Tristeza cobarde.
Cobarde porque me apresa, me secuestra y me maldice.
Me atraviesa, me abrasa y me destroza.
Me vuelve inservible y en el fondo me detesta. La cura se me antoja sencilla: una pócima dulce de amor; amor anhelante, anhelado y sincero. Amor que perdona y enmudece las sombras, reconforta ante los mordiscos de la gélida melancolía. Amor que consuela al ángel caído, amor que no se confunde, que espera, subyace, se transmite y se propaga. Amor que sabe detener tormentas de hielo y estalactitas hirientes en el corazón, que calienta el apresar de la muerte que parece besarme con su tristeza cobarde para convertirme en algo que ondea al viento inane, fácil presa de su espuria y fuerza inmortal. La muerte, la dama de negro que se empeña en silenciar mi vida, en acallar el suave, roto e inaudible latir de mis anhelos.
Tristeza cobarde que me atraviesa y me desangra, me contiene y me mantiene prisionera entre sus garras venenosas e inalterables.
Herida de muerte, acallada en vida presiento ese dulce amor que descifre el hechizo y renueve el verdor malaquita de la esperanza en mi exiguo cuerpo, hasta permitir una bocanada de aire fresco y revelador.
Un gramo de amor inconmensurable e incondicional, una lágrima que se abra paso entre los espinos de la escarcha y me permita liberarme temporalmente de las tormentas lúgubres de nieve límbica y desnaturalizada que empapan mi capacidad de acariciar, de sonreír, de soñar un mañana mejor.
Dulce sueño de amor trasnochado, silvestre, acertado, suave, mullido y reconfortante. Una palabra amable que deslice las pareces de mi prisión, del jalear hilarante de sus yermas poleas. Un suave murmurar que diga: "¡Adelante! ¡Ánimo!". Un te quiero dichoso que no busca nada a cambio, tan sólo la incondicional promesa de felicidad fiel.
Secretos del corazón, que sólo se conocen cuando tres siglos de soledad rejuvenecen con la llamada suave y delicada de quien te rescata, tan sólo al sentirse cerca.
Tristeza cobarde que me amordaza, me asesina, me tortura y me acuchilla. Tengo el alma herida por cien mil navajazos pasados, presentes y futuros. Me escuecen los cortes como golpes monstruosos de aristas de cristal de cuarzo amargado.
Esta tristeza cobarde me arrebata la salvia misma del vivir y el deseo, y me absorbe todo el gozo hasta que ya mi sangre no cruce mis venas. Tengo hiel recorriendo los canales de mi cuerpo y ácido efervescente rebajándome a la existencia de un temblor.
Tristeza cobarde. Tristeza cobarde. Tristeza cobarde. Tristeza cobarde. Tristeza cobarde. Tristeza cobarde.
Me arrancas de mí, me impides respirar a fondo, renovar mis votos y mis instantes de paz, no me das tregua, me escondes los destrozos, me machacas, me vacías, me desollas, me atenazas, me estrangulas, me ahogas, me pegas, me lastimas, me cortas, me clavas, me asesinas. TRISTEZA COBARDE, TRISTEZA COBARDE.
Eres una miserable, te escondes como una maldita plaga, me inundas como una metástasis y confías en poseerme por el resto de mis días, aniquilando los tallos de vida y los brotes verdes que pudieran encontrar una impronta dentro de mí. Voy a llorar cientos de lágrimas, miles, millones hasta que elabore mi llanto catalismos de sodio que obturen la pena.
Tristeza cobarde que se ceba en los desvelos, el desconsuelo y los deseosos nidos vacíos. Hábil escamoteador de sueños, perversa dueña y señora de la invalidez.
Tristeza cobarde que te escondes en los pliegues de mi desconsuelo y que brotas como un virus mortal que aborta mi luz y el recorrido de oxígeno por mis venas.
Renuncio a vivirte así, quiero escaparme, quiero huir de tu presencia, hundirte y desmontarte del jinete apocalíptico.
Tristeza cobarde, quiero hallar solución; me fuerzas a sentirme tu sierva, tu esclava endemoniada. Me siento sola, inservible, inmoral, detestable, insegura, inútil, muerta. Me has quitado mis intereses, mis ilusiones, mis ganas. Me obligas a rendirme, a aislarme, a perderme, a prenderme fuego. Entraste por la fuerza en mi hogar y vaciaste con tu fuego abrasador la luz, la riqueza, las formas y ahora entro en él para que me absorba la oscuridad.
Repuestas tiendes como hilos de araña nocturnas y apáticas. En resumidas cuentas un desbaratado reajuste de cuentas con la realidad soñada. Orquesta septentrional, claros de luna, dolores encontrados, maldad forjada entre las rejas de tu cobardía.
Llamas de valor apagadas por la lluvia persistente, eres un anteayer y hoy ya no tienes ganas. Apenas un perfil inaudito, desdibujado, pensando entre aviesos descalabros. Repites el mantra de un destino entre inmutables innegables imágenes tridimensionales, un San Jorge atravesado por lanzas traidoras.
Saber cuánto queda es casi tan difícil como jurar en arameo. Las hormigas del tiempo se reúnen sus cientos de suspiros trasnochados, vueltas impecables de acompañante de baile, dedos sensibles de pianista, inmemorables abrazos, suspiros en el aire y lanzas de seriegrafías tornadas en orondas sierpes magnetizadas.
Preferimos todo el silencio empapado de las Flores del Corán; es más sencillo que contar con los dedos las horas que se ciernen. No es suficiente con contar el dinero y separa la simiente del céntimo y del centavo articulado en sendos disparates existenciales.
Repetida inconsciente, bárbara y sádica tristeza cobarde y tus ejércitos. No estimo interesante su lugarteniente ni el cruel almirante de una armada esquelética. Ha huido prácticamente todo el mundo en busca de tierras más fértiles y protegidas. No puedo abrir la ventana sin que me invada el humo del tabaco dotado con arsénico que exhalan mis vecinos, siempre horadando mi malestar. Enrabietada y ensangrentada, deslucida y acalorada por un preciado sinsabor, errante y prácticamente cegada por su nívea blancura.
Eres tan torpe como tu hermana solitaria y distante, no surge fácil la necesidad de dejarte en prenda mi aorta. Es simple, está vacía, no alimenta tu codicia en un despilfarro de vacuidad y no quiere decirte nada. no cura las heridas, no surge entre tus bambalinas, forma parte de una simple vida normal, mi simple vida normal, y entre tanto se entretiene con los restos de la boca, y presiente las próximas ataduras.
Tristezas cobardes. Rampantes ecos y descansos que quieren recorrer las plantas de tergiversadas noticias ciudadanas de dudoso interés. Están grandilocuentes, se sienten imponentes ante sus palabras vacías y son lazos bisiestos de dudosa vistosidad por su vacío en ciernes.
Recorro los meridianos del placer y albergo dudas maliciosas en tanto en cuanto no arruinen la velada del señor embajador; tome una parte, se la entrego en mano, cuando quiera el andino duque le estornudará encima. No, por favor, no transmute el conocimiento del tiempo, el tiempo es irremediablemente oro, para que nadie estimule el crecimiento cero por encima de los límites desafiantes.
Es fundamental inquirir el significado del terraplén y sufro con varias variedades de cuadros y esplendores, siempre y cuando lluevan cenizas en las canastillas. Nadie quiere encontrarse fuera de una posible malversación de síncopes y notas adiestradas en fiasco. Es fundamental que entre tanto caiga la tierra y se organice suntuosamente en un carrito de bebé con hielos. Es suficiente recomponer el lirismo reconcentrado para no servir de nada al expectante público rapaz y trapichero.
Es como una ventosidad tan grande como una comarca; amiga, no vaya a ser que nos lo están contando y nadie cuida la compostura. No sé lo que estoy escribiendo; todo empezó con el pánico de que se trivializara la tinta. Luces y trabajo. El lugar de hoy era un nicho de sueños sexuados atrapados en cubiertas inalcanzables que resisten.
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