión.
Azafato simpatíquisimo: ¡¡Buenas noches!!
Dora:"Serán buenas las tuyas"
"Sí, se divierten mucho con sus jueguecitos", se envalentó el pasajero que iba delante de mí en el pasillo.
Dora: "Sí, se creen muy divertidos".
Pasajero delantero: "Ellos juegan y luego nosotros pagamos el pato, qué poca vergüenza".

Y luego tienen el morro de gastarse dinero en publicidad. ¿De qué le sirve a los Reyes Magos viajar con Iberia, si no van a poder llegar a tiempo a entregar los regalos, o a lo peor ni siquiera llegarán los regalos?
PD: Me han enviado esta mañana las llaves por mensajería urgente. No llegan hasta mañana miércoles. Creo que estoy madurando. Después de todo lo de ayer, no me cabreé. La leche no llegó a hervir.

segunda-feira, 29 de dezembro de 2008

Ganas de ti


¿Por qué tengo tantas ganas de ti? De presenciarte, de envolverte, de biselarte, de mostrarte todo lo que habita en mí con sus rasgos de identidad, con su intensidad tan relevante, sus vetas fraguadas, mis encierros y reclusiones calculadas, mis brillos resplandecientes y mis sombras opacas, mi capacidad de sorpresa, mi ingenuidad como la tuya.

¿Por qué tengo tantas ganas de ti? De descubrirte encerrada en mí, apoyada en mí, buscándome y yo queriendo encontrar en ti un sabor nuevo, pero presentido, el misterio anticipado de tu feminidad, tus ademanes y cambios de ropa, tus capas de sudor, tu piel imantándose en mis dedos pero sin tocarte todavía.

Porque presiento que podrías asomarte a mí, al cuello de mi abrigo, al hueco de mi camiseta, a mis pies fríos y mi lengua ardiente y las cámaras de aire que creo cuando aprieto los labios y los meto para dentro cuando te pienso y pincho las mejillas hacia dentro como si fuese a pintarte en un lienzo justo en ese mismo instante.

Porque quiero que me sostengas la cabeza y me extraigas la congestión que me pesa y arrebata el aire, y me acaricies la cara con la palma de tu mano mientras te acercas para parapetar mis labios que son como dos ángeles caídos, dos mitades de nuez carnosa y arrebatada, y desplaces mi lengua para evitar ser yo quien la humedezca, porque para eso estás tú aquí, para prenderte en ellos y extasiar con tu aliento mi garganta, y jugar con el vaho contra mis dientes, y bucear con tu lengua entre los pliegues de la mía mientras mi mirada te observa sorprendida, sin retaguardia ni aviso previo, antes de cerrar los ojos.

Por qué tengo tantas ganas de ti, de escucharte repetir palabras como mi nombre, por ejemplo, clarificar tus posiciones, establecer curvas para luego dejarme contornear las de tu cuerpo. Poner un tocadiscos entre tu habitación desordenada llena de trastos de hace, como tu ropa, tus jerseys, bufanda, tus zapatos que sólo ayer descubrí.

¿Por qué tengo tantas ganas de ti? De noches de teoría mezcladas con café descafeinado y galletas de deseo, de solicitudes a rellenar y libros por cerrar para que no se escapen las letras.

Ganas de convertirme en tu amiga rápidamente, aquella que escoges y no quien te seduce, sino quien admites adentrarse en tu casa, en tu vida, en tu boca, en tus libros, entre tus brazos y tus senos y tus historias.

Y ganas de dar vueltas en tu espacio sin que nunca se acabe y asomarme a tu ventana y hacer que estoy llamándote aunque tú estés sujetándome por detrás.

¿Por qué, por qué tengo tantas ganas de ti si apenas te he escuchado, ni sentido, y te ahuyentaría más rápido ahora que a un zorro perdido en mi jardín, si no sabes nada de mí y no aciertas a entender qué prisa tengo y que osadía por elegirte tan pronto?

¿Por qué alimento el miedo, la catástrofe inminente, el malentendido, la ropa caída y perdida al tender, la mirada herida, las amplias posibilidades de estrellarme en corto, de no ser aquélla que, de no ser siquiera nada para ti, que a lo mejor me preferirías perdida o lejos o desaparecida para no tener que desembarazarte torpemente de mí como de un fardo se tratase, de una molestia extraña que ni has solicitado ni te puedes molestar en rehuir?

Ganas de ti ante tu miedo, tu desinterés, tu falta de tiempo, cuando esperas a otra que te colme, que te rompa, que te seduzca, que te supere y fuerce al límite y sea los amplios brazos debajo de los cuales yacerás extasiada.

Ganas de ti a pesar de tu desconfianza por si fuera intriga, genuina chispa, tal vez atracción creciente o la simple sospecha de que pudiera gustarte aunque nunca me habías imaginado ni tan pronto ni después de esa otra chica que todavía lleva las riendas de tu carne aunque tú te sientes presa en su dique y quieres escaparte si se confirma que en fondo sigue sin quererte.

Ganas de que apuntes mis datos, mis reseñas, mis signos de identidad, el brillo de mis cejas, la claridad del color del iris de mis ojos, el empuje y fuerza de las raíces de mi cabello. De que me veas por mi juventud y mi madurez, el que quieras mirar mis manos porque sabes que te provocarán deseo por mí porque ya te has dado cuenta de que sus pliegues son precisos, de que saben dirigir el paso de las hojas de un libro, recoger las cosas, moverlas de sitio, coger a alguien con sus palmas, abrazar en un círculo perfecto, impregnarse de ti y guardar el secreto.

Ganas de ti, de que me inspecciones la excesiva longitud de las mangas de mi ropa, la forma en que mis pantalones se hacen como una pista de aterrizaje para volar o dar un salto, cómo escondo mi cuerpo detrás de la ropa aunque sus formas son evidentes, mi cuerpo que de vez en cuando muestra su perfil, recoge curvas irrepetibles y líneas finas, se dirige con entusiasmo hacia el camino adelante, sabe pivotar el desencanto y el engaño, ya corre distancias largas sin reposar o cambiarse los zapatos o dar dos vueltas más a los cordones del calzado.

Ganas de ti inmensas de las que paralizan el corazón en contusión contra el pecho, de las que esperan respuesta, de las que mecen el alma con tu cálida y esperada voz que todavía no recuerdo, de las que desnudan con tu risa y cautivan con tus labios satisfechos porque me has visto, porque he venido, porque estoy aquí.

Ganas de ti


¿Por qué tengo tantas ganas de ti? De presenciarte, de envolverte, de biselarte, de mostrarte todo lo que habita en mí con sus rasgos de identidad, con su intensidad tan relevante, sus vetas fraguadas, mis encierros y reclusiones calculadas, mis brillos resplandecientes y mis sombras opacas, mi capacidad de sorpresa, mi ingenuidad como la tuya.

¿Por qué tengo tantas ganas de ti? De descubrirte encerrada en mí, apoyada en mí, buscándome y yo queriendo encontrar en ti un sabor nuevo, pero presentido, el misterio anticipado de tu feminidad, tus ademanes y cambios de ropa, tus capas de sudor, tu piel imantándose en mis dedos pero sin tocarte todavía.

Porque presiento que podrías asomarte a mí, al cuello de mi abrigo, al hueco de mi camiseta, a mis pies fríos y mi lengua ardiente y las cámaras de aire que creo cuando aprieto los labios y los meto para dentro cuando te pienso y pincho las mejillas hacia dentro como si fuese a pintarte en un lienzo justo en ese mismo instante.

Porque quiero que me sostengas la cabeza y me extraigas la congestión que me pesa y arrebata el aire, y me acaricies la cara con la palma de tu mano mientras te acercas para parapetar mis labios que son como dos ángeles caídos, dos mitades de nuez carnosa y arrebatada, y desplaces mi lengua para evitar ser yo quien la humedezca, porque para eso estás tú aquí, para prenderte en ellos y extasiar con tu aliento mi garganta, y jugar con el vaho contra mis dientes, y bucear con tu lengua entre los pliegues de la mía mientras mi mirada te observa sorprendida, sin retaguardia ni aviso previo, antes de cerrar los ojos.

Por qué tengo tantas ganas de ti, de escucharte repetir palabras como mi nombre, por ejemplo, clarificar tus posiciones, establecer curvas para luego dejarme contornear las de tu cuerpo. Poner un tocadiscos entre tu habitación desordenada llena de trastos de hace, como tu ropa, tus jerseys, bufanda, tus zapatos que sólo ayer descubrí.

¿Por qué tengo tantas ganas de ti? De noches de teoría mezcladas con café descafeinado y galletas de deseo, de solicitudes a rellenar y libros por cerrar para que no se escapen las letras.

Ganas de convertirme en tu amiga rápidamente, aquella que escoges y no quien te seduce, sino quien admites adentrarse en tu casa, en tu vida, en tu boca, en tus libros, entre tus brazos y tus senos y tus historias.

Y ganas de dar vueltas en tu espacio sin que nunca se acabe y asomarme a tu ventana y hacer que estoy llamándote aunque tú estés sujetándome por detrás.

¿Por qué, por qué tengo tantas ganas de ti si apenas te he escuchado, ni sentido, y te ahuyentaría más rápido ahora que a un zorro perdido en mi jardín, si no sabes nada de mí y no aciertas a entender qué prisa tengo y que osadía por elegirte tan pronto?

¿Por qué alimento el miedo, la catástrofe inminente, el malentendido, la ropa caída y perdida al tender, la mirada herida, las amplias posibilidades de estrellarme en corto, de no ser aquélla que, de no ser siquiera nada para ti, que a lo mejor me preferirías perdida o lejos o desaparecida para no tener que desembarazarte torpemente de mí como de un fardo se tratase, de una molestia extraña que ni has solicitado ni te puedes molestar en rehuir?

Ganas de ti ante tu miedo, tu desinterés, tu falta de tiempo, cuando esperas a otra que te colme, que te rompa, que te seduzca, que te supere y fuerce al límite y sea los amplios brazos debajo de los cuales yacerás extasiada.

Ganas de ti a pesar de tu desconfianza por si fuera intriga, genuina chispa, tal vez atracción creciente o la simple sospecha de que pudiera gustarte aunque nunca me habías imaginado ni tan pronto ni después de esa otra chica que todavía lleva las riendas de tu carne aunque tú te sientes presa en su dique y quieres escaparte si se confirma que en fondo sigue sin quererte.

Ganas de que apuntes mis datos, mis reseñas, mis signos de identidad, el brillo de mis cejas, la claridad del color del iris de mis ojos, el empuje y fuerza de las raíces de mi cabello. De que me veas por mi juventud y mi madurez, el que quieras mirar mis manos porque sabes que te provocarán deseo por mí porque ya te has dado cuenta de que sus pliegues son precisos, de que saben dirigir el paso de las hojas de un libro, recoger las cosas, moverlas de sitio, coger a alguien con sus palmas, abrazar en un círculo perfecto, impregnarse de ti y guardar el secreto.

Ganas de ti, de que me inspecciones la excesiva longitud de las mangas de mi ropa, la forma en que mis pantalones se hacen como una pista de aterrizaje para volar o dar un salto, cómo escondo mi cuerpo detrás de la ropa aunque sus formas son evidentes, mi cuerpo que de vez en cuando muestra su perfil, recoge curvas irrepetibles y líneas finas, se dirige con entusiasmo hacia el camino adelante, sabe pivotar el desencanto y el engaño, ya corre distancias largas sin reposar o cambiarse los zapatos o dar dos vueltas más a los cordones del calzado.

Ganas de ti inmensas de las que paralizan el corazón en contusión contra el pecho, de las que esperan respuesta, de las que mecen el alma con tu cálida y esperada voz que todavía no recuerdo, de las que desnudan con tu risa y cautivan con tus labios satisfechos porque me has visto, porque he venido, porque estoy aquí.

Mi padre se escapa


Mi padre se escapa de casa, se escapa siempre, se escapa de él, se pierde, se quiere perder en los espacios abiertos ya que a su mirada ya no le importa la realidad porque ve sin recordar, sin recorrer las frías líneas de los volúmenes, ya no le frenan barreras, ya su mente no tiene compartimentos estancos ni cajones ni patrones ni futuro ni tiempo, el reloj de arena no se acaba nunca ni tiene suficiente arena para el mañana que es un hoy inacabable al que no agota el sueño.

Ya sólo quiere salir, andar, correr o tal vez despegar y saltar hacia adelante, hacia arriba, un salto mortal donde no hay peligro ni suelo ni red.

Porque siempre, ayer y más que nunca ahora es camina o revienta.

Mi padre se escapa


Mi padre se escapa de casa, se escapa siempre, se escapa de él, se pierde, se quiere perder en los espacios abiertos ya que a su mirada ya no le importa la realidad porque ve sin recordar, sin recorrer las frías líneas de los volúmenes, ya no le frenan barreras, ya su mente no tiene compartimentos estancos ni cajones ni patrones ni futuro ni tiempo, el reloj de arena no se acaba nunca ni tiene suficiente arena para el mañana que es un hoy inacabable al que no agota el sueño.

Ya sólo quiere salir, andar, correr o tal vez despegar y saltar hacia adelante, hacia arriba, un salto mortal donde no hay peligro ni suelo ni red.

Porque siempre, ayer y más que nunca ahora es camina o revienta.

Pasado


Frente a la fugacidad del presente
y la rigidez del futuro,
tan sólo el pasado puede transformarse ...

Nunca dejarán de fascinarnos
las sorpresas que nos deparará el pasado

De hecho, mi verdadera serendipity sucede al encontrarme conmigo misma cuando olvidada en esos retazos (la magdalena de Proust) que la vida te lanza para reconstruirte y volver a interpretarla. Y lo mismo me ocurre con el lenguaje, con las palabras, que cada vez que se nombran, se escriben es únicamente para evocar su significado reverdecido, acumulando capas de brisa y tesón para que cada una de ellas trabaje minuciosamente para resignificarse, recubrirse y repetirse. Y así, gracias a ellas, somos quienes somos y a leer nos retrotraemos a quienes somos, pero también nos sentimos ser y emocionar y recorrer lentamente pero trasversalmente, como seccionándonos para extraer el jugo.

Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera de sus dominios y de su alcance en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos. Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto antes de que nos llegue la muerte, o que no lo encontremos nunca.

Marcel Proust
En busca del tiempo perdido
1. Por el camino de Swann

(Gracias eduprecidente (con c) por impulsarme a más :-)

Pasado


Frente a la fugacidad del presente
y la rigidez del futuro,
tan sólo el pasado puede transformarse ...

Nunca dejarán de fascinarnos
las sorpresas que nos deparará el pasado

De hecho, mi verdadera serendipity sucede al encontrarme conmigo misma cuando olvidada en esos retazos (la magdalena de Proust) que la vida te lanza para reconstruirte y volver a interpretarla. Y lo mismo me ocurre con el lenguaje, con las palabras, que cada vez que se nombran, se escriben es únicamente para evocar su significado reverdecido, acumulando capas de brisa y tesón para que cada una de ellas trabaje minuciosamente para resignificarse, recubrirse y repetirse. Y así, gracias a ellas, somos quienes somos y a leer nos retrotraemos a quienes somos, pero también nos sentimos ser y emocionar y recorrer lentamente pero trasversalmente, como seccionándonos para extraer el jugo.

Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera de sus dominios y de su alcance en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos. Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto antes de que nos llegue la muerte, o que no lo encontremos nunca.

Marcel Proust
En busca del tiempo perdido
1. Por el camino de Swann

(Gracias eduprecidente (con c) por impulsarme a más :-)

Se alcanzó el principio

Se alcanzó el principio

Dopamina


Busco ese instante, esa pizca de entelequia, ese primer bocado de la magdalena de Proust, un flash de claridad luminosa en la mente, un momento de felicidad en la cuerda floja que me recuerde tiempos fértiles o que me impulse a ansiar futuros repletos de arrojo y energía y pompas de jabón de mercurio. Una visión de medio lado de la llama sagrada, del grafito de un bosque de piedra, de la sensualidad del olfato enamorado por la piel. Un poco de dopamina en mi cerebro para sentirme bien y planear grandes cosas.

Dopamina


Busco ese instante, esa pizca de entelequia, ese primer bocado de la magdalena de Proust, un flash de claridad luminosa en la mente, un momento de felicidad en la cuerda floja que me recuerde tiempos fértiles o que me impulse a ansiar futuros repletos de arrojo y energía y pompas de jabón de mercurio. Una visión de medio lado de la llama sagrada, del grafito de un bosque de piedra, de la sensualidad del olfato enamorado por la piel. Un poco de dopamina en mi cerebro para sentirme bien y planear grandes cosas.

Rubbish: the theory


Here I am, once more or once less, depends on how you play it. Going behind and under and down the motions rather than with them which would be easier, obviously.

I feel tired and wasted, wasted by this never ending Christmas rubbishy period of complacency and fake tragedy and postponement and bs. Just Christmas, once again. Don't take me wrong: it's not that I don't like it; I spend the whole time tiring myself trying to come to terms with it, messing up my digestion and disconcerting my system attempting to acknowledge what is it that it's really about. I don't know whether I'm coming or going, my flesh feels like putty, my eyes see aberrational objects floating in the air, my sleep is a flash of stuff I don't want to know about, and people talk weird and jam your email and mobile with bizarre and gagging messages that I skip as quickly as I receive them. It's tedious and confusing.

I am not exaggerating. I have to blame it on Christmas; how I wake up in the morning in stupor, trembling, disoriented, getting calls from family members, receiving practical presents without having the time nor the energy to give favours in return. All for a big hoo-ha of stuff that dispels in January when the shit hits the fan and everyone is broke and the happy season flustered when their brains don't remember those famous words at the brink of New Year. What were they?

Call me cynical, I just call myself exhausted. Want to find out what it is that I should be wishing from January onwards, not quite knowing what to expect from myself anyways at any season, forget about January, trying to get rid of the Christmas spirit of chaos. It's so stressful (for me).

My body, as I said, is not taking all this very well. My head is like jelly (did I say it?), My eyes are sore with despondency and my sinuses just don't catch a drift, my hound instinct has been cut off, paralised, when I get out in the streets everything has changed and moved out of place and I am out of sync, not knowing what to expect of the day. I hate having to make an effort, it's distracting.

Not knowing where to hide I choose my bed, but the sheets are scratchy and my pillow feels rock solid, my feet icy cold all night long. So, forget it. Coaching, a great sport, but too much noise and activity outside.

I do have plans for the New Year, yes, I mean what about today's plans, are they good enough? I hope so.

Rubbish: the theory


Here I am, once more or once less, depends on how you play it. Going behind and under and down the motions rather than with them which would be easier, obviously.

I feel tired and wasted, wasted by this never ending Christmas rubbishy period of complacency and fake tragedy and postponement and bs. Just Christmas, once again. Don't take me wrong: it's not that I don't like it; I spend the whole time tiring myself trying to come to terms with it, messing up my digestion and disconcerting my system attempting to acknowledge what is it that it's really about. I don't know whether I'm coming or going, my flesh feels like putty, my eyes see aberrational objects floating in the air, my sleep is a flash of stuff I don't want to know about, and people talk weird and jam your email and mobile with bizarre and gagging messages that I skip as quickly as I receive them. It's tedious and confusing.

I am not exaggerating. I have to blame it on Christmas; how I wake up in the morning in stupor, trembling, disoriented, getting calls from family members, receiving practical presents without having the time nor the energy to give favours in return. All for a big hoo-ha of stuff that dispels in January when the shit hits the fan and everyone is broke and the happy season flustered when their brains don't remember those famous words at the brink of New Year. What were they?

Call me cynical, I just call myself exhausted. Want to find out what it is that I should be wishing from January onwards, not quite knowing what to expect from myself anyways at any season, forget about January, trying to get rid of the Christmas spirit of chaos. It's so stressful (for me).

My body, as I said, is not taking all this very well. My head is like jelly (did I say it?), My eyes are sore with despondency and my sinuses just don't catch a drift, my hound instinct has been cut off, paralised, when I get out in the streets everything has changed and moved out of place and I am out of sync, not knowing what to expect of the day. I hate having to make an effort, it's distracting.

Not knowing where to hide I choose my bed, but the sheets are scratchy and my pillow feels rock solid, my feet icy cold all night long. So, forget it. Coaching, a great sport, but too much noise and activity outside.

I do have plans for the New Year, yes, I mean what about today's plans, are they good enough? I hope so.

domingo, 28 de dezembro de 2008

Melanina


Mi melanina es mi signo de identidad corporal, mi visibilidad interna. Es la que me proporciona la atención al detalle, la adscripción a mi forma, una micra más de peso en la superficie de mi piel como si se tratase de una carga insignificante de plomo en plata, de bronce en oro. Un cargamento de sueños encarnados en mi dermis, transitados en ondulaciones regeneradas por el crecimiento celular, celebrados en los pliegues del iris en flor, en la condensación del aceite tras la duchas en las dunas de mi cuerpo.

Me proporciona silenciosos viajes trascendentales por los ritmos caribeños del mar límpido y turquesa de Dereck Walcott con su espuma rizada por los caldos de zinc de Tiziano.

Y convence a mi pelo para proseguir sus innatas tendencias, sus círculos continuos, su sed de salitre y aceite condensado para nutrirse y nutrirme el afán de independencia, veracidad, calor sensual y consensuado.

Melanina


Mi melanina es mi signo de identidad corporal, mi visibilidad interna. Es la que me proporciona la atención al detalle, la adscripción a mi forma, una micra más de peso en la superficie de mi piel como si se tratase de una carga insignificante de plomo en plata, de bronce en oro. Un cargamento de sueños encarnados en mi dermis, transitados en ondulaciones regeneradas por el crecimiento celular, celebrados en los pliegues del iris en flor, en la condensación del aceite tras la duchas en las dunas de mi cuerpo.

Me proporciona silenciosos viajes trascendentales por los ritmos caribeños del mar límpido y turquesa de Dereck Walcott con su espuma rizada por los caldos de zinc de Tiziano.

Y convence a mi pelo para proseguir sus innatas tendencias, sus círculos continuos, su sed de salitre y aceite condensado para nutrirse y nutrirme el afán de independencia, veracidad, calor sensual y consensuado.

Ayer


Me pongo la misma ropa de ayer porque quiero ser ayer.

Ayer


Me pongo la misma ropa de ayer porque quiero ser ayer.

sábado, 27 de dezembro de 2008

Las cosas cambian y no te enteras nunca de por qué


Son la una y media de la madrugada y espero en el andén del metro Canal en dirección Quevedo, donde me bajo. Sólo es una estación pero este andén está frío siempre y le tengo un poco de manía al trasbordo. Vuelvo a sentir el dolor de cabeza cargado con pólvora que me ha estado asediando todo el día y que sólo me ha dado un ligero respiro durante un par de horas. Vengo de ver a mi madre y tras haberme dado unos apuntes detallados de la situación de hoy en casa con mi padre y nos hemos reído con ciertas cosas que hasta tenían su gracia. Mi madre se ha extrañado mucho de que no me haya quedado a dormir en su casa. No he tenido que pensarlo esta vez, ha sido automático ya que vuelvo a ser dueña de mi tiempo, a dormir en mi cama, a ser yo al menos unas horas al día. He recibido una sobredosis de familia y calefacción central y ahora quiero volver a casa y abrir las ventanas hasta que haga frío en vez de almidonar mis pulmones.

Creo que la mayoría de la gente a mi alrededor va de marcha, pero cuando llegue a mi casa yo pienso echarle una ojeada al internet, leer algo, tal vez, e irme a dormir inmediatamente.

Hoy he visto una película increíblemente sensual de Fanny Ardant y Emmanuelle Béart (increíble actriz, pero qué horror demoníaco se ha hecho en los labios, por Diossss). La película se llama Nathalie y la he visto con el avance rápido para no tener que escuchar los detalles sexuales de la prostituta con el marido de la protagonista. Ardant está estupenda y la sensualidad entre las dos mujeres es más que creíble; me encanta ver a mujeres más mayores en papeles principales en las películas, es más: es esencial que las vea; la fuerza que trasmiten y la feminidad completa es algo fuera de este mundo.

Llega el tren; me gustaría cerrar los ojos y estar en mi litera tras haber puesto el calentador Tres Molinos unos minutos para calentar el dormitorio. La gente está animada y viajan en grupo o en pareja. Aquellas personas con las manos en la frente deben posiblemente volver a casa a acostarse como yo.

Llego a mi piso, me cambio de pantalones por otros más cómodos y me pongo un forro polar. Paso de poner calefacción aquí en el salón, no quiero entontecerme con aire caliente artificial; en la cama no me importa porque las pompas calientes ascienden de manera muy natural al techo donde está la litera y hacen que mi sueño comience de forma muy agradable. Me estoy tomando una tila con remedio rescate de flores de Bach para bajar el ritmo. Pienso en toda la gente que tengo que llamar para reconectar después de una semana de travesía en el desierto. Espero estar más despierta mañana.

Hoy he ido a ver a un grupo de amigos y amigas del instituto. La chica a cuya casa hemos ido era mi mejor amiga entonces. Su vida ha tomado otros derroteros y se ha centrado en sus niñas, su marido de siempre y sus viajes con toda la familia. No se ha hablado de filosofía ni literatura ni arte ni música ni ridículos sueños como hacíamos antes. Ya no se menciona a Pablo Neruda ni a Víctor Jara. Se han pasado la tarde hablando de oposiciones, plazas de profesorado, casas rurales (con fotos), tiempos en avión a Estados Unidos, la estancia en hospital de un niño de su colegio, las bajas de la tutora de una de las niñas, si recuerdo bien el divorcio o la operación de una amiga suya y no sé qué cosas más, sólo sé que no he participado en ninguna de las tramas de la conversación con una sola frase excepto un rato en solitario con un amigo.

Cuando estuvimos un momento a solas lo único que se les ocurrió ante mi pasividad fue que podía mirarles un problema de la configuración de internet de su ordenador. Fue una tarde súper aburrida, me entró frío en su cocina y quería salir de allí. Es gente muy maja y tal vez yo no manipulé la conversación como hago otras veces para terminar hablando de cosas intensas e interesantes para mí, pero esta vez no tenía fuerzas. Seguro que se notó. Desde luego, la tarde no ha ayudado nada a mi dolor de cabeza. Me he dado cuenta de que hay ciertos temas mundanos que me importan un pimiento y me parece una pérdida de tiempo el entablar una conversación sobre ellos a menos que sea con alguien que realmente me importa, pero llevo tiempo sintiéndome alienada con esta amiga y me da pena siempre que sea imposible hablar de aquellas cosas por las que me enamoré de ella a los dieciséis años.

Las cosas cambian y no te enteras nunca de por qué


Son la una y media de la madrugada y espero en el andén del metro Canal en dirección Quevedo, donde me bajo. Sólo es una estación pero este andén está frío siempre y le tengo un poco de manía al trasbordo. Vuelvo a sentir el dolor de cabeza cargado con pólvora que me ha estado asediando todo el día y que sólo me ha dado un ligero respiro durante un par de horas. Vengo de ver a mi madre y tras haberme dado unos apuntes detallados de la situación de hoy en casa con mi padre y nos hemos reído con ciertas cosas que hasta tenían su gracia. Mi madre se ha extrañado mucho de que no me haya quedado a dormir en su casa. No he tenido que pensarlo esta vez, ha sido automático ya que vuelvo a ser dueña de mi tiempo, a dormir en mi cama, a ser yo al menos unas horas al día. He recibido una sobredosis de familia y calefacción central y ahora quiero volver a casa y abrir las ventanas hasta que haga frío en vez de almidonar mis pulmones.

Creo que la mayoría de la gente a mi alrededor va de marcha, pero cuando llegue a mi casa yo pienso echarle una ojeada al internet, leer algo, tal vez, e irme a dormir inmediatamente.

Hoy he visto una película increíblemente sensual de Fanny Ardant y Emmanuelle Béart (increíble actriz, pero qué horror demoníaco se ha hecho en los labios, por Diossss). La película se llama Nathalie y la he visto con el avance rápido para no tener que escuchar los detalles sexuales de la prostituta con el marido de la protagonista. Ardant está estupenda y la sensualidad entre las dos mujeres es más que creíble; me encanta ver a mujeres más mayores en papeles principales en las películas, es más: es esencial que las vea; la fuerza que trasmiten y la feminidad completa es algo fuera de este mundo.

Llega el tren; me gustaría cerrar los ojos y estar en mi litera tras haber puesto el calentador Tres Molinos unos minutos para calentar el dormitorio. La gente está animada y viajan en grupo o en pareja. Aquellas personas con las manos en la frente deben posiblemente volver a casa a acostarse como yo.

Llego a mi piso, me cambio de pantalones por otros más cómodos y me pongo un forro polar. Paso de poner calefacción aquí en el salón, no quiero entontecerme con aire caliente artificial; en la cama no me importa porque las pompas calientes ascienden de manera muy natural al techo donde está la litera y hacen que mi sueño comience de forma muy agradable. Me estoy tomando una tila con remedio rescate de flores de Bach para bajar el ritmo. Pienso en toda la gente que tengo que llamar para reconectar después de una semana de travesía en el desierto. Espero estar más despierta mañana.

Hoy he ido a ver a un grupo de amigos y amigas del instituto. La chica a cuya casa hemos ido era mi mejor amiga entonces. Su vida ha tomado otros derroteros y se ha centrado en sus niñas, su marido de siempre y sus viajes con toda la familia. No se ha hablado de filosofía ni literatura ni arte ni música ni ridículos sueños como hacíamos antes. Ya no se menciona a Pablo Neruda ni a Víctor Jara. Se han pasado la tarde hablando de oposiciones, plazas de profesorado, casas rurales (con fotos), tiempos en avión a Estados Unidos, la estancia en hospital de un niño de su colegio, las bajas de la tutora de una de las niñas, si recuerdo bien el divorcio o la operación de una amiga suya y no sé qué cosas más, sólo sé que no he participado en ninguna de las tramas de la conversación con una sola frase excepto un rato en solitario con un amigo.

Cuando estuvimos un momento a solas lo único que se les ocurrió ante mi pasividad fue que podía mirarles un problema de la configuración de internet de su ordenador. Fue una tarde súper aburrida, me entró frío en su cocina y quería salir de allí. Es gente muy maja y tal vez yo no manipulé la conversación como hago otras veces para terminar hablando de cosas intensas e interesantes para mí, pero esta vez no tenía fuerzas. Seguro que se notó. Desde luego, la tarde no ha ayudado nada a mi dolor de cabeza. Me he dado cuenta de que hay ciertos temas mundanos que me importan un pimiento y me parece una pérdida de tiempo el entablar una conversación sobre ellos a menos que sea con alguien que realmente me importa, pero llevo tiempo sintiéndome alienada con esta amiga y me da pena siempre que sea imposible hablar de aquellas cosas por las que me enamoré de ella a los dieciséis años.

Frágiles


Ayer he hablado de la vulnerabilidad y la sensibilidad con una amiga y de cómo si es un rasgo de la personalidad deberías hacerte a ella sin estar constantemente a la defensiva o sufrir demasiado. Creo que es importante no utilizarla como un colchón de golpes para atormentarte a ti misma. Darte cuenta de los matices de todo lo que está a nuestro alrededor es un privilegio inmenso, pero poder expresar cómo apresas el mundo lo es aún mayor.

El tiempo para revelarte a ti misma todos aquellos acontecimientos, imágenes y realidades, formas, tonalidades corpóreas y fluidas que te han permitido llegar hasta aquí es esencial para seguir siendo tú misma. Es como fagocitar tu espacio, cristalizarlo, encaramarte a sus reflejos y así virtualizar tu alma. La comunión con la realidad mediante tus pensamientos y la observación.

Cuando rezumas salvia y contemplas el mundo en sus numerosas facetas, permutaciones y posibilidades poliédricas debes escribirlas, narrarlas, embriagarte de ellas, con ellas.

Frágiles


Ayer he hablado de la vulnerabilidad y la sensibilidad con una amiga y de cómo si es un rasgo de la personalidad deberías hacerte a ella sin estar constantemente a la defensiva o sufrir demasiado. Creo que es importante no utilizarla como un colchón de golpes para atormentarte a ti misma. Darte cuenta de los matices de todo lo que está a nuestro alrededor es un privilegio inmenso, pero poder expresar cómo apresas el mundo lo es aún mayor.

El tiempo para revelarte a ti misma todos aquellos acontecimientos, imágenes y realidades, formas, tonalidades corpóreas y fluidas que te han permitido llegar hasta aquí es esencial para seguir siendo tú misma. Es como fagocitar tu espacio, cristalizarlo, encaramarte a sus reflejos y así virtualizar tu alma. La comunión con la realidad mediante tus pensamientos y la observación.

Cuando rezumas salvia y contemplas el mundo en sus numerosas facetas, permutaciones y posibilidades poliédricas debes escribirlas, narrarlas, embriagarte de ellas, con ellas.

sexta-feira, 26 de dezembro de 2008

Te crujes


Cuántas veces te puede crujir el corazón y reventarse los puntos de sutura, los botones de nervio de sus ojales.

Se me acerca y lleva su gorra de beísbol azul, una foto de mi hermana en un marco de plata debajo del brazo y una novelas en francés, y me pregunta algo completamente incoherente con los ojos enfebrecidos y el semblante triste.

Se ha enredado las piernas en la parte superior del chándal durante horas y ni se lo puedes quitar ni le puedes convencer de que no son los pantalones.

Le puedes contar todo tipo de cosas y él se las cree a menos que una idea se apodere de su ímpetu y simplemente le debas a él el responder a la misma pregunta una y otra vez con evasivas, para no confundirle o causarle pánico.

Cuando se aparta el demonio que me crujió la niñez, la vulnerabilidad y fervor del cariño infantil, la brasa de herrero que me marcó la carne a fuego con una cicatriz que parece ser incandescente y que se turba aún.

A medida que su enfermedad avanza y desaparece la dureza de su mirada en sus ovalados ojos miel y la piel oscura de su cabeza se confunde con las entradas de su pelo que ya no es apretado y rizado como un tejido resistente y tupido sino un entramado canoso y liso.

A medida que en su voz comienzan a desaparecer los rasgos del desprecio y la metálica prepotencia y desdén acrisolado durante años, yo emprendo el sorprendente viaje hacia la creación de un pasado que nunca existió, un "¿y si hubiera sido ...?" y comienzo a presenciar la película de nuestras vidas con un padre como él que no estuviese enfermo, que no estuviese enfermo nunca, pero tampoco enfermo de gélida frialdad, crueles retorcimientos, comentarios soeces, golpes bajos.

Y en su voz titubeante cuando me pregunta qué hora es porque tiene que ir al trabajo, o me pide ayuda para salir a la calle porque la puerta está cerrada y no encuentra las llaves que le hemos escondido para que no se vuelva a perder y tengamos que ir a buscarle a Dios sabe dónde, se distingue el tono grave y modulado de aquel acento francés indudable y customizado por sus hábitos políglotas.

En su frágil semblante, cuando todavía nos gasta bromas con su humor particular e idiosincrásico, y en su olor elegante y único suspendido en la casa cuando él llegaba, en sus manos calientes con una piel más suave y más profunda que la de otra gente, como si la melanina enardediera y te obligara a prenderte en ella, a transpirar con sus propios poros.

Por su sudor fosilizado en copos de nieve salada con costras y escamas de sedimentos minerales al volver del tenis. Sus piernas sexys de atleta en sus eternos pantalones cortos de deporte Fred Perry estilo Wimbledon. Esas gafas de pasta de intelectual de los años sesenta con vetas marrones y ámbar, sus amplias espaldas doradas por su piel marrón oscuro como el cuero, blandas, tersas y abombadas como la chapa de un VW Dos Caballos. Ese total y absoluto convencimiento de que la crema Nivea es lo mejor que hay.

En esa foto con una serpiente pitón alrededor de su cuello y otra corriendo como un chaval con una gabardina beige por las calles de algún lugar de Tailandia.

Y cuando veo cómo el bebé se siente confiado y cómodo en su presencia y percibo la fuerza eterna de la sangre, de las raíces independientemente del color de la piel.

En esa casa que recuerdo donde los muebles de colores ocres, sepias y blancos límpidos de los años 70 y el tocadiscos alemán Grundig con su equipo de música estereofónico en la habitación que era de él y donde no se podía entrar sin permiso o con permiso.

Cuando desesperado me pide que le ayude a buscar a su esposa porque se ha ido y le ha dejado me enfrento cara a cara con los descalabros de una familia a la deriva en un barquito de cáscara de nuez.

Te crujes


Cuántas veces te puede crujir el corazón y reventarse los puntos de sutura, los botones de nervio de sus ojales.

Se me acerca y lleva su gorra de beísbol azul, una foto de mi hermana en un marco de plata debajo del brazo y una novelas en francés, y me pregunta algo completamente incoherente con los ojos enfebrecidos y el semblante triste.

Se ha enredado las piernas en la parte superior del chándal durante horas y ni se lo puedes quitar ni le puedes convencer de que no son los pantalones.

Le puedes contar todo tipo de cosas y él se las cree a menos que una idea se apodere de su ímpetu y simplemente le debas a él el responder a la misma pregunta una y otra vez con evasivas, para no confundirle o causarle pánico.

Cuando se aparta el demonio que me crujió la niñez, la vulnerabilidad y fervor del cariño infantil, la brasa de herrero que me marcó la carne a fuego con una cicatriz que parece ser incandescente y que se turba aún.

A medida que su enfermedad avanza y desaparece la dureza de su mirada en sus ovalados ojos miel y la piel oscura de su cabeza se confunde con las entradas de su pelo que ya no es apretado y rizado como un tejido resistente y tupido sino un entramado canoso y liso.

A medida que en su voz comienzan a desaparecer los rasgos del desprecio y la metálica prepotencia y desdén acrisolado durante años, yo emprendo el sorprendente viaje hacia la creación de un pasado que nunca existió, un "¿y si hubiera sido ...?" y comienzo a presenciar la película de nuestras vidas con un padre como él que no estuviese enfermo, que no estuviese enfermo nunca, pero tampoco enfermo de gélida frialdad, crueles retorcimientos, comentarios soeces, golpes bajos.

Y en su voz titubeante cuando me pregunta qué hora es porque tiene que ir al trabajo, o me pide ayuda para salir a la calle porque la puerta está cerrada y no encuentra las llaves que le hemos escondido para que no se vuelva a perder y tengamos que ir a buscarle a Dios sabe dónde, se distingue el tono grave y modulado de aquel acento francés indudable y customizado por sus hábitos políglotas.

En su frágil semblante, cuando todavía nos gasta bromas con su humor particular e idiosincrásico, y en su olor elegante y único suspendido en la casa cuando él llegaba, en sus manos calientes con una piel más suave y más profunda que la de otra gente, como si la melanina enardediera y te obligara a prenderte en ella, a transpirar con sus propios poros.

Por su sudor fosilizado en copos de nieve salada con costras y escamas de sedimentos minerales al volver del tenis. Sus piernas sexys de atleta en sus eternos pantalones cortos de deporte Fred Perry estilo Wimbledon. Esas gafas de pasta de intelectual de los años sesenta con vetas marrones y ámbar, sus amplias espaldas doradas por su piel marrón oscuro como el cuero, blandas, tersas y abombadas como la chapa de un VW Dos Caballos. Ese total y absoluto convencimiento de que la crema Nivea es lo mejor que hay.

En esa foto con una serpiente pitón alrededor de su cuello y otra corriendo como un chaval con una gabardina beige por las calles de algún lugar de Tailandia.

Y cuando veo cómo el bebé se siente confiado y cómodo en su presencia y percibo la fuerza eterna de la sangre, de las raíces independientemente del color de la piel.

En esa casa que recuerdo donde los muebles de colores ocres, sepias y blancos límpidos de los años 70 y el tocadiscos alemán Grundig con su equipo de música estereofónico en la habitación que era de él y donde no se podía entrar sin permiso o con permiso.

Cuando desesperado me pide que le ayude a buscar a su esposa porque se ha ido y le ha dejado me enfrento cara a cara con los descalabros de una familia a la deriva en un barquito de cáscara de nuez.

Pilot


Dentro de mi fijación elemental y compulsiva por atesorar bolígrafos y rotuladores Pilot en la encimera de cristal de mi mesa estándar de Ikea se encuentra la apreciación del baile fluido y calmante sobre el papel que cualquier otro bolígrafo parece incapaz de hacer tan bien como los de esta marca. Los Pilot acarrean el ritmo de mi apresurada y bordoneante escritura de forma inmediata. Me permiten sostener el punto céntrico gravitatorio de mi pensamiento textual y retienen la punta justo lo suficiente para conjeturar y concebir la palabra antes de que mi muñeca se deslice vertiginosamente y con un golpe innato y neuro-óptico ejecute de forma instintiva un movimiento gestual que me arranque la palabra para verterla en la página.

La viscosidad y secado inmediato de su tinta es también un factor inalienable e inconmensurable para mi preferencia por la escritura con este bolígrafo. La prisa que tengo por rellenar las líneas imaginarias de mi particular grafología en el manto blanco del folio me hacen necesitar un aliciente para volver atrás y bordar y acicalar la palabra con su correspondiente acento o la pajarita de las tes.

Mi escritura se nutre sin duda alguna de los recuerdos imbricados en mis pulgares, la punta callosa del dedo índice por los recorridos del papel y el arrastrado encomiable del dedo anular que hace de acompañante borracho y retrasado. Aprieto el bolígrafo con demasiada ansiedad, premura y sentido de la urgencia, y remato con trastaverada impotencia, como si temiese que las cuerdas del arco de un violín estallaran en pleno giro y brinco radial en el aire. Por eso sujeto el espacio entre la punta móvil del bolígrafo y el papel transversalmente, con el aliento siempre retenido a cada impulso por miedo a detener el empuje de las nociones imaginarias, la marejadilla de pensamientos en flor.

Las patrullas fronterizas imberbes de las columnas mínimas en blanco que permito existir a cada lado de la línea escrita ayudan a mediar entre el espacio preñado de ideas y el primigenio e impoluto. Me permite una pausa para recabar información en la carga de tinta de mi ayudante más fiel y mi consejera más fértil.

Pilot


Dentro de mi fijación elemental y compulsiva por atesorar bolígrafos y rotuladores Pilot en la encimera de cristal de mi mesa estándar de Ikea se encuentra la apreciación del baile fluido y calmante sobre el papel que cualquier otro bolígrafo parece incapaz de hacer tan bien como los de esta marca. Los Pilot acarrean el ritmo de mi apresurada y bordoneante escritura de forma inmediata. Me permiten sostener el punto céntrico gravitatorio de mi pensamiento textual y retienen la punta justo lo suficiente para conjeturar y concebir la palabra antes de que mi muñeca se deslice vertiginosamente y con un golpe innato y neuro-óptico ejecute de forma instintiva un movimiento gestual que me arranque la palabra para verterla en la página.

La viscosidad y secado inmediato de su tinta es también un factor inalienable e inconmensurable para mi preferencia por la escritura con este bolígrafo. La prisa que tengo por rellenar las líneas imaginarias de mi particular grafología en el manto blanco del folio me hacen necesitar un aliciente para volver atrás y bordar y acicalar la palabra con su correspondiente acento o la pajarita de las tes.

Mi escritura se nutre sin duda alguna de los recuerdos imbricados en mis pulgares, la punta callosa del dedo índice por los recorridos del papel y el arrastrado encomiable del dedo anular que hace de acompañante borracho y retrasado. Aprieto el bolígrafo con demasiada ansiedad, premura y sentido de la urgencia, y remato con trastaverada impotencia, como si temiese que las cuerdas del arco de un violín estallaran en pleno giro y brinco radial en el aire. Por eso sujeto el espacio entre la punta móvil del bolígrafo y el papel transversalmente, con el aliento siempre retenido a cada impulso por miedo a detener el empuje de las nociones imaginarias, la marejadilla de pensamientos en flor.

Las patrullas fronterizas imberbes de las columnas mínimas en blanco que permito existir a cada lado de la línea escrita ayudan a mediar entre el espacio preñado de ideas y el primigenio e impoluto. Me permite una pausa para recabar información en la carga de tinta de mi ayudante más fiel y mi consejera más fértil.

Qué me gusta de ti


Tu recorrido por los placeres secretos

Tu candidez tierna y montaraz

Tu atractivo burbujeante y sólido

Tu descomunal dulzura y simpatía

Esa necesidad de hablar en público para expresar el bullicio efervescente que reside en ti como un prado de violetas y que demuestra tu vulnerabilidad.

Qué me gusta de ti


Tu recorrido por los placeres secretos

Tu candidez tierna y montaraz

Tu atractivo burbujeante y sólido

Tu descomunal dulzura y simpatía

Esa necesidad de hablar en público para expresar el bullicio efervescente que reside en ti como un prado de violetas y que demuestra tu vulnerabilidad.

El sueño del bebé


Velo el sueño del bebé mientras cae la tarde. Todas las luces están apagadas y la blancura del papel en el que escribo comienza a destacarse con una tonalidad azulada y fosforescente. La respiración del niño precisa el ritmo de la progresiva difuminación de la luz diurna entregada ya a la inminencia de la oscuridad vespertina en este Madrid de resaca navideña. Los escasos taxis y coches que cruzan velozmente las calles vacías agitan los restos navideños en el aire hasta crear combustiones espontáneas de carbón activado que regeneran la atmósfera, se tragan los ecos de las fiestas familiares y hacen espacio para los cotillones.

El sueño del bebé


Velo el sueño del bebé mientras cae la tarde. Todas las luces están apagadas y la blancura del papel en el que escribo comienza a destacarse con una tonalidad azulada y fosforescente. La respiración del niño precisa el ritmo de la progresiva difuminación de la luz diurna entregada ya a la inminencia de la oscuridad vespertina en este Madrid de resaca navideña. Los escasos taxis y coches que cruzan velozmente las calles vacías agitan los restos navideños en el aire hasta crear combustiones espontáneas de carbón activado que regeneran la atmósfera, se tragan los ecos de las fiestas familiares y hacen espacio para los cotillones.

Algo

Periodistas; siempre tienen que hablar de algo. Qué aburrimiento.

Algo

Periodistas; siempre tienen que hablar de algo. Qué aburrimiento.

La televisión: esa perfecta imbécil


Esta televisión chillona y eunuca en la que se pretende homogeneizar a todo el mundo como a una mesa de cocina tonta y simplona. Que hace causa nacional con sus tonadillas pasteurizadas y su mentalidad conglomerada, fetichista y embadurnada de alquitrán y plumas no la aguanto, me pone mala. Esta televisión donde una parte de la sociedad entretiene a la otra con sus obviedades y que necesita encontrar y pregonar la identidad de este país mientras aluniza una butifarra en los programas de gastronomía de los Pueblos de España.

Esta televisión ciega y vulgarizada hecha en Madrid por comerciales y equipos de usura con la materia gris de una chirigota. La gran parida nacional que finalmente ha descubierto el calentamiento global de cerebros se cocina con achicoria.

La televisión: esa perfecta imbécil


Esta televisión chillona y eunuca en la que se pretende homogeneizar a todo el mundo como a una mesa de cocina tonta y simplona. Que hace causa nacional con sus tonadillas pasteurizadas y su mentalidad conglomerada, fetichista y embadurnada de alquitrán y plumas no la aguanto, me pone mala. Esta televisión donde una parte de la sociedad entretiene a la otra con sus obviedades y que necesita encontrar y pregonar la identidad de este país mientras aluniza una butifarra en los programas de gastronomía de los Pueblos de España.

Esta televisión ciega y vulgarizada hecha en Madrid por comerciales y equipos de usura con la materia gris de una chirigota. La gran parida nacional que finalmente ha descubierto el calentamiento global de cerebros se cocina con achicoria.

Noche en vela


Es en las noches en vela donde la vista no descansa, las sierpes se enderezan y te comienza el suma y sigue, donde el silencio se alborota y el tiempo te duele. Donde se anhelan las vistas al mar y las conversaciones en secreto. Los ojos introvertidos ya no observan ni consultan. Y el granulado de la oscuridad le otorga otro perfil a las cosas.

A las noches en vela les cubre una colcha tricotada de preguntas. El futuro es el día siguiente y el segundo siguiente. Las bombillas y las lámparas de pantalla cóncava se utilizan como escafandras, y se intenta leer y sentir la noche como una historia que se despliega sobre su tela de seda negra.

Me acuerdo hoy de esas noches ligeras de verano rellenas de semillas de diente de león soltadas al viento. Noches de verano pobladas de cuadernillos negros con sus hojas de pizarra abarrotadas de cuentos de tiza entremezclados entre rosa, azul y verde caramelo. Donde los proyectos literarios toman forma y surgen de la nada de chicle, y los contenidos de los relojes crujen al igual que las maderas orgánicas y vivas de las patas de las mesas.

Los cuentos sobre soldaditos de plomo se reordenan y caen aplastados los unos con los otros como las hojas de un acordeón. Se olvidan los olores mojados, los árboles manchados, la ropa sudada, y tan sólo se aprecia la ropa que suspiro. Todas las cicatrices de la historia pasada de las casas aúllan al unísono y las huellas dactilares brillan y vibran persiguiéndose las unas a las otras. La nada se convierte en el todo y las palabras escuchadas y pegadas como lapas a las paredes se desconchan y columpian en los átomos de oxígeno incierto y respirado de las habitaciones.

Las manos diestras se convierten en zurdas y las personas con miembros corporales fantasmas recuperan la carne perdida asincopadamente. Ya no hay misterios: los cuentos se escriben solos ágilmente, la respiración se vuelve frágil y ácida, los abundantes dolores musculares y los calambres de los nervios radiales del cuerpo se amplifican porque la persona debería estar descansando en su acmé. Y en vez de eso el sueño acarrea y arrastra diéresis confusas y saltarinas que se cotejan entre sí como canicas ambulantes.

Esta noche en vela mi estado de ánimo es febril y triste. He pasado unas horas alucinada, conteniendo la respiración, dejándome retroceder a las tierras del sinsentido. Me alegro de escribir esto ahora sin que me preocupe qué hacer con ello. Hay gente tan válida y poderosa que me recuerda la estampida de mis pensamientos, el desorden acicalado, mis ciclos lunares, la imposible huella de mis ideas repetidas.

La ropa de ayer se acumula en la silla acomodándose a su respaldo como a una percha. Lo peor de todo es tener que levantarme mañana y acometer rutinas mundanas. Ver a la misma gente de ayer, tener planes que no se pueden explicar y que no me pregunten, atender las obligaciones que te precipitan a ser más persona y menos texto, más corpórea y menos amnésica, más trágica y menos simbiótica. Son menudencias que tienen su importancia al igual que las hojas de olivo le aportan su sabor al aceite.

Los pormenores de la vida que se detiene son los que fijan este sabor salado a la noche en vela, este fervor eléctrico a mi pluma, esta necesidad de hablar con garabatos crujientes sobre las páginas, deseando que se pudiese escribir sobre papeles de periódicos a contraluz, a solas pero arrullada por las distancias. No ansío más. Tan sólo aspiro a prorrogar la noche hasta dentro de un mes, con ciertos descansos tácticos, con la ayuda de bufandas, el calor enajenado de un brasero cósmico a la luz de la luna, sin que salga el sol hasta que las frecuencias lunares se completen y la tierra dé un giro significante y reinstaure los temblores de la gravedad. Entonces renazacan las amnesias periódicas, las mariposas de lamé, las cigarras mudas y las luciérnagas que siempre relucen con sus chasquidos en todas las bandas sonoras de las películas.

Al menos sé que cuando toque no hacer nada yo andaré perdida en graves entelequias, luces cenitales y sueños con cáscara sin que ningún ápice de realidad se interponga a mis célebres argucias y aventuras híper textuales donde los acentos valen su peso en oro y los cargan con pólvora.

Noche en vela


Es en las noches en vela donde la vista no descansa, las sierpes se enderezan y te comienza el suma y sigue, donde el silencio se alborota y el tiempo te duele. Donde se anhelan las vistas al mar y las conversaciones en secreto. Los ojos introvertidos ya no observan ni consultan. Y el granulado de la oscuridad le otorga otro perfil a las cosas.

A las noches en vela les cubre una colcha tricotada de preguntas. El futuro es el día siguiente y el segundo siguiente. Las bombillas y las lámparas de pantalla cóncava se utilizan como escafandras, y se intenta leer y sentir la noche como una historia que se despliega sobre su tela de seda negra.

Me acuerdo hoy de esas noches ligeras de verano rellenas de semillas de diente de león soltadas al viento. Noches de verano pobladas de cuadernillos negros con sus hojas de pizarra abarrotadas de cuentos de tiza entremezclados entre rosa, azul y verde caramelo. Donde los proyectos literarios toman forma y surgen de la nada de chicle, y los contenidos de los relojes crujen al igual que las maderas orgánicas y vivas de las patas de las mesas.

Los cuentos sobre soldaditos de plomo se reordenan y caen aplastados los unos con los otros como las hojas de un acordeón. Se olvidan los olores mojados, los árboles manchados, la ropa sudada, y tan sólo se aprecia la ropa que suspiro. Todas las cicatrices de la historia pasada de las casas aúllan al unísono y las huellas dactilares brillan y vibran persiguiéndose las unas a las otras. La nada se convierte en el todo y las palabras escuchadas y pegadas como lapas a las paredes se desconchan y columpian en los átomos de oxígeno incierto y respirado de las habitaciones.

Las manos diestras se convierten en zurdas y las personas con miembros corporales fantasmas recuperan la carne perdida asincopadamente. Ya no hay misterios: los cuentos se escriben solos ágilmente, la respiración se vuelve frágil y ácida, los abundantes dolores musculares y los calambres de los nervios radiales del cuerpo se amplifican porque la persona debería estar descansando en su acmé. Y en vez de eso el sueño acarrea y arrastra diéresis confusas y saltarinas que se cotejan entre sí como canicas ambulantes.

Esta noche en vela mi estado de ánimo es febril y triste. He pasado unas horas alucinada, conteniendo la respiración, dejándome retroceder a las tierras del sinsentido. Me alegro de escribir esto ahora sin que me preocupe qué hacer con ello. Hay gente tan válida y poderosa que me recuerda la estampida de mis pensamientos, el desorden acicalado, mis ciclos lunares, la imposible huella de mis ideas repetidas.

La ropa de ayer se acumula en la silla acomodándose a su respaldo como a una percha. Lo peor de todo es tener que levantarme mañana y acometer rutinas mundanas. Ver a la misma gente de ayer, tener planes que no se pueden explicar y que no me pregunten, atender las obligaciones que te precipitan a ser más persona y menos texto, más corpórea y menos amnésica, más trágica y menos simbiótica. Son menudencias que tienen su importancia al igual que las hojas de olivo le aportan su sabor al aceite.

Los pormenores de la vida que se detiene son los que fijan este sabor salado a la noche en vela, este fervor eléctrico a mi pluma, esta necesidad de hablar con garabatos crujientes sobre las páginas, deseando que se pudiese escribir sobre papeles de periódicos a contraluz, a solas pero arrullada por las distancias. No ansío más. Tan sólo aspiro a prorrogar la noche hasta dentro de un mes, con ciertos descansos tácticos, con la ayuda de bufandas, el calor enajenado de un brasero cósmico a la luz de la luna, sin que salga el sol hasta que las frecuencias lunares se completen y la tierra dé un giro significante y reinstaure los temblores de la gravedad. Entonces renazacan las amnesias periódicas, las mariposas de lamé, las cigarras mudas y las luciérnagas que siempre relucen con sus chasquidos en todas las bandas sonoras de las películas.

Al menos sé que cuando toque no hacer nada yo andaré perdida en graves entelequias, luces cenitales y sueños con cáscara sin que ningún ápice de realidad se interponga a mis célebres argucias y aventuras híper textuales donde los acentos valen su peso en oro y los cargan con pólvora.

Hablar


Hay algunas personas que me hacen abrir los labios para asesinar el silencio. Gracias a ellas el habla se me me rompe como una piñata frutal que revienta y despliega en el suelo sus acaudaladas pepitas de cinabrio. Me apresura la urgencia, el furor por comunicarme, las ideas me pesan en la frente como si fueran parte de un entramado enredadísimo y pesado de lianas y cocos, y por ello corro a expresarme, hablar, mostrar mis tejidos de ensoñaciones e improntas. Quiero abarcar todo tipo de temas, pensar en latín, traducir mis pensamientos al vuelo para ser visible.

Hablar


Hay algunas personas que me hacen abrir los labios para asesinar el silencio. Gracias a ellas el habla se me me rompe como una piñata frutal que revienta y despliega en el suelo sus acaudaladas pepitas de cinabrio. Me apresura la urgencia, el furor por comunicarme, las ideas me pesan en la frente como si fueran parte de un entramado enredadísimo y pesado de lianas y cocos, y por ello corro a expresarme, hablar, mostrar mis tejidos de ensoñaciones e improntas. Quiero abarcar todo tipo de temas, pensar en latín, traducir mis pensamientos al vuelo para ser visible.

quarta-feira, 24 de dezembro de 2008

El síndrome de la silla vacía

Vaya papelón que es la llegada de las navidades como hayas perdido algún ser querido.
Desde hace cuatro años evito la Nochebuena en casa para no correr el riesgo de sacar el tema. Porque no sabes cuándo va a salir y cómo terminará entonces la cena. Dejamos las sorpresas para Papá Noel. O al Olentzero, que será quien esta noche se acuerde de nosotros y nos dejará un regalo al lado del árbol, no puedo olvidar dejarle lo que más le gusta, castañas y vino.

Durante estas "fechas señaladas" hasta la saciedad, algunos hemos decidido recurrir a la "cura geográfica" marchando de viaje. Aquí es más fácil, recordamos a Jose sin dramas. Aquí sé acordarme de él entre risas.
Durante la cena ha habido algún silencio cómplice, como si estuviera preparado. Cambiamos el escenario. Pero tratando temas paralelos se han recordado varias situaciones que han ido aliñadas con "jo, es que ya no es igual". De manera inconsciente han reclamado las ausencias de Jose y abuela.

Feliz Navidad. Y a disfrutar de lo que se tiene. Me quería ir a la cama pronto para que este hombretón vasco, que es el Olentzero, vea que soy bueno. Aunque podría haber sido más malo.
PD: Agradecimientos a Mario, Pepi Vlc y Antonio Alcorcón por esos mensajes tan sinceros. Antonio, te has llevado el oro.

terça-feira, 23 de dezembro de 2008

Viajar


Llevo más de cinco días vagando entre núcleos de personas, rapsodiada en aquello que llamamos familia, intentando ser de utilidad y fusionada a las necesidades de la mayoría. Mi ropa refleja las migraciones, mi piel ansía la rutina de sus cuidados diarios, mi cuerpo el descanso de su propia cama y la dinámica de moverse por su propio espacio. Mi mente empieza a resentirse por la falta de unidad; ya no se balancea en un diálogo uniforme consigo misma sino que se pierde entre multitudes, vibra entre identidades, ya no es enteramente dueña de sí misma, de sus disparates y ligerezas porque tiene que ocuparse de comunicarse con los demás de forma continuada, de lo que los demás precisan, de cómo hacerse un hueco en otras vidas y permanecer coherente.

Es extraña esta vida que llevo porque a veces no parece anclada, no tiene reflejo en la de los demás ni se siente del todo comprendida. Cuando me sumerjo en mi familia me brotan árboles en la cabeza, me rediseño y me pierdo un par de millas mar adentro. Ya no sé cómo me perciben, he mutado de forma tan frecuente y variada que se me ofrece el beneficio de la duda. En la transición entre habitación y habitación, y entre conversaciones me siento viajar más rápido y desordenadamente que cuando viajaba de país en país.

Viajando te encuentras a ti misma más fácilmente; es la soledad, es la rutina de preparar tu maleta siempre de la misma forma, buscar esa bebida caliente que te viertes en la garganta entre estepas y zonas horarias, es la oportunidad de recordar otros tránsitos, otros movimientos septentrionales. Siempre me he reconocido en el movimiento, en el cambio de dirección y la búsqueda de lo mismo traducido en siete idiomas hasta que me aburrí de viajar y dejé de ansiar el hacerlo.

Pero en las casas familiares, ya perdida la infancia para siempre como una bella patena que todo lo cubre, mi sensación es diferente, es más intensa, más desordenada, menos libre. Me observo congelada en el tiempo en las fotos que esperan en cada esquina, momentos que siempre parecen felices, preciosos, esenciales. E intento parar el tiempo para que no me consuma, para hacerme un hueco, para ser alguien en una casa que ya no es la mía pero que me suena como a una persona perdida el perfil de una calle conocida.

Soy testiga de otras vidas, otros momentos, otros idiomas personales. Me olvido durante horas de escudarme en mi propia identidad y tras un tiempo necesito hacerlo. Aunque no sea así otras vidas parece que marchan a su propio ritmo, con un destino forjado por sus características, por sus detalles. Y aquí yazco yo, sin reconocer mi futuro porque el tiempo se ha detenido aquí y nadie se imagina lo que va a ser de mí, lo que hago por las mañanas, por las tardes, por las noches. Me ofrecen su espacio, un espacio nuevo tras los años transcurridos fuera, donde me conocen por mi nombre pero no por mis hechos porque los vivo y los pienso únicamente en mi cabeza y no termino de responder a ninguna pregunta vital con total coherencia.

La vida en familia es como un viaje dentro de una botella.

Viajar


Llevo más de cinco días vagando entre núcleos de personas, rapsodiada en aquello que llamamos familia, intentando ser de utilidad y fusionada a las necesidades de la mayoría. Mi ropa refleja las migraciones, mi piel ansía la rutina de sus cuidados diarios, mi cuerpo el descanso de su propia cama y la dinámica de moverse por su propio espacio. Mi mente empieza a resentirse por la falta de unidad; ya no se balancea en un diálogo uniforme consigo misma sino que se pierde entre multitudes, vibra entre identidades, ya no es enteramente dueña de sí misma, de sus disparates y ligerezas porque tiene que ocuparse de comunicarse con los demás de forma continuada, de lo que los demás precisan, de cómo hacerse un hueco en otras vidas y permanecer coherente.

Es extraña esta vida que llevo porque a veces no parece anclada, no tiene reflejo en la de los demás ni se siente del todo comprendida. Cuando me sumerjo en mi familia me brotan árboles en la cabeza, me rediseño y me pierdo un par de millas mar adentro. Ya no sé cómo me perciben, he mutado de forma tan frecuente y variada que se me ofrece el beneficio de la duda. En la transición entre habitación y habitación, y entre conversaciones me siento viajar más rápido y desordenadamente que cuando viajaba de país en país.

Viajando te encuentras a ti misma más fácilmente; es la soledad, es la rutina de preparar tu maleta siempre de la misma forma, buscar esa bebida caliente que te viertes en la garganta entre estepas y zonas horarias, es la oportunidad de recordar otros tránsitos, otros movimientos septentrionales. Siempre me he reconocido en el movimiento, en el cambio de dirección y la búsqueda de lo mismo traducido en siete idiomas hasta que me aburrí de viajar y dejé de ansiar el hacerlo.

Pero en las casas familiares, ya perdida la infancia para siempre como una bella patena que todo lo cubre, mi sensación es diferente, es más intensa, más desordenada, menos libre. Me observo congelada en el tiempo en las fotos que esperan en cada esquina, momentos que siempre parecen felices, preciosos, esenciales. E intento parar el tiempo para que no me consuma, para hacerme un hueco, para ser alguien en una casa que ya no es la mía pero que me suena como a una persona perdida el perfil de una calle conocida.

Soy testiga de otras vidas, otros momentos, otros idiomas personales. Me olvido durante horas de escudarme en mi propia identidad y tras un tiempo necesito hacerlo. Aunque no sea así otras vidas parece que marchan a su propio ritmo, con un destino forjado por sus características, por sus detalles. Y aquí yazco yo, sin reconocer mi futuro porque el tiempo se ha detenido aquí y nadie se imagina lo que va a ser de mí, lo que hago por las mañanas, por las tardes, por las noches. Me ofrecen su espacio, un espacio nuevo tras los años transcurridos fuera, donde me conocen por mi nombre pero no por mis hechos porque los vivo y los pienso únicamente en mi cabeza y no termino de responder a ninguna pregunta vital con total coherencia.

La vida en familia es como un viaje dentro de una botella.