segunda-feira, 8 de dezembro de 2008

Momento cigarrillo: Excribir

No debería haberme tomado esos dos yogures. Tengo rinoplastia en el estómago, el azúcar aguachirlis y afilado mezclado con la leche me ha dejado los callos estomacales en un grito. Pero no sólo soy eso. Soy una mente galopante.

Me he pasado un puente emborrachada de tiempo lento.

El sábado:

Surrealismo puro - fontanerías varias e inhalaciones de polvo rojizo de loseta. He tenido que limpiar the life of me y me he mojado los calcetines que han permanecido mojados hasta que me los he quitado (un poco tarde). Mi madre ha estado en contacto constante y latente. Intento redefinir mi identidad de hija mayor, muestro paciencia, ternura y comprensión. Consigo que nos riamos.

Aparte de limpiar toda la casa y sentirme como cenicienta, mi cuerpo encorvado moviendo las mismas cosas una y otra vez, venciendo la sensación de vértigo que tengo cuando tiro mi tiempo limpiando y presencio cómo nos deshacemos orgánicamente poco a poco. Termino duchándome y lavándome el pelo. Pienso en cortármelo a cuajo porque mARa, mi ex, dice que no se atreve a dejármelo cortito y ensortijado. Veo de nuevo, esta vez con más serenidad, que se me sigue cayendo muchísimo. Me pregunto si es la medicación, aunque el primer año tomándola no me ha causado este efecto. Esto lleva desde hace dos meses. Me lo querría cortar para darle la oportunidad de recuperarse y comprobar si realmente se me cae tanto como creo. Su volumen ha bajado considerablemente, pero termina importándome menos de lo que creía porque decido como siempre cortarme las puntas y ponerle crema de coco y cera y sentirme un poco más afro y el pelo responde mostrando rizos casi perfectos. Me alegro de no haberme hecho un estropicio y pienso que a lo mejor con un poco de suerte estamos remontando y todo ha sido una respuesta excesiva al otoño o una descarga de testosterona o un reciclamiento emocional.

Mi pelo como el resto de mi cuerpo ha sufrido muchas violencias en mi vida y me recuerda tanto a mi dolor como a mi esplendor. Mi identidad racial se refleja en su textura y es importante para mí, pero me gusta liberarme de esa importancia de vez en cuando haciéndolo desaparecer y convirtiéndolo en caracoles, como en la foto que tengo en la bañera a los dos años, un bebé precioso que parecía feliz, los ojos algo rasgados, como todos los bebés de esta familia, mostrando el exotismo de nuestra mezcla racial y melanoide. Poquitos tiene esa mirada.

Luego me he ido a la cama a las seis de la mañana, extendiendo mi día hasta el paroxismo, leyendo entradas maravillosas de blogs de gente ansiadamente creativa. Es una delicia. Me estoy enamorando de algunos blogs y la esencia femenina electrizante que desprenden. Son blogs con fondos en negro de noche, fotos con rojos vibrantes, voces envolventes y escrituras que revolotean y me capturan, me exprimen y me inoculan. Y después de extasiarme leyéndolos al final de la mañana he sentido envidia y también sensación de fracaso y aburrimiento por mi propio blog y tal vez mi propia vida. Como cuando me siento poca cosa en Madrid porque muy a menudo me sentía poca cosa al vivir aquí de pequeña, un sentimiento de inferioridad de ser diferente (¿de dónde eres??) por mi identidad racial, sexual y artística.

Pero no me he dejado consumir por esa sensación, me he dado cuenta rápidamente de que eran las dentelladas del cansancio atroz y el desarreglo neuronal-bioquímico debido al esfuerzo mental y el pasar el portal virtual de la noche al día sin arroparme con el amortiguamiento del sueño. Voy a dormir sólo cuando ya no puedo más, y me doy cuenta de que a veces no duermo por miedo a dejar el día sin terminar o porque pienso que dormir es lo más aburrido que existe si no estás ensoñada al llegar a la almohada.

Excribir: arte de escribir para no extinguirte y sin embargo hacerlo. También escribir con la sensación de expiación y de crucifixión por no conseguir brillar, y sentir el agotamiento, la desesperanza, la sensación de ser inútil como ser humano mediocre y solitario para al final darse cuenta de que escribir es volar y remontarte y tal vez extasiarte y extasiar.

El Domingo:

Me levanto a las dos y pico o a las tres y temo el emparanoyarme, pero no cunde el pánico. He debido tener un sueño bastante reparador y rico en matices y creatividad y me levanto bien. Escribo y me lío con los podcasts. Me convierto de nuevo en la mujer más tardona del mundo y hago esperar a Z. Soy la tardona más compulsiva del mundo, es increíble. Salir por la puerta me cuesta tanto como arrancarme de cuajo tal cual si fuera un árbol.

Al volver dedico 11 horas seguidas a ver Damages, la serie de Glenn Close. Estoy hechizada por la fortaleza y matices que demuestra ella en esta serie, aunque el toque gore de la trama me asusta un poco y no sé si voy a tener pesadillas. La otra actriz parece una joven Andie McDowell, y me recuerda a mis novias norteamericanas. Todas tenían ese candor híper femenino, esa forma de hablar, de sorprenderse. Veo la serie compulsivamente hasta las once y media de la mañana porque necesito bañarme de feminidad, esencia de mujer, voz de mujer y gestos de mujer. Pienso que por qué no me enamora alguna vez una mujer madura que me haga zambullirme en ese océano fascinante e interminable, esos corales infinitos, esos matices que nunca terminas de percibir y recolectar.

Mi madre me llama a la una y media de la mañana para decirme que ha terminado de ver el último de El Padrino. Me sorprende y encanta que piense en mí a esa hora de la mañana. La adoro y me alegro de que haya podido distraerse un poco. Mi padre le llama ahora la abuela de Poquitos y busca a su mujer en su mente distorsionada y enferma.

Ver pelis en el sofá durante tantas horas es una costumbre adquirida mía. Solo me levanto para comer alguna cosilla rápidamente en la penumbra lúcida del salón iluminado por la pantalla. Cuando lo hago pienso en cine, mastico cine, recupero cine y eso es muy importante para mí. El teléfono no suena y mi cuerpo entra en una especie de trance necesario. Me encanta dormirme a medias con el sonido de una película, a veces lo hago aposta. Con mi manta Snoopy, la que Jonny llamaba Blankie, calentita, agotada, hechizada, en fértil soledad.

El Lunes

Hoy lunes me levanto pronto porque suena el teléfono y sé que tengo que devolverle la llamada a mi madre. Vuelvo al sofá y a mis bocadillos de aguacate, aceite de oliva y queso. Copio las películas de Katherine Hepburn para verlas en DVDs pero termino viendo algún capítulo más de Damages, el último, y Sarah Connor, pero me decepciona Lena Headly, no está tan buena en la serie, creo que me he llenado de Glenn Close y el esplendor jove, macizo y misterioso de Lena hoy no me interesa tanto. Además se la ve un poco forzada, pero seguro que me engancho en otro momento. Duermo mientras escucho otra peli de Paul Newman como investigador que recicla el café de la basura cuando se le acaba el del bote y al final me extasio con Katherine Hepburn y Cary Grant en Historias de Filadelfia (me cuesta escribirlo sin pes).

Creo que actuar es en parte como escribir porque desnudas tu alma a ti misma, te redescubres, te sientes y te piensas. Pienso que para mí ver películas compulsivamente es como hacer el amor. Es intenso y te agota pero al mismo tiempo no puedes parar. Un estado de satisfacción y calor fetal. Me meto en mí misma, me encuentro y me fusiono con los personajes y las actrices y actores y reflexiono sobre la vida, las tramas, las verdades y embustes, un poco de todo. Estimula mi imaginación visual y la sacia, ahora que la tengo un poco dejada de lado. Por otro lado me congratulo de poder tener esa lúcida soledad en la que siento mi propia combustión pero estoy a mis anchas, satisfecha y arropada.

No fumo pero sé que busco esa descarga de dopamina para sentarme aquí y escribir, excribirme y liberar mi mente para creer en mí.

Ahora voy a terminar Historias de Filadelfia, mi sigue doliendo el estómago y espero que pueda dormir bien sin temor a la noche y ese sueño que a veces no es tan bueno como la vida y viceversa. Espero poder hablar con mi hermana antes de irme a dormir y creo que es casi seguro que me llamará David, mi malagueño.

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