segunda-feira, 20 de abril de 2009

Viajes II


Éste es otro viaje de un minuto de espera para cada tren. Un minuto que se perfila en el marcador electrónico pero que engaña, porque el tren engaña, ahí agazapado en la sombra del túnel entrante, esperando a que la dinámica mecanizada de los trenes siga creando esa ilusión de efectividad, de interdependencia con el ritmo de quienes viajan, los que pasamos los pósters, y los túneles degradados por la humedad y la falta de aire, y los árboles, y las sendas con la velocidad de una mirada a ras de la superficie de un movimiento rápido de ojos.

En las líneas urbanas de metro se congrega otro razonamiento de viaje: estar menos pendiente de un péndulo, de mecerse; es un viaje dinámico hacia el corto plazo, hacia delante, y no se encuentra suspendido en el aire como los trayectos más largos en los que nadie se pregunta ya más.

Estoy enzarzada en una de esas fluctuaciones que provienen de la falta de encuentro conmigo misma, de estar bajo las férreas y metálicas riendas de mi madre, de prescindir de sabores propios en mi boca, de no poder estirar el tiempo a mi favor. Pero resisto en busca de resurgir en los momentos míos en los que te siento y te veo y te deseo y me meto en un universo en technicolor que me empuja suavemente a rendirme ante quien soy, porque te lo tengo que explicar mientras tú me das todo lo que eres.

Y reconozco este momento en el que tengo que revolcarme y sentirme, y activarme, y reconocer que la libertad que me asedia es una emoción que no vendrá a mí sino que soy yo quien tiene que saldar cuentas yendo a su encuentro con valentía, con decisión, con intrepidez y entusiasmo, con fuerza vital, para que todo lo demás en vez de ser una empalizada de destierros y obstáculos sea un manojo de posibilidades encubiertas, una ilusión de ligeros y fruncidos desafíos de los que al salir victoriosa confesaré que he vivido.

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