segunda-feira, 10 de novembro de 2008

El arte de la escritura y la generación espontánea mental

Escribo porque pienso y pienso porque escribo. He de complementar o asumir o absorber mi verborrea, la máquina de escribir eléctrica de mi cerebro narrativo, así puedo contemplar panoramas, vidrieras, iridescencias, paraísos y ratoneras dentro de mi cabeza, sin necesidad de convencer a nadie ni bañarme en la inolvidable y luminosa mirada de otra persona que me turbe, conmueva y atrape y que tras sólo unos segundos se me antoja necesaria para sobrevivir. Es una tentación convulsiva y centrifugante. Pero en el fondo se trata como ya he dicho de una forma de encandilarse y explorar mi intimidad con otra persona, lo que es imposible fuera de ese entorno, sin una amante a tu lado.

Si pudiera escribiría constantemente, automáticamente como Virgina Woolf entre achaque y achaque, porque tengo que comunicarme a mi propio interior. En un par de ocasiones sin embargo enmudecí. Una vez en Canarias en un viaje familiar. Mi padre me escupió con la palabra y se me cerró la garganta. No podía hablar; mi familia, incluida mi madre se reía de mí o no me comprendía, mi hermana no me consoló porque no acertaba a adivinar, mi hermano se complacía en silencio de que yo finalmente no fuera la reina de los mares. Y me duró muchas horas, aunque tuve que soportar la humillación de andar con toda la manada familiar sin que nadie me prestara atención ni me enlazara el cuello con su brazo. Este tipo de actitudes han tenido en mi vida una periodicidad cíclica y lunar.

También enmudecí en Londres en otra ocasión. Esta vez me duró varios días, no recuerdo por qué. Fue debido sin duda a alguna colisión emocional. Una amiga me acompañó pacientemente durante el trance. Fuimos a pubs donde ella hablaba con sus amigos y amigas mientras yo sonreía como si fuese muda, incapaz de hablar, con naturalidad, con cansancio, con un cierto desfase. La gente me miraba y no sabía exactamente cómo reaccionar, pero yo tampoco tenía ni idea de qué más podía hacer. Lástima que luego me llevó a su casa y quiso acostarse conmigo; fue difícil pero no puedes aspirar a que la gente te entienda por completo la mayor parte del tiempo.

Yo escribo en vez de hablar con mis amiguitas imaginarias, que no las tengo. Desde que perdí a Beatriz, mi amiga del colegio y a mis amig@s del instituto Miguel y Ana Griselda (aunque Miguel sigue por aquí) me he refugiado en novias para crear la cubierta de intimidad que me falta. No sé quién me ha comentado que sufro falta de cariño. Cuando era pequeña salió eso en un test de psicología, a los ocho o nueve años, y mi madre y mi padre se enfadaron muchísimo conmigo porque el tema les parecía la chorrada madre. En fin.

Yo no sé si tengo necesidad de afecto, pero lo que sí es cierto es que siempre he encontrado solaz en mi propia dimensión, en esta forma de observar el mundo, en la multiplicidad de matices y vetas en los brillos caobas de mis circuitos neuronales. Dicen que te ayuda a conocerte a ti misma; yo creo que lo que hace es compensarte por el paso del tiempo y seguirte para no perder tu propio rastro. Así rehaces marcha atrás el camino de Dorothy; aunque mi Totó es Poquitos.

Nenhum comentário:

Postar um comentário