sexta-feira, 14 de novembro de 2008

Los platos de los cojones II

Al final limpié los platos y ahora brillan en su blancura vítrea. Porque vino el fontanero para arreglar la aviesa ducha y no tuve más remedio que hacerlo por dignidad bien entendida. Por supuesto no fue such a big deal, ni una fechoría tan traumática ni vomitiva. Lo que pasa es que a veces mi imaginación puede a mi realidad y a veces vivo los hechos en mi subconsciente más que en lo terrenal, y los temores hirientes me atrapan y secuestran mi entendimiento y mi voluntad.

He pensado y rastreado la arqueología de mi hándicap con las vajillas rebozadas en comidas atrasadas. Siendo hija de médico y doctora, he desayunado mi Nesquick con la mesa repleta de revistas de dermatología que mostraban erupciones tremebundas y bacilos enquistados en rostros y miembros corporales que casi no parecían humanos. Por lo tanto en mi vida he tenido bastante información detallada sobre el ácido chaumógrico de los pies (olores a queso), las moscas regurgitando varias veces en nuestros alimentos o los virus que pillas cuando tocas el suelo de la calle y por supuesto nada de sentarte en él.

Así que hoy he recuperado mi ambiente y probablemente cocine algo este fin de semana, lanza que blandiré cuando me toque enfrentarme a ella. Lavar la ropa en mi lavadora y centrifugar en la de mi vecino y parece que podré tener una ducha caliente, porque misteriosamente hablando el agua se calienta cuando pones la calefacción y no viceversa, dulce coincidencia que se me ocurrió antes de que viniera el fontanero.

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