domingo, 5 de abril de 2009

Gritos


Mi madre lleva estos últimos tres días comportándose como una madre superiora cuya droga preferida fuera el ácido. Y lleva gritándome de forma constante más de 56 horas. Grita, grita, grita, grita por todo. Grita por las mañanas cuando ella misma me llama y se le pregunta lo que va a hacer durante el día. ¡Gestiones! ¡Tu padre! Etc. No se le puede cuestionar, ni consultar, ni preguntar nada sin que emprenda la escalada hacia el grito. Es agotador y muy estresante. La que más se estresa con esta actitud es fundamentalmente ella, pero para mí esto se está convirtiendo en un sufrimiento y una tortura intolerable, porque si no le llamase o no le cogiera las llamadas no sabría lo que está sucediendo con mi padre, con mi hermano; ella no me podría enviar a hacer los mil y uno papeleos, yo no le podría aconsejar consejos que me tira a la cara con desprecio y desdén y un grito, y que luego tal vez asuma como buenas ideas y resulten soluciones a corto o largo plazo.

El viernes me llevó (se ofreció y si no la dejo hubiera gritado) a llevarme a recoger mi ordenador de la casa de una amiga. Le dije que llevaría el carrito (grito) y que iría en metro (otro grito aún mayor). Así que le dejé que me llevara pero advirtíendola que era muy lejos (grito). También le ofrecí abandonar airosamente su promesa porque si era demasiado tiempo para ella o complicado yo podía ir sin ningún problema (grito), en qué momento le había contado nada.

Así que me llevó. De camino a casa de mi amiga no hacía más que quejarse de que el tráfico iba a ser horrible, horrible iba a ser. Cuando cogí el callejero para orientarla (grito) y darle el nombre de la calle, que no le sonaba (grito), vi que ella se ponía nerviosa por segundos, porque anticipada un tráfico peor (porque realmente no había tráfico casi, pero ella se imaginaba que el tráfico iba a aparecer como una marea súbita de cíclopes y gusanos gigantes y ensangrentados). Se creía que era seguro que cuando el tráfico le paralizara y los pitidos impacientes y horribles de los coches amontonados se volviera infernal, su vuelta sería endiablada, y no le permitiría llegar a tiempo a los otros sitios donde debía ir antes del hospital a ver a mi padre. Allí se debía someter a la tremenda disciplina de no ser escuchada ni valorada ni como médico ni como esposa del paciente por la gente que toma las decisiones sobre el futuro de mi padre, a pesar de que tod@s nosotr@s sabemos muy bien lo que hay que hacer con él: Mandarle al otro puto hospital donde por lo menos hay geriatras, psiquiatras, atención personalizada y no le van a tener atado todo el puto día como un animal.

Mi madre me estresó tanto, y fue tan negativa (como siempre) con todo lo que yo hacía o decía, que noté cómo el estrés ascendía por mi tórax hasta dar con el resorte que me mata, que apuntala el centro de mi pecho, que me dice que no puedo más, que voy a estallar, que me estoy poniendo muy, muy mala, y que hay que parar esto. Se lo advertí y le dije que me dejara salir del coche, que parara porque iba a ir sola porque me estaba matando desde hacía días y esto no podía seguir así.

Cuando finalmente llegamos a la calle de mi amiga, tras llamar ella "rico" a un chico que nos orientó malamente (yo le reproché que por qué a nosotr@s nos llama pandilla de mierdas y a la gente de fuera lindezas de todo tipo) yo le dije que se estaba volviendo papitos. Sí, da miedo cómo (y lo dice siempre ella) todo se pega menos la hermosura, y cómo, para ser más precisos, el abuso mental y la crueldad emocional se propaga como la pólvora.

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