Me levanto pronto, muy pronto, y llamo a mi madre, que me grita. Le aviso de que hoy voy a ir al hospital con ella para ver a mi padre por la mañana.
Estoy híper cansada porque he estado con insomnio a pesar de irme pronto a la cama, he escrito mucho por la noche y por la madrugada, y no consigo descansar; mis biorritmos están alterados. Pero estoy bien de ánimo. Estoy muy contenta con lo que he escrito aunque algo nerviosa por haberme comunicado con Simba. No sé qué pensará ella de todo esto o si me escribirá de vuelta.
Desayuno sin hambre porque me tengo que tomar el Lamictal y el resto de la medicación, y porque estoy perdiendo peso demasiado rápido tengo que hacer un esfuerzo para comer. Estoy muy desganada últimamente, creo que es porque mi cuerpo necesita su poca energía y vitalidad, y a veces comer es un peligro por la energía que consumes en la digestión. Sé que es paradójico, pero esto es lo que me suele pasar cuando estoy muy activa o muy cansada.
Pongo una de las cajas de muesli del trío que mi madre me ha comprado en el Corte Inglés en una bolsa y me lo llevo para tener algo que desayunar allí, porque odio el pan Bimbo blanco y no comer nada de fibra por las mañanas si me toca desayunar en la casa de mi madre, o si no tengo hambre al levantarme y tengo que salir escopetada allí.
Decido que estoy demasiado cansada, me estoy chocando contra las esquinas de la casa, tengo miedo de que se me caigan las cosas por la torpeza. Pienso que debería tomarme un té verde, pero la verdad es que no sé por qué no me lo hago al final.
Me preparo el portátil para llevármelo. Sé que va a ser un largo fin de semana si me quedo en la casa de mi madre y tendré que desconectar periódicamente para soportarlo. El hospital me da a poner fría y enferma. Hace días que no veo a mi padre.
Pienso en la ropa que voy a ponerme, me gustaría alegrar a mi padre con colores bonitos: rojos, azules, pero no sé si quedará mal en el hospital o mi madre pensará que voy hecha unos zorros, aunque desde hace años ya no me critica por lo que llevo o por mi pelo (sólo si lo llevo suelto), creo que le hace gracias. Money Penny, una de mis amigas que vino a ver el corto me dijo que le gusta mi pelo suelto. A mí también, pero se me mete en los ojos porque su onda natural es de flequillo ... rizado! En casa lo tolero más o menos, aunque me harto de echármelo para atrás como una pija. De pequeña quería tener pelo de pija para apartármelo de la cara con un golpe sexy de cabeza, pero ahora me doy cuenta que menudo coñazo. Money Penny me habla a menudo de mi pelo, quiere que me lo deje corto como en la peli. Está un poco obsesionada... Me termino poniendo la ropa que quiero: la camiseta amarilla beige de Cahart de mis rodajes y la blanca de manga larga debajo, muy Generación X. Llevo también los pantalones negros que suelo ponerme para el trabajo para pasar desapercibida y bollo friki. Reflexiono y me doy cuenta de que hay motivos en mi subconsciente para ponerme esta ropa: me quiero sentir cómoda, segura (Cahart es un fetiche de dire) y también eficiente.
Hago la misma reflexion sobre el calzado. Mis zapatillas están todas cayéndose a trozos porque me gustan y además paso del sistema capitalista y comprarme cosas, aparte de que me estresa sobremanera ir de tiendas. Al final me pongo las All Star negras. Ayer todo el mundo que vino a casa a ver el corto llevaba All Star violetas o rosas. Bueno, a ver, dos de tres de las chicas. Hicieron una pequeña familia en el suelo junto con las mías cuando les pedía a las chicas que se quitaran el calzado, silvuple, que mi casa es pequeña y siempre ando descalza con lo que se pisa todo el rato la misma parte del suelo. Eurídice me dice que ella hace lo mismo en su casa. Money Penny y su nueva novia no dicen nada, lo hacen instintivamente al ver todo mi calzado amontonado, apuntalando la puerta de entrada. Como para no verlo.
Cuando estoy cansada tengo que hacer las cosas despacio para no romper o tirar nada y para ahorrar energía, todo muy zen. Me doy cuenta de que no puedo hacer tanta multitarea como siempre, pero que soy incapaz de sólo lavarme los dientes, por ejemplo. Tengo que hacer algo mientras lo hago, otra vez me vuelvo loca de aburrimiento e impaciencia. Así soy yo, y me funciona. Hago más.
Con la ropa y el calzado elegido me decido abrir la ventana del dormitorio-estudio de montaje para que se airee. Y veo a mi vecino de enfrente, que me comenta lo preocupado que está por mí, porque ha notado la luz encendida las últimas dos noches. Le explico lo que he estado haciendo con el montaje del corto y las reparaciones múltiples de equipos. Ya me conoce. Se va a París y yo le digo que si quiere internet wifi le tengo que configurar el portátil. Dice que se pasa en unos minutos y me deja el portátil directamente, está esperando a la casera que va a enseñar el piso a gente porque él ya ha encontrado un piso más barato para mudarse con su novia en abril. Me va a dar mucha pena. Le comento que el portátil suyo estará mejor en mi casa durante sus mini-vacaciones porque yo tengo seguro que cubre material informático. Pone cara de susto y de alivio al mismo tiempo.
Me ducho. Me doy cuenta de que necesito agua caliente, trepidante sobre mis músculos: estoy machacada, es una mezcla de las primeras semanas de Lamictal (hasta que mi cuerpo se acostumbre) y de no dormir en dos noches. Al ponerme agua en la cara noto que está ardiendo y me quema, pero que no me suelo fijar porque la piel de mi cuerpo está acostumbrada al agua casi hirviendo. Dejo que me caliente las lumbares y los hombros, los músculos que recubren la clavícula y del cuello. Hago la reflexión de que tal vez cuando el agua cae desde arriba un par de metros ya está más fría por el frotamiento y el contacto con el aire.
Pienso si quiero hacer pis en la bañera; es una marranada, lo sé, pero a veces supongo que es tu prerrogativa. Me preocupa el sedimento de ácido úrico porque ni de coña voy a limpiar el baño inmediatamente. Me planteo que si dejo correr el agua no pasará nada. Muevo con el dedo gordo del pie el taponcito de agujeros que uso para evitar que los pelos bajen cañería abajo, me pinzo el pubis con los dedos y calculo más o menos cómo dirigir el chorro de pis caliente. Tengo bastante puntería y fuerza, será por mi capacidad eyaculatoria. Hay cachivaches en internet de chicas para poder mear de pie. En los foros hay agradecimientos al fabricante de parte de mujeres que trabajan en ambulancias y mujeres policía. No sé si es cierto, pero Ojitos Verdes, mi novia holandesa, me dijo que ella sabía hacerlo sin nada. En la página web te lo explican cómo sin bajarte los pantalones. Yo, tras hablar con Ojitos Verdes me dio vergüenza ser una ignorante tan grande y haber pasado mi vida adulta sin saber estas cosas que pudieran ser tan útiles en un momento dado de emergencia para que no te pillaran con el culo al aire, literalmente. Ese día lo probé en casa sin aparato, y fue un desastre. Sólo tienes que utilizar los dedos, sujetar, apuntar y controlar el tiro. Hablé del tema con un amigo y él me dijo riéndose pero en serio que los niños aprenden con sus papas y que tampoco es fácil atinar a la primera.
No sé si me siento avergonzada de mear en la bañera o paso del tema, pero a continuación cojo la esponja para limpiarme el cuerpo. Estoy tan despistada que pongo suavizante de pelo en vez de gel de baño en la esponja. Pienso que no es deterioro cognitivo causado por la falta del ácido fólico y la interacción del Lamictal, sino cansancio. Aunque me viene a la cabeza que esta mañana casi vuelvo a poner las bragas en la papelera en vez de en tonel de la ropa sucia, que es el cuádruple de grande y blanca como la leche, enfrente suya. Es mosqueante, pero estoy demasiado cansada para pensar mucho, y además, esta vez no llegué ni a abrir la papelera, fue más bien una especie de acto reflejo. Decido utilizar el suavizante de la esponja y me mojo el pelo, demasiado trabajo el lavárselo, y lo peino con los dedos. Es sábado, mi día de lavármelo. Cuando estaba deprimida no me lo estaba lavando, al igual que los platos, la ropa, el suelo de la casa, etc. Eso es lo que pasa.
Me tira y me hace daño, y continúo haciéndolo sujetándome las raíces con la otra mano. Me pregunto si cuando me lo lave en unos días y me lo peine con el suavizante se caerá mucho pelo por el efecto del Lamictal. Pero no parece. Me congratulo de que el ácido fólico esté haciendo su trabajo. Me alegro mucho y sonrío para mí misma por lo lista que soy habiéndolo encontrado yo solita.
Mientras el calor invade mi cuerpo me pongo a pensar no sé por qué en ser bipolar y en el método Da Vinci de Garret Loporto para bipolares, y en la genial idea escrita en el libro sobre visualizaciones. No visualizo, pero me propongo hacerlo para encontrar soluciones a las cosas que tengo que solucionar próximamente. Se trata de hacer una relajación y dejar la mente suelta, sin forzar pensamientos, pero sin meditar, y fijarte en las imágenes que te llegan. Yo seguí este método en una ocasión y me imaginé a un jefe indio fumando una pipa de la paz con un tremendo coso de plumas de esos de los jefes indios que se ponen en la cabeza. Era una escena antigua. casi sepia. Y me di cuenta de que estaba muy preocupado por mi hermano porque seguía fumando a pesar de la neumonía, y que debía comprarle cigarrillos sin conservantes de ácido sulfúrico, no me acuerdo cómo se llaman, pero tienen la imagen de un indio americano fumando una pipa. Es una imagen tipo cómic. Se los compré pero no sirvió de mucho: no le gustaron, a pesar de ser light son bastante fuertes, y se pasó de nuevo al Camel y al Marlboro light. Pero bueno, yo intenté hacer algo y me di cuenta en ese momento que me preocupaba mucho el que mi hermano fumara y le tuvieran que llevar de nuevo a cuidados intensivos por otro brote de neumonía si no se cuidaba.
Procedo a lavarme los dientes, y pienso en cuánto lo aborrezco por ser un tiempo muerto. Me gusta lavármelos concienzudamente, con hilo dental, líquido natural, cepillo eléctrico, etc. Pero lo odio a muerte, si no tuviera que hacerlo sería feliz. Hay algo en ello que me calienta los cascos y me revienta los huevos. Siempre intento hacer algo más mientras me los cepillo, pero es un desatre porque me mancho la camiseta y el pantalón de pasta mojada, se cae encima de la mesa del ordenador, el suelo y deja mancha. Es odioso. No me queda Sensodyne, que es carísimo, y no sé si lo voy a comprar, tengo que cuidar mi economía ahora que no estoy trabajando si quiero estar varios meses bailando la jota de alegría viviendo de mis ahorros y soñando como Segismundo; bueno, más bien al contrario de Segismundo (de La Vida es Sueño) ¿no? Me acuerdo en este momento que la otra pasta, la natural de bicarbonato del herbolario casi me arranca el esmalte a tiras. Era demasiado fuerte; allá quedaron atrás los años de Arm & Hammer, la mejor pasta de dientes del mundo que compré por primera vez en San Francisco tras aconsejarme una beauty de allí con la que ligué. Esta pasta es muy suave, tiene bicarbonato pero te acostumbras al sabor, es natural y lleva peppermint orgánico. Qué rabia que en España no se venda todo lo que quiero. Pero bueno, siempre puedo pillar cosas por internet (cosa que hago profusamente, sale a cuenta incluso con los gastos de envío, y me proporciona una inmensa felicidad). Mi tía G. siempre llega a casa cuando me estoy lavando los dientes y me grita porque según ella es una horterada y un alarde falso de limpieza el hacerlo. Como cuando me lavo los dientes no puedo estarme quieta mirándome al espejo sino que vago dando paseos por la casa, siempre me encuentra con el cepillo colgando por ahí cuando llega a casa a ver a mi madre e inspeccionarnos a nosotr@s. Es una maldita casualidad que pasa muy a menudo. Mi tía me calenta la cabeza con esas cosas y con que por qué no cojo un trabajo de profesora de inglés, que paga bien, hay vacaciones y no se da ni golpe. No es capaz de escuchar ni de entender mis razones para no hacerlo, se las pasa por las narices y continúa otra vez con la avalancha de críticas. Es muy de mi familia materna. Ojitos Verdes, mi ex holandesa me dijo una vez que echaba de menos el verme por la casa con el cepillo de dientes colgado de un lado del labio. Lo dijo con ternura.
Ya arreglada voy a casa de mi vecino y le aviso de que me voy, y él entra en casa con el portátil suyo. Hablamos, no sé por qué, de hacer deporte. Yo le digo, apuntando a mis zapatillas nuevas y enseñándole que son buenas porque tienen refuerzo en la suela para el asfalto, que voy a volver a correr otra vez. Él me dice que no hace deporte desde hace ... la tira. Le pregunto si desde la última vez que fuimos a correr juntos; me mira con cara de susto y me dice que casi. Puf, eso fue hace casi un año. Le empiezo a hacer un masaje en el cuello porque yo me llevo estirando toda la mañana para contrarrestar los calambres musculares y tengo práctica, y él está lleno de cric crics y tensión muscular. Yo le digo para consolarle que las personas que estudiamos o trabajamos mucho sentados enfrente del ordenador como es nuestro caso (él ha terminado su tesis doctoral en febrero) tenemos problemas de elasticidad si no hacemos ejercicio, se nos carga el cuello y nos machacamos las lumbares de tanto culo quieto encima apoltronado y comprimiéndose en la silla. Él dice que estaba pensando unirse a un club de deporte, hacer tenis, esquiar, y yo le digo que todo eso son chorradas, y que es lo típico que va a retrasar toda la vida y terminar no haciéndo porque no es práctico comprometerse. Le hago la promesa de llevarle a correr al Retiro cuando vuelva de sus vacaciones. Lo voy a cumplir, es también una promesa a mí misa. Tengo ganas de correr.
La casera está por ahí al marcharse D. a su casa y le pregunto a la casera que cuánto pide por el alquiler y me suelta una barbaridad. Estoy pensando en el Hombre Cansado. Me cuenta chirigotas sobre la comunidad y la hipoteca. Nosotros pagamos la comunidad y es una miseria, no es casi nada. Se lo comento y me mira extrañada y un poco avergonzada por la puta mentira. Luego se hace la guay diciendo que si hay buen rollo con la persona a la que interese el piso y está trabajando no le cobraría los dos meses de fianza. Manda huevos.
Digo que me piro y mi vecino dice que él tambien, y decimos adiós a los caseros. el hombre me sonríe sospechosamente, tiene pinta de chulo de playa. Me pregunto que por qué ha habido tanta tensión con la casera en nuestra conversación. No tenía que haberle dicho nada ¿no?, callarme como una cuca y ya está. ¿A mí que me importa esta tía y la barbaridad que quiere cobrar por el piso? Además, los precios están bajando, quiera ella o no. D. y yo tenemos un montón de bolsas de basura. A D. se le caía una de las manos, aunque no era pesada, y se la recogí, y él a cambio me bajó la caja de cartón larguísima de la estantería que desenvolví el viernes y que pienso instalar para los altavoces de montaje (nombre científico: monitores de sala).
Le digo que paso de la prohibición de no sacar la basura hasta que los cubos estén en la calle, él dice que le da igual también (no creo que se lo haya ni planteado). Separa las bolsas para reciclar una de ellas, y yo no digo nada, me callo como una perra, porque estoy demasiado cansada para ir de cubo en cubo, y tengo una bolsita (que ahora no sé cuál es) con unas cuantas latas de atún y unos plásticos, pero las echo todas en el mismo cubo con la excusa del cansancio. No me doy cuenta, pero me dejo la bolsa verde del muesli encima de la caseta de cemento de los cubos.
Fuera están los caseros, esperando a alguien que va a ver el piso. Ya le he dado un beso a Dani y le pregunto si va al metro, me dice que sí. Pero la casera le comienza a liar con no sé qué de las sábanas ... puf, menudo rollo, y me voy. Antes de ir a casa de mi madre tengo que pasarme por el herbolario y recoger mi pedido. Al llegar ahí hay unas señoras horribles contando rollos sobre sus radiografías perdidas, etc. Un señor ha metido un par de perrillos estilo Chamberí, muy cuidados, muy repolludos, etc, ¿Deberían entrar en un herbolario?, me pregunto, me siento diabólica y jorobada porque no quiero esperar y me dan mal rollo las viejas. Una de ellas me está mirando todo el rato cuando habla mal de los médicos. Entiendo el mal rollo por lo que me cuenta la tía con su verborrera verbal, sin importarle si la escuchan o no. Me doy cuenta de que me falta una bolsa, pero ¿cuál?, hago recuento mental y me acuerdo de que la dejé donde los cubos. No me imagino a mis vecin@s robándomela pero salgo corriendo de la tienda para buscarla. Todo el mundo me mira al salir. Me llevo la crema de €20 que tenía en la mano, y me imagino mientras corro a casa que las viejas estarán poniéndome a parir diciendo que la he robado. No soporto una gran cantidad de gente mayor en Chamberí. Es insufrible, orgullosa, arrogante y me suelen tratar bastante mal por eso de que parezco guiri, pero de los países pobres. Siempre se quieren colar, como si yo no existiera, y se les tuerce la boca cuando me escuchan hablar sin acento de ningún tipo. Siempre me miran de arriba a abajo, no consiguen cuadrarme. ¿O serán mis paranoias?
Llego a casa y veo que la casera está algo nerviosa, y el casero al móvil como un poseso un poco apartado de ella. Le digo sin pensar que qué informal es la gente. Que de cinco viene uno, y no avisan de no venir. Me mira con sorpresa pero agradecida de que alguien la entienda. Cojo la bolsa del Muesli que está exactamente donde la he dejado, ahí tiesa, y salgo pitando al herbolario. Cuando llego, el hombre que había venido detrás de mí antes me deja pasar. Pero mientras me están atendiendo una cuerva que está detrás mío no hace nada más que protestar: !Ya está bien, que ya está bien!". El hombre no sabe qué bando tomar. Noto que el Lamictal va bien porque no tengo ganas de estamparla contra la pared, la tía ha llegado después mío, coño! Y encima tengo que aguantarla. Era una grosera integral, y como yo no digo nada, y la niña del herbolario se pone colorada y acelerada conmigo, la vieja se envalentonaba más. Y esto no es la carnicería, tengo que hablar con la nueva niña que ha reemplazado a Bizcochito, que echaron de mala manera, por cierto; me da rabia comprar ahí pero tengo que hablar con la dueña sobre el tema. Ella siempre me ha tratado muy bien, y se ha portado muy bien conmigo. Cuando supo lo de mi padre fue muy tierna conmigo al entrar de repente en su tienda, envuelta en lágrimas, buscando una infusión tranquilizante. Otro día me vio en la tetería de al lado de la tienda y entró sólo para ver qué tal estaba y me dio un beso. Pienso que mi actitud zen con la mujer ésta pesada se debe también al cansancio. Me han pillado en el herbolario un poco mal el pedido: tengo el complejo B, el cardo mariano, los probióticos, el aceite de borraja y el de pescado, pero le digo a la niña que no quiero tanta pastilla y dejo la mitad de las cosas reemplazándolas por extractos. Volveré la semana que viene por el Kefir en vez de pastillas de probióticos. ¡Más pastillas no, por favor!
Como en realidad voy al metro de Quevedo está camino de mi casa, y pensando en lo mucho que me ha puñeteado la vieja y lo pronto que tengo que olvidarla, llego a casa y dejo todo sin quitarme los zapatos. Al bajar hay un hombre que está montándole un pollo a un niño de unos tres años, palabras textuales: "¡Deja de poner el puñetero oso en las papeleras y donde está sucio, que ya está bien!". El niño es pequeñísimo y el hombre tiene la espalda flexionada, el niño se agarra al oso y el hombre le está diciendo todo esto a su cara, de forma agresiva, sujetándole el brazo por si el niño, pobre, se rebelara. No lo veo como violencia hacia la infancia, sino como a un padre estresado diciendo gilipolleces. La madre anda por delante con un carrito, al móvil, y se le escucha decir que a no sé quién le engañaron como a chinos en Zapatolandia. Les paso de largo y giro por la esquina de la calle Olid. No hay mucha gente a pesar de ser festivo. Paso una niña con una comba azul; hace un día agradable, el fresquito soleado me está despertando y dinamizando un poco. La calle está un poco más soleada por Quevedo. Paso una camioneta Carrefour que huele a pescado que te echa para atrás. Las puertas de carga están abiertas de par en par y la camioneta completamente vacía, aunque guarreada de suciedad y agua negra por todas partes, húmeda y pestilente. En fin, el pescado huele. A ver, oler huele. Decido coger un taxi en la esquina de La Caixa, después del semáforo, para ahorrame 30 céntimos por lo que tardamos ahí después de la bajada de bandera, joder, que ya me lo sé. Paso en el semáforo anterior de camino a la esquina a un chico ciego vestido de negro con vaqueros oscuros y bastón blanco. Menos mal que me quedan quince euros!. Es que no sé por qué le tengo tanta manía a sacar dinero del cajero. Odio tener que pedir de €20 en €20 (porque me lo gasto, herencia de no tener pasta por mi vida de artista sin dinero en Londres y Ámsterdam, y sentirme mal al ventilarme el saldo de mi cuenta antes de fin de mes). ¿Por qué no se pueden coger €10 como en Caja Madrid? Siempre envidié a mi ex de Madrid, M., por sacar €10, que en realidad es lo mismo, pero parece que no se siente tanto como una puñalá trapera.
Cojo el taxi pero el siguiente semáforo a unos metros nos frena, grrr. Qué mal he calculado. El taxista sin embargo es majo, y le suelto el mantra automático de cómo llegar a la casa de mi madre. El taxi huele a rancio mezclado con ambientador cutrillo de Todo a 100. Abro la ventana y le digo que qué día más bueno hace. Él llama al antiguo estadio del Vallehermoso por donde vamos a pasar "polideportivo Vallehermoso". ¡Ay! El pobre demolido y dinamitado Estadio Olímpico, perdona, O-LÍM-PI-CO Vallehermoso, qué narices "polideportivo", donde yo entrenaba a los catorce años con los policías que se preparaban para la revisión física, los caimanes que se quejaban de mover el culo.
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