Ayer, cuando menos me lo esperaba me asaltó una maraña de pensamientos infames, sediciosos, laberínticos sin salida, agotadores. Fue de madrugada, mientras me resistía al sueño, buscando algún nuevo bordón para sintetizar el día con las catálisis adecuadas. Sin embargo, poco ha poco fui notando una especie de sobrecogimiento, como si me escarbaran la tierra húmeda y se produjera un ligero levantamiento de raíces arrancadas, del alma de los cipreses. Lo atribuí al cansancio, a los dos días fuera de casa durmiendo en las catacumbas del hogar familiar con el panorama correspondiente. Pero lo cierto es que se empezó a abrir paso en mí algo más que una advertencia, yo diría que una especie de gusano que se dedicaba a reptar y devorarme por dentro con túneles que navegaba concienzudamente por mi psique.
El resultado fue que tras un ligero periodo de confusión, frío en el cuerpo, insatisfacción al ver las películas que había elegido para realzar la madrugada (dramones de proporciones ciclópeas), poco a poco me comencé a quebrar. Cuando finalmente decidí irme a la cama, mi sensación de desgana con el día (que no había empezado mal, la verdad) me pobló el alma de imágenes en blanco y negro que me recordaban todas mis inseguridades, fobias, fantasmas, miedos y demonios. Me sentía como si comenzando por la laringe se me hubiera practicado una especie de vaciado industrial, un exudado quirúrgico delirante y martirizante que me revolvía la cabeza. Me dejé llevar durante unos segundos, pero luego me demostré a mí misma mi capacidad de resistencia, de rebeldía y observación objetiva para intentar entender qué estaba pasando. Era un carrusel demasiado veloz y nauseativo para ser real, aunque me invadía la duda de que continuase y que empeorara al día siguiente. ¿Me estaría deprimiendo otra vez? ¿Por qué?
La verdad es que en este último mes he sufrido un estrés indescriptible por la demencia de mi padre y el efecto de ello en toda la familia, y ayer en concreto escribí (pero no blogueé) sobre los síntomas físicos que me asediaban. Desde hace un tiempo se reducen a la sensación agobiante de un terrible peso presionándome los pulmones y al mismo tiempo lacerándome el tórax por dentro con un fuego concienzudo, como de una herramienta de soldar el acero.
Y esta mañana, tras dormir en mi cama y levantarme mejor, aunque exhausta tras una noche de pesadillas turbias que han levantado el suelo marino para revelar el residuo oscuro que se esconde bajo él, me he dado cuenta de que esas sensaciones de anoche se deben a un cansancio extremo, al virus de la gripe rondando mi cuerpo como el espectro de la guadaña que ha ahuyentado mi ángel de la guarda en un corcel con alas, furioso, incapaz de batir. Y la culpa es en gran medida el estrés físico y emocional que estoy sufriendo. El descanso me ha retirado la pena de ese destierro de la vida y sus placeres. Fue una especie de espejismo, una reacción en cadena sin consecuencias graves que se extinguió en un par de fumaratas insignificantes pero ruidosas. El sueño de la razón y del subconsciente produce monstruos.
Pero me ha hecho acordarme de cómo la depresión te araña los ojos y la piel hasta descarnártelos; cómo te asedia sin piedad y te arranca de tu cuerpo para que te quedes en nada, para vivir la vida sin ti. Y no sé si tenemos realmente la preparación adecuada para librarnos de ella sólo con nuestra fuerza de voluntad una vez que se ha instaurado y nos ha echado de nuestra casa y escondido nuestras pertenencias. Sé que se pueden tomar muchas medidas cuando comienza y luchar contra ella antes de que te fagocite, y también que, gracias a Dios, terminas liberándote de ella, aunque te marque para siempre con el fuego de su impiedad. Pero lo cierto es que es una estancia en el infierno para salir convertida en otra persona. Una que vez que has entrado en el engranaje del lado oscuro, te das cuenta de cómo opera, de cómo piensa y consigue sus fine, tú no lo cambias a él, pero él si te cambiará a ti.
Hay que resistir. Camina o revienta. Que la vida es todo luceros, aunque haya que saltar al vacío a veces para encontrarlos.
Qué precisa y por tanto preciosamente descritos los demonios de la depresión que no son otros que el mal y el dolor que nos acechan y cercan a mayor sensibilidad.
ResponderExcluirQue tu sensibilidad te sea resistente... y a caminar reventando, o a ver si reventamos las sendas calvarios a las cuales se nos quiere de continuo reconducir, lo haga el mal del mundo, o nuestro mal, o los dos juntos que mejor actúan.
Carmen,
ResponderExcluirGracias por caminar conmigo y advertirme de los peligros que corremos ... :-)
Besoss