quinta-feira, 4 de dezembro de 2008

Imbécil

Hoy estoy cada vez más de cerca de pensar que el problema seguro que lo tengo yo y no ell@s. Está claro que lo tengo yo por vivir aquí, por estar ahí y por no renunciar a irme ya que no tengo adónde. Porque la verdad es que, independientemente de que tengas algo que ver en ello o no, si estás en el sitio erróneo, en el momento erróneo y en el espacio erróneo es culpa tuya. O sea, que la culpa recae sobre ti y tienes que llevar sus consecuencias a rastras o encima tuyo.

Así que hay muchas cosas que son mi culpa. Sobre todo hoy. Y es que aunque no lo sienta debo de ser imbécil. No digo imbécil en un sentido auto-inculpatorio de la palabra. No quiero ser imbécil, no siento que sea imbécil, pero lo más probable es que sea imbécil. Se puede ser algo de forma aséptica, sin conocimiento de ello y sin que te guste o incluso sin que te disguste especialmente.

No disfruto insultándome a mí misma, y no quiero sentirme víctima propiciatoria de mi ocasional ineptitud, pero quiero por lo menos notar la frescura, dejar de sentirme culpable por un momento de mi comportamiento ante ciertas situaciones.

Sé que tengo alergia a la autoridad, repulsa a las obligaciones que forjan las dinámicas de grupo, aversión a los mensajes institucionales, incluso los míos, y rabia, rabia, rabia a tener que hacer lo que no me apetece, respirar lo que no me apetece, estar donde no me apetece. O sea, que debo de ser imbécil.

Hoy me he sentido especialmente imbécil, o tal vez lleve siéndolo toda la semana, porque se me meten ideas en la cabeza que tengo que extirpar del cerebro directamente con una escalpela. Por ejemplo, hablar en público cuando la autoridad que modera los comentarios piensa que lo que digo es una gilipollez. Probar una y otra vez a ser entendida, a pesar de utilizar el castellano en todo su esplendor. Intentar explicar la textura de un concepto cuando obviamente no es el momento ni la ocasión. Éso es sin duda una imbecilidad.

Intentar explicarme cuando no sé ni puedo ni a la gente le interesa. Esperar una réplica, un reconocimiento de que he dicho algo, de que compartimos aire.

Pero sobre todo esperar que mi negatividad, mi crispación, mis frustraciones conmigo misma debido al continuo roce con esta imbecilidad las lime o reduzca el encanto escondido de l@s desconocid@s. Que el rodaje y el desgaste del día a día se esmerile por las noches y decaiga para transformarse en plata. Desde cuándo el latón se transforma en plata, por mucho que me guste el latón.

Que el come come de las renuncias, los pasos en falso, las fisuras, resbalones e improntas de pequeños fracasos se los coma una avalancha de besos inexistentes.

Hoy me he tomado cuatro o cinco tilas pero no ha servido para nada. He estado corriendo para encontrarme el rabo; he llegado tarde a muchos sitios, aunque luego eso haya sido providencial, y he recibido un par de coces (diminutas) de algunas personas, la indiferencia de la casi mayoría, y demasiados pocos pétalos de frescuras rociados sobre mí.

Estoy muy cerca de hacer lo que me dé la gana pero parece que en el momento preciso se produce un hecho fortuito e inoportuno y se me baja la moral a la altura del cuarzo incrustado en el asfalto de la calle.

Tal vez siga dolida por lo de Bizcochito, por el hecho de que no duras ni un segundo en la retina de la gente, por no poder enlazar con la vida de nadie, por ser poco menos que una raya en un bosque de palotes.

Ya no sé si lo que quiero es comunicarme, relacionarme, recluirme, lucirme o abrirme. Y si lo que quisiera hacer fuesen todas estas cosas al mismo tiempo debería encontrar una solución hábil para arreglármelas, lo que no es fácil. Y yo no soy, a pesar de lo que puede llegar a pensar alguna gente, tan inteligente. Tengo gran parte de mi cerebro afectada por el meteorito del nacimiento y eso de ser razonable y consecuente es un misterio para mí. No sé muy bien cómo hacer las cosas, ni siquiera sé si cuando las hago las he hecho. No sé si sé lo que quiero hacer o si lo que quiero hacer es lo que hago. Si me vuelvo negligente y me permito el lujo de no hacer nada tampoco soluciono mis problemas. Aunque en realidad creo que no tengo ninguno.

También es bastante imbécil olvidarme de todas las personas maravillosas con las que conecto, pero aún así mi ansiedad social me impide planear pasar con ellas todo mi tiempo, y detento la gran imbecilidad de querer multiplicar a mi alrededor mi vacilante e invasivo mundo interior. un poco imbécil.

Aunque lo que me salva es el estar siempre buscando ese momento mágico que inunda mi día y le da pleno significado o por lo menos me permite respirar unos instantes y darle a mi alterada percepción del mundo la posibilidad de cobrar vida en un escenario dulcificado.

A veces espero a que llegue el final del día para dejar de quejarme, aunque la verdad es que últimamente no me quejo demasiado. Me estoy dejando llevar, que es diferente. Pero ansío experimentar la vida con todos los sentidos y en ocasiones hay varios que se encuentran o fuera de juego o estafados y se empiezan a pelear entre ellos como una familia que hubiera forjado su infancia en el desamor. Puede que sienta bastante o demasiado poco, o que quiera experimentar el mundo, la vida de forma diferente a cómo me la trae el día a día en la bandeja del desayuno.

Me funciona mejor el día cuando lo comienzo reflexionando. La acción no me motiva ni llena en exceso en la alborada. Voy a negarme a trabajar, a hacer nada de provecho hasta después de las primeras horas de la mañana. No hay equilibrio entre la ansiedad que siento por hacer y la inercia que me contiene y me impide actuar, y todo lo que sucede entre medias es un fuego intenso que tengo que utilizar para calentarme.

La verdad es que aunque siempre me he considerado una persona de acción cada vez me doy más cuenta de que mi ansiedad social es simplemente el vértigo escénico del hacer. No es que no quiera hacer cosas, es que no quiero hacer nada que me impida hacer otras cosas. No quiero hacer nada complicado que me impida expresar, por ejemplo, la complejidad de mi mente. No quiero hacer ciertas cosas porque cuando las hago no las entiendo. Me inhibo al hablar, quiero hacerlo, pero llega un momento en que me pregunto: "¿Y no hubiera sido mejor haberme callado desde el principio? Fíjate lo que me hubiera ahorrado." Si tuviera el don de la comunicación social o por lo menos de la elipsis social me irían mejor las cosas.

Cada vez tengo más claro de que lo que está pasando le pasa normalmente a los demás y que ser imbécil te aísla de tomar responsabilidad sobre lo que no te sucede a ti.

Hay corazones hambrientos, y el mío es uno de ésos.

Hoy y ayer he decidido seguir más mi intuición, aunque no sepa cómo reaccionar, cómo seguirle la corriente o adónde me va a llevar.

Al empezar a escribir ésto estaba furiosa, y ahora me encuentro más calmada, bostezo, mis ojos se velan por la humedad del cansancio. Ya no quiero torturarme más, aunque tampoco lo he hecho en exceso; mi umbral de sufrimiento se va perfilando. Siempre escribo para recuperar la esperanza o por lo menos para hacer tiempo mientras encuentro algo que hacer. Y ahora me voy a ir a mi casa. Seguimos con el pan con queso y aceite, que es mi chocolate.

3 comentários:

  1. A mi si que me interesa lo que cuentas y lo que haces. Un beso tia.

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  2. Celebro que escribiendo este post hayas terminado descargándote, de eso se trata. En la mayorí de las ocasiones, lo de la "imbecilidad" más que una característica de raíz, es una actitud ciento por ciento subsanable. La palabra es terapéutica, y comunicarse con los demás, una de las mejores formas de relativizar los pensamientos corrosivos. Sigamos por ese camino!
    Un abrazo

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  3. Luis:

    Alma gemela mía: te dedico un nuevo post.

    Yo:

    Hoy como muchas otras vez me he levantado con el ánimo de ser imbécil. Mi terapia es la imbecilidad y ser imbécil y su corrosión me sacuden hasta la médula, para sudar las neuronas de mi encéfalo y neurotizar mi tórax.

    Quiero y reconozco mi capacidad de ser imbécil porque es el único sentido que le puedo encontrar a mi vida. Que las almas cuerdas hereden la tierra que yo prefiero fusionarme con las lianas de la yedra y balancearme en sus zarcillos en plena urgencia por precipitarme al abismo y sin embargo contener las ganas para formar parte de los doseles de sus copas fantásticas y emocionantes.

    ;-)

    Gracias por comentarme y ayudarme a expresar las heridas ya cicatrizadas.

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