Gran Vía y octavillas que me dan y no me devuelven, relojes desangelados pendientes de cables de acero en la lejanía que me recuerdan mi tardanza siempre justificada al llegar al curro, acentos yankis de chicle, camiones de Heineken, Doña Manolita, la L estilizada y amarillo manzana y gualda de La Casa del Libro, Steve Winwood en La Riviera, Segafredo Zanetti y el hombre del carrito de Medio Ambiente Madrid, no, no es el carrito de los helados londinense.
La obra en forma estructura tipo de la Expo de Sevilla '92 o el de los corrales infantiles colectivos en forma de túneles tubulares de Mike Oldfield de plastico puro como la pasarela Eurostar Londres-Bruselas que sigue y reconduce a la gente pero sin hacerles levitar. El abrillantador de zapatos Más Grande de México, el señor de la gorra de beísbol roja guarreada y el ecuatoriano de las Coca-Colas apiladas con un peso bestial en una ele con ruedas, las chicas provocativas y encadenadas de Montera y el quiosco de souvenirs que parece más bien de Cuernavaca, con péndulos y móviles horteras, y El País y Público yaciendo a sus faldas.
Me acerco al metro de Callao y los turistas de León se apiñan y me aplastan en multitud pensionista y burguesa. El hombre de la manada de cachoritos emplastados en polvo grisáceo tierno y aterciopelado y el Fnac y un Samsung acorazado de ¡hasta 320Gb de memoria! con la cual sin duda no puedes seguir viviendo, pero Vincent no aparece por ninguna parte. Tal vez la prótesis de la pierna le duele o tal vez se ha infectado su ectoplasma ocular, me pregunto.
A otro lado las motos aparcadas delante de Madrid qué coño somos todosss, Esperanza Aguirre, grifa mitológica gilipollas pintamonas de mierda, y la pérgola repito de Madrid somossss todassssssssssssss, guaychachi que nunca sabe nada de información urbana o teatros o Lesgaicinemad o La Noche en Blanco porque se quedan en blanco. Si quieres preguntar algo vete al Rodilla.
Hoy empieza todo.
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