Una mariposa de desconcierto, un corazón anhelante, las inigualables, las certeras dagas envenenadas de la depresión. Una mente febril, ilusiones atrapadas en puños cerrados, la disociación y el aislamiento descontento de la depresión.
Un ansia contenida, en choque frontal e impactante. Las rábidas batallas con la depresión. Mi Excálibur fallida enterrada en arena, con el brillo deslucido pero esperando en la niebla.
Trasplantas significados en la música que escuchas, dejas que tu alma se raje, se desnude, se parta. El simple pensamiento de Excálibur oxidada te ciega. Es como un mal viaje imperecedero, un empujón hacia la oscuridad, unos ojos rojos encolerizados que te engullen. Te caes rota y magullada sin energía para lamerte las heridas.
Pasas inadvertida por la población, no formas parte de nada, eres como la mala hierba que crece en tu cerebro. Eres un haz sin luz, un insensible sollozar, un cuaderno arrugado, un desencuentro con el tiempo y tu imagen en el espejo. Te gustaría que te indicaras el camino a base de órdenes reales pero útiles. Absorbes la amabilidad de las personas desconocidas y la manta de bochorno y calor en el ambiente. Resistes a base de haber recibido 400 golpes ya. No sabes sin embargo cómo salir de esta.
Tus palabras están empapadas y tu verbo ensordecido. Tus versos arden en el ambiente y tus gritos pertenecen al silencio. Pero el carromato destrozado de ruedas cuadradas sigue remolcándote. Sus imprecisos empellones te engañan circunspectos. Tal vez cuando la penumbra te empañe te quedará el vocabulario . Tienes miedo de perecer en la batalla, pero es normal el miedo. El transcurrir largas caminatas atravesando sola el barrizal. El gozar sólo con los minutos perdidos del pasado. Los minutos actuales son como cerillas quebradas en su caja.
Te invaden soldados diminutos, te esquivan la mirada, el tiempo se te escapa húmedo y líquido entre los dedos. Buscas crepúsculos dorados desde tu tienda de campaña. Te gustaría aislarte del mundo pero el mundo te reclama. Te preguntas de dónde surgirá la fuerza para la siguiente frase. Te intrigan las miradas ajenas pero no puedes devolverlas.
Y tú me esperas, me llamas, me suspiras. Me revelas tanto. Me inclino a pensarte y no quiero separarme de ti. No sé si sentirás mi nieve helada, mi sentimiento de impotencia, mis frases bloqueadas.
Quiero creerme en las sonrisas de otra parte. No me importa que el blanco de mis prendas se convierta en gris ceniciento porque yo me siento cubierta de cenizas flotantes. Quiero recobrar el aliento, el sabor, el sentir, el rebosar, el sentarme enfrente de un escritorio con una máquina de escribir ambulante.
Los sentimientos que tengo por ti son a veces abstractos, entumecidos, flotantes, porque estoy atrapada en una burbuja de material aislante. Me duele la cara al ahondarse mis arrugas, me gustaría escupir la garganta entera. Tengo el subconsciente prendido a mi lengua de trapo, y, de verdad, no sé si amanecerá la próxima frase de este escrito. Quiero recuperar las salidas a la calle y sentir la libertad en los pulmones. Estoy harta de sentirme encerrada en una bolsa de plástico sin oficio ni beneficio. Estoy empalmada a un desagüe que se rinde en espirales. Te espero esperándome.
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