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quarta-feira, 3 de março de 2010

Entereza


Entras en un estado de quieta inquietud. Controlas todos los baremos trapezoides de tus paranoias kaleidoscópicas. Se acaban las cosas, y no terminan nunca y no tienes la sensación privilegiada de poder hacer nada para que vuelva todo a estar bien al día siguiente.

Aunque se acaben no importa, se tiene alguna certeza de combinar palabras con gestos, acciones con tesón, y precisiones con los desniveles del terraplén. Intento beber agua sin que me restalle el dolor de cabeza de entre las cejas en espinas centelleantes de manivelas de estaño, registrando todo su velocidad en una escala tectónica matemáticamente invernal.

Estoy cansada, agotada, pero no es más que un cansancio cenital, como el del castaño que lleva siglos dando sombra. Quiero recoger las hojas caídas, secas y extraerlas del granito tostado para hacerme un traje de hombre joven con el que pueda recorrer mundo. Llevo días musitando fotos de tonos siena, daguerrotipos de un pasado sin fuerzas; uno, el que se esconde entre las líneas de los libros de fotografía de los años 30. No sé si me lanzo a enviar bengalas de imágenes o lanzas de linotipias y relieves de teclas en una máquina de escribir.

Desconozco por completo las intenciones de mi mente al lanzarse a esos recuerdos imaginados en los que la ropa de abrigo está cosida en tela de saco caliente, y las verduras tienen formas virginales bajo la arcilla seca. Las damas corren en pantalones de rejoneador y el pelo no lleva más lejos del cruce del cuello con la línea de la sonrisa, pero parece más fácil observar desde cerca.

No tiene en principio nada que ver con los castaños, pero todo parece más honesto y más posible.

Probablemente la tristeza de haberlo perdido sería la misma.

Entereza


Entras en un estado de quieta inquietud. Controlas todos los baremos trapezoides de tus paranoias kaleidoscópicas. Se acaban las cosas, y no terminan nunca y no tienes la sensación privilegiada de poder hacer nada para que vuelva todo a estar bien al día siguiente.

Aunque se acaben no importa, se tiene alguna certeza de combinar palabras con gestos, acciones con tesón, y precisiones con los desniveles del terraplén. Intento beber agua sin que me restalle el dolor de cabeza de entre las cejas en espinas centelleantes de manivelas de estaño, registrando todo su velocidad en una escala tectónica matemáticamente invernal.

Estoy cansada, agotada, pero no es más que un cansancio cenital, como el del castaño que lleva siglos dando sombra. Quiero recoger las hojas caídas, secas y extraerlas del granito tostado para hacerme un traje de hombre joven con el que pueda recorrer mundo. Llevo días musitando fotos de tonos siena, daguerrotipos de un pasado sin fuerzas; uno, el que se esconde entre las líneas de los libros de fotografía de los años 30. No sé si me lanzo a enviar bengalas de imágenes o lanzas de linotipias y relieves de teclas en una máquina de escribir.

Desconozco por completo las intenciones de mi mente al lanzarse a esos recuerdos imaginados en los que la ropa de abrigo está cosida en tela de saco caliente, y las verduras tienen formas virginales bajo la arcilla seca. Las damas corren en pantalones de rejoneador y el pelo no lleva más lejos del cruce del cuello con la línea de la sonrisa, pero parece más fácil observar desde cerca.

No tiene en principio nada que ver con los castaños, pero todo parece más honesto y más posible.

Probablemente la tristeza de haberlo perdido sería la misma.

terça-feira, 2 de março de 2010

Afortunadamente ...


Muchas veces no parece que las cosas puedan cambiar de un mes a otro, o un año a otro. Sin embargo, a veces, la vida puede tomar sus propias decisiones por ti.

Si hubieras sabido lo que el futuro te deparaba tu vida hubiera sido mucho más sencilla. No me hubiera complicado tanto, discutido tanto, habría confiado más en mis valores, mis fuerzas. En este momento en mi vida tengo muy presente el peso de un día tras otro, y lo que consigo en esas 24 horas.

A nivel creativo intento extraerle a la vida las claves. Es un misterio arrollador y más sencillo.


Creas personajes en los que te conviertes, tal vez porque el que eres no lo has compuesto tú.

Afortunadamente ...


Muchas veces no parece que las cosas puedan cambiar de un mes a otro, o un año a otro. Sin embargo, a veces, la vida puede tomar sus propias decisiones por ti.

Si hubieras sabido lo que el futuro te deparaba tu vida hubiera sido mucho más sencilla. No me hubiera complicado tanto, discutido tanto, habría confiado más en mis valores, mis fuerzas. En este momento en mi vida tengo muy presente el peso de un día tras otro, y lo que consigo en esas 24 horas.

A nivel creativo intento extraerle a la vida las claves. Es un misterio arrollador y más sencillo.


Creas personajes en los que te conviertes, tal vez porque el que eres no lo has compuesto tú.

Retoques


En vivo, como el dibujo al desnudo, al bodegón de esferas de sentimiento, cada una historiada como el crecimiento y la cosecha de un vegetal animado, creciendo entre las crestas de las montañas de la pasión, en ristras de escondites como una sarta de ajos, con polvo como profesión.

Retoques


En vivo, como el dibujo al desnudo, al bodegón de esferas de sentimiento, cada una historiada como el crecimiento y la cosecha de un vegetal animado, creciendo entre las crestas de las montañas de la pasión, en ristras de escondites como una sarta de ajos, con polvo como profesión.

Es-cri-bir


Escribir en la distancia que prima cuando no hay más que muros de blandiblub para impedir las palabras. Escribir cuando el tiempo se enajena, y las horas se enajenan, y los días, y no parece que puedan quererse en el cuenco de tu mano y resoplar como pétalos insertándose en el papel, llorando lágrimas de tinta y supurando significado.

Me quiero entregar a las sábanas blancas de la inmensidad, los papiros de vida, los erarios del sueño despierto y respirar hondo con el convencimiento de haber nacido, de estar viviendo.

Es-cri-bir


Escribir en la distancia que prima cuando no hay más que muros de blandiblub para impedir las palabras. Escribir cuando el tiempo se enajena, y las horas se enajenan, y los días, y no parece que puedan quererse en el cuenco de tu mano y resoplar como pétalos insertándose en el papel, llorando lágrimas de tinta y supurando significado.

Me quiero entregar a las sábanas blancas de la inmensidad, los papiros de vida, los erarios del sueño despierto y respirar hondo con el convencimiento de haber nacido, de estar viviendo.

Entrar


Marismas, volver a entrar. Interior blando y circular.

Llegada


Silencio, turba, incesante ruido y silencio al fin. Emprendo viajes cortos que se alargan innecesariamente. Tengo que aprender a recuperar el instinto de llegada.

Entrar


Marismas, volver a entrar. Interior blando y circular.

Llegada


Silencio, turba, incesante ruido y silencio al fin. Emprendo viajes cortos que se alargan innecesariamente. Tengo que aprender a recuperar el instinto de llegada.

Los ríos


Me fascinan como lectora, y sin embargo, como las páginas heridas, siempre han estado allí. Los telones de fondo repiten sus emisiones y los hoyuelos en el aguan revierten al aguacero. Lo inesperado, la aventura, se suceden como los viajes luminosos en una edición tras otra, con gran tirada, manteniendo el pulso.

Se dice rápido, y sin embargo la metáfora hay que reflexionarla. Los personajes del mar, de los lagos, de los arroyos y las montañas reverberan en el brillo de sus aguas, se esconden en las aristas salientes de sus aguas, las mismas que otrora los tragan empecinadas en ir contracorriente, con salmones imaginarios horadando sus aletas en la hiriente luz del cieno. Mientras los salmones mueren los trigales dorados se revuelven en formas redondas y achantadas, vibrando y resonando con el vuelo del aire labriego y las pompas de esporas de diente de león que pululan como un cargamento de riqueza, como suspiros anegados de salvia y suelo, como sudor rugoso mezclado con campo, y vistas presenciadas por primera vez. Las ondas terrestres promiscuas podrían fecundar regiones enteras con su magnética influencia.

La cualidad irreversible del silencio te mece en este remanso de sol y sabor a tierra rojiza. Los relatos fluyen como las amaneradas y fatigosas repeticiones de los ciclos naturales. El arroyo serpentea como un látigo de frecuencias deseosas, de emociones sin descubrir. La invariabilidad de lo inesperado sepulta las entregas de los desconocidos afluentes. Los ríos se enervan como países, como bravuras tempranas e inexploradas. Las incógnitas se acumulan y apenas se renuevan, pero la estructura narrativa, ignota, se retuerce en plena mancha que devora y brota del mismo sitio al fin.

Puedes bañarte en un medio que te lava y te reconforta, pero no dejaría de ser un medio extraño: un peligro. Los azules danzan, la tentación de la metáfora te seduce y te empuja a adentrarte en la jungla. Los libros dan vueltas y se sumergen como agentes de incógnito sobre la superficie del torbellino de aquellas civilizaciones presuntas que no desenredan su pasado.

Llevar


Es una balaustrada de caramelo por la que se balancea el tiempo, reo de los momentos ilusionados y la requisada buena suerte. En medio de una simple rendición aparecen signos saludables de sierpes inutilizadas cuyas pieles hacen de luceros y guirnaldas del sendero más capaz, más interno, más impredecible.

Tiene enjambres de silogismos cuando rezuma conciencia, azúcar, presentimientos y recelos superados. Pero a ciencia cierta, en plena resolución de acertijos inverosímiles aparece la intromisión de la incomprensible e insondable presa del revuelo de la hojarasca, siempre entrada la noche, siempre a luz de gas, con la remesa completa de superficies enarboladas con fundas de campanillas, con racimos de ilógica e insuperable emoción, donde todo se funde y nada se soluciona, pero hay que dejar que las verdades se conviertan en badajos de campanario, y que redoblen cuando sean añejas y puedan reconfortar a quien haya sufrido indefensión, a quien se ha ignorado hasta que se supo lo que realmente estaba pasando.

Pero la belleza no es eso, no son cantos de sirena o redobles de silbatos hueros. Son recelos de poca monta todas estas cosas. Lo que realmente es bello suena a incierto, no tiene mantel ni mesa puesta, se esconde porque no se ve, o más bien es que no se ve pero realmente no se esconde. Es todo mucho más sencillo, mucho más fácil, mucho más interesante, ya lo has dicho una vez y continuarás diciéndolo, es todo mucho, mucho, mucho más sencillo y amigable y cómodo. Tienes alas de alazán... y eso te va a llevar muy lejos, aunque ahora sientas que estás en una ratonera. Pero siempre es lo mismo, cuando no te entienden, cuando estás rodeada de gentes que no te entienden es fácil caer en desgracia y ser prescindible.

Es lo más sencillo del mundo el obligarte a replantearte tus posiciones, es apenas ininteligible el susurro de tus protestas, y a veces te preguntas que por qué lo haces, por qué te prestan, para quién vives, si no debería causarte todo tanto trabajo y esfuerzo, o mejor dicho, no debería causarte todo tantas ganas de no trabajar, de hacerte ligera, invisible, de no estar allí, de ser prescindible, no sabes por qué lo haces, pero en ello se encuentra lo importante, lo esencial, lo imprescindible: el no saber esta vez de qué se trata, sino dejarte llevar.

Los ríos


Me fascinan como lectora, y sin embargo, como las páginas heridas, siempre han estado allí. Los telones de fondo repiten sus emisiones y los hoyuelos en el aguan revierten al aguacero. Lo inesperado, la aventura, se suceden como los viajes luminosos en una edición tras otra, con gran tirada, manteniendo el pulso.

Se dice rápido, y sin embargo la metáfora hay que reflexionarla. Los personajes del mar, de los lagos, de los arroyos y las montañas reverberan en el brillo de sus aguas, se esconden en las aristas salientes de sus aguas, las mismas que otrora los tragan empecinadas en ir contracorriente, con salmones imaginarios horadando sus aletas en la hiriente luz del cieno. Mientras los salmones mueren los trigales dorados se revuelven en formas redondas y achantadas, vibrando y resonando con el vuelo del aire labriego y las pompas de esporas de diente de león que pululan como un cargamento de riqueza, como suspiros anegados de salvia y suelo, como sudor rugoso mezclado con campo, y vistas presenciadas por primera vez. Las ondas terrestres promiscuas podrían fecundar regiones enteras con su magnética influencia.

La cualidad irreversible del silencio te mece en este remanso de sol y sabor a tierra rojiza. Los relatos fluyen como las amaneradas y fatigosas repeticiones de los ciclos naturales. El arroyo serpentea como un látigo de frecuencias deseosas, de emociones sin descubrir. La invariabilidad de lo inesperado sepulta las entregas de los desconocidos afluentes. Los ríos se enervan como países, como bravuras tempranas e inexploradas. Las incógnitas se acumulan y apenas se renuevan, pero la estructura narrativa, ignota, se retuerce en plena mancha que devora y brota del mismo sitio al fin.

Puedes bañarte en un medio que te lava y te reconforta, pero no dejaría de ser un medio extraño: un peligro. Los azules danzan, la tentación de la metáfora te seduce y te empuja a adentrarte en la jungla. Los libros dan vueltas y se sumergen como agentes de incógnito sobre la superficie del torbellino de aquellas civilizaciones presuntas que no desenredan su pasado.

Llevar


Es una balaustrada de caramelo por la que se balancea el tiempo, reo de los momentos ilusionados y la requisada buena suerte. En medio de una simple rendición aparecen signos saludables de sierpes inutilizadas cuyas pieles hacen de luceros y guirnaldas del sendero más capaz, más interno, más impredecible.

Tiene enjambres de silogismos cuando rezuma conciencia, azúcar, presentimientos y recelos superados. Pero a ciencia cierta, en plena resolución de acertijos inverosímiles aparece la intromisión de la incomprensible e insondable presa del revuelo de la hojarasca, siempre entrada la noche, siempre a luz de gas, con la remesa completa de superficies enarboladas con fundas de campanillas, con racimos de ilógica e insuperable emoción, donde todo se funde y nada se soluciona, pero hay que dejar que las verdades se conviertan en badajos de campanario, y que redoblen cuando sean añejas y puedan reconfortar a quien haya sufrido indefensión, a quien se ha ignorado hasta que se supo lo que realmente estaba pasando.

Pero la belleza no es eso, no son cantos de sirena o redobles de silbatos hueros. Son recelos de poca monta todas estas cosas. Lo que realmente es bello suena a incierto, no tiene mantel ni mesa puesta, se esconde porque no se ve, o más bien es que no se ve pero realmente no se esconde. Es todo mucho más sencillo, mucho más fácil, mucho más interesante, ya lo has dicho una vez y continuarás diciéndolo, es todo mucho, mucho, mucho más sencillo y amigable y cómodo. Tienes alas de alazán... y eso te va a llevar muy lejos, aunque ahora sientas que estás en una ratonera. Pero siempre es lo mismo, cuando no te entienden, cuando estás rodeada de gentes que no te entienden es fácil caer en desgracia y ser prescindible.

Es lo más sencillo del mundo el obligarte a replantearte tus posiciones, es apenas ininteligible el susurro de tus protestas, y a veces te preguntas que por qué lo haces, por qué te prestan, para quién vives, si no debería causarte todo tanto trabajo y esfuerzo, o mejor dicho, no debería causarte todo tantas ganas de no trabajar, de hacerte ligera, invisible, de no estar allí, de ser prescindible, no sabes por qué lo haces, pero en ello se encuentra lo importante, lo esencial, lo imprescindible: el no saber esta vez de qué se trata, sino dejarte llevar.

domingo, 8 de fevereiro de 2009

Señas de identidad


Llevo una semana un poco despistada pero al mismo tiempo más centrada que nunca. Esta semana ha tenido un ritmo frenético, las horas sólo se han sucedido para atropellarse, avasallarse y entrometerse las unas con las otras, y los minutos duraban menos que el estirón de una goma elástica. Me he dado cuenta de lo fácil que es despistarme y sentir perplejidad por mi propia existencia, un ¿qué hago aquí? me asalta, o un mejor dicho: "¿Qué hacía aquí ... qué era ... exactamente??". Tengo que tomar conciencia de mí misma en esos momentos y devolverme a mi vida; hacer un esfuerzo para reconocer aquellas señas de identidad que son mías, y recuperar el ritmo de los últimos logros antes de que se difuminen y desaparezcan por donde habían aparecido.

A veces inusitados acontecimientos me ayudan a centrarme: hacer un par de coladas de varios colores y recuperar ropa que llevaba semanas sin ponerme; escuchar una canción y ponerme a bailar sola en casa y acordarme de momentos especiales; ver a una amiga que me hace recordar partes de mí que no tengo presente en primera fila mental; hablar inglés con alguien y escuchar expresiones que me llevan a Londres, a Ámsterdam o a algún otro sitio.

Mi cabeza está en constante movimiento y a veces, tras un tiempo de mar bravía y azorada, las olas devuelven a la orilla de mi subconsciente aquellos objetos y recuerdos tragados mar adentro en el azogue. Es en esos momentos que me observo como si todo fuese nuevo, pero notando un sabor extraño en la boca, como de algo añejo y sin embargo un poco olvidado, un algo que tiene que resurgir todavía tras despertar mi mente a su aroma. Y es tras transcurrir unos segundos que de repente reconozco un rasgo de identidad mío propio e intenso que entre las brumas de mis cambios y mis regeneraciones ¡había poco menos que pasado por alto!

Hoy en el tren de Majadahonda a Príncipe Pío me encontraba leyendo las hojas que había impreso sobre el dinámico y fascinante intercambio de pensamiento entre Otto Rank y Arthur Miller. Me enzarcé en una escaramuza como un gato montés con mis bolígrafos Pilot, porque los que he cogido del trabajo o están secos o son de 0.7 de diámetro, lo que no me gusta (demasiado grosor para hilar fino :-) Intentaba escribir notas en las hojas pero no podía hacerlo con la ligereza que necesitaba para cazar mis ideas al vuelo, y un chico árabe que se sentaba enfrente mío me vio luchar contra las puntas de los bolígrafos y dar la vuelta del revés a mi bolsa en busca de alguno que pudiera seguirle el ritmo a mi mente enfebrecida por el excitante partido de tenis entre Otto y Arthur. El chico estaba rezando con su collar de cuentas pero se había percatado de mi percance y amablemente sacó un bolígrafo de su bolsa y me lo ofreció; yo le expliqué que sólo estaba probando los que yo tenía, que no se preocupara, que alguno saldría bueno, y él me sonrió. Pero todo esto lo hizo sin dejar de rezar para sí mismo y de pasar los dedos por las cuentas de su collar mientras las contaba en su oración.

La naturalidad con la que este chico estaba atento a su alrededor y al mismo tiempo concentrado en lo que hacía me hizo pensar en el tipo de actividades que llevamos a cabo para conservar la salud mental, para fomentar la fuerza y la consistencia de nuestra personalidad. Yo necesito trabajar en mi autoconsciencia, mi subconsciente y mi creatividad para tener fuerza en el desenvolverse del día a día. Este chico rezaba todos los días y tenía la costumbre y la necesidad de hacerlo. Durante años ha podido aislar un momento en su día para llevar a cabo sus oraciones y por tanto tiene incontables momentos aislados de tiempo que puede comparar unos con otros, como las personas que durante años hacen una foto en el mismo sitio a la misma hora, como Auggie Wren (Harvey Keitel) en la película de Smoke, de Paul Auster. Pareciera que todo el día no es sino una preparación para volcarlo todo en ese clic de la cámara, en esa contusión mental inducida, en ese respirar hondo, en el escarbar y pensar o no pensar, lo mismo me da. Llegas a ese momento y no sabes qué va a suceder después, o sí lo sabes pero aunque aún así no hay nada que se le parezca, porque es uno más de entre cientos o miles, y cada vez la grandeza de la suma de los otros momentos lo hace más especial.

A veces requiero disciplina para preparme y llegar a buen puerto en ese momento, y me desilusiona lo fácil que hasta entonces me había resultado el hacerlo sin ella, porque lo deseaba tanto como a nada en este mundo y no había necesitado ánimo ni esfuerzo para llevarlo a cabo. Una vez que me enfrento al hecho de que a veces sí necesito esa disciplina, acepto la posibilidad de que tal vez simplemente me he despistado, algo me ha escupido de la órbita de la pasión con la que normalmente trabajo, y entonces lucho como se dice en inglés por encontrar my center, my core, mi centro de gravedad, mi punto centrípeto donde todo lo que hago tiene un único motivo y la misma excusa: yo soy así.

Yo necesito mi momento de lucidez diaria, necesito sentir que he conseguido nadar de forma ágil por mi entereza, percibir la elasticidad de mi mente, entrever las verosimilitudes que se esconden en mi cabeza, en mis actuaciones. Es tan necesario para mí como el sueño diario o la comida. Mi vida no tiene orden sin estos momentos resguardados del fragor diario, y pierdo mi capacidad de maniobra si no me entrego, si no encuentro ese momento de concentración donde los castillos de naipes se colapsan y acabas con la baraja en la mano.

Señas de identidad


Llevo una semana un poco despistada pero al mismo tiempo más centrada que nunca. Esta semana ha tenido un ritmo frenético, las horas sólo se han sucedido para atropellarse, avasallarse y entrometerse las unas con las otras, y los minutos duraban menos que el estirón de una goma elástica. Me he dado cuenta de lo fácil que es despistarme y sentir perplejidad por mi propia existencia, un ¿qué hago aquí? me asalta, o un mejor dicho: "¿Qué hacía aquí ... qué era ... exactamente??". Tengo que tomar conciencia de mí misma en esos momentos y devolverme a mi vida; hacer un esfuerzo para reconocer aquellas señas de identidad que son mías, y recuperar el ritmo de los últimos logros antes de que se difuminen y desaparezcan por donde habían aparecido.

A veces inusitados acontecimientos me ayudan a centrarme: hacer un par de coladas de varios colores y recuperar ropa que llevaba semanas sin ponerme; escuchar una canción y ponerme a bailar sola en casa y acordarme de momentos especiales; ver a una amiga que me hace recordar partes de mí que no tengo presente en primera fila mental; hablar inglés con alguien y escuchar expresiones que me llevan a Londres, a Ámsterdam o a algún otro sitio.

Mi cabeza está en constante movimiento y a veces, tras un tiempo de mar bravía y azorada, las olas devuelven a la orilla de mi subconsciente aquellos objetos y recuerdos tragados mar adentro en el azogue. Es en esos momentos que me observo como si todo fuese nuevo, pero notando un sabor extraño en la boca, como de algo añejo y sin embargo un poco olvidado, un algo que tiene que resurgir todavía tras despertar mi mente a su aroma. Y es tras transcurrir unos segundos que de repente reconozco un rasgo de identidad mío propio e intenso que entre las brumas de mis cambios y mis regeneraciones ¡había poco menos que pasado por alto!

Hoy en el tren de Majadahonda a Príncipe Pío me encontraba leyendo las hojas que había impreso sobre el dinámico y fascinante intercambio de pensamiento entre Otto Rank y Arthur Miller. Me enzarcé en una escaramuza como un gato montés con mis bolígrafos Pilot, porque los que he cogido del trabajo o están secos o son de 0.7 de diámetro, lo que no me gusta (demasiado grosor para hilar fino :-) Intentaba escribir notas en las hojas pero no podía hacerlo con la ligereza que necesitaba para cazar mis ideas al vuelo, y un chico árabe que se sentaba enfrente mío me vio luchar contra las puntas de los bolígrafos y dar la vuelta del revés a mi bolsa en busca de alguno que pudiera seguirle el ritmo a mi mente enfebrecida por el excitante partido de tenis entre Otto y Arthur. El chico estaba rezando con su collar de cuentas pero se había percatado de mi percance y amablemente sacó un bolígrafo de su bolsa y me lo ofreció; yo le expliqué que sólo estaba probando los que yo tenía, que no se preocupara, que alguno saldría bueno, y él me sonrió. Pero todo esto lo hizo sin dejar de rezar para sí mismo y de pasar los dedos por las cuentas de su collar mientras las contaba en su oración.

La naturalidad con la que este chico estaba atento a su alrededor y al mismo tiempo concentrado en lo que hacía me hizo pensar en el tipo de actividades que llevamos a cabo para conservar la salud mental, para fomentar la fuerza y la consistencia de nuestra personalidad. Yo necesito trabajar en mi autoconsciencia, mi subconsciente y mi creatividad para tener fuerza en el desenvolverse del día a día. Este chico rezaba todos los días y tenía la costumbre y la necesidad de hacerlo. Durante años ha podido aislar un momento en su día para llevar a cabo sus oraciones y por tanto tiene incontables momentos aislados de tiempo que puede comparar unos con otros, como las personas que durante años hacen una foto en el mismo sitio a la misma hora, como Auggie Wren (Harvey Keitel) en la película de Smoke, de Paul Auster. Pareciera que todo el día no es sino una preparación para volcarlo todo en ese clic de la cámara, en esa contusión mental inducida, en ese respirar hondo, en el escarbar y pensar o no pensar, lo mismo me da. Llegas a ese momento y no sabes qué va a suceder después, o sí lo sabes pero aunque aún así no hay nada que se le parezca, porque es uno más de entre cientos o miles, y cada vez la grandeza de la suma de los otros momentos lo hace más especial.

A veces requiero disciplina para preparme y llegar a buen puerto en ese momento, y me desilusiona lo fácil que hasta entonces me había resultado el hacerlo sin ella, porque lo deseaba tanto como a nada en este mundo y no había necesitado ánimo ni esfuerzo para llevarlo a cabo. Una vez que me enfrento al hecho de que a veces sí necesito esa disciplina, acepto la posibilidad de que tal vez simplemente me he despistado, algo me ha escupido de la órbita de la pasión con la que normalmente trabajo, y entonces lucho como se dice en inglés por encontrar my center, my core, mi centro de gravedad, mi punto centrípeto donde todo lo que hago tiene un único motivo y la misma excusa: yo soy así.

Yo necesito mi momento de lucidez diaria, necesito sentir que he conseguido nadar de forma ágil por mi entereza, percibir la elasticidad de mi mente, entrever las verosimilitudes que se esconden en mi cabeza, en mis actuaciones. Es tan necesario para mí como el sueño diario o la comida. Mi vida no tiene orden sin estos momentos resguardados del fragor diario, y pierdo mi capacidad de maniobra si no me entrego, si no encuentro ese momento de concentración donde los castillos de naipes se colapsan y acabas con la baraja en la mano.