sábado, 31 de janeiro de 2009

Benedetti


Acabo de tomarme una mezcla potente de amapola, tila y valeriana, porque quiero dormirme y además dormir bien. Estoy empezando a notar su efecto y quería escribir un poco antes de claudicar. En estos momentos me invade un interés científico, como hace un par de meses, cuando me emborraché con Heineken en casa. Me bebí una lata tras otra tras otra y no percibí nada especial hasta que me levanté, oeeeeeeeeeeeeeee, entonces noté la torpeza de mis piernas chocándose con las cosas, incapaces de mantener el equilibrio con normalidad. "Vale, o sea, que esto es estar borracha", me dije. No me pareció gran cosa, me faltaba la efusividad, no tenía nada de espectacular tampoco. Luego me fui al baño y también noté la copiosidad del pis de cerveza. Pero por lo demás la sensación era bastante anodina. Volví al sofá y creo que puse otra vez el dvd de la película. Me observé el conocimiento para ver si estaba confusa, si me perdía algo, si mi percepción estaba fragmentada. Pero no lo parecía, ni siquiera estaba cansada, pero seguro que estaba borracha, porque al hablar en alto me salían las palabras como por un embudo y los labios los notaba como recauchutados. Pero aún así no se me había alterado la conciencia de la perplejidad y confusión que me producía la situación con Bizcochito.

Y ahora me he tomado la valeriana y la amapola y estoy analizando los efectos. Sí que noto menos ansiedad, como que ya no tengo que exprimirle más al día. Que son las dos de la mañana y ya he hecho todo lo que he podido, y he pensado todo lo que ha sido posible, que el día no da para más. No me importa tirar la toalla y enfundarme en el pijama, no me va a saber a canto de cisne el lavarme los dientes, ni al final de la función el ir cerrando las luces de la casa.

Me he puesto a leer un libro de Benedetti, y tras mi breve escepticismo al empezar ("esto no va conmigo") y llegar a la conclusión de que no, no puedo pasarle este libro a mi hermana porque ha sido un regalo de alguien a quien quiero mucho, así que mejor le compro o le consigo otro, de repente he sentido algo benévolo, como un calorcito, y la lectura me ha provocado una inflexión en la mente, unos pequeños fogonazos de claridad e interés, una sonrisa mental de reconocimiento, y ahora sé que mañana me lo terminaré en un par de horas.

Porque recuerdo que cuando mi hermana estaba todavía viviendo en los tres metros cuadrados de su pequeña habitación en la casa de mi madre, donde cerraba la puerta al mundo hostil con apenas un pequeño candado (que de haber querido mi padre hubiera reventando, como tantos otros), donde la rabiosa adolescencia le había hecho colgar posters por doquier a chinchetazo limpio, donde reivindicaba su derecho a ser un apocalipsis del desorden y dejar su ropa, sus apuntes, sus cartas, sus retazos de niñez todo por medio, recuerdo que en esa habitación mi hermana leía a Benedetti. Y lo sé no tanto porque yo hubiera estado ahí cuando ella le leía, sino porque cuando yo volvía de Londres de visita, y entraba en su habitación cuando ella no estaba para curiosearla un poco encontraba siempre algún libro suyo boca abajo encima de la la moqueta verde militar roma del suelo.

Y mi hermana me ponía citas de libros de Benedetti en sus cartas de ánimo que de algún modo encontraban la ruta desde su pequeña habitación a cualquiera de las múltiples direcciones de las casas en las que yo llegué a vivir cuando me mudé a Londres. Entre las citas me hablaba de su novio, cuyas constantes infidelidades le causaban un dolor cáustico y primal, de cómo le estaba costando la vida estudiar la carrera, pasar cursos enteros sin llevarse seis o siete asignaturas del año anterior para un desesperado rescate, de la vida que yo dejé atrás y que parecía casi un espejismo cuando la relataba en esas cartas de ocho o diez páginas ...

Y tú también me has hablado de Benedetti, y llevo varios días pensando de forma tangencial en esa frase que recuerdas de uno de sus poemas, y al final he enlazado con ella; y tras llevar en mi mochila el libro que me regalaron con un cariño infinito en mi cumpleaños el año pasado, he decidido leerle, para conectar contigo (aunque no es el mismo libro del poema del que tú me hablaste), y con la amiga del alma que me lo dedicó con tanto cariño, con mi hermana, con mi ausencia en Londres, y tal vez con cómo se veía la vida en Madrid desde una habitación pequeña, íntima, el único refugio, cuando tu hermana mayor se ha marchado y evitan hablar de ella, lo que te rompe el corazón.

Benedetti


Acabo de tomarme una mezcla potente de amapola, tila y valeriana, porque quiero dormirme y además dormir bien. Estoy empezando a notar su efecto y quería escribir un poco antes de claudicar. En estos momentos me invade un interés científico, como hace un par de meses, cuando me emborraché con Heineken en casa. Me bebí una lata tras otra tras otra y no percibí nada especial hasta que me levanté, oeeeeeeeeeeeeeee, entonces noté la torpeza de mis piernas chocándose con las cosas, incapaces de mantener el equilibrio con normalidad. "Vale, o sea, que esto es estar borracha", me dije. No me pareció gran cosa, me faltaba la efusividad, no tenía nada de espectacular tampoco. Luego me fui al baño y también noté la copiosidad del pis de cerveza. Pero por lo demás la sensación era bastante anodina. Volví al sofá y creo que puse otra vez el dvd de la película. Me observé el conocimiento para ver si estaba confusa, si me perdía algo, si mi percepción estaba fragmentada. Pero no lo parecía, ni siquiera estaba cansada, pero seguro que estaba borracha, porque al hablar en alto me salían las palabras como por un embudo y los labios los notaba como recauchutados. Pero aún así no se me había alterado la conciencia de la perplejidad y confusión que me producía la situación con Bizcochito.

Y ahora me he tomado la valeriana y la amapola y estoy analizando los efectos. Sí que noto menos ansiedad, como que ya no tengo que exprimirle más al día. Que son las dos de la mañana y ya he hecho todo lo que he podido, y he pensado todo lo que ha sido posible, que el día no da para más. No me importa tirar la toalla y enfundarme en el pijama, no me va a saber a canto de cisne el lavarme los dientes, ni al final de la función el ir cerrando las luces de la casa.

Me he puesto a leer un libro de Benedetti, y tras mi breve escepticismo al empezar ("esto no va conmigo") y llegar a la conclusión de que no, no puedo pasarle este libro a mi hermana porque ha sido un regalo de alguien a quien quiero mucho, así que mejor le compro o le consigo otro, de repente he sentido algo benévolo, como un calorcito, y la lectura me ha provocado una inflexión en la mente, unos pequeños fogonazos de claridad e interés, una sonrisa mental de reconocimiento, y ahora sé que mañana me lo terminaré en un par de horas.

Porque recuerdo que cuando mi hermana estaba todavía viviendo en los tres metros cuadrados de su pequeña habitación en la casa de mi madre, donde cerraba la puerta al mundo hostil con apenas un pequeño candado (que de haber querido mi padre hubiera reventando, como tantos otros), donde la rabiosa adolescencia le había hecho colgar posters por doquier a chinchetazo limpio, donde reivindicaba su derecho a ser un apocalipsis del desorden y dejar su ropa, sus apuntes, sus cartas, sus retazos de niñez todo por medio, recuerdo que en esa habitación mi hermana leía a Benedetti. Y lo sé no tanto porque yo hubiera estado ahí cuando ella le leía, sino porque cuando yo volvía de Londres de visita, y entraba en su habitación cuando ella no estaba para curiosearla un poco encontraba siempre algún libro suyo boca abajo encima de la la moqueta verde militar roma del suelo.

Y mi hermana me ponía citas de libros de Benedetti en sus cartas de ánimo que de algún modo encontraban la ruta desde su pequeña habitación a cualquiera de las múltiples direcciones de las casas en las que yo llegué a vivir cuando me mudé a Londres. Entre las citas me hablaba de su novio, cuyas constantes infidelidades le causaban un dolor cáustico y primal, de cómo le estaba costando la vida estudiar la carrera, pasar cursos enteros sin llevarse seis o siete asignaturas del año anterior para un desesperado rescate, de la vida que yo dejé atrás y que parecía casi un espejismo cuando la relataba en esas cartas de ocho o diez páginas ...

Y tú también me has hablado de Benedetti, y llevo varios días pensando de forma tangencial en esa frase que recuerdas de uno de sus poemas, y al final he enlazado con ella; y tras llevar en mi mochila el libro que me regalaron con un cariño infinito en mi cumpleaños el año pasado, he decidido leerle, para conectar contigo (aunque no es el mismo libro del poema del que tú me hablaste), y con la amiga del alma que me lo dedicó con tanto cariño, con mi hermana, con mi ausencia en Londres, y tal vez con cómo se veía la vida en Madrid desde una habitación pequeña, íntima, el único refugio, cuando tu hermana mayor se ha marchado y evitan hablar de ella, lo que te rompe el corazón.

Reencuentros


Hoy bailan los minutos y los segundos propulsados por la energía solar y pronto la atávica simbiosis de la luna tomará el relevo. La vida es un campo electromagnético de números y escenificaciones aleatorias que reproduce durante horas una danza de fuego atávica y performativa.

Los estados de ánimo son trenzados de ADN modulados por permutaciones orgánico-psicológicas de algorítmos complejos. Renuncio a hacer una valoración lógica, a encontrarles sentido, tan sólo me gusta reflejármelos y reciprocármelos para ver hasta qué punto crean la mise-en-scène de mi vida y dirigen mi comportamiento.

Los sentimientos, las emociones son enormes enigmas para mí. No soy una persona nada lógica, no puedo tomar grandes decisiones a no ser que sean realmente naturales, que surjan del fondo de mi alma, de mi ser. Tengo las manos atadas porque me muevo contracorriente y es sólo ahora y cuando tenía cinco años que me empiezo a sentir libre porque no me propongo nada que no me emborrache, no me desborde, no me surja espontáneamente. Sin embargo llevo a cabo este proceso desde una perspectiva de total responsabilidad personal, no voy a cometer los errores del pasado, no busco darle la vuelta a mi subconsciente para servirle de justificación a objetivos prefijados.

No sé dónde va a llevarme este destierro, este viaje, pero ya he echado anclas, ya soy libre y mi barca se mueve únicamente con la energía eólica de mis pulmones, de mis suspiros, de mis anhelos más profundos. No me he impuesto velocidad ninguna, ni meta, ni destino otro que la libertad personal, la anarquía íntima que todo lo sostiene,

Mi despegue, mi marcha es inevitable pero quiero seguir todo esto muy de cerca para vivirlo en todo su esplendor, comprender de una vez por todas cuando me enfrente a la montaña de despojos que he ido desechando cuáles son mis valores, de qué teorías me compongo, cuáles son las líricas contemplativas que me han obligado a ser quien soy. No necesito respuestas, no tendré preguntas, lo único que quiero es ayudarme a mí misma a dejar atrás todos los totems a los que he estado adorando, incluidos los idealismos, porque estoy segura que por mucho que me desprecie ahora por ser tan poca cosa, tan apática e incapaz de movilizarme de forma activa, mi verdadero ser surgirá de entre los escombros, me hablará y me permitirá aparcar la sensación de angustia que se apodera de mi garganta cada vez que impido que mi naturaleza siga su curso, que mi intuición se exprese.

Jung pasó muchos años sumido en una crisis psicótica-creativa en la que finalmente encontró y entendió la fuerza de su subconsciente, las claves que dinamizaban su comportamiento, se reencontró con su ser interno. Yo llevo mucho tiempo desdoblada, fileteada, crujida, enferma; y aún a riesgo de enloquecer quiero simplificar, darle una oportunidad a la sencillez de mi ser a recomponerse, a vibrar, a sentir de nuevo.

Reencuentros


Hoy bailan los minutos y los segundos propulsados por la energía solar y pronto la atávica simbiosis de la luna tomará el relevo. La vida es un campo electromagnético de números y escenificaciones aleatorias que reproduce durante horas una danza de fuego atávica y performativa.

Los estados de ánimo son trenzados de ADN modulados por permutaciones orgánico-psicológicas de algorítmos complejos. Renuncio a hacer una valoración lógica, a encontrarles sentido, tan sólo me gusta reflejármelos y reciprocármelos para ver hasta qué punto crean la mise-en-scène de mi vida y dirigen mi comportamiento.

Los sentimientos, las emociones son enormes enigmas para mí. No soy una persona nada lógica, no puedo tomar grandes decisiones a no ser que sean realmente naturales, que surjan del fondo de mi alma, de mi ser. Tengo las manos atadas porque me muevo contracorriente y es sólo ahora y cuando tenía cinco años que me empiezo a sentir libre porque no me propongo nada que no me emborrache, no me desborde, no me surja espontáneamente. Sin embargo llevo a cabo este proceso desde una perspectiva de total responsabilidad personal, no voy a cometer los errores del pasado, no busco darle la vuelta a mi subconsciente para servirle de justificación a objetivos prefijados.

No sé dónde va a llevarme este destierro, este viaje, pero ya he echado anclas, ya soy libre y mi barca se mueve únicamente con la energía eólica de mis pulmones, de mis suspiros, de mis anhelos más profundos. No me he impuesto velocidad ninguna, ni meta, ni destino otro que la libertad personal, la anarquía íntima que todo lo sostiene,

Mi despegue, mi marcha es inevitable pero quiero seguir todo esto muy de cerca para vivirlo en todo su esplendor, comprender de una vez por todas cuando me enfrente a la montaña de despojos que he ido desechando cuáles son mis valores, de qué teorías me compongo, cuáles son las líricas contemplativas que me han obligado a ser quien soy. No necesito respuestas, no tendré preguntas, lo único que quiero es ayudarme a mí misma a dejar atrás todos los totems a los que he estado adorando, incluidos los idealismos, porque estoy segura que por mucho que me desprecie ahora por ser tan poca cosa, tan apática e incapaz de movilizarme de forma activa, mi verdadero ser surgirá de entre los escombros, me hablará y me permitirá aparcar la sensación de angustia que se apodera de mi garganta cada vez que impido que mi naturaleza siga su curso, que mi intuición se exprese.

Jung pasó muchos años sumido en una crisis psicótica-creativa en la que finalmente encontró y entendió la fuerza de su subconsciente, las claves que dinamizaban su comportamiento, se reencontró con su ser interno. Yo llevo mucho tiempo desdoblada, fileteada, crujida, enferma; y aún a riesgo de enloquecer quiero simplificar, darle una oportunidad a la sencillez de mi ser a recomponerse, a vibrar, a sentir de nuevo.

Olor a almidón


En este autobús mientras me muevo imagino misiones insospechadas, tareas entregadas al fracaso pero aún así vuelvo campo a través. Respiro con totalidad y emprendo viajes mentales con vistas al mar. Un joven revienta la cubierta de plástico trasparente de una revista de arquitectura. Inmediatamente saltan al vacío pompas de átomos aromáticos con olor a engrudo. Nos rodeamos de objetos nuevos para recordarnos la multiplicidad de oportunidades que nos ofrece la vida.

Entras en un Starbucks y la vida te sonríe, el gráfico con el surtido de tamaños del café te sonríe, porque tú eres la jefa, tú eres la que manda durante 3.4 segundos. Los mandilitos verdes de los jóvenes mileuristas que trabajan allí te sonríen, las perfectas tazas alineadas te sonríen. Vivir en un mundo de sonrisas en serie, de reconfortarse mutuamente, de ver cómo las gotas de la lluvia lloran como yedras tras la puerta colectiva de salida al mundo mientras tú compartes oxígeno y humedades serenadas con más urbanitas dentro del confort del capitalismo.

Olor a almidón


En este autobús mientras me muevo imagino misiones insospechadas, tareas entregadas al fracaso pero aún así vuelvo campo a través. Respiro con totalidad y emprendo viajes mentales con vistas al mar. Un joven revienta la cubierta de plástico trasparente de una revista de arquitectura. Inmediatamente saltan al vacío pompas de átomos aromáticos con olor a engrudo. Nos rodeamos de objetos nuevos para recordarnos la multiplicidad de oportunidades que nos ofrece la vida.

Entras en un Starbucks y la vida te sonríe, el gráfico con el surtido de tamaños del café te sonríe, porque tú eres la jefa, tú eres la que manda durante 3.4 segundos. Los mandilitos verdes de los jóvenes mileuristas que trabajan allí te sonríen, las perfectas tazas alineadas te sonríen. Vivir en un mundo de sonrisas en serie, de reconfortarse mutuamente, de ver cómo las gotas de la lluvia lloran como yedras tras la puerta colectiva de salida al mundo mientras tú compartes oxígeno y humedades serenadas con más urbanitas dentro del confort del capitalismo.

Sábado


Hoy comienzo un día de andar por casa, de intentar aterrizar, con el cuerpo y la mente detrás de las barricadas.

Me levanto con Siglo XXI de Radio 3. Muy a menudo, entre las brisas del sueño recién comentado escucho hoy empieza todo. Esta mañana la radio apartaba las pesadillas de las largas horas nocturnas con punk islámico de una lesbiana de Los Ángeles. La última vez que estuve en Los Ángeles una pareja de policías inyectaron un fogonazo de luz hiriente de linterna de poli en mis ojos. Había discutido con mi novia, que no se consideraba lesbiana, y se me había ocurrido bajarme de su coche en una autopista. Pero eso fue hace tiempo ya.

Mi ex de Madrid me ha despertado a las nueve y media de la mañana con un mensaje de texto y ha interrumpido mis pesadillas. He bajado de la litera como un fardo pesado para pillar el móvil y al volver a la cama me he dado cuenta de que mi sueño ha sido tremendamente violento, extraño y oscuro. Pero al volverme a dormir la pesadilla ha continuado. No sé qué terribles gusarapos del subconsciente me han asediado esta noche, pero me han exprimido viva toda la franja de sueño REM y ahora estoy baldada, completamente exhausta mentalmente, con necesidad de gastar el día entero en plena recuperación. Pienso también en el mensaje de M. en respuesta al mío de ayer. Llego a la conclusión de que vamos a seguir sin vernos. Está pasando un buen plazo de tiempo, espero que cuando nos volvamos a ver no se acuerde de las últimas veces, que sea un borrón y cuenta nueva. Dice que acaba de volver de unas vacaciones, seguro que se lo ha pasado fenomenal. No sé si llamarle o no para que me lo cuente ... habrá millones de elipsis porque tendrá que sacar del mix a la tía con la que está, con lo cual a la historia le faltarán muchos bits de información.

Antes de bajar de mi litera definitivamente me debato entre llamar a mi madre o no. Sé que lo que me diga va a bajar mi ánimo de una patada a las profundidades marinas, descenderá como un cofre de un tesoro lanzado al mar desde una lancha, con perlas y broches escapándose mientras se descuelga del agua estrepitosamente. Pero no tengo más remedio que llamarla, ya es tarde y la cama, la turgencia de la almohada, el olor a sudor empañado resguardado en el edredón, el oxígeno colmado de las combustiones orgánicas exhaladas por los poros de mi piel, del cuero cabelludo y mi boca durante la noche me hacen de parapeto acomodaticio. Si me deprime mucho siempre puedo dormir quince minutos más y ahogar el agobio en la húmeda almohada como una alcohólica sumerge sus penas en la providencia. No me he bebido siquiera un vaso de agua y sé que mi cabeza va a darme vueltas si me tiene al teléfono mucho rato, pero marco su número igualmente.

Hablo con mi madre y me expone el catálogo de horrores de la semana que nos espera, las cosas que tiene que hacer, lo difícil que será todo. Hoy está peleona y enfadada, no quiere consejo pero sé que necesita que la escuche. Intento entremezclar en su magma encendido y virulento alguna sugerencia escasa que ella rechaza, ofrezco mi ayuda y termino escuchando sabiendo que al final querrá colgar, pero sabe que estoy ahí, que ya estoy despierta y puedo echar una mano. Intento imaginarme el día que le espera, me desanimo. Pero ahora que lo pienso su energía no es del todo negativa; mi madre es como un perrillo callejero que se busca la vida como puede, con listeza, con empeño, con ternura, aunque a veces es muy difícil darle un beso. Es un perro sucillo, lleno de lamparones, emprendedor, que no sabe salir de su guarida y la amaña y defiende como puede. ¿Quién soy yo para darle consejo con la cantidad de cosas que tengo que poner en marcha en mi día a día, yo que también me traiciono constantemente? Me acuerdo entonces de la conversación de ayer con mis amig@s. La importancia de la empatía, de la escucha activa, y dejar de pensar que le puedes arreglar la vida a nadie. Mi madre me sugiere con suavidad, sin forzarme ("habrá comida caliente en casa esta tarde") que me pase a comer. No voy a hacerlo, y ella lo sabe. Necesito mi tranquilidad. Ayer estuve allí toda la tarde y mi padre estaba hecho un demonio. Me dormí una siesta porque no podía soportarlo.

Me bajo de la litera con miedo a lo desconocido y veo la luz en la ventana de mi vecino. Me sonrío, hace meses que no le veo; el otro día le envié un mensaje de texto con cariñito. ¿Qué habrá sido de su vida? Subo el estor y abro la ventana. Los dos tenemos los pelos de punta, recién levantados. Él está escribiendo la tesis, la lee en un par de semanas. Me doy cuenta de cómo cada día es diferente para cada persona. Yo con mis planes para el día de hoy y él con los suyos. Me emplaza para un café más tarde y así ponernos al día. Me parece una idea excelente. Hablamos de la calefacción, él la tiene encendida cuando está en casa. Decido, tras haber pasado la mayor parte del frío de este invierno con el calentador pequeñito Tres Joyas, poner la calefacción en casa, aunque me cepillen un recibo de doscientos euros. Él dice no pagar mucho más de lo normal. Al entrar en el salón me pregunto si querrá ir a correr conmigo y deshecho la idea como impracticable.

Pongo la calefacción. Me quedo en pijama pero cambio los pantalones por los grises de andar por casa y los calcetines calentitos. La bufanda con la que duermo sigue en el mismo sitio. Tengo que comer algo pero la cocina está en un terrible estado desde que decidí hacerme la maldita tortilla el otro día y no tirar las cáscaras de huevo ni la lata de caballa a la basura. Dejé todo de por medio porque me hice algo de comer con rabia y cansancio y dejé la cocina hecha un cirio. Desde ese día he continuado acumulando platos y recipientes, es algo patológico. Estoy convencida de que la salmonella vive en esas cáscaras de huevo y tengo miedo de acercarme, pero algo me paraliza y no puedo, no puedo limpiar esta cocina. Forma parte de mis fobias hacia lo inevitable y la terrible descomposición del ser. Pero decido hacerme algo de comer porque quiero cuidarme y mezclar verdura con proteínas, y burlar la aprensión que me produce el jaleo que tengo aquí acumulado con imaginación.

Para ayudarme a no pensar descargo un programa de Radio 4, Our Times con Melvyn Bragg sobre Borges, aunque al darle al enlace hubiera jurado que era sobre Cortázar. Mientras lo estoy escuchando abro la lata de atún y lavo unas judías verdes, un par de zanahorias y un poco de pimiento. Me abro paso entre la marabunta de la cocina y cocino como si estuviera en un campo de batalla. En vez de recoger cosas las cambio de lugar y consigo preparame un revoltijo de verdura con huevo y atún. Las frecuencias de mi mente son caóticas y no puedo domesticarlas así que decido cocinar en modo rock and roll, con ruido y velocidad, sin coordinación, empujando cosas de en medio sin contemplaciones y saliendo del paso aunque los objetos me arrinconan y me falta espacio. Me siento como si estuviera en el metro en hora punta y cuando finalmente apago los fuegos y saco un plato de comida es como si lograra salir al exterior y respirar.

Voy a meterme un par de películas entre pecho y espalda y seguir el día a trancas y barrancas, sacándolo adelante como sea. Decido llamar a mi ex que me dice que está en un curso de reciclaje del trabajo y que me llamará a las seis. Miro sus fotos en la pared y me doy cuenta de lo mucho que ha hecho por mí. Sigo desorientada pero parece que aunque no he movido un dedo la casa está, no sé, más arreglada.

Sábado


Hoy comienzo un día de andar por casa, de intentar aterrizar, con el cuerpo y la mente detrás de las barricadas.

Me levanto con Siglo XXI de Radio 3. Muy a menudo, entre las brisas del sueño recién comentado escucho hoy empieza todo. Esta mañana la radio apartaba las pesadillas de las largas horas nocturnas con punk islámico de una lesbiana de Los Ángeles. La última vez que estuve en Los Ángeles una pareja de policías inyectaron un fogonazo de luz hiriente de linterna de poli en mis ojos. Había discutido con mi novia, que no se consideraba lesbiana, y se me había ocurrido bajarme de su coche en una autopista. Pero eso fue hace tiempo ya.

Mi ex de Madrid me ha despertado a las nueve y media de la mañana con un mensaje de texto y ha interrumpido mis pesadillas. He bajado de la litera como un fardo pesado para pillar el móvil y al volver a la cama me he dado cuenta de que mi sueño ha sido tremendamente violento, extraño y oscuro. Pero al volverme a dormir la pesadilla ha continuado. No sé qué terribles gusarapos del subconsciente me han asediado esta noche, pero me han exprimido viva toda la franja de sueño REM y ahora estoy baldada, completamente exhausta mentalmente, con necesidad de gastar el día entero en plena recuperación. Pienso también en el mensaje de M. en respuesta al mío de ayer. Llego a la conclusión de que vamos a seguir sin vernos. Está pasando un buen plazo de tiempo, espero que cuando nos volvamos a ver no se acuerde de las últimas veces, que sea un borrón y cuenta nueva. Dice que acaba de volver de unas vacaciones, seguro que se lo ha pasado fenomenal. No sé si llamarle o no para que me lo cuente ... habrá millones de elipsis porque tendrá que sacar del mix a la tía con la que está, con lo cual a la historia le faltarán muchos bits de información.

Antes de bajar de mi litera definitivamente me debato entre llamar a mi madre o no. Sé que lo que me diga va a bajar mi ánimo de una patada a las profundidades marinas, descenderá como un cofre de un tesoro lanzado al mar desde una lancha, con perlas y broches escapándose mientras se descuelga del agua estrepitosamente. Pero no tengo más remedio que llamarla, ya es tarde y la cama, la turgencia de la almohada, el olor a sudor empañado resguardado en el edredón, el oxígeno colmado de las combustiones orgánicas exhaladas por los poros de mi piel, del cuero cabelludo y mi boca durante la noche me hacen de parapeto acomodaticio. Si me deprime mucho siempre puedo dormir quince minutos más y ahogar el agobio en la húmeda almohada como una alcohólica sumerge sus penas en la providencia. No me he bebido siquiera un vaso de agua y sé que mi cabeza va a darme vueltas si me tiene al teléfono mucho rato, pero marco su número igualmente.

Hablo con mi madre y me expone el catálogo de horrores de la semana que nos espera, las cosas que tiene que hacer, lo difícil que será todo. Hoy está peleona y enfadada, no quiere consejo pero sé que necesita que la escuche. Intento entremezclar en su magma encendido y virulento alguna sugerencia escasa que ella rechaza, ofrezco mi ayuda y termino escuchando sabiendo que al final querrá colgar, pero sabe que estoy ahí, que ya estoy despierta y puedo echar una mano. Intento imaginarme el día que le espera, me desanimo. Pero ahora que lo pienso su energía no es del todo negativa; mi madre es como un perrillo callejero que se busca la vida como puede, con listeza, con empeño, con ternura, aunque a veces es muy difícil darle un beso. Es un perro sucillo, lleno de lamparones, emprendedor, que no sabe salir de su guarida y la amaña y defiende como puede. ¿Quién soy yo para darle consejo con la cantidad de cosas que tengo que poner en marcha en mi día a día, yo que también me traiciono constantemente? Me acuerdo entonces de la conversación de ayer con mis amig@s. La importancia de la empatía, de la escucha activa, y dejar de pensar que le puedes arreglar la vida a nadie. Mi madre me sugiere con suavidad, sin forzarme ("habrá comida caliente en casa esta tarde") que me pase a comer. No voy a hacerlo, y ella lo sabe. Necesito mi tranquilidad. Ayer estuve allí toda la tarde y mi padre estaba hecho un demonio. Me dormí una siesta porque no podía soportarlo.

Me bajo de la litera con miedo a lo desconocido y veo la luz en la ventana de mi vecino. Me sonrío, hace meses que no le veo; el otro día le envié un mensaje de texto con cariñito. ¿Qué habrá sido de su vida? Subo el estor y abro la ventana. Los dos tenemos los pelos de punta, recién levantados. Él está escribiendo la tesis, la lee en un par de semanas. Me doy cuenta de cómo cada día es diferente para cada persona. Yo con mis planes para el día de hoy y él con los suyos. Me emplaza para un café más tarde y así ponernos al día. Me parece una idea excelente. Hablamos de la calefacción, él la tiene encendida cuando está en casa. Decido, tras haber pasado la mayor parte del frío de este invierno con el calentador pequeñito Tres Joyas, poner la calefacción en casa, aunque me cepillen un recibo de doscientos euros. Él dice no pagar mucho más de lo normal. Al entrar en el salón me pregunto si querrá ir a correr conmigo y deshecho la idea como impracticable.

Pongo la calefacción. Me quedo en pijama pero cambio los pantalones por los grises de andar por casa y los calcetines calentitos. La bufanda con la que duermo sigue en el mismo sitio. Tengo que comer algo pero la cocina está en un terrible estado desde que decidí hacerme la maldita tortilla el otro día y no tirar las cáscaras de huevo ni la lata de caballa a la basura. Dejé todo de por medio porque me hice algo de comer con rabia y cansancio y dejé la cocina hecha un cirio. Desde ese día he continuado acumulando platos y recipientes, es algo patológico. Estoy convencida de que la salmonella vive en esas cáscaras de huevo y tengo miedo de acercarme, pero algo me paraliza y no puedo, no puedo limpiar esta cocina. Forma parte de mis fobias hacia lo inevitable y la terrible descomposición del ser. Pero decido hacerme algo de comer porque quiero cuidarme y mezclar verdura con proteínas, y burlar la aprensión que me produce el jaleo que tengo aquí acumulado con imaginación.

Para ayudarme a no pensar descargo un programa de Radio 4, Our Times con Melvyn Bragg sobre Borges, aunque al darle al enlace hubiera jurado que era sobre Cortázar. Mientras lo estoy escuchando abro la lata de atún y lavo unas judías verdes, un par de zanahorias y un poco de pimiento. Me abro paso entre la marabunta de la cocina y cocino como si estuviera en un campo de batalla. En vez de recoger cosas las cambio de lugar y consigo preparame un revoltijo de verdura con huevo y atún. Las frecuencias de mi mente son caóticas y no puedo domesticarlas así que decido cocinar en modo rock and roll, con ruido y velocidad, sin coordinación, empujando cosas de en medio sin contemplaciones y saliendo del paso aunque los objetos me arrinconan y me falta espacio. Me siento como si estuviera en el metro en hora punta y cuando finalmente apago los fuegos y saco un plato de comida es como si lograra salir al exterior y respirar.

Voy a meterme un par de películas entre pecho y espalda y seguir el día a trancas y barrancas, sacándolo adelante como sea. Decido llamar a mi ex que me dice que está en un curso de reciclaje del trabajo y que me llamará a las seis. Miro sus fotos en la pared y me doy cuenta de lo mucho que ha hecho por mí. Sigo desorientada pero parece que aunque no he movido un dedo la casa está, no sé, más arreglada.

quinta-feira, 29 de janeiro de 2009

Ser su puta

La belleza es un rosal cuyos espinos te tatúan el brazo como una cobra enajenada para inyectarte el ansia de poseerla para siempre. Tras ese momento toda tú te entregas descarrilada a una carrera desenfrenada por la autopista de deseo que sólo ectasias tras tu propia muerte. Su veneno destilado y vibrante circula hasta inundar el caudal absoluto de tu circulación sanguínea, se apodera de las cartografías corporales de tus venas cavas para convertirte irremediablemente, con un efecto inmediato de virus de contacto, en su yonki, en su puta.

El mundo no tiene sentido si no te entregas en carne y hueso a la maldita locura de la creación, a la búsqueda de la belleza que emana de tu propia mente, aunque al encontrarlas ellas desprecien sin piedad tus titubeos y tus excusas vanas

Si no persigues como a jaurías de galgos ciegos las intenciones escondidas tras las yemas de tus dedos, las que potencian tus contradicciones más brutales, tus intuiciones rotas.

Si no destilas tus brillantes ideas y éxtasis creativo y etílico en tus alambiques internos a pesar de haber recibido la condena de la locura eterna, del aqua vitae malherida por los truenos de las tormentas de ideas.

Si no atrapas los murciélagos dorados que escapan de tu inconsciente robándole tu imaginación en bruto, confusa, recién despierta. Te traicionan y te empañan el alma de angustia levantando las lombrices de plata que te surgen con ideas genuinas de tu cabeza y deshilvanándolas de entre el tejido neurotransmisor de tu cerebro mediante crueles trepanaciones.

Si no mendigas las virutas del láser hiriente y cegador de la creatividad.

Si no dedicas cada segundo de tu existencia a pisotear y despiezar tu mediocridad.

Si evitas con todas tus fuerzas malograr con tu indolencia, molicie y estupidez ese destino que te ha deparado tu nacimiento: el de una vida en constante vértigo con el éxtasis, en constante miedo, en constantes despegues y vuelos a velocidades infinitas, y constantes caídas teledirigidas contra tu propio cráter, malgastando cada célula de tu cuerpo en el choque contra el vacío, contra la nada, intentando amortiguar una muerte cierta. Más dura será la caída, te dices a ti misma cada vez que alcanzas el cénit (pero no te escuchas).

Cuando notas el dardo opiáceo de la creatividad recomponiendo las cenizas de tu ADN cerebral con una fuerza, una atracción preternaturales, y el ensordecedor y cruel rugido de los asesinatos de su naturaleza salvaje, lo único que quieres eyacular desde el momento en que notas su sabor metálico en tu lengua es su simiente, sus bastardos.

Tus lágrimas están plagadas de sus toxinas y alimañas, tus labios apenas pueden contener en sus pliegues la carga erótica de las noches que pasaste embriagada entregándote a ella y a sus poderosos besos ardientes. Tus sábanas sangran el sudor de las interminables madrugadas en vela que las empaparon con sus huestes de ideas siamesas encadenadas en trenzas de margaritas incendiadas por su fuego.

No te quieres dar cuenta, pero esta zorra te está desangrando. Te paseas por el mundo, por la calle como un alma en pena, con un rostro céreo, lívido, en constante búsqueda, porque vives por ella, para ella; y sin ella se apoderan de ti las náuseas, enfermas, buscas tu propia perdición, todo por un gramo de vítrea inspiración, una dosis diaria de creativa lucidez, tu raya de combustible glial. Sin ella eres una mierda. Con ella sobrevives un día más.

Ser su puta

La belleza es un rosal cuyos espinos te tatúan el brazo como una cobra enajenada para inyectarte el ansia de poseerla para siempre. Tras ese momento toda tú te entregas descarrilada a una carrera desenfrenada por la autopista de deseo que sólo ectasias tras tu propia muerte. Su veneno destilado y vibrante circula hasta inundar el caudal absoluto de tu circulación sanguínea, se apodera de las cartografías corporales de tus venas cavas para convertirte irremediablemente, con un efecto inmediato de virus de contacto, en su yonki, en su puta.

El mundo no tiene sentido si no te entregas en carne y hueso a la maldita locura de la creación, a la búsqueda de la belleza que emana de tu propia mente, aunque al encontrarlas ellas desprecien sin piedad tus titubeos y tus excusas vanas

Si no persigues como a jaurías de galgos ciegos las intenciones escondidas tras las yemas de tus dedos, las que potencian tus contradicciones más brutales, tus intuiciones rotas.

Si no destilas tus brillantes ideas y éxtasis creativo y etílico en tus alambiques internos a pesar de haber recibido la condena de la locura eterna, del aqua vitae malherida por los truenos de las tormentas de ideas.

Si no atrapas los murciélagos dorados que escapan de tu inconsciente robándole tu imaginación en bruto, confusa, recién despierta. Te traicionan y te empañan el alma de angustia levantando las lombrices de plata que te surgen con ideas genuinas de tu cabeza y deshilvanándolas de entre el tejido neurotransmisor de tu cerebro mediante crueles trepanaciones.

Si no mendigas las virutas del láser hiriente y cegador de la creatividad.

Si no dedicas cada segundo de tu existencia a pisotear y despiezar tu mediocridad.

Si evitas con todas tus fuerzas malograr con tu indolencia, molicie y estupidez ese destino que te ha deparado tu nacimiento: el de una vida en constante vértigo con el éxtasis, en constante miedo, en constantes despegues y vuelos a velocidades infinitas, y constantes caídas teledirigidas contra tu propio cráter, malgastando cada célula de tu cuerpo en el choque contra el vacío, contra la nada, intentando amortiguar una muerte cierta. Más dura será la caída, te dices a ti misma cada vez que alcanzas el cénit (pero no te escuchas).

Cuando notas el dardo opiáceo de la creatividad recomponiendo las cenizas de tu ADN cerebral con una fuerza, una atracción preternaturales, y el ensordecedor y cruel rugido de los asesinatos de su naturaleza salvaje, lo único que quieres eyacular desde el momento en que notas su sabor metálico en tu lengua es su simiente, sus bastardos.

Tus lágrimas están plagadas de sus toxinas y alimañas, tus labios apenas pueden contener en sus pliegues la carga erótica de las noches que pasaste embriagada entregándote a ella y a sus poderosos besos ardientes. Tus sábanas sangran el sudor de las interminables madrugadas en vela que las empaparon con sus huestes de ideas siamesas encadenadas en trenzas de margaritas incendiadas por su fuego.

No te quieres dar cuenta, pero esta zorra te está desangrando. Te paseas por el mundo, por la calle como un alma en pena, con un rostro céreo, lívido, en constante búsqueda, porque vives por ella, para ella; y sin ella se apoderan de ti las náuseas, enfermas, buscas tu propia perdición, todo por un gramo de vítrea inspiración, una dosis diaria de creativa lucidez, tu raya de combustible glial. Sin ella eres una mierda. Con ella sobrevives un día más.

quarta-feira, 28 de janeiro de 2009

Siento preludios falsos


Me desdibujo trazos ciegos, presunciones de inocencia, vidas estrenadas y corazones de cuarzo de roca. Inicio procesos para encontrarle salidas al desencuentro entre el ser y el hacer, entre el esencial inmanente y la trepidación suprema del bregar diario. Tormentas de ideas yacen estrelladas y ondean entre el desencaminar diario.

Principios de asedios cotidianos y contingencias breves me arrollan. Normalizaciones que renuevan el ser en episodios breves, claros y lúcidos de calidez verbal con los que me asigno tareas. Siento fluir cientos de corrientes alternas en vasos comunicantes que anuncian mensajes de amor-odio en direcciones opuestas. Iones de yodo en mi cerebelo tramitan las eventualidades del día en partes de trabajo minuciosos para mis propios recuentos.

Siento ensanchar mis espaldas en una complicada maniobra de máquina de volar renacentista. Los pliegues de pergamino de mis párpados accionan el resorte de las galerías de luces. Siento desvaríos lúcidos en tímidas ráfagas de inoportunos valses. Y presiento espontáneos naufragios y calmachicas puras de mis maltrechas certezas. Tienen nombre de presencia y mecanismos entre sus pausas entrelazadas.

Siento
que entrampada en dos pasos en falso me acogeré al beneficio de la duda de las presunciones indelebles, los perfiles ensartados, los precintos enraizados, las plenitudes recurrentes, las racionalidades asintomáticas. Entre medias de las liberaciones asíntotas se remueven las precursiones en medios afines, las razones críticas y las latencias soterradas. Entre medias de los limbos flanqueantes del pensamiento se resguardan los bosquejos de tus precariedades, del frágil encompasar la mente tuya, sus retos y tesones, sus urgencias neurológicas.

Rodeas los meandros con tus reflexiones, los precursores del deseo y las delicias sonorizadas del aire insuflado con obviedades presuntuosas pero necesarias. Pruebas a perderte en la intermitencia constante entre los saltos de agua y los bordes aéreos. Te recompones en los bordes inciertos de las meditaciones sucesivas y los esencialismos leves que te atrincheran en territorios íntimos ya bien conocidos por ti. Las sensaciones mixtas que te envuelven son presa de las prestidigitaciones diarias en el cuerpo a cuerpo de ese día a día. Te trenzas, te aprisionas, te reconsideras, no prometes lo que no presientes, no anticipas aquello que nunca ha conseguido herirte.

Sientes silbidos de oboe seco en tus oídos, principios inaudibles, recodos múltiples y recorridos sumos y preternaturales. La cordialidad con la que se mecen las precisiones de los límites infranqueables de la realidad está prefijada dentro de un umbral de incentivos directos imantados. Hay cientos de pretextos vinculados a las esquinas triviales y minúsculas de la súbita entrega de sílabas y reproches. Leviatanes sin género poblados de amenazantes menudencias rugen y te atemorizan.

Entre timbres y fueros mendiga el alma secretos ajenos, los que retiemblan al son de las dunas acuaciclópeas, los que no prefieren esconderse porque la luz del alba no les azula, los que se achican al mostrarse entre espejos deformes. Cien inéditas atracciones que recrean ideas idénticas, amores esquivos, altas presiones isobáricas y bajas pasiones humanas.

Los recorridos de la vida son circulares y a veces cambian cuando te das cuenta de que lo que buscas tal vez sea lo que has dejado atrás. Donde quedan ciertas improbables ilusiones, las claves de tus nuevas estrategias. Es una vuelta atrás sin red, sin alivios, sin soluciones de discontinuidad ni aditivos de marca blanca. Es tu propia quimera, tu reflexión entérica, tu fe sin resquemores ni planes de rescate.

Revelas los designios demiúrgicos de tus intuiciones más comprometidas al filo atropellado de tu ADN sintetizado. Recuperas las transiciones arrebatadas al pasado y renuevas las explicaciones rotas de las promesas incumplidas que te hiciste a ti misma. Hoy empieza todo.

Siento preludios falsos


Me desdibujo trazos ciegos, presunciones de inocencia, vidas estrenadas y corazones de cuarzo de roca. Inicio procesos para encontrarle salidas al desencuentro entre el ser y el hacer, entre el esencial inmanente y la trepidación suprema del bregar diario. Tormentas de ideas yacen estrelladas y ondean entre el desencaminar diario.

Principios de asedios cotidianos y contingencias breves me arrollan. Normalizaciones que renuevan el ser en episodios breves, claros y lúcidos de calidez verbal con los que me asigno tareas. Siento fluir cientos de corrientes alternas en vasos comunicantes que anuncian mensajes de amor-odio en direcciones opuestas. Iones de yodo en mi cerebelo tramitan las eventualidades del día en partes de trabajo minuciosos para mis propios recuentos.

Siento ensanchar mis espaldas en una complicada maniobra de máquina de volar renacentista. Los pliegues de pergamino de mis párpados accionan el resorte de las galerías de luces. Siento desvaríos lúcidos en tímidas ráfagas de inoportunos valses. Y presiento espontáneos naufragios y calmachicas puras de mis maltrechas certezas. Tienen nombre de presencia y mecanismos entre sus pausas entrelazadas.

Siento
que entrampada en dos pasos en falso me acogeré al beneficio de la duda de las presunciones indelebles, los perfiles ensartados, los precintos enraizados, las plenitudes recurrentes, las racionalidades asintomáticas. Entre medias de las liberaciones asíntotas se remueven las precursiones en medios afines, las razones críticas y las latencias soterradas. Entre medias de los limbos flanqueantes del pensamiento se resguardan los bosquejos de tus precariedades, del frágil encompasar la mente tuya, sus retos y tesones, sus urgencias neurológicas.

Rodeas los meandros con tus reflexiones, los precursores del deseo y las delicias sonorizadas del aire insuflado con obviedades presuntuosas pero necesarias. Pruebas a perderte en la intermitencia constante entre los saltos de agua y los bordes aéreos. Te recompones en los bordes inciertos de las meditaciones sucesivas y los esencialismos leves que te atrincheran en territorios íntimos ya bien conocidos por ti. Las sensaciones mixtas que te envuelven son presa de las prestidigitaciones diarias en el cuerpo a cuerpo de ese día a día. Te trenzas, te aprisionas, te reconsideras, no prometes lo que no presientes, no anticipas aquello que nunca ha conseguido herirte.

Sientes silbidos de oboe seco en tus oídos, principios inaudibles, recodos múltiples y recorridos sumos y preternaturales. La cordialidad con la que se mecen las precisiones de los límites infranqueables de la realidad está prefijada dentro de un umbral de incentivos directos imantados. Hay cientos de pretextos vinculados a las esquinas triviales y minúsculas de la súbita entrega de sílabas y reproches. Leviatanes sin género poblados de amenazantes menudencias rugen y te atemorizan.

Entre timbres y fueros mendiga el alma secretos ajenos, los que retiemblan al son de las dunas acuaciclópeas, los que no prefieren esconderse porque la luz del alba no les azula, los que se achican al mostrarse entre espejos deformes. Cien inéditas atracciones que recrean ideas idénticas, amores esquivos, altas presiones isobáricas y bajas pasiones humanas.

Los recorridos de la vida son circulares y a veces cambian cuando te das cuenta de que lo que buscas tal vez sea lo que has dejado atrás. Donde quedan ciertas improbables ilusiones, las claves de tus nuevas estrategias. Es una vuelta atrás sin red, sin alivios, sin soluciones de discontinuidad ni aditivos de marca blanca. Es tu propia quimera, tu reflexión entérica, tu fe sin resquemores ni planes de rescate.

Revelas los designios demiúrgicos de tus intuiciones más comprometidas al filo atropellado de tu ADN sintetizado. Recuperas las transiciones arrebatadas al pasado y renuevas las explicaciones rotas de las promesas incumplidas que te hiciste a ti misma. Hoy empieza todo.

terça-feira, 27 de janeiro de 2009

Interlocutores válidos


Ayer saqué la libreta en el metro cuando los trenes iban retrasados. Cuando decidí contra toda lógica multiplicar exponencialmente la duración de mi trayecto añadiéndole un trasbordo a mi viaje sólo para evitar verle la cara al McDonalds de Gran Vía, a la esquina de la calle Montera y a las escaleras mecánicas perennes de la línea azul que parece que te van a tragar en su ignominia facinerosa.

Estaba intentando bajarme del juego de el día tiene 24 horas, sigámosle la pista. No quería encontrarle llaves a los callejones sin salida ni vehículos de fuga a las jugadas de persecuciones en esa película de Tron en la que me había encontrado todo el día. Para empezar me hubiera gustado neutralizar todas las sensaciones físicas que me afligían, descargar la montura (mi mochila) y garabatear el suelo con mis zapatillas durante un rato sin sentir la gravedad.

De repente me di cuenta de que en efecto era lunes, y seguía siendo lunes. Fue muy extraño. Había reflexionado tanto durante el día sobre eso que de repente el efecto lunes ya parecía sublimado. Había estado jugando al ratón y al gato con mis pensamientos: cuando estaba enfrascada en temas de trabajo quería pensar en otra cosa, escribir, trastear, y al intentar escribir me asaltaban las menudencias de mis obligaciones laborales.

"Es como si hubiera perdido mi hilo interior, como si el diálogo estuviera extinto. He salido tarde, tardísimo del trabajo. Parece que cuando sales tarde ya no tienes que enfrentarte a la tarea de evaluar la vida durante el resto del día con ideas fratricidas que cargan contra tu propio tejado. Esa supuesta sensación de satisfacción que otorga el deber cumplido te mece en su regazo, y el mundo, cansado de estar todo el día compitiendo con la grandeza del sol, te trata con benevolencia."

No estaba segura de ir a pasar a limpio las notas de mis viajes en metro. Probablemente iba a optar por no hacerlo. Porque necesitaba descargar mi subconsciente como la fruta recogida en un capacho de paja con total libertad.

"Estoy parada en el andén escribiendo. Me pasa la gente por delante y por detrás. Para mí todo el mundo es desconocido, pero para sí mismas todas estas personas, incluidos los bebés, son viejas conocidas. Han convivido consigo durante el día de hoy y están fundidas en su propia piel, esa piel que ha sido testigo de cientos de intercambios osmóticos con la intemperie. Han cubierto y recubierto su cuerpo con bufandas y chaquetas, como yo. Se han masajeado a sí mismas el tendón de la clavícula, han sufrido indigestiones estomacales con resignación, han flexionado los párpados para vencer al sueño. El día se ha llenado de sucesos, palabras, frases, planes que han rondado sus mentes y han parapetado sus acciones, aunque yo lo ignore todo sobre ellas."

Al final, a falta de interlocutores válidos, he vuelto a volcar el contenido de mi Moleskine sobre mis dedos, estrellándolo en los protones luminosos que se extinguen con muerte súbita frente a mi iris para poder avanzar yo el cursor por la pantalla y mis pensamientos en estas líneas rectas.

Interlocutores válidos


Ayer saqué la libreta en el metro cuando los trenes iban retrasados. Cuando decidí contra toda lógica multiplicar exponencialmente la duración de mi trayecto añadiéndole un trasbordo a mi viaje sólo para evitar verle la cara al McDonalds de Gran Vía, a la esquina de la calle Montera y a las escaleras mecánicas perennes de la línea azul que parece que te van a tragar en su ignominia facinerosa.

Estaba intentando bajarme del juego de el día tiene 24 horas, sigámosle la pista. No quería encontrarle llaves a los callejones sin salida ni vehículos de fuga a las jugadas de persecuciones en esa película de Tron en la que me había encontrado todo el día. Para empezar me hubiera gustado neutralizar todas las sensaciones físicas que me afligían, descargar la montura (mi mochila) y garabatear el suelo con mis zapatillas durante un rato sin sentir la gravedad.

De repente me di cuenta de que en efecto era lunes, y seguía siendo lunes. Fue muy extraño. Había reflexionado tanto durante el día sobre eso que de repente el efecto lunes ya parecía sublimado. Había estado jugando al ratón y al gato con mis pensamientos: cuando estaba enfrascada en temas de trabajo quería pensar en otra cosa, escribir, trastear, y al intentar escribir me asaltaban las menudencias de mis obligaciones laborales.

"Es como si hubiera perdido mi hilo interior, como si el diálogo estuviera extinto. He salido tarde, tardísimo del trabajo. Parece que cuando sales tarde ya no tienes que enfrentarte a la tarea de evaluar la vida durante el resto del día con ideas fratricidas que cargan contra tu propio tejado. Esa supuesta sensación de satisfacción que otorga el deber cumplido te mece en su regazo, y el mundo, cansado de estar todo el día compitiendo con la grandeza del sol, te trata con benevolencia."

No estaba segura de ir a pasar a limpio las notas de mis viajes en metro. Probablemente iba a optar por no hacerlo. Porque necesitaba descargar mi subconsciente como la fruta recogida en un capacho de paja con total libertad.

"Estoy parada en el andén escribiendo. Me pasa la gente por delante y por detrás. Para mí todo el mundo es desconocido, pero para sí mismas todas estas personas, incluidos los bebés, son viejas conocidas. Han convivido consigo durante el día de hoy y están fundidas en su propia piel, esa piel que ha sido testigo de cientos de intercambios osmóticos con la intemperie. Han cubierto y recubierto su cuerpo con bufandas y chaquetas, como yo. Se han masajeado a sí mismas el tendón de la clavícula, han sufrido indigestiones estomacales con resignación, han flexionado los párpados para vencer al sueño. El día se ha llenado de sucesos, palabras, frases, planes que han rondado sus mentes y han parapetado sus acciones, aunque yo lo ignore todo sobre ellas."

Al final, a falta de interlocutores válidos, he vuelto a volcar el contenido de mi Moleskine sobre mis dedos, estrellándolo en los protones luminosos que se extinguen con muerte súbita frente a mi iris para poder avanzar yo el cursor por la pantalla y mis pensamientos en estas líneas rectas.

SMS con rumbo equivocado

"Juan, le envié un msj anoche a Mª Jose a las 12 y pico y no me ha contestado. Estoy agobiándome. :-("

¡Coño!, y mientras termina de pulsar el OK se da cuenta de que se lo está enviando a Mª José. Virgencita, si de verdad hay mensajes que no llegan, que éste tome un rumbo equivocado.

Mientras se debate entre cortarse la cabeza o meterla bajo la mesa, le lanza otro mensaje, a los 2 segundos. "jaja Mª José, que el msj no era para ti. jajaj"
Es consciente de que podría esperar cualquier respuesta, y cualquiera sería válida.

Pi-pí, pi-pi. A los pocos minutos la pantallita de su móvil muestra la réplica que más deseaba. No podía creer lo que leía.
"Pues no te agobies. Últimamente paso mazo del tfno y ni sé dónde lo dejo. No pases frío. Un besín".

segunda-feira, 26 de janeiro de 2009

Alquimia


Llevo un rato, aproximadamente el día entero, intentando concentrarme, pero no puedo. Me gustaría hacerlo para aislar mi refulgencia, mi magia, mi esencia destilada más arrebatadora. Me gustaría ser alquimista para dar con esa mecha, esa irrefrenable empresa que labraría surcos de cebada dorada mecida por el viento en mi cabello.

Últimamente muchas personas se preguntan cómo puedo escribir diariamente. Y yo me pregunto si tan difícil es el recorrer tu mente en busca de aquellos retazos, aquellos flecos deshilachados de la alfombra mágica. Es como si la vida ya nos sacara diariamente todos los pensamientos necesarios y prácticos para el día a día, y por tanto no quedara más que decir gravitando en el ambiente. El mundo es tan preciso, tan reduccionista que los pensamientos occipitales de nuestros puntos ciegos ya casi no tienen cabida, ya no encuentran por dónde aventurarse e ilustrar nuevas jugadas en ludopatías vitales a estrenar.

Cuando me preguntan por la mañana en la oficina que qué tal estoy me gustaría responder tantas cosas ... pero no hay tiempo ni espacio siquiera para empezar. Si pudiera hacer algún amago, cosa que se me pasa a veces por la imaginación, probablemente se me terminarían agolpando las palabras para formar bolas de peludas incoherencias.

No sé. Me resisto a pensar que no me puedo contar nada. Sobre todo hoy, en este lunes luciérnago que parece no haber hecho nada más que empezar cuando te das cuenta de que ya has perdido el último ferry, el que te llevaría hacia dónde habías decidido esfumarte, trastear con tus propias certezas, darle una oportunidad a la ilusión, romper el punto de consistencia del témpano de hielo del hastío, ahí, justo ahí donde parece tener la veta impresionista.

Estoy en la oficina y es tarde. Hoy no me he organizado bien el tiempo porque no estaba resultando nada fácil. Ahora mismo estoy escribiendo como si realmente tuviera que pensar en lo que está sucediendo, en lo que estoy tecleando, y no quiero, no quiero sentirme rehén de mi propia temeridad.

Alquimia


Llevo un rato, aproximadamente el día entero, intentando concentrarme, pero no puedo. Me gustaría hacerlo para aislar mi refulgencia, mi magia, mi esencia destilada más arrebatadora. Me gustaría ser alquimista para dar con esa mecha, esa irrefrenable empresa que labraría surcos de cebada dorada mecida por el viento en mi cabello.

Últimamente muchas personas se preguntan cómo puedo escribir diariamente. Y yo me pregunto si tan difícil es el recorrer tu mente en busca de aquellos retazos, aquellos flecos deshilachados de la alfombra mágica. Es como si la vida ya nos sacara diariamente todos los pensamientos necesarios y prácticos para el día a día, y por tanto no quedara más que decir gravitando en el ambiente. El mundo es tan preciso, tan reduccionista que los pensamientos occipitales de nuestros puntos ciegos ya casi no tienen cabida, ya no encuentran por dónde aventurarse e ilustrar nuevas jugadas en ludopatías vitales a estrenar.

Cuando me preguntan por la mañana en la oficina que qué tal estoy me gustaría responder tantas cosas ... pero no hay tiempo ni espacio siquiera para empezar. Si pudiera hacer algún amago, cosa que se me pasa a veces por la imaginación, probablemente se me terminarían agolpando las palabras para formar bolas de peludas incoherencias.

No sé. Me resisto a pensar que no me puedo contar nada. Sobre todo hoy, en este lunes luciérnago que parece no haber hecho nada más que empezar cuando te das cuenta de que ya has perdido el último ferry, el que te llevaría hacia dónde habías decidido esfumarte, trastear con tus propias certezas, darle una oportunidad a la ilusión, romper el punto de consistencia del témpano de hielo del hastío, ahí, justo ahí donde parece tener la veta impresionista.

Estoy en la oficina y es tarde. Hoy no me he organizado bien el tiempo porque no estaba resultando nada fácil. Ahora mismo estoy escribiendo como si realmente tuviera que pensar en lo que está sucediendo, en lo que estoy tecleando, y no quiero, no quiero sentirme rehén de mi propia temeridad.

En bandeja de plata


Esta semana estoy intentando abarcar mis estados interiores, ver por dónde bucean, qué se esconde bajo la gasa cuarteada de mis profundidades marinas . Mis sueños nocturnos son profundos, cien mil leguas de viaje submarino e intertextual, y cada cierto número de horas me expulsan brutalmente al espacio exterior como si me faltara aire y tuviera que subir a coger oxígeno. Me despierto a sabiendas de que no recordaré nada. Al soñar me dedico a explorar mis deseos más escondidos, más vitales, pero mi subconsciente no me otorga el privilegio de la escucha. Es una lástima; lo haría todo mucho más sencillo.

En general, a mí no me sirve de mucho el darle cien mil vueltas a las cosas. Las ideas me surgen de forma tangencial, cuando no me obsesiono con ellas, cuando me dedico a asentarme en territorios comunes, cuando me las injerta la literatura o la adrenalina de la acción. Así que supongo que es una tarea vana el querer encontrar ahora las claves de la semana en bandeja de plata.

En bandeja de plata


Esta semana estoy intentando abarcar mis estados interiores, ver por dónde bucean, qué se esconde bajo la gasa cuarteada de mis profundidades marinas . Mis sueños nocturnos son profundos, cien mil leguas de viaje submarino e intertextual, y cada cierto número de horas me expulsan brutalmente al espacio exterior como si me faltara aire y tuviera que subir a coger oxígeno. Me despierto a sabiendas de que no recordaré nada. Al soñar me dedico a explorar mis deseos más escondidos, más vitales, pero mi subconsciente no me otorga el privilegio de la escucha. Es una lástima; lo haría todo mucho más sencillo.

En general, a mí no me sirve de mucho el darle cien mil vueltas a las cosas. Las ideas me surgen de forma tangencial, cuando no me obsesiono con ellas, cuando me dedico a asentarme en territorios comunes, cuando me las injerta la literatura o la adrenalina de la acción. Así que supongo que es una tarea vana el querer encontrar ahora las claves de la semana en bandeja de plata.

domingo, 25 de janeiro de 2009

Epifanías


Siento tinta china encima de los párpados y una extraña sensación de resaca, como de no reconocerme y querer renovar sesiones enteras de memoria. A partir de ahora mismo me estoy proponiendo ser más presente y consecuente en algunos aspectos. Consecuente ... para conseguir. Me gustaría proponerme pequeñas tareas y terminarlas en pequeñas unidades de tiempo para así sentarme a contemplar las sensaciones que recorren mi cuerpo tras cada una de las finalizaciones.

Necesito más fortaleza física, más fuerza bruta, más inercia activa, más consignas y pautas que mi cuerpo siga sin que mi reflexión intente entremezclarse. En estos momentos siempre espero a que mi cuerpo siga a mi mente, pero me gustaría que fuera al revés. Me gustaría tener una naturaleza virgen imposible de batir, de arrinconar, de subyugar. Una naturaleza que me levantara y me llevara en andas sin tener que utilizar la fuerza de voluntad. Me gustaría tener tanta energía dentro que me obligara a deshacerme de parte de su caudal con el movimiento, con la carcajada, con el resplandor.

Si pudiera pedir un deseo sería el de un pulmón de acero con un fuelle inalterable, para no perder nunca el aliento, para ir detrás de un plan, una idea, y no desfallecer al sentarme a pensarla. Tal vez si no fuese consciente de lo que pienso ... si todo rodase en paralelo, acción y pensamiento, como dos corredores que intentasen acercarse el uno a la otra, corriendo constantemente en la misma dirección, observándose mutuamente, con respeto, con cierto arrobamiento, con deseo, pendiente la una del otro, siempre adelante, velozmente, poseídos por una prisa eterna, con los ojos rasgados de Mercurio y sus zapatillas aladas.

Hay momentos en los que me miro al espejo y rescato de ese rápido vistazo un rasgo muy mío en la mirada, en la expresión, en el giro. Y me quedo pensativa observándolo, siendo consciente de quién habita mi cuerpo, de quién es ella. A veces me sucede al observar mi letra, o al ver una camiseta mía encima de una silla, o la forma en la que alineo las zapatillas al lado de la puerta.

Hay una parte de ella que continúa siendo un gran misterio. Que me gustaría comprender para dejar de sonsacarle motivos, respuestas, justificaciones. Me gustaría que me diera más oportunidades, más opciones. Me gustaría que me dedicara tiempo y algo más de atención. Que me acompañara. Que me dijera unas cuantas verdades sin herirme. Que arreglara este lugar.

Me gustaría escribirle una carta:

Quieres hacer el favor de ayudarme. Sólo tú puedes meterte en mi cabeza y ahondar lo suficiente para hacerme ver las cosas con claridad. Ya sé que no eres una persona muy tierna, es más, siempre has sido muy dura conmigo. Ya no sé lo que piensas de mí; me gustaría que te sentaras aquí conmigo y habláramos juntas. Sólo puedo continuar adelante con tu ayuda. Crees que lo puedo hacer todo sola porque así lo he elegido, pero no es cierto: no he elegido nada. Necesito que renueves lo que piensas de mí y para poder trabajar juntas y conseguir resultados, para llevar adelante tus planes y los míos. Sólo necesitas un poco más de fe en mí y un compromiso por mi parte.

A veces te veo y creo que eres un ser libre, salvaje, evasivo. No sé muy bien lo que quieres de mí. Te estás aislando y yo quiero evitarlo. Eres una persona con una fuerza y un coraje impresionantes y daría lo que fuera para que me contagiaras parte de tu energía, de tu talento, de tus ganas de vivir, de sentir, de hacer. Te veo todos los días y te observo desde lejos, tú lo sabes. Me miras con cierta desconfianza, como si no supieras muy bien lo que me traigo entre manos. Ya sé que no tienes que dar explicaciones a nadie y mucho menos a mí; no te las pido, pero ven, acércate y charlemos un rato. Tengo muchas cosas que preguntarte.

Quiero escuchar tu risa acariciando mis oídos, observar cómo el sudor se evapora en tu piel cuando vuelvas a emprender un proyecto, cuando entres y salgas, subas y bajes, y decidas renovar este espacio, que es todo lo que tenemos. Si quisieras volver a mudarte aquí conmigo no te arrepentirías. Estaríamos solas pero juntas y podríamos volver a empezar otra vez. Yo también tengo muchas cosas que contarte.

Epifanías


Siento tinta china encima de los párpados y una extraña sensación de resaca, como de no reconocerme y querer renovar sesiones enteras de memoria. A partir de ahora mismo me estoy proponiendo ser más presente y consecuente en algunos aspectos. Consecuente ... para conseguir. Me gustaría proponerme pequeñas tareas y terminarlas en pequeñas unidades de tiempo para así sentarme a contemplar las sensaciones que recorren mi cuerpo tras cada una de las finalizaciones.

Necesito más fortaleza física, más fuerza bruta, más inercia activa, más consignas y pautas que mi cuerpo siga sin que mi reflexión intente entremezclarse. En estos momentos siempre espero a que mi cuerpo siga a mi mente, pero me gustaría que fuera al revés. Me gustaría tener una naturaleza virgen imposible de batir, de arrinconar, de subyugar. Una naturaleza que me levantara y me llevara en andas sin tener que utilizar la fuerza de voluntad. Me gustaría tener tanta energía dentro que me obligara a deshacerme de parte de su caudal con el movimiento, con la carcajada, con el resplandor.

Si pudiera pedir un deseo sería el de un pulmón de acero con un fuelle inalterable, para no perder nunca el aliento, para ir detrás de un plan, una idea, y no desfallecer al sentarme a pensarla. Tal vez si no fuese consciente de lo que pienso ... si todo rodase en paralelo, acción y pensamiento, como dos corredores que intentasen acercarse el uno a la otra, corriendo constantemente en la misma dirección, observándose mutuamente, con respeto, con cierto arrobamiento, con deseo, pendiente la una del otro, siempre adelante, velozmente, poseídos por una prisa eterna, con los ojos rasgados de Mercurio y sus zapatillas aladas.

Hay momentos en los que me miro al espejo y rescato de ese rápido vistazo un rasgo muy mío en la mirada, en la expresión, en el giro. Y me quedo pensativa observándolo, siendo consciente de quién habita mi cuerpo, de quién es ella. A veces me sucede al observar mi letra, o al ver una camiseta mía encima de una silla, o la forma en la que alineo las zapatillas al lado de la puerta.

Hay una parte de ella que continúa siendo un gran misterio. Que me gustaría comprender para dejar de sonsacarle motivos, respuestas, justificaciones. Me gustaría que me diera más oportunidades, más opciones. Me gustaría que me dedicara tiempo y algo más de atención. Que me acompañara. Que me dijera unas cuantas verdades sin herirme. Que arreglara este lugar.

Me gustaría escribirle una carta:

Quieres hacer el favor de ayudarme. Sólo tú puedes meterte en mi cabeza y ahondar lo suficiente para hacerme ver las cosas con claridad. Ya sé que no eres una persona muy tierna, es más, siempre has sido muy dura conmigo. Ya no sé lo que piensas de mí; me gustaría que te sentaras aquí conmigo y habláramos juntas. Sólo puedo continuar adelante con tu ayuda. Crees que lo puedo hacer todo sola porque así lo he elegido, pero no es cierto: no he elegido nada. Necesito que renueves lo que piensas de mí y para poder trabajar juntas y conseguir resultados, para llevar adelante tus planes y los míos. Sólo necesitas un poco más de fe en mí y un compromiso por mi parte.

A veces te veo y creo que eres un ser libre, salvaje, evasivo. No sé muy bien lo que quieres de mí. Te estás aislando y yo quiero evitarlo. Eres una persona con una fuerza y un coraje impresionantes y daría lo que fuera para que me contagiaras parte de tu energía, de tu talento, de tus ganas de vivir, de sentir, de hacer. Te veo todos los días y te observo desde lejos, tú lo sabes. Me miras con cierta desconfianza, como si no supieras muy bien lo que me traigo entre manos. Ya sé que no tienes que dar explicaciones a nadie y mucho menos a mí; no te las pido, pero ven, acércate y charlemos un rato. Tengo muchas cosas que preguntarte.

Quiero escuchar tu risa acariciando mis oídos, observar cómo el sudor se evapora en tu piel cuando vuelvas a emprender un proyecto, cuando entres y salgas, subas y bajes, y decidas renovar este espacio, que es todo lo que tenemos. Si quisieras volver a mudarte aquí conmigo no te arrepentirías. Estaríamos solas pero juntas y podríamos volver a empezar otra vez. Yo también tengo muchas cosas que contarte.

Propósito de enmienda

No controlas la situación. Y mira que te gustaría. ¿Qué cojones se le pasará por la cabeza? ¿Cómo interpretas sus palabras? ¿Quiere decir lo que yo querría decir cuando utilizo esas mismas palabras o depende?

No pasa nada, hombre, pero que te quede bien clarito, Dora, puedes pensar como te dé la gana y expresarte como quieras, pero no hay un pensamiento universal. Se quejan de libertad de expresión pero no la utilizan. No son claros ni claras. Con lo que me gusta sentarme a hablar para explicar y mostrar mi punto de vista, mi opinión con absoluta franqueza. ¿Y de qué me sirve? De nada. ene-a-de-a. ¿Tanto cuesta? Se ahorran malentendidos y se avanza en las relaciones con pasos más firmes, con los cimientos en su sitio.

Pero no. Qué bobo soy. Si es mucho más fácil limitarse a sonreír y no hablar. Y si te preguntan... di lo que te parezca. Tu debilidad, su seguridad.


sexta-feira, 23 de janeiro de 2009

Anáforas y Zeugmas




Epíforas de lágrimas,

perífrasis vividas,

crisálidas henchidas.


Protónicas heridas,

carencias presabidas,

milenarias huidas.


Maréagrofos prensados,

pletóricos plisados,

correrazones claros.


Miríadas mentiras,

mesiánicas salidas,

marinas mesalinas.

Anáforas y Zeugmas




Epíforas de lágrimas,

perífrasis vividas,

crisálidas henchidas.


Protónicas heridas,

carencias presabidas,

milenarias huidas.


Maréagrofos prensados,

pletóricos plisados,

correrazones claros.


Miríadas mentiras,

mesiánicas salidas,

marinas mesalinas.

Te lo he prometido


Respuestas amigables y sinsabores tardíos. Me acurruco en el espejismo de tu mirada, no he reconocido como mío todavía el salto hacia tus imperfecciones. Quiero revolver todas las sanciones impuestas, los escenarios tempranos, los principales restos de las emprendidas revoluciones y entregarme fielmente a ti, sin reservas.

Trasiegos transeúntes y perennes, pérgolas de plata y anís con esmeros de niña andaluza el día de su boda. Saltas al tris-tras empeñándote en quererme. Apenas me vislumbras y ya me amas. Es un secreto desprendimiento de ruegos y alborozos, y ya me amas.

Te recibo en suspenso, a ras de vida, intentando mantener una mirada atónita de no saber antes de recibirte; tendré que rastrear las lindes de Marte y las fronteras alunizables y verte tal cual eres antes de aventurarme a pensarte.

Resurjo crecientes tremendas y salientes pardos, y deseo no apresurarte ni vendimiar sinrazones verdes como el fruto impío. Antes de venirme a ti debo recorrer regiones de tierras escurridizas rezumando obviedades como alfileteos consumibles enjaezados de gotas de sudor. No he sabido encajar estos reveses porque me ha faltado tiempo, y es sólo ahora que atisbo a que me conciernan, si fuera algo más que posible. Estas cosas evidentes en las que no caigo, como andar a traspiés por no haber memorizado la secuencia de pasos.

Guardo en mi posesión desvelos de ti y atesoro los silbidos que recorren tus labios campo a través sin destinos ciertos. Me agasajas simplemente con tu atención y mientras puedas verter luminosidades esquivas en tus ciernes, estaré a dos pasos de la gloria, porque creo en ti.

Te lo he prometido


Respuestas amigables y sinsabores tardíos. Me acurruco en el espejismo de tu mirada, no he reconocido como mío todavía el salto hacia tus imperfecciones. Quiero revolver todas las sanciones impuestas, los escenarios tempranos, los principales restos de las emprendidas revoluciones y entregarme fielmente a ti, sin reservas.

Trasiegos transeúntes y perennes, pérgolas de plata y anís con esmeros de niña andaluza el día de su boda. Saltas al tris-tras empeñándote en quererme. Apenas me vislumbras y ya me amas. Es un secreto desprendimiento de ruegos y alborozos, y ya me amas.

Te recibo en suspenso, a ras de vida, intentando mantener una mirada atónita de no saber antes de recibirte; tendré que rastrear las lindes de Marte y las fronteras alunizables y verte tal cual eres antes de aventurarme a pensarte.

Resurjo crecientes tremendas y salientes pardos, y deseo no apresurarte ni vendimiar sinrazones verdes como el fruto impío. Antes de venirme a ti debo recorrer regiones de tierras escurridizas rezumando obviedades como alfileteos consumibles enjaezados de gotas de sudor. No he sabido encajar estos reveses porque me ha faltado tiempo, y es sólo ahora que atisbo a que me conciernan, si fuera algo más que posible. Estas cosas evidentes en las que no caigo, como andar a traspiés por no haber memorizado la secuencia de pasos.

Guardo en mi posesión desvelos de ti y atesoro los silbidos que recorren tus labios campo a través sin destinos ciertos. Me agasajas simplemente con tu atención y mientras puedas verter luminosidades esquivas en tus ciernes, estaré a dos pasos de la gloria, porque creo en ti.