La cercanía de la muerte te obliga a sumirte en reflexiones sobre la eternidad. Y cuando no sabes si tus seres queridos se marcharán primero, o si serás tú o ellos los que darán el último adiós, debes apresurarte a fijar en la retina su reflejo para no olvidarles nunca.
Cuando sabes que la realidad que presencias no es más que una representación de tu mente evolucionada y que tu personalidad depende del hilo de tu salud mental, no hace falta el olvido, porque sabes que ya existe.
La muerte está al acecho, sí, pero la eternidad la congela, la neutraliza. La eternidad va delante, muy por delante de la muerte, aunque ella la sigue con paso marcial, pretendiendo albergar su destino, reemplazar su sentido. La eternidad la sentimos al caer al lecho de plumas del abrazo con la persona amada, cuando nos rodea el calor del amor de madre, en la profundidad de los ojos de un bebé que se encamina hacia la inmensidad de la vida, mientras tú pareces retroceder hacia el abismo.
Con tu amante suspendes tus sentidos, tus recelos ante la implacabilidad de la muerte durante esos instantes que son verdaderamente eternos. Tu amante te recoge en su regazo, en el instinto de protección y de fusión maternal y espiritualidad de dos personas que se encuentran, se enlazan en suspensión y se enfrentan con el persistente destello de su alma gemela.
La mirada recorre la de ella de bando a bando, de izquierda a derecha mientras vibran y se replican ambos hemisferios. El aliento se vuelve inmanente y el oxígeno en combustión en tu pecho te hace eterna porque crea un instante irrepetible que se sella en el tiempo. Al abrir los ojos por las mañanas contemplas, eres testigo de que estás viva, que la película de un nuevo día circula por tu vista. Y entonces se despliega la creación y la ilusión, las horas transcurren en una secuencia encadenada, los ciclos de tu ánimo e imaginación te hace creer que tienes proyectos que alcanzar, cazar el elusivo tiempo con tu red de mariposas africanas. La turbina de superviviencia se acciona simplemente para corporizar la ilusión de vivir, de avanzar y encontrar tu espacio repetido, reunificado, circulatorio como la corriente sanguínea.
Y cuando se te olvida un recuerdo o una décima de segundo del pensamiento se quiebra es cuando detectas y sufres tu mortalidad. La presunta racionalidad de tus actuaciones se retuerce en vilo y cuestionas la validez de la singladura de tus palabras que se despliegan sin sentido, apenas una fantasía de pasado y de futuro. Los recuerdos y pensamientos extraviados se quedan atrás y el tiempo gravita y ya no te prende: te destierra y te envuelve y devuelve en imágenes en movimiento.
Si reflexionas sobre aquéllo que leíste, aprendiste o escuchaste llegas a la conclusión de que todo se recicla, todo vuelve, todo es energía orgánica que se reproduce y muere para luego regresar. Te acunas en la tinta que se desgrana sobre el papel y que ahora se ha secado mientras su humedad persiste en el recuerdo.
El futuro no es interesante, es como un tesoro refulgente en el fondo del océano que todo el mundo busca y que nadie encuentra. Las claves están siempre en el pasado que se repite, en tus acciones que cobran vida cuando se remueven en la tierra fecundada de su propia sepultura. Las fotografías congeladas de los tránsitos por la mente nos cuajan, nos recortan, nos impresionan y destierran el ritmo de nuestro avance.
Porque la vida no es más que tránsitos por la mente que se nutren de la descomposición orgánica, de las alucinaciones y atracciones momentáneas y la lluvia de confeti del sueño REM; de todo aquéllo que se perpetúa con el contacto. Pero cuando la mente se corrompe y sus neuronas se desperdigan y se libran del entrelazado filial ya no cabe sentirse como antes.
La vida es un tránsito duradero por las brumas y caminos mentales; no es un cúmulo de proyectos, objetivos, sinsabores, pretensiones y asesinatos varios de minutos transeúntes y galopantes.
La celeridad de acontecimientos, la angustia por forjarse un porvenir de provecho no me interesan. Yo quiero disfrutar de la sucesión de imágenes en la pérgola de mis fantasías, las renovaciones retroactivas y los encuentros rejuvenecedores. Todo aquéllo que me obliga a ubicarme, detenerme, visualizarme y remover la posesión de mí hasta que el sabor de mi boca me presienta y refleje una inhalación y un sentimiento fugar de eterna búsqueda con lo que ya he encontrado.
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