Perseverar

Perseverar ante las ideas encubiertas que surgirían a bocajarro por las esquinas si pudieran administrarse.

Alego un momento en que no me censuraba involucrando a la súper conciencia en una carrera desenfrenada contra el hastío. Es esa forma de esquivar el territorio, los almanaques radioactivos, el ímpetu desenfrenado que se desangra por los cráteres de las piedras.

Minutos de arena y hormigueros de lana. Me gustaría entrenarme en las horas muertas, saludar en entregas retroactivas, vislumbrar impresiones empáticas, ssslayar recorridos y transiciones.

Se desgranan las partículas minúsculas por mis cejas, enseguida, allanando el camino. Sopeso mis probabilidades, detengo la sal que nubla mis heridas abiertas. Escucho murmullos indentados, sosegados, y respiro desvíos de telas plegadas al viento. Las mínimas gotas de calor se abomban y desmadran en un temor constante. Me concentro y escucho los también temblorosos embistes de la imaginación. Tengo miles de palabras entre manos, como un acertijo de sincronías, como el filo de una prefectura simbiótica en plena madreselva.

Alguien crea un origen que tiene miles de espadachines celestes, y al albergarles un hangar hueco silban sus esquirlas. Es más fácil crear un viaje cuando se rompen lanzas en el panorama, al saltarse las distancias y montarle argucias al agua. Apenas se sitúan los encendidos aros de fundamental melancolía, de ardientes semilleros, de irrepetibles degustaciones en los fueros inversos.

El círculo se recorre entero, el impulso no encuentra agarraderas, el recodo y su hipérbole se resguardan en su propia simpleza, atentos a cualquier cambio. Hay que exhibir una fe absoluta, una considerable espera de complicadas apariencias, de ternura y sonetos de ámbar. Las implicaciones son bárbaras, la salizinación de la salvia se produce al ritmo del vertido de resinas silvestres.

No se recuerda lo que no se empieza.