Revelaciones autodidactas y apresuramientos que vislumbran helechos del conocimiento. Plácidas noches predecibles y lúcidas siembras en prados pardos y armonizantes.
Mis noches son pañuelos de oscuridades estrelladas y miradores floridos que quieren retar al viento a lanzarse y defenestrarse por las esquinas. Los sueños son límpidos y panfletarios como biseles en flor. Preferiría rebuscarme a encontrarme, visibilizar todas mis capas y frenar la decaída de partículas impresionistas de celofán en mi frente. Purpurinas flotantes y bandoneones de músicas incompetentes y desafinadas pero tiernas y porosas como haces de luces en pena.
Me recuesto plácidamente en la noche de este lunes que se siente domingo y me parapeto para hincarle el diente a la semana que será corta y lucida aunque el hielo escarche sus calles y el miedo tal vez recorra sus esquinas y la gente tema a las madrugadas de asfalto brillante y líquido como un mercurio enajenado. Aunque no sé por qué me imagino calores de monzón en la segunda semana de este diciembre que nos tiene a tod@s acurrucad@s, huyendo de la distancia, del olvido del desamor rojo y resplandeciente, de las candilejas casi apagadas de los días que se acortan y los vapores marrones de sus tardes acabadas en tiras de papel de estraza.
Extrañamos el calor, las corrientes de aire caliente iluminadas, las tormentas de besos y los enedros y abedules septentrionales y los sueños de nuestras noches de verano. Pero las mesitas del café nos esperan en el Café Comercial, enfrente del quiosko de hierro y sus fonemas en las vidrieras. Nos sentamos con el humo del vapor del café cosquilleando la nariz y tal vez queramos creer, queramos esperar que no necesitamos compañera de viaje, pero que tal vez encontremos una extraña en el tren.
(Lo empecé a pensar con Inés)
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