quinta-feira, 1 de janeiro de 2009

Huida


Qué hago escribiendo a estas horas a sabiendas de que quería levantarme pronto para desayunar con mi madre porque cuando venga la chica que le ayuda con la casa será imposible tener un momento íntimo y tranquilo con ella, y por supuesto ella estará volada teniendo que lidiar con el arreglo de la casa y mi padre intentando escaparse y haciendo cosas raras. Además yo quería levantarme más o menos pronto para empezar el día de forma activa, pero bueno, sé que tendré que quedarme un rato en casa para apoyar a mi madre antes de poder irme.

Estoy escribiendo porque vi otra película para no irme a la cama con el sabor de boca de la que vi antes con mi madre. Necesitaba refrescarme y pensé que Lauren Bacall y Rock Hudson podrían ser un buen antídoto contra la historia úber depresiva de un grupo de cómicos en la posguerra más cruda coincidiendo posiblemente con la amargura de Fernando Fernán Gómez al no poder recordar su juventud sin pesares. Pensé que el pícaro trasfondo gay de Hudson, su peinado a lo Ken y su cara bonita iban a entretenerme, que la belleza paralizante en los ojos felinos de Bacall y su porte independiente me harían suspirar, y en parte así ha sido. Pero la película era mala, mala, mala de narices aunque ha habido una parte que me ha removido; los personajes de Bacall y Hudson tienen que huir de una atmósfera que les ahoga, que les hiere y les destruye poco a poco.

En la casa de mi padre y mi madre ha sucedido lo mismo. Cuando estoy aquí me remueve la violencia diaria de mi padre y el efecto alud que tiene en el resto de la familia. Ahora está enfermo pero su comportamiento me hace evocar a la perfección el que tenía cuando era consciente, (entre comillas, supongo). En su momento huí de todo aquéllo pero a veces me sigo dando cuenta de que en el fondo está en todas partes.

Los gritos, las prisas, la impaciencia, las críticas, la ironía, la desconfianza, la saña, la incapacidad de cariño sin cortocircuitos se encuentran sellados con fuego en esta familia y las consecuencias de todo esto se ven por doquier: en la bulimia, inseguridad, baja autoestima de mi madre; la fragilidad, autismo, egoísmo, instinto autodestructivo e inconsciencia de mi hermano; la atomización de la mente de mi otro hermano y su psicosis y depresiones clínicas, y todo aquello que acarreamos mi hermana y yo como un lastre, aunque, gracias a Dios, mi hermana aprendió a protegerse y yo me rebelé.

Pero aún así necesitamos escapar de esta situación. Y yo por eso necesito tanto mi tranquilidad, porque no es difícil que las consecuencias de la vida familiar pasada afloren en mis emociones. Cuando veo a mi padre actuar de la manera en que actúa últimamente debido a la demencia que sufre me siento como si la surrealidad que envuelve su comportamiento es tan tremenda que no puedo tolerarla. Otra gente huiría y haría lo posible para no sufrirla ni un solo instante; yo conozco a amigos que lo han hecho. Yo simplemente la siento por una vez como que no tiene nada que ver conmigo, es una surrealidad de algún modo más humana, menos cruel para mí que la que me envolvía cuando mi padre realmente se empleaba a fondo para destruirnos.

Ahora la destrucción es sobre todo la suya. He pasado por muchas emociones a lo largo de los años, y en su enfermedad también he vivido un carrusel de ellas, pero en estos momentos, y sobre todo debido a la violencia periódica que emana de él, ya no siento que forme realmente parte de mi vida, que la horade, que la venza, que la mancille.

Sin embargo, sigo de vez en cuando sintiendo esa necesidad imperiosa de huir, de no querer estar encerrada, de no aceptar los ecos de los golpes. Cuando era más joven no sabía huir, luego me marché. Mientras estuve fuera se me castigó por ello y ahora que he vuelto encuentro constantes vestigios de todo lo vivido y en parte a veces duele incluso más, porque me siento muy triste por la oportunidad perdida de haber tenido una infancia y una juventud normal, de que la vida de mi madre hubiera sido normal y no un infierno. Supongo que la violencia familiar lo que hace es hacerte sentir todo el tiempo que vives en un campo de minas, en pleno estallido de la guerra.

Y por eso tengo que huir y encontrar mi propio espacio. Sólo con cerrar la puerta no es suficiente; las serpientes entran de todas formas. Lo que necesito es valorar quien soy y ver con claridad la importancia de mi propia compañía, observar esos puntos de inflexión en los que, como ahora, percibo con nitidez las garras del dolor que me acompañará siempre, y por eso debo permitirme el coger aire y exhalarlo lentamente y en profundidad para que las cicatrices continúen su eterna auto-cura, su interminable peregrinaje hacia la luz, apartando las sombras que te hacen resbalar una y otra vez.

2 comentários:

  1. Ssplash,lo peor de sobrevivir a un campo minado es que uno, en parte lo es,
    y el temor de hacerle daño al las personas que uno quiere, siempre esta latente
    la fuga no parece ser lo indicado, porque parte,
    de ese campo minado esta en nosotros, por eso
    vuelves, para verte con otro ojos distintos,
    admiro a las personas que viven sin mutilarse,
    que eso que pareciera un falla, lo transforman en virtud
    sin causarles daños a terceros.
    besos, desde un viernes que parece lunes,
    y por eso es hermoso, porque es poético.
    Edu

    ResponderExcluir
  2. Sí, es verdad, Edu. Yo sé que algunas personas y yo misma muy a menudo hemos sentido que YO era el campo de granadas activas. Y era cierto.

    Llevas en tu alma, tu mente y tus fibrillas cardíacas la munición sin estallar que sembraron en tu cuerpo las heridas sin restañar.

    Creo que el tener una úlcera que constantemente te recuerda que en ese momento en que te quemaron al hierro candente no tuviste la oportunidad de ser feliz, te permite más adelante el planteártelo.

    El analizar con ansiedad cuáles son las claves para conseguir tu paz y tranquilidad, y también, si te educas emocionalmente y eres honesta contigo misma, cómo puedes evitar a otras personas pasar un mal trago, no echarles la culpa por lo que te ha pasado, es lo que te liberal del mal que te ha atormentado durante tantos años.

    Ésa es la verdadera valentía y yo me siento ahora más valiente que nunca. Más que cuando me enfrentaba contra la pared cerrada del puño de mi padre o con los gritos ingentes y monstruosos de mi madre y de mi hermano; más, muchísimo más ahora, ahora que quiero confesar que he vivido.

    Muchos besitosssss y gracias por tu claridad

    ResponderExcluir