quarta-feira, 23 de dezembro de 2009

Tía


Luz velada y empellones fieros intransigentes, entregas de viandas a la mujer ciega que arrebata flores fervientes. Capullos de algodón en rama que lloran pétalos cárdenos para que los ríos se remuevan engalanados de guirnaldas y flores nuevas.

Ella débilmente rehúsa la invitación, pero finalmente se deja llevar y la serenidad la invade, la densa niebla del adiós, su vida entera frente a sus ojos. Llamas de fuego le vas a llorar, le llorarán siempre lágrimas de tafetán rojo, inmensas madreselvas, la nieta del pintor que dulce jugaba, retorna a la trastienda de la niñez.

Y las hermanas la cercan, la abrazan con las manos ancladas en círculo, la arrullan en el último adiós inolvidable, el de la vida al fin marchita pero noble y bien vivida.

Una preciosa nana con celestes brillos, con inmensas ramas, con felices sueños se descuelga de una red de campanillas tiernas colmadas de hojillas verdes recién florecidas de entre sus brotes.

Todo el mundo la quiere; los suspiros se enardecen, las semillas de los árboles que plantó son fuertes troncos ya que la rodean en el oasis de un bosque fantástico, lleno de amor impermeable a la muerte que nos la quiere arrebatar.

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