sábado, 22 de novembro de 2008

Heineken



Bajo a comprar una Heineken, aunque no bebo, porque ayer en Chueca tú recorriste tus labios en el cuello de su botella, y yo dejé la mía a medias porque como no bebo no anticipo el sabor de un botellín en mi estómago. Pero ahora es la misma hora de ayer y como te ansío rememoro el momento en que te vi por última vez y salgo a la calle a buscarte, a buscar una Heineken.

Como no bebo no sé comprar. Primero voy a la tienda de mi amiga china, ahora amiga tras muchos meses yendo allí y quedándome unos minutos más hablando, saludando y sintiéndonos barrio. Está a tope a pesar de la hora y le pido una Heineken a su marido, que se sonroja porque sólo tienen Mahou y no sé si es por qué Hk es un artículo de lujo. En Ámsterdam hay Heineken por todas partes, pero esto no es Ámsterdam. A veces me olvido de dónde estoy porque el aire de la noche es el mismo.

Entro en una taberna que exhibe el símbolo sexy del botellín verde y me hago paso entre una verdadera multitud de hombres. Hombres aseados, chaparritos, solitarios, fumadores; algunos viendo el fútbol en una pantalla plasma en un bar de mi barrio que no es para hombres maduros, chaparritos y solitarios. Pero en este Madrid todo el mundo se hace un hueco y algunos quieren vivir la vida de algunas y todo se mezcla. Veo una nevera a lo lejos que anuncia Heineken helado y me decido a pedirlo. La chica de Europa del Este de pelo brillante negro que hace como que está agobiada o que yo no soy mejor que ella finalmente me atiende.

Esto no es Ámsterdam pero los acentos se mezclan con las nacionalidades con los sueños con los grupos de personas que en este sábado noche se entreviven y se contratocan mientras recorren las eternas horas de final de la semana y el principio de una noche que para algunas será larga, ardua o ágil como un corcel y llena de agarraderas.

Como no bebo le pregunto a esta chica si puedo llevarla fuera. No sé a qué hora hay gallardonazos o qué pasa si una persona que no bebe se pasa de la lengua. Se le encienden las mejillas y se ruboriza quizá? sonríe nerviosa y me da un consejo, tal vez en la taberna de la esquina, pero, me la podré llevar?, sonríe con calma, tal vez sí, digo yo, tal vez, dice ella como animándome en la aventura.

Hoy no me he puesto la cinta del pelo, lo tengo cardado al viento, libre como me siento libre, después de haberme amado y haber dejado mi esencia por todos los rincones de mi dormitorio. He y me he impregnado de lubricante orgánico de cacao y los juguetes que cada vez me dan más juego me han ayudado a vislumbrar mi deseo hacia Bizcochito; ya es oficial, no puedo mentirme a mí misma, al pensar en ella se descargan pinchazos eléctricos en mi vientre. Y mi esencia más vital, mi olor más céntrico y salobre se ha mezclado con el de cocoa butter y ha llenado mis sábanas con columnas de amor selladas en silicona, sombras y vapor, que no compartiré con nadie, aunque ahora he salido y estoy rodeada y puedo rodear, y por eso me siento tan fluida cuando hablo con la gente, porque no tengo nada que ocultar aunque nadie sepa tampoco nada.

No hace frío, el aire está crujiente, como debe ser un sábado noche con ruidos enlazados de aviones, pisadas y ausencias. No hay mucha gente en mi calle de estrechas aceras aunque los bares, tabernas y establecimientos de paso a la madrugada ya están rebosantes y la energía de la gente prieta, compartiendo tiempo y soledades eternas se amontona como una marabunta por la acera, se convierte en un tumulto de pompas de palabras que al traspasar las puertas se disipan y silencian y siguen llenando las calles con corriente estática.

Me decido entrar en la taberna que parece suiza o alemana y veo que no hay barra y que la gente se apiña en círculos concéntricos, no hay fútbol sino conversación y muchas muñecas alzadas al aire sujetando cañas con asas esmeriladas. Una chica preciosa se apresura a atender los requerimientos del patio. Cuántos hombres y tal vez mujeres la llamarán para otra ronda simplemente por deleitarse en su joven pelo moreno. Una mujer con aspecto de matrona, chaparrita y canosa aparece de entre la multitud y me pregunta que qué deseo. Lleva un delantal y en su juventud tal vez haya vivido en Alemania, y tal vez mañana vaya a misa, y tal vez su hija es bisexual y se parece a mí o ha tenido un novio como yo. Le pregunto si tiene Heineken y casi me alegro de que me diga que no porque si tiene que decirme que no la puedo sacar fuera no vale la pena.

Me decido al salir a acudir a los mercenarios del Opencor que si no tienen cerveza de lujo nadie la va a tener por aquí disponible y pienso en ti que recorrías con tus labios el cuello del botellín ayer y mecías mi mente nublada con tus palabras rítmicas y sus tonos musicales, y acercabas tu cara como si quisieras que te besara, y acercabas tus labios a mi piel y yo tan sólo lo aproveché para escucharte más de cerca, porque fuiste tú quien decidiste ir a un bar de Chueca y quien quisiste saber de mi vida aunque yo como siempre te preguntaba por la tuya.

Te preocupaba si tomaba medicación y yo te dije que no era medicación era sólo una pastilla por las mañanas, como si ahora voy a tener que preocuparme por la medicación cuando al tomármela la veo como un seguro de vida, como una red para no estrellarme contra los picos de los témpanos de la depresión o la euforia, como si no pudiera emborracharme por la primera vez en dos años o tal vez tres o cuatro y beber de un botellín. Tú querías mojitos, yo te pregunté que qué tenía un mojito porque no tengo ni idea, la idea del ron sonaba mortal y me desmarqué por una Heineken, porque tal vez la noche tenía algo de Ámsterdam, de no haber conocido ahí alguien como tú, de haber compartido tantos años con el amor de mi vida pero no haber tomado ninguna Heineken con ella. Y tú sorprendentemente pides otra, como si quisieras seguirme la pista y no quisieras que me desmarcara nunca, nunca de ti.

El brillo verde sexy del botellín me recordaba a los latidos del timbre de las bicicletas de allí, pero anoche no estaba en Ámsterdam sino en Chueca a unos metros de la plaza y esto no es Nueva York sino Madrid ni San Francisco sino algo cercano a Malasaña y la Glorieta de Bilbao donde vivo y no me tengo que preocupar de pedalear en la bici contra el frío o que el amor de mi vida se estrelle contra un coche porque ha bebido demasiado y está de buen humor pero sus luces no funcionan como deberían porque no le importan y a mí sí.

Y tú quieres pagarlo todo, y yo pienso que un mojito es una bebida para una primera, segunda y tercera cita, en todo caso para las primeras citas, y que el haberme llevado a un restaurante a cenar sushi, tu comida preferida aunque tú eres vegana, es una extravagancia de las primeras citas, pero no digo nada, sólo escucho y observo cómo zarandeas tu cuerpo en la noche cálida, mostrando tu lado masculino al decirme que tú amaste a tu novio por primera vez en el Moulin Rouge y por eso no me importa haberme fijado en la chica japonesa del restaurante y haberte comentado lo bella que era, comentario que te ha desarmado un poco, pero es que esa chica tenía la belleza salvaje de un hombre joven, los ojos andróginos, la sonrisa de pan, unos labios recortados y grandes, y hablaba español perfectamente, y si Bizcochito me dejara por su novio podría volver y escribir en mis Moleskines en su restaurante para verla cada noche si fuera necesario, aunque probablemente eso lo escriba pero no lo haga. Aunque le dije hola y gracias y otra vez gracias y adiós al marcharse y preguntarle a su compañero cuándo le tocaba y es el lunes y el martes o sea que este finde no trabajaba, y Bizcochito me mira y quiere aprender a seducir como yo, pero yo solo lo hago no sé por qué lo hago, tal vez porque esta noche estamos en Chueca y yo quiero hablar de mis amantes porque ella habla de los suyos y quiero sentirme libre y en tablas y ella silenciosamente lo sabe.

Entro en el Opencor y sí tienen Heineken, pero no botellines con el brillo sexy verde pero no importa y no sé cuántas latas coger que me ayuden a seguir sintiéndome como cuando me amaba esta mañana tras haber leído tus mensajes de texto en mi móvil en la cama de mi litera y cuando la noche pasada acercabas tu mirada, tu sonrisa, tus labios y tus dientes a mí mientras me hablabas y me escuchabas pero yo no podía besarte sino sonreír ante tu osadía de querer seducirme, de hacerlo desde que te vi, de hacerlo con tanta intensidad durante toda la noche, tal ve sin ser consciente de ello, porque la intimidad que estamos creando entre nosotras desde que nos conocimos es no ya muy especial sino algo importante que no recuerdo desde hace mucho tiempo y que no sé cuándo va a acabar y no quiero acabarlo de un plumazo con un beso.

Bésame tú si te atreves y tal vez me pregunte entonces el qué habría caído en mis labios, en mis dientes, en mi boca y te mire extrañada y vulnerable porque no sabría cómo acabaría esto y no quiero que acabe, quiero que continúe todo igual, tú seduciéndome y yo seduciéndote y así hasta el infinito, porque cuando me coges la mano siento electricidad y tan sólo mirarte me produce un placer infinito y sé que tu olor pronto quedará sellado en mi memoria.

También sé que anoche te he visto, finalmente te he visto, tienes un lado que no es etéreo, que es casi macarra, que es muy masculino, que tienes escondido en el herbolario, que he descubierto y que también es frágil e inventado y por eso eres tan loquis como yo aunque no tomes medicación o una pastilla o nada que se le parezca.

He descubierto ya varios registros de tu risa y está la risa burlona, la sarcástica, la que quiere emular la mía, y por eso ya me siento más relajada y si quieres hablar de tu chico, pues bueno, yo te seguiré la corriente y veré a dónde nos lleva esto, pero yo no puedo besarte si estás con otra persona, deberías saberlo, prefiero emborracharme o emborracharte y luego llegar a casa y amarme mientras te sueño y recibo tus mensajes de ayer esta mañana, y luego me envías uno más y como si yo estuviera borracha de ayer que no pude porque me dejé tres cuartas partes del sexy botellín verdoso, decido enviarte una avalancha de mensajes ardientes que tú no desperdicias ni calumnias sino que respondes tal vez extasiada, tal vez preocupada, no lo sé, pero no me puedes llevar a tu sushi favorito o a diez metros de la plaza de Chueca cuando yo sugería un Opencor y una humilde ensalada en mi casa después del concierto de cuarzos al que me llevaste, donde yo te cogí la mano y casi me dormí y cuando el chico de los cuarzos lloraba con una voz femenina el sueño me invadía y era como si durmiéramos juntas aunque tú estabas en posición de loto, porque ayer me explicaste que pasaste de diseño gráfico a ser profesora de yoga después de diez años practicando, poco a poco te saco información y no estás acostumbrada.

Creo que una lata de Heineken no es suficiente, aunque no bebo, van a ser dos, pero no me gusta llenarme la barriga con este caldo de cebada, aunque lo haré por ti, porque aunque no fumo alguna vez he fumado en rodajes y en momentos claves y tú dices que no fumas normalmente pero a veces sí y te sacas un cigarrillo reciclado de los sin techo y lo enciendes y apagas constantemente, y no sé si decir que eres sexy porque nuestra relación no es sexual es física y sensual pero no es sexual aunque sí es tremendamente física y sensual y no me decido en absoluto a hacer nada ya que no sé qué hacer ni quiero hacer nada, tan solo seguirte la corriente y pensar horas más tarde en lo que me estás haciendo o lo que yo te estoy haciendo.

No recuerdo haber visto nada en el Lamictal sobre beber Heineken pero perfectamente podría haber una advertencia, aunque cuando haces algo que normalmente no haces sigues sin normalmente hacerlo así que no me preocupa, el tomarlo todas las mañanas también es algo bastante bestia y adictivo y perdona, Lamictal, hoy voy a hacer lo que me dé la gana porque es sábado y ayer estuve con Bizcochito e hicimos el amor en un bar mientras todo el mundo estaba mirándonos.

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