quinta-feira, 5 de fevereiro de 2009

Mi lado úber bollo


Llego a casa y me quito los pantalones de la calle como quien se desenfunda un traje de buzo, con muchas, muchas ganas de estar cómoda, venga ya de una vez. Tengo ganas de estar en mi casa. Estoy híper cansada, pero cansada de no haber dormido, lo que se traduce en cansada cabreada, if you know what I mean.

Saco a toda prisa el borrador del IRPF de este año (no he pagado, en paro un año entero y quieren que les pase seiscientos y pico euros? De qué van. Pero tengo que darle los datos a mi madre porque está pidiendo la minusvalía de mi hermano mayor y figuro que vivo con él. Yo ahora estoy viviendo en su casa desde que mi madre le sacara de aquí el año pasado, literalmente antes de que fuera demasiado tarde.

La llamo y le doy los datos. Me cuenta que ha estado en el tanatorio porque se ha muerto la mujer de su tío. Esto me hace pensar que no es alguien con quien ella tuviera tanto trato, pero bueno, al final le consigo sacar que era una tía suya que sí les traía juguetitos a las niñas y demás, pero en fin, tenía noventa años y no, no se veían mucho (yo no la conocía). Como todas las historias de mi madre inmediatamente pasamos al lado surrealista. Al llegar al tanatorio una persona que trabajaba allí se dio cuenta de que las ruedas de mi madre (del coche de mi madre, se entiende) estaban mal, y se lo advirtió. Inciso: pregunta mía - "¿No era un sitio súper deprimente?". Mi madre: respondiendo de mala leche: "No, todo lo contrario. ¿No te estoy contando lo de las ruedas?". De acuerdo, hablemos de las ruedas que es lo importante, no el hecho de haber ido al tanatorio, claro. Le dijeron a mi madre que tal vez habría alguien por ahí que pudiera ayudarle - claro, cómo no me termino de enterar, es de lo más normal que sucedan estas cosas en los tanatorios. Total, el toque magistral de la historia de mi madre (gran naturalidad al contarla) consiste en que durante dos horas estuvieron buscando a mi madre un hombre de por allí y una señora porque iban a ayudarle con las ruedas, y al final, al encontrarla le dijeron: "Señora, queremos arreglarle las ruedas." El final de la historia evidentemente es: le arreglaron las ruedas.

Después de hablar con mi madre me pongo a bajarme varias pelis a toda castaña -se acerca el fin de semana y no quiero que me encuentre con la boca seca. Me bajo Waithnail and I, a sugerencia de sweet Tara, Control, la historia de Joy Division, a petición de Luis The Solvers, Fight Club, de Brad Pitt, no sé de dónde saqué la idea, y alguna más. No va a ser un fin de semana de chicas, más bien de chicos, por lo que parece. Me imagino que este finde quiero sintonizar con mi energía masculina. Siempre que trabajo mucho en la oficina me sale el lado úber bollo: cables, destornilladores, decirle a los tíos lo que tienen que hacer, poner firme a l@s jefes, arreglar todo, ser resolutiva, andar corriendo con la boca llena de comida, hacer de mi rincón un agujero particular, tener a la población femenina de la oficina algo más pendiente de mí de lo normal; no sé por qué, pero es así, será por eso de que escuchan a los chicos llamarme desesperados como niños cuando algún gusarapo les salta por la pantalla del ordenador y al verme ellas les doy moral en un mundo diferente: pasan por detrás mío y me rozan la espalda, me tocan los brazos cuando voy en camiseta, me llaman con diminutivos, me piden ayuda cuando la fotocopiadora hace de las suyas y nos ponemos ellas y yo a soltar tacos inofensivos y chascarrillos con complicidad ... Mi rincón está lleno de comida a medio morder, de informática total; tengo a veces hasta seis pcs haciendo cosas raras y nadie tiene ni puñetera idea de a lo que me dedico. Entro a la hora que quiero y me voy a la hora que me da la gana (Dios mediante), me siento una salvajilla.

Pero no me gusta trabajar tantas horas. A ver si la cosa se tranquiliza y me puedo tomar un día libre para recolectar la información en mi cabeza. Tengo pelos de loca y unas ganas tremendas de darles el tijeretazo, pero todo el mundo me dice que espere hasta el verano. He decidido que en cuanto cobre, porque este mes ya he ganado casi lo mismo en una semana que el mes pasado entero trabajando, voy a comprar el ticket para volar a Lanzarote, quedarme con mi coleguilla del instituto que vive allí, y aprender surf. Es mi regalo de cumpleaños a mí misma. Supongo que también podría prometerme que voy a terminar mi peli bollo y ponerla en Youtube. No me costaría nada prometérmelo, llevo varios años haciendo esto. El año pasado en mi cumple me comprometí a terminar el guión de mi largo. Es divertido hacerme ese tipo de promesas porque suelo cumplirlas. Pues va. De marzo no pasa que ponga la serie bollo en Youtube. A este blog pongo por testigo que nunca, nunca, nunca, volveré a pasar hambre ...

Pero sí tengo hambre, tengo hambre intelectual. Llevo una semana con ganas de leer la información sobre la terapia de Otto Rank a Henry Miller y Anäis Nin, así que me descargo los enlaces e imprimo la primera parte. La segunda parte, un estudio de la terapia de Otto Rank a los artistas que me muero por leer y que me ha costado tanto en encontrar, se convierte en un documento de doscientas páginas. Evidentemente ¿qué hago? Pues me lo envío por mail para imprimirlo en el trabajo, por supuesto ...

Me doy cuenta de que estoy de mala hostia, preocupada por mi sobrinitio cuya mala tía no le ha cambiado el pañal de diarrea esta tarde cuando he pasado un ratito con él. Por eso estaba tan desesperado, y eso que ha sido súper rico, aunque estaba malito ni siquiera ha llorado. Ahora la mostrenca de tu tía ya sabe para qué está el Corte Inglés de Callao. Todo el mundo lo sabe, pensará mi hermana, menos yo, que les puedes cambiar el pañal allí. Bueno, pues la próxima vez lo sabré. Este fin de semana voy a ir a verle y me voy a pasar un día entero jugando, bailando con él, le voy a dar un baño y voy a hacer el chorra como nunca me ha visto para que me perdone. Pero al dejarle en el coche y despedirme el niño me lanzaba besitos con una enorme sonrisa. Pobrecito.

Así que me doy cuenta de que a lo mejor yo también estoy poniéndome enferma. Llevo tres días sin dormir bien porque miro la alarma cada media hora durante la noche. Sueño toda la noche con que tengo que despertarme; después de semanas con el sueño cambiado, me ha costado mucho el volver al horario diurno. Es mucho mejor para mí, pero estoy cabreá. No me gusta madrugar y menos para ir al trabajo, grrrrrrr. Así que me doy cuenta de que tengo que comer algo porque mañana en cuanto me despierte me voy a ir a correr y no quiero estar hecha una piltrafilla. Además, no tengo hambre porque no estoy comiendo mucho, el cambio de horario me ha puesto un poco mucho híper activa, y el trabajo ha sido multitarea a tutiplén, con lo cual estoy con los sentidos excesivamente despiertos. Creo que mi tratamiento a base de súper vitaminas, omega 3 de pescado y gingko biloba está funcionando. El cambio de tiempo a mejor, el que se acerque mi cumpleaños, el tener un poquito más de dinero, etc, me hace todo que pierda el apetito, y no me lo puedo permitir. No sé si voy a pasarme toda la noche con la digestión o si es mejor que no coma nada y me alimente de aire y termine el día con alucinaciones. Decido cambiarme de pantalones rápido otra vez, y aunque me apetece como el culo, bajo al restaurante chino de al lado a comprar algo.

Cuando llego me recibe el dueño con una gran sonrisa y comienza a hacerme él el pedido, pero esta vez no voy a pedir lo de siempre. Ayer, al terminar del trabajo, aparecí allí pasadas las once de la noche. No me había dado cuenta de que era tan tarde y ya habían cerrado. Estaba él y su mujer con una cara de dormidos que te mueres y sin embargo, sin rechistar me abrieron y el hombre se empezó a poner la chaqueta. A pesar del cansancio me sonrió y estaba dispuesto a cocinarme algo. Le dije que para nada, que nos fuéramos los tres a dormir y me quedé sin cenar, comí algo de fruta y ya está. Hoy pido arroz con gambones y verdura con tofu. Querría algo sin aceitazo, como si me lo hiciera yo, pero en fin, no tengo más remedio que comer fuera hoy. No hay restaurantes vegetarianos por aquí ¿para cuándo?. No quiero cocinar y además estoy de mala leche, quiero engullir algo y que se me quite la ansiedad, ya está. En mi restaurante chino no pasa la crisis. Siempre hay alguien, nos gusta comer allí, la verdad, los chamberinos y malasaños vamos mucho aquí porque dicen las lenguas sabias que hacen los mejores fideos artesanales de Madrid. No sé si es verdad pero están muy buenos, y el dueño está todo el día dándole a la masa y recortándola con los flecos de los fideos. Pido mi comida y avasallo a un chico que está ahí despistado con los menús y las evasivas del dueño, que no habla mucho y explica las cosas con menos palabras todavía. Nos decimos perdón mutuamente y al final miramos juntos el mismo menú para llevar, yo con un dedo en una página y él un par de páginas antes. El chico tiene pinta de DJ vasco o asturiano. Calvete con mucha barba, pantalones con cientos de bolsillos (qué envidia), una bolsa de discos de cuero artesanal! y zapatillas tipo Public Enemy. Mientras esperamos me planteo leer. Me he bajado la parte impresa de Otto Rank para leer mientras espero (no puedo esperar sin leer, me pone enferma, va contar mi naturaleza), pero quiero tomar notas de cosas que se me ocurren, así que pillo un lápiz de la mesa donde normalmente se sienta la niña de la familia del restaurante a estudiar música y hacer sus ejercicios de caligrafía china, y escribo en la parte de atrás de las hojas impresas.

En el restaurante hay alguna gente cenando: son grupos de amig@s, más jóvenes de la media, gente del barrio, supongo. El hilo musical del restuarante es muy años 80; ponene la banda sonora de Local Hero o Carros de Fuego, qué sé yo. Me pongo a mirar la pecera rectangular de los peces. Es muy pequeña, casi de juguete, pero han limpiado el agua y me pregunto cómo puede estar tan transparente con peces dentro? y ¿dónde han puesto los peces al cambiarle el agua?. Dicen que los peces dan paz, a mí me dan un poco de grima (sorry, Abutrí ...)

Le recuerdo a la otra camarera, una hembra alfa de mucho cuidado (que sí, C. que sí) que por favor le ponga a mi comida ajo y gengibre extra, pero que no quiero cilantro, me da asco. Ella ya lo sabe, porque siempre les cuento el mismo coñazo, asi que se mete en la cocina y con gran poderío deja claro quien manda ahí. Observo mientras tanto el salvapantallas de Windows XP de la caja registradora, pero sé que la versión que tienen está en chino porque me he fijado en otra ocasión.

Pienso que preferiría comer sin tanta sal, porque yo no le pongo sal a la comida nunca, pero bueno, pedir que no echen sal a la comida en un restaurante chino es, pues ... eso ... Escucho el estruendo que proviene de la cocina. Al chico vasco dj ya le han dado su comida y hace tiempo que se ha marchado. Está claro que la mía la están cocinando de nuevas. Hacen un ruido tremendo con los fogones y las espumaderas, como si estuvieran moldeando metal en una fundidora o jugando entre ellos a Star Wars. Me da moral saber que están cocinando así al fuego, al wok, a lo bestia, todo rock and roll, y que la energía del fuego le llega a mi comida y por ende a mí. Mola.

Subo a casa y me pongo a escribir esto y a comer. La comida no está mal del todo. Me siento mejor, escribo como si tuviera una mecha en los dedos y poco a poco me voy sintiendo mejor, tranquilizando, dulcificando. He hecho bien en bajar a pillar algo de comer. Voy a ver L Word y a la cama. Mañana me tiraré a la calle llueve, truene o granice para comer un poco de asfalto. Me gustan mis nuevas zapatillas.

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