segunda-feira, 22 de dezembro de 2008

Navidad en la Gran Vía


Luminosos que parecen exudar más destellos que nunca. Estrellas cantarinas y luceros que se desgranan en cascada por las fachadas de los grandes almacenes. Taxis en manadas, autobuses preñados como latas de tabaco crudo de petaca se atreven a adelantar a los coches presumiendo de carril bus. Ipods, fotografía digital. Parejas jóvenes enamoradas lucen politonos de villancicos en sus móviles. Árboles como cúspides cargados de viandas y luces en Plaza de España.

Familias enteras entrelazadas por las manos, bebés exultantes y excitados por las luces húmedas reflejadas en las aceras. Cortylandia al ataque, Callao imposible. Demasiado calor en la oficina. Un ambiente eléctrico, cafeterías llenas de caprichos dulces con decenas de ancianas diabéticas. Consejos de un hijo a su padre sobre cómo cambiar de móvil. Yo pienso que alguien me ha robado el mío en el autobús pero no ha sido así.

La librería de El Corte Inglés de Princesa repleta de gente de clase media que se acuerdan de repente de que se han olvidado de leer libros de arte y política y que deberían encarrilarse en el Año Nuevo. Más mensajes de texto que nunca. La hora punta es ahora todo el día. Mi madre suplicándole al SUMA a las dos de la mañana que vengan a sedar a mi padre que alucinado quiere abandonar su hogar para volver a la casa en la que vivíamos hace mas de veinticinco años.

En el trabajo me dan una botella de champán gigante que a duras penas puedo acarrear y me pregunto a quién le voy a endosar la tercera copia de un calendiario de viaje muy bonito y colorido que me han vuelto a regalar.

Mi cuerpo sabe que es Navidad porque no he parado de comer. Quiero un café espumoso con la cara de George Clooney como posavasos. Quiero ir de fiesta sin moverme de casa, quiero invitar a alguien a comer y entrar en tiendas por la noche para mirar.

Ayer vi Ivanhoe con mi madre a la una de la mañana. Joan Fontaine se lleva al chico, como siempre.

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