quinta-feira, 3 de dezembro de 2009

De un plumazo


Me gusta el centro de Madrid, aunque lo recorra por sus pasillos subterráneos. El centro ecocentro, el centro irisado, el centro de anhelos y brillos.

Sin esperar me engancho en la línea 10, entre cintas y movimientos rápidos del bolígrafo. Me acuerdo de la fábrica de Inoxcrom que ha quebrado. Ya no podré comprarlos. Lo hubiera hecho antes de que cerraran todas las papelerías del barrio de mi madre.

Antes de que dejara de reconocer las vistas, porque los años lo que hacen es cambiar las señas de identidad, y si te atrancas en los tiempos inmensos de la niñez porque has estado fuera de Madrid tanto rato, el manto del tiempo mesa tus recuerdos, los arrincona en un desván, ya no son las cosas como antes, y las nuevas no las entiendes, te parecen insulsas en comparación con las antiguas. Y poco a poco también te das cuenta de que hay muchas cosas nuevas, que todos los sitios están llenos de caras nuevas cuyas historias no puedes contar.

El epicentro de Madrid, algunas estaciones me gustan, algunos tránsitos son como las redes de seguridad bajo la carpa del circo, como el tris tras que la tranquilidad me otorga de un plumazo.

Bilbao, Gregorio Marañón, Alonso Martínez. Todas ellas evocan un lugar cálido. Hay algunas cosas en la vida que me proporcionan seguridad; por ejemplo. un resguardo. También los bolsillos interiores de los abrigos. La lámpara de la mesilla de noche, el pijama recalentado que me huele a detergente tumbada en mi sofá, y mi sofá.

Otras me torturan: el dolor de cuello, el dolor cuando el respaldo está duro, cuando tengo prisa por marcharme y hago algo rápido, escribo rápido que tengo que marcharme. El dolor de estómago por la noche que dura todo el sueño.

Detesto las miradas mediocres de indiferencia, el agua fría cuando no se traga bien, los ojos enrojecidos por el Lamictal, las manos secas como cuchillas.

Y hubo de repente un resplandor de colores completos que iluminaron el mañana orondo y pensativo.

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