Me fusiono con tu cuerpo y repito atávicas caricias. Sumerjo mi lógica, mi conocimiento, la impronta de los genes de las yemas de mis dedos en los perfiles afilados de tu lengua; los sonidos vibrantes de tus palabras en un cúmulo de densas y flotantes sensaciones que vuelan a tu alrededor cual satélite sin rumbo fijo. Quiero apresarte y retirar tus objeciones, lanzarte del terrenal mundo al de la sensualidad sin límites.
Ascienden las formas y los movimientos de mi cuerpo. Recibo esta lluvia de dudas como un recordatorio de mis amores pasados y amo aunque sufro, y lloro un sudor enardecido por los poros de mi piel. Hojas de otoño tardías y estriadas.
El eco sensorial de mis gritos silenciados por los pliegues de tu piel me persigue hasta acallar tus suspiros. Tu cuerpo emana un candor cadencial de murmullos indefinidos y secretos vislumbrados en las sombras. Y cuando hay luz ésta estalla contra los espacios cerrados y estancos y libera sus sonidos que retumban perfectos y armónicos con los saltos sincopados de tu cuerpo. Apenas recupero el abierto mar, una marea me embiste y me parapeta para zambullirme con desesperación hacia el infinito.
La eternidad nos enfrenta a la muerte más exquisita y nos convierte en cadáveres con alas en ámbitos infinitesimales. Apenas desvelo nuestro destino cuando un viento inesperado y goyesco me libera de mi ataduras terrenales y me ofrece una vía abierta hacia un cruce de caminos con las puertas abiertas. Un largo laberinto de letras se extiende en una baraja de naipes blancos que debo encadenar en empinadas pirámides sin derrumbarlos. Sufro sueños barruntados con la simiente de mis recuerdos más preciados, aquéllos que se encarnan en los genes de mis antepasados.
El choque del viento me maltrata, me altera y empuja hasta deslizarnos de nuestro centro de gravedad; y tú que yaces y prosperas encima, a un lado y debajo de mi vientre suspiras goces insospechados y abigarrados. Es obligatorio el movimiento de tierras ya que tan sólo tengo acceso a una parte de la fortuna que me ofrecen tus racimos de besos y esmeraldas encarnadas. Susurro un requiebro y de repente despunta el día, se retira la noche eterna y tú y yo llegamos a un encuentro con nosotras mismas que por una vez no nos sabe a fracaso sino a ambrosía y plata, a perfiles de calor renuente, a bandas prietas, a conjeturas desveladas, a partículas iluminadas que creen en la vida y cazan historias ténues.
Tu pecho recoge mis amarguras, mi llanto amordazado, la cruz muscular dentro de mi vientre que se encoge, expande y repliega. Tus senos me retrotraen a la vida antes de adiestrar mi cuerpo a las estrecheces del mundo exterior. Pero me obligan a desearte y desear adentrarme fuera de la vida plactónica para explorar tu sensualidad turgente, hermosa y arrebolada. Deseo pues entregarte los míos, pequeños, elevados, apenas visibles. Los tuyos me alteran la temperatura basal, me arrebatan y me ascienden hacia el infinito transparente y cegador de mi propia aura.
Por fin la luz interna e intensa se posa en las almohadas, y mi cabeza tropieza al alba con las plumas transparentes que saben a olvido prohibido. Hemos perdido la noción del tiempo para siempre.
Una calma perfecta, las frecuencias del aire permiten que el dolor que se resiste se colapse en columnas de humo, y la salvia de nuestro deseo espere deslizarse por los surcos de los nervios de tu espalda. Un reloj de arena frenético se ralentiza y explota, y el polvo de vidrio nos hiere y nos corta para que la sangre circule a borbotones y precinte nuestras dudas.
El escozor de esos cortes profundos en mi piel se calma y alivia milagrosamente tras una cura de emergencia que llevas a cabo con el vapor de tu aliento que sabe a cartón mojado. Tú retiras así mis objeciones. Me pregunto qué se proponen los truenos de la tormenta que acapara tu cuerpo. Meces mis recuerdos y tras saludarlos retuerces mis entrañas para que padezcan con esos arañazos con los que me envuelves; quieres obligarlas a ver la luz en un alumbramiento más doloroso y cruel que el nacimiento. Los pensamientos abstractos estallan en partículas sexuales que tras un lanzamiento tubular resisten los saltos y variaciones de esta noche en vela. Y surcan el cielo machacado por la luz cetrina de estrellas hirientes y lo recorren hasta dominar las galaxias celestes adormecidas. Estos saltos hacen estallar las mirillas sabias de cristal de roca donde resplandece tu deseo hacia mí. Me envuelves con el sabor dulzón de la sangre contaminada del siempre brutal y salvaje, rasgado y sempiterno, oscuro objeto del deseo.
Me entregas tus movimientos egoístas para forzarte a reaccionar ante mi expectante mirada. Invades la intimidad de mi cuerpo y destrozas la plenitud y franqueza de mi piel que antes yacía plana y vergonzosamente desnuda.
Rasgas los pliegues de mi carne y creas ecos marinos dentro de ellos. Tu boca se inunda de sal de roca y me haces retroceder décadas porque mi cuerpo requiere brincos y temblores indiscriminados.
Estoy sedienta irremediablemente, pero tú no me sacias sino que me obligas a perderme en un mundo de posibilidades. Los huecos retumban en mi estómago, mis caderas, el cénit de la parte de mi cuerpo que podría dar a luz a un ser humano si estuviera dispuesta a revolcarle en el polvo blanco de mis sábanas. El triángulo de verdor de tu coño se repliega para recibirme y mis dedos te sorprenden y te violan el deseo. Doblas tu cuerpo en ambiguo placer pero mis manos han de recoger las tuyas y envolverlas como vides infinitas que rasgan tus brazos y la fragilidad de tus muñecas devoradas por los espinos.
Yo prefiero luchar contra corriente y últimamente me siento perdida. Me gustaría recoger y recordar los insospechados orgasmos y arrebatos de mi juventud. Tú retienes mi aliento y no me permites escapatoria ninguna.
Tras exhalar me entrego y parezco un grito acumulado en las capas de sueño y oscuridad. Me revuelves y atraviesas en la cama, me obligas a amarte en el suelo, en el impertérrito sofá. Me aprietas contra el suelo con ímpetu y continúas persiguiendo mi placer y yo el tuyo. Tu piel es un sembrado de trigo, tu boca un vergel de besos. Tu lengua, un aguado camino hacia tu centro y el mío que me recorre húmeda y para ayudarte a recordarme en detalle la próxima vez; ocasión que ya se cierne sobre nosotros cuando respiras sobre mí. Vomito sierpes deslizantes y flores prietas, diminutas, blancas, inmóviles y arreboladas. Tú vuelas y planeas sobre mi espalda y yo hincho tus músculos. No sé si es amor o una explosión de idénticas almas gemelas que esquizofrénicamente compartimos. Recorremos nuestra carne y nos enredamos en posiciones que nos giran como molinos trenzados.
Espero que no dejes escapar la oportunidad de amarme, que no me abandones cuando me besas constantemente. Ojalá me esperes en casa, y cuando sea necesario me arrojes a la calle como a un globo teledirigido para explorar otras gentes y me muestres que eres incondicional a mis ausencias. Eres una mujer que ama mi cuerpo aunque sólo sea en este instante: lo deseas ardientemente, te defiendes con él del frío cortante de la habitación y me clavas al mismo tiempo cuchillos de hielo para despertarme.
Me adoras, me necesitas, me revuelves, despiertas en mí un deseo que me obligará a pensar en nuestro encuentro durante toda la semana. Me obligas a percibir tu esencia en mis dedos, a rememorar las curvas y rectas de tu cuerpo, a sentir la necesidad de sujetar tu cráneo entre mis manos. Rebotará el orgasmo incabado en mi vientre, la coronilla de mi cabeza se encenderá con un fuego al inhalar el aire, al enfocar la vista en la lejanía que termina vislumbrándose con tu imagen y toca y apresa los objetos en mis manos.
Una narración que se hila cual madeja de Ariadna se repite en mi subconsciente, la narración de ti recorre el mío con la memoria, quiere que mi cuerpo se despliegue sobre el tuyo y extasiarme con las cerezas que te recubren. Quiero frotar mi áspera lengua en tu piel, explorarla con el agua que se desborda en mi boca, fulminar con mis sustancias internas los virus que envenenan nuestra sangre. Beberte, beberte, beberte, beberte y saborear el cáliz prohibido del sudor de tu cuello, de entre tus piernas, tus tobillos, tus rodillas, los recovecos de tu espalda, tus caderas que incólumes sostienen tus piernas. Quiero explorar el interior de tus muslos, la carencia de vello en tus orejas, tus párpados congelados, tus cejas saladas, tu frente plana y sabrosa en su plenitud, tus dedos desplegados, la dureza de tus rodillas.
Quiero y necesito enlazar tu pelo con las agujas de mis dedos. Masajear la piel curtida de las raíces de tu cabello. Recorrer con mi lengua tus axilas y frotar mi frente dentro de ellas para impregnarme de ti. Propulsar mis puños dentro de ti, golpear, dar puñetazos dentro de tu vagina para volver a mí.
No quiero dejar de escribir porque quiero apresarte y plegar mi cuerpo sobre el tuyo.
No quiero perderte ni dejar de amar y querer tu ser aunque tras el paso del tiempo me olvides irremediablemente.
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