Con sus saetas y sus intercostales de hielo. Sus mecedoras múltiples y sus bebés sietemesinos que gruñen cuando les ofrecen leche porque siguen añorando el flotar en sus ensoñaciones de placenta, en sus querencias por la carne femenina materna que les envuelve en un cuenco de minero.
Escaleras batientes y disonantes, fumadores crujientes y pulmones heridos por pensamientos enlazados bioquímicamente a las dopaminas refritas y neuronales.
Deseo de verano de ríos de miel, de campamentos nocturnos e historias policíacas. El viento helado y las decoraciones prenavideñas que huelen a pubertades y asfaltos vacíos. Bebés que chillan máaas y jalean a sus mamás para que empujen duro sus carritos. Viandantes que exclaman unbelieveable! cuando el viento helado le arranca los témpanos ceráceos.
Jovencitas que se resisten a las ráfagas raudas con zapatillas de ballet por la Gran Vía y sus sempiternos andamios repletos de obreros polvorientos y cansados. La estación fantasma de Chamberí en la línea 1 que te encoge el alma en sí encogida. Piel rosada y respiración acerolada. Corazones de látex se expanden en las calles del centro. Y yo con estos pelos ...
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