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Pistolas desenfundadas en meditaciones sanas respirando 7 y exhalando 11 a ritmo de recuento. Sin nada que perder, espejismos iluminados, enterrados en finas capas de arena, como muselinas suaves y resplandecientes de anhelos perdidos como el tiempo y la magdalena de Proust.
Tacitas de té amargo subvencionado con un grifito de leche tibia, porcelanas, manos antiguas, dulces, pastas, labios finísimos de anciana, y niños y niñas con volantes y cuellos de ganchillo y esmeraldas en la mirada.
Historias mínimas, vanas, retruécanos auto-abastecidos, murales entornados, besos robados, misivas extraviadas en locales oscuros, principados bisiestos, esparadrapos que huelen a tela, milongas caramelizadas por largos paseos.
Interrupciones electrificadas de brote fácil, simplezas estriadas, innumerables pausas, tazones de leche humeante y virtuosa. Estacionarios, insoportables silencios entre bastidores de madera que no se acurrucan, que no despiertan, que buscan excusas impresionantes, en eterna lucha y búsqueda de rastros escasos y pretéritas imposibilidades encontradas en aquellos trazos de punta semi-fina, que quiere decir casi gorda, pero suficiente.
Impresentables dudas de luna creciente. Jeroglíficos de minucias, nimiedad y alguna que otra pista perdida.
Tal vez para llegar hasta ti me falta todo.
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