La verdad es que la depresión bipolar apesta. Es una total y absoluta mierda. Aunque si se analiza desde dentro de la herida, con el corazón en la boca y los colmillos en las entrañas, es de algún modo una herramienta que te enseña la volubilidad de los afectos, te explica el por qué de ciertos comportamientos humanos, te puede ayudar a entender una lección muy dura y es la de lo condicionadas que están las personas por su cerebro, y nos hace ver lo poco que nos queda que podamos llamar personalidad, talento y hasta culpabilidad.
Mi depresión bipolar ha sido para mí un azote de la cólera de Dios, pero ahora que ya no me creo (aunque duelan) los mensajes de terror que reenvía a mi mente, me siento más capacitada para luchar contra ella cuando se manifiesta. Sé que en estos momentos estoy en un momento delicado, porque he identificado los ramales por los que me puedo encaramar para salir de este atolladero. Básicamente tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para soportar el dolor - como si un dolor de muelas se tratase o de estómago. Eso es difícil, porque es un dolor muy especial y siempre tienes la sensación de que no lo tendrías tan duro si tuvieras un poco de ayuda. Sin embargo, es difícil que esa ayuda llegue. Es como esperar que te llame por teléfono alguien de quien estás enamorada, ese alguien que no tiene intención de llamarte.
El dolor de la depresión bipolar es un dolor inducido desde tu cerebro contra tus emociones, tu bienestar, y es muy difícil ignorarlo o paliarlo. Pero es posible porque no es real, es una enorme farsa, una terrible mentira, una gran tomadura de pelo.
En mi caso duranto los últimos años he ido echando por tierra todos los mitos que la bipolaridad me ha endosado, he ido buscando y aclarándome poco a poco quién soy yo, y qué es lo que esta enfermedad me ha hecho. De entre las ruinas has salido alguien escindida, alguien tal vez menos equipada, con menos creencias y menos muletillas. Alguien que todavía está aprendiendo a respirar sin ayuda. El mundo también tiene otro aspecto. Se ha convertido en un atril, en un lienzo. Ya no es una escalera, un túnel de sorpresas, un sitio merendado entre el pasado y el futuro, un enigma global. Es algo más sencillo pero igual de desconocido. Hay muchos menos "debería ser", pero más "no sés". Es también un sitio donde observo, leo, siento a muchísimos seres como yo, dotados con una predisposición especial hacia el dolor de corazón, hacia el desnudo creativo. En un mundo así no puede haber envidias, sólo relevos.
Este fin de semana tengo que hacer un esfuerzo muy fuerte para mandar el bajón bipolar a hacer puñetas. Sé que tengo que trabajar en el corto. No tengo más remedio que ponerme a pelearme de nuevo y enredarme con las rencillas técnicas que han asolado a este proyecto desde sus inicios. Es difícil verme a mí misma fuera de mi personalidad de realizadora. Escribir es importantísimo para mí, vital, pero estoy de parón cinematográfico y tengo que terminar este proyecto antes de imaginarme creando, gestando algún otro. Me va a resultar difícil empezar porque tengo el cerebro secuestrado por esta mierda de enfermedad, pero no le voy a dejar que se salga con la suya. Si por ella fuera no movería un sólo dedo, me volvería un ratón que entregase su vida día tras día, año tras año frenética y desesperadamente en una lucha inútil por salir de una vil ratonera, sin esperanzas, con un dolor inmenso, con un desgaste tremendo. Es una enfermedad que en realidad es un cáncer porque hace todo lo posible por destruirte, por ganarte la batalla, por despreciar tu humanidad, tus desvelos. Es tremenda y cruel, como todas las enfermedades. Y la última persona en comprenderla por supuesto eres tú misma.
Tengo que ponerme y sacar la peli del ordenador y finalizarla entre otras cosas para activarme, entenderme, provocar catálisis químicas en mi cerebro que me hagan el cerebro tutti frutti, que generen las sustancias químicas que nivelan los niveles hormonales, todo para que al final yo vuelva a ser yo: a filmmaker. Tragándome planos, enamorándome de mis actrices, rebobinando mi historia, mis diálogos en mi cabeza una y otra vez, cientos, miles de veces, en busca de un acabado final, de aquéllo que sabes que tienes que hacer para que se pueda ver. Dejar la película terminada lo mejor posible, dentro de la ineptitud que me asola.
Ir a buscar mi ordenador, llevarlo en el metro en una bolsa, ver lo bien, lo mal que se porta tras el viaje. Emprenderla con el software, los reinicios de MacOs, los pantallazos, los errores de sistema, los bugs; volver a masticar la banda sonora que escogí con tanta serendipity, cariño y entusiasmo. Levantarme por la mañana con ideas para mejorar un plano, un problema. Querer saltar de la litera y ponerme frente al ordenador durante todas las horas del mundo, fundida en mi historia, parando para comer tras un acuerdo táctico conmigo misma. Ir a comprar comida sólo porque si no como bien no puedo trabajar. Olvidarme de que el mundo fuera está lleno de parajes inhóspitos porque mientras tanto aquí estoy yo dentro, enredada en mi película. Poner lavadoras entre renders. Planear mi día en base al trabajo que me queda por hacer. Ver a gente sabiendo que lo hago sin prejuicio del trabajo que tengo entre manos. Tener una vida organizada donde todo lo que haces fuera de la peli es un accesorio, es para rellenar huecos con paja. Es lo que es la vida: una pulsión vital, algo que arrolladoramente te motiva y te da excusas para hacer todo lo demás, que te ayuda a hacer todo lo demás sin que tenga excesivo sentido.
No puedo olvidarme de quién soy, de lo que soy, de aquéllo por lo que sacrificado media vida lejos de mi familia, de mi casa, en sitios donde sólo buscaba maximizarme y potenciar esta parte de mí misma. Porque en algún momento tengo que volver a hacer cine, no sé cómo ni qué voy a hacer, pero sí que necesito expresar mi creatividad visual. No quiero que sea a costa de mi salud mental ni física. Tampoco sé cómo voy a organizar la logística sin estresarme a lo bestia. Me gustaría que pudiera ser algo tan natural como escribir. Hay veces que tengo que forzar la escritura, pero me resulta muy doloroso ver película tras película mientras noto todas mis ideas, mi expresión revolverse dentro de mí sin tener salida alguna. Mi próximo proyecto quiero que sea orgánico, personal, necesario. No quiero hacer nada que no brote de forma natural. Debería terminar el guión del largo también, yo creo en la historia que estoy contando, la veo proyectada en mi mente en mi pequeño y particular Cinema Paradiso.
Anónima, jaja, muy bueno. Muchas gracias, me ha hecho mucha ilusión. Litiobits ... jejej
ResponderExcluirBesos