sábado, 4 de abril de 2009

Pasión

Ayer me acosté a tiempo de poder levantarme esta mañana pronto para ir al hospital a ver a mi padre, pero cuando estaba en la cama no hacían más que venirme ideas sobre cosas que quería escribir, y terminé encendiendo y apagando la luz constantemente y apuntando las ideas en la Moleskine que guardo arriba, sobre el nivel del agua en mi litera. Tras un buen rato así, me prometí fervientemente no escribir nada más aunque fuese una idea genial porque si no iba a ser la segunda noche que iba a pasar en vela sin descansar, pero en cada ocasión mi impulso era más fuerte que mi voluntad, y forzaba a mi cuerpo a enderezarse y pillar el boli Pilot y la Moleskine una vez más, una última vez, que no era tal.

En estas se me llegó a caer el Pilot al suelo, lo que hubiera sido una excusa perfecta para apaciguarme e intentar dormir, pero a pesar de mi cansancio total, las dos horas que había dormido en las últimas 48 horas, me bajé de la litera y descolgué mi cuerpo para intentar encontrar el Pilot, chocándome con las cosas a pesar de haber dejado todo ordenado y de conocer intuitivamente y al milímetro las dimensiones de mi habitación. La pulsión de pensar, encender la luz, pillar la Moleskine y el Pilot continuó un par de horas más que se me hicieron eternas. De hecho, para quitarme esa sensación, me llegué a levantar y encender el portátil, cuya pantalla lucía reverberaciones azules en la oscuridad, y escribirte una carta cuyo borrador acababa de crear multiplicando la velocidad a la que normalmente escrito en la Moleskine, aprentando la punta del Pilot y tergiversando mi letra por la pulsión creativa hasta el punto de no poder leer muchas de las palabras que había escrito.

Entre estas pulsiones e ideas descabelladas mi mente se hallaba en la más absoluta de las efervescencias. Con los ojos cerrados el cansancio físico y emocional activaban el sueño REM con la velocidad turbo max, y entre los intentos por caer rendida en los brazos de Morfeo yo notaba el movimiento de mis ojos debajo de las pupilas, en un extraño estado de sueño despierto difícil de explicar. En algunos foros de gente que toma Lamictal explican que uno de sus efectos secundarios es el del insomnio y los vívidos sueños. Yo no he sentido insomnio con el Lamictal: mi medio insomnio estaba causado por el cambio forzado de biorritmos que había generado el pasarme casi una noche entera solucionando cachivaches y delitos informáticos en los Macs, el portátil y el router wi-fi, y el cansancio consiguiente tanto físico como mental que a veces no te deja dormir tampoco.

Pero la verdad es que sí que notaba con los ojos cerrados algo así como estrellas fugaces que explotaban y viajaban creando estelas de colores como fuegos artificiales, y enviando con lentitud pero marejadas de ondas de diferentes densidades, gamas de grises y colores pastel que mis ojos enviaban de derecha a izquierda en este sueño inducido por el insomnio y el cansancio.

Una vez estuve casi dos días y medio sin dormir en Londres cuando tuve que exponer mi trabajo de escultura y pintura en la escuela de arte St Martins, en Charing Cross. Creo que es el mayor tiempo sin dormir que he logrado aguantar, no suelo hacer estas barbaridades. Pero la noche anterior y la de antes me la había pasado creando un molde de escayola de los pies de Armel (que salió precioso y perfecto con todos los detalles de sus venas, sus fuertes tendones y su musculado empeine -era la primera que lo hacía), otro molde de cera de sus manos, y una instalación que incluía versos escritos por mí. El molde de escayola era de sus pies y unos diez centímetros por encima del tobillo, y había colocado espigas de trigo seco pintadas de pan de oro saliendo de los ies antes de solidificarse la escayola.

También hice un cuadro con una fotocopia del Cristo de Velázquez y un marco de papier marché tintados de témpera blanca. Completaba la pieza un rojo corazón de Dalí atravesado por las saetas de unas flechas que eran clavos de la cruz del Cristo metidos en una cajita de madera adornada con cuarzos de colores que compré en el mercadillo de antigüedades de detrás de la estación de Angel. El corazón era un nabo con una preciosa forma cardiaca, y lo había pintado de un rojo bermellón encendido, con toques de amarillo en las heridas atravesadas de los profusos y planos clavos de hierro. Un verdadero corazón flameante. Se trataba de una visión muy personal y simbólica de la sangre de Cristo, la pasión, y como siempre de mi vínculo personal con el amor platónico que continúa hasta ahora (esto lo hice a los 23 años)!

La exposición colectiva del alumado de primero, en general fue un éxito pero yo tuve problemas. Estaba con Andrea, mi novieta de entonces, que tenía el mismo color de tez que yo y el pelo muy parecido al mío con sus rizos contorneados, redondos y prietos (tal vez más pequeños que los míos, como la lana gorda al desenrollarse). Su pelo era una melenita longitud corta, unos milímetros por debajo del lóbulo de las orejas. Ella era más alta y más andrógina que yo, una londinense del sur (creo que era de Brixton o Streatham), con sus eternos Levi's 501 y botas Timberland de cuero vuelto amarillo. Yo era más delgada, y ella más fuerte y de huesos más grandes, y la gente falta de imaginación nos preguntaba siempre si éramos hermanas, lo que podía haber sido, aunque mis ojos son marrón miel con unas pintitas que a alguna gente les parecen verdes, y los suyos eran oscuros como el barniz marrón profundo, tan preciosos.

Recuerdo perfectamente que después de hacer el amor se sentaba en la cama y sin perderme de vista suspiraba y se echaba el pelo hacia atrás quitándoselo de la cara, como intentando pillar más oxígeno, o dándose cuenta de la pasión que le había revolucionado todo el cuerpo. Y luego siempre tenía que marcharse porque vivía en casa de sus padres, lo que a mí me chocaba muchísimo entonces en Londres. Mi pelo también se me pone en la cara si no tuviera una banda de punto fino que siempre llevo, aunque en casa lo llevo tal cual me levanto hasta que me pone de los nervios. Por aquel entonces lo llevaba largo y el sol lo había dorado en algunas zonas. Mi madre me ha dicho que desde pequeña cuando me peinaba ella había visto las mismas canas en la parte de detrás de mi cabeza. Al darme el sol tengo donde las sienes unos mechones mucho más claros que el resto de mi pelo moreno, y este efecto contrastaba mucho con el tono miel de mis ojos. Supongo que es el contendiente natural de los highlights que la gente se hace en la peluquería. Ahora como llevo la banda no se me ven tanto.

La mañana de la exposición colectiva de mi año (que yo había encandenado con las dos noches en vela anteriores con sus correspondientes días) perdí la capacidad de enfocar con la vista, y fue crítico porque me faltaba pasar a limpio los versos de la instalación. Una señora del registro de la escuela, ante nuestro pánico una hora antes de que la galería de la escuela abriese sus puertas al público, me dejó usar su máquina de escribir, pero recuerdo que tuve que explicarle que no había dormido y que no veía nada bien: todo se había vuelto gris, el sueño me había invadido el cerebro y mi sensación del espacio y las formas estaba visiblemente alterada. Afortunadamente me creyó, porque me imagino que todos los años habría alumn@s haciendo burradas de ese tipo durante los últimos días antes de la exposición. Esta señora, con una dulzura que todavía recuerdo, pasó ella misma a limpio cuidadosamente y con mucho respeto e interés los versos que le entregué escritos a mano, sin poder yo leerlos, aunque sí que los iba corrigiendo al vuelo. Me alegro de que me creyera y no pensara que estaba drogada o algo por el estilo; en todo caso, su ayuda fue importantísima para mí, porque no concebía mi instalación sin la poesía ni las etiquetas de los objetos,que como un religioso y abigarrado tableaux mexicano representaba los conceptos más pasionales y sacrificados de mi alma.

No tengo ni idea de lo que Andrea pensaba de todo esto. Ella apenas había estudiado y llevaba incorporada al mercado laboral de los 14 años, aunque tenía más o menos mi edad. Me observaba con curiosidad y calma, y me ayudó a caminar y a cruzar las calles y semáforos cuando yo empecé a perder la vista por la falta de sueño, y de forma silenciosa se quedó conmigo todo el día en segundo plano, mientras yo le contaba a mis compañer@s de clase que llevaba cincuenta y pico horas sin dormir (tal vez habría alguna hora perdida por ahí que sí había dormido, no me acuerdo, supongo ...). Cuando le preguntaba que qué le parecía mi trabajo y el de otra gente sonreía incómoda y me decía que a ella ese tipo de cosas no le interesaban mucho.

La exposición fue un éxito, como todas las de St Martins. Los galeristas venían a ver el talento fresco británico y europeo, y, aunque se trataba del alumnado del primer año, los trajes caros, las chaquetas de pana fina y los hombres con pelo engominado peinado hacia atrás con una sonrisa de apreciación e interés abundaban por la sala. De eso si me acuerdo, antes de perder la mayoría de mi percepción visual un par de horas más tarde. Mi instalación no estaba completa hasta encender unas velitas redondas y planas, de las que se ponen flotando en el agua, y la luz dorada que reverberavan sus llamas hacían que mi pieza destacara ligeramente de las demás gracias a ese nuevo elemento: el fuego, que se unía a la sangre, la pasión, el dolor y la vida.

Tuve que salir a hacer algo y cuando volví me encontré conque la gente estaba aplaudiendo y me miraban con interés al acercarme a mi instalación. Del tumulto surgió el conserje con el semblante enardecido y rojo como un tomate. Llevaba un extintor en la mano y tenía cara de malos amigos cuando me reconoció como la alumna que había encendido las velas aparentemente sin permiso, con tan malísima fortuna habían incendiado las espigas de trigo secas y puesto en peligro la seguridad de todo el mundo. Mi instalación se quedó cubierta de algo parecido a las cenizas de Pompeya debido a la espuma oportuna y rápida del extintor que evitó males mayores. Pero curiosamente el cuadro del Cristo de Velázquez con la fotocopia en blanco y negro cubierta de barniz había sobrevivido al fuego y tan sólo mostraba tras la combustión y el sifón de espuma del extintor un ligero reverdecimiento y enrojecimiento de parte del barniz transparente que protegía la imagen. Esto lo atribuí a que el lado mágico y espiritual de mi trabajo había custodiado su protección frente al fuego. Mi Cristo no quiso extinguirse. Y de hecho lo he llevado de país en país y lo he tenido siempre en mi casa desde entonces. El año pasado se lo regalé a mi madre pensando que le haría ilusión como a mí me ha hecho tenerle tan cerca, y creo que lo escondió en algún sitio, como siempre que no quiere decirte directamente que algo no le gusta, y ahora ha desaparecido del mapa. Pero tanto a mis libros como a mi Cristo los recuperaré muy pronto cuando ponga más estanterías en mi casa y diseñe de nuevo el espacio en las paredes.

No estuve mucho más tiempo con Andrea. Nuestra pasión se deshizo como la de mi pieza en St Martins debido a la falta de comunicación entre nosotras a pesar de su ternura, dulzura y belleza. Ella era de otro mundo donde los sentimientos no se expresan más allá de las miradas de deseo de un extremo a otro de un local oscuro donde nos encontramos por primera vez.

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