terça-feira, 23 de dezembro de 2008

Viajar


Llevo más de cinco días vagando entre núcleos de personas, rapsodiada en aquello que llamamos familia, intentando ser de utilidad y fusionada a las necesidades de la mayoría. Mi ropa refleja las migraciones, mi piel ansía la rutina de sus cuidados diarios, mi cuerpo el descanso de su propia cama y la dinámica de moverse por su propio espacio. Mi mente empieza a resentirse por la falta de unidad; ya no se balancea en un diálogo uniforme consigo misma sino que se pierde entre multitudes, vibra entre identidades, ya no es enteramente dueña de sí misma, de sus disparates y ligerezas porque tiene que ocuparse de comunicarse con los demás de forma continuada, de lo que los demás precisan, de cómo hacerse un hueco en otras vidas y permanecer coherente.

Es extraña esta vida que llevo porque a veces no parece anclada, no tiene reflejo en la de los demás ni se siente del todo comprendida. Cuando me sumerjo en mi familia me brotan árboles en la cabeza, me rediseño y me pierdo un par de millas mar adentro. Ya no sé cómo me perciben, he mutado de forma tan frecuente y variada que se me ofrece el beneficio de la duda. En la transición entre habitación y habitación, y entre conversaciones me siento viajar más rápido y desordenadamente que cuando viajaba de país en país.

Viajando te encuentras a ti misma más fácilmente; es la soledad, es la rutina de preparar tu maleta siempre de la misma forma, buscar esa bebida caliente que te viertes en la garganta entre estepas y zonas horarias, es la oportunidad de recordar otros tránsitos, otros movimientos septentrionales. Siempre me he reconocido en el movimiento, en el cambio de dirección y la búsqueda de lo mismo traducido en siete idiomas hasta que me aburrí de viajar y dejé de ansiar el hacerlo.

Pero en las casas familiares, ya perdida la infancia para siempre como una bella patena que todo lo cubre, mi sensación es diferente, es más intensa, más desordenada, menos libre. Me observo congelada en el tiempo en las fotos que esperan en cada esquina, momentos que siempre parecen felices, preciosos, esenciales. E intento parar el tiempo para que no me consuma, para hacerme un hueco, para ser alguien en una casa que ya no es la mía pero que me suena como a una persona perdida el perfil de una calle conocida.

Soy testiga de otras vidas, otros momentos, otros idiomas personales. Me olvido durante horas de escudarme en mi propia identidad y tras un tiempo necesito hacerlo. Aunque no sea así otras vidas parece que marchan a su propio ritmo, con un destino forjado por sus características, por sus detalles. Y aquí yazco yo, sin reconocer mi futuro porque el tiempo se ha detenido aquí y nadie se imagina lo que va a ser de mí, lo que hago por las mañanas, por las tardes, por las noches. Me ofrecen su espacio, un espacio nuevo tras los años transcurridos fuera, donde me conocen por mi nombre pero no por mis hechos porque los vivo y los pienso únicamente en mi cabeza y no termino de responder a ninguna pregunta vital con total coherencia.

La vida en familia es como un viaje dentro de una botella.

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