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sábado, 27 de dezembro de 2008
Las cosas cambian y no te enteras nunca de por qué
Son la una y media de la madrugada y espero en el andén del metro Canal en dirección Quevedo, donde me bajo. Sólo es una estación pero este andén está frío siempre y le tengo un poco de manía al trasbordo. Vuelvo a sentir el dolor de cabeza cargado con pólvora que me ha estado asediando todo el día y que sólo me ha dado un ligero respiro durante un par de horas. Vengo de ver a mi madre y tras haberme dado unos apuntes detallados de la situación de hoy en casa con mi padre y nos hemos reído con ciertas cosas que hasta tenían su gracia. Mi madre se ha extrañado mucho de que no me haya quedado a dormir en su casa. No he tenido que pensarlo esta vez, ha sido automático ya que vuelvo a ser dueña de mi tiempo, a dormir en mi cama, a ser yo al menos unas horas al día. He recibido una sobredosis de familia y calefacción central y ahora quiero volver a casa y abrir las ventanas hasta que haga frío en vez de almidonar mis pulmones.
Creo que la mayoría de la gente a mi alrededor va de marcha, pero cuando llegue a mi casa yo pienso echarle una ojeada al internet, leer algo, tal vez, e irme a dormir inmediatamente.
Hoy he visto una película increíblemente sensual de Fanny Ardant y Emmanuelle Béart (increíble actriz, pero qué horror demoníaco se ha hecho en los labios, por Diossss). La película se llama Nathalie y la he visto con el avance rápido para no tener que escuchar los detalles sexuales de la prostituta con el marido de la protagonista. Ardant está estupenda y la sensualidad entre las dos mujeres es más que creíble; me encanta ver a mujeres más mayores en papeles principales en las películas, es más: es esencial que las vea; la fuerza que trasmiten y la feminidad completa es algo fuera de este mundo.
Llega el tren; me gustaría cerrar los ojos y estar en mi litera tras haber puesto el calentador Tres Molinos unos minutos para calentar el dormitorio. La gente está animada y viajan en grupo o en pareja. Aquellas personas con las manos en la frente deben posiblemente volver a casa a acostarse como yo.
Llego a mi piso, me cambio de pantalones por otros más cómodos y me pongo un forro polar. Paso de poner calefacción aquí en el salón, no quiero entontecerme con aire caliente artificial; en la cama no me importa porque las pompas calientes ascienden de manera muy natural al techo donde está la litera y hacen que mi sueño comience de forma muy agradable. Me estoy tomando una tila con remedio rescate de flores de Bach para bajar el ritmo. Pienso en toda la gente que tengo que llamar para reconectar después de una semana de travesía en el desierto. Espero estar más despierta mañana.
Hoy he ido a ver a un grupo de amigos y amigas del instituto. La chica a cuya casa hemos ido era mi mejor amiga entonces. Su vida ha tomado otros derroteros y se ha centrado en sus niñas, su marido de siempre y sus viajes con toda la familia. No se ha hablado de filosofía ni literatura ni arte ni música ni ridículos sueños como hacíamos antes. Ya no se menciona a Pablo Neruda ni a Víctor Jara. Se han pasado la tarde hablando de oposiciones, plazas de profesorado, casas rurales (con fotos), tiempos en avión a Estados Unidos, la estancia en hospital de un niño de su colegio, las bajas de la tutora de una de las niñas, si recuerdo bien el divorcio o la operación de una amiga suya y no sé qué cosas más, sólo sé que no he participado en ninguna de las tramas de la conversación con una sola frase excepto un rato en solitario con un amigo.
Cuando estuvimos un momento a solas lo único que se les ocurrió ante mi pasividad fue que podía mirarles un problema de la configuración de internet de su ordenador. Fue una tarde súper aburrida, me entró frío en su cocina y quería salir de allí. Es gente muy maja y tal vez yo no manipulé la conversación como hago otras veces para terminar hablando de cosas intensas e interesantes para mí, pero esta vez no tenía fuerzas. Seguro que se notó. Desde luego, la tarde no ha ayudado nada a mi dolor de cabeza. Me he dado cuenta de que hay ciertos temas mundanos que me importan un pimiento y me parece una pérdida de tiempo el entablar una conversación sobre ellos a menos que sea con alguien que realmente me importa, pero llevo tiempo sintiéndome alienada con esta amiga y me da pena siempre que sea imposible hablar de aquellas cosas por las que me enamoré de ella a los dieciséis años.
Postado por
Admin
às
17:10
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Es tan extraño no poder encajar los recuerdos en el tiempo presente, no saber ya el por qué unx sigue manteniendo ciertos lazos con gente que tiene una vida lejos de la nuestra. A mí me pasa igual, me aburre igual y me entristece igual. Un abrazo hermosa! Sayak
ResponderExcluirGracias, bonita. Pero ya ves, también encuentras rosas nuevas por el camino :-)
ResponderExcluirBesitosss