Le tengo manía al gris. Me gustaría poder ser daltónica a voluntad para convertir los rojos y los verdes en pardo cobrizo.
Sé que el cine visualiza el mundo en texturas y colores saturados y enriquecidos y no refleja un ápice la realidad, pero no me importa. Me gusta y estimula mis sentidos y me produce impulsos kinestésicos que tan sólo siento al somatizar el amor a través del iris de la amada o de las personas que me quieren.
El tránsito del otoño al invierno a pesar del cambio del monzón ha venido subterfugiamente, de forma sigilosa para instaurarse, descomponiendo el tiempo entre borrascas y cantos granizados, retumbando el alma entre cubitos de hielo acrisolados. Su preciosas agujas afiladas de anís te perforan las sienes para que sientas ansiedad por que alguien te haga el amor esta navidad.
Impresiones dactilares en tu piel y en las llagas de tus guantes. Lágrimas que atraviesan tu iris para obligarte a vomitar lloros de párpados sellados por la soledad y sus ausencias.
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