Éste es un domingo eléctrico, de luces de tráfico como miles de scalextric con faros multicolores y temblorosos como serpentinas. La gente no quiere abandonar el asfalto, la calle, el ritmo ascendente y descendente de sus movimientos al manipular con sus tacones las aceras de mazapán. Son los días previos a una Navidad urbana que todo el mundo ve acercarse con trepidación y la expectación se mezcla con el miedo a la destrucción y apisonamiento más que probable de emociones escondidas bajo el telón de acero del tórax, como flores revueltas que crecen en lugar del manto de césped que se esperaba.
La Navidad urbana barajará más de una mano de necesidades de afecto, una baraja mágica de recuerdos y respiraciones pulmonares desoladas por la ansiedad. Y miles de personas se levantarán tras Nochebuena con propensión a vomitar la buena fe de esos hombres, de ese batallón, de ese ejército de soldados de la buena voluntad que marchan adelante sin mujeres, ni infancia, ni regueros de lirios, ni bandejas de plata con sus orones recién horneados.
Y tras el batallón aparecen los reproches, las horas dormidas de más, las parejas actuales y pasadas (como las Navidades de Dickens -presentes, pasadas y futuras), y más de una persona desearía haberse levantado con alguien diferente en la cama. Aunque otras se masturbarán con los olores corporales de los cuerpos de sus amantes.
Después de todo, es Navidad y las lágrimas se mezclan con champán, y villancicos cacofónicos y copas escanciadas con cristales de azúcar ahumado. Las estancias de los hogares se mezclan con las ausencias, y el frío de las nubes con el calor zumbón de las calefacciones, y las amarguras con toneladas de comida.
(Añorando Encarna de Noche y Las Empanadillas ...)
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