Me gustaría hablar de ti, pero claro, no puedo. Y puedo porque no puedo.
Esa tremenda familiaridad que tras tu sonrisa sorprendida atisbo y con la que me hablas tras apenas haberte conocido. Ese interés creciente de saber algo más de mí sin poder imaginarme, porque es todo tan fresco, tan inesperado, tan sencillo.
Tan sencilla es la lejanía, la pérdida perpetua, el saber que estás por aquí, en algún sitio.
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