Ayer fui a ver a mi padre al hospital. Desde que está ingresado, a pesar de chuparme los días de urgencias, las llamadas, las gestiones administrativas, chillar a su neuróloga de mierda agilipollada, prepotente e inepta, aguantar las paridas de mi hermano y sus amenazas cibernéticas por mis entradas en este blog, el marrón de aceptar el tema residencia, el verle atado y apresado con grilletes y con pañales, sólo había visto a mi padre en planta una vez brevemente con mi madre, sin interactuar con él. Y ése día me había sentido como un submarinista que se estrella contra el suelo marino por una fuerza motriz tremenda, imposible de amansar.
Me había sorprendido su mirada idiotizada (deterioro, Haloperidol), su pérdida de peso, su aspecto empequeñecido y su constante mal humor que me pone los pelos de punta, a pesar de que me miraba (me reconocía, pero ... ¿sabía quién soy yo?), al mismo tiempo que me destrozaba por dentro cómo al marcharme me guiñaba el ojo, muy estilo papi joven y guapo de antaño, y me seguía con la mirada.
Así que ayer me armé de valor después de haber hablado por la noche tiernamente con mi galleguiña y fui para allá. Tiene un compañero de habitación que está aguantando carros y carretas, en particular sus gritos durante toda la noche que le impiden a él dormir. Este viejillo chisposo y nervioso, profesional del gremio de ingresos hospitalarios, sobrevive gracias a la bombona de oxígeno y dos operaciones de pulmón en el que le han reducido más de dos quintos de superficie pulmonar a tajo de bisturí, y tiene problemas varios que palia viendo televisión todo el día (le gusta Cuatro -temas de supervivencia y viajes Kontiki), una cabeza muy entera a pesar de su edad, enseñarle su cicatriz a todo el mundo (tiene una piel muy bonita a pesar de que es puro huesines de pollo), y unas hijas que son como cinco soles, aunque siempre apunta que tuvo un hijo que murió a los treinta. Su señora murió hace tres años; lo sé porque se lo ha dicho a mi madre, a mi padre, y después me lo dijo a mí.
Mi padre estaba allí, sentado en pañales con una camisola de niño de cinco años, ocupadísimo intentando quitar el botón de sujeción de una de sus muñecas girándolo hasta la eternidad (no se quita así, sino con una llave especial, obviamente). Gracias a Dios sólo tenía sujeción en la cintura, la banda de la mano era sólo para tenerla a huevo los auxiliares y paralizarle los brazos si la situación iba a más. Al llegar me empezó a hablar en francés y yo le dije en numerosas ocasiones (casi gritando, porque paso tanto de su maldito francés) que yo NO hablo francés (en concreto porque a él nunca le salió de los huevos el enseñárnoslo de pequeñ@s). Total, que le cabreé y le seguí cabreando, como siempre desde hace 42 años, con todo lo que yo le decía o hacía para intentar ayudarle. Se volaron unas toallitas de papel y me gritó por haber sido indolente y haberlas esparcido por el suelo; luego me gritó por haberle tirado "la carta" (presumiblemente una de las toallitas), y después en general me gritó por todo. Pero le mentí porque sí que entiendo su francés, no sé cómo ni por qué, pero sí, le entiendo. Quiso luego hablarme en inglés y también le dije que no, que no le entendía, leñe (no me apetecíaaaaaa), y al final le tuve hablando en español la mayor parte del tiempo para que se orientase y por lo menos se comunicara con nosotr@s (llevaba DÍAS hablándole en francés a todo quisqui!)
Tras tanto grito a MÍ fue a quien se le puso la mirada perdida y me cogí mi libro de Mejor Platón no Prozac, e intenté leer un poco. Por supuesto no pude concentrame y me sentí como una leona Akuna Matata enjaulada. Entonces se me ocurrió hacerle un masaje, vi que tenía todavía mucho músculo en la espalda y me gustó poder darle un masajito como cuando volvía del tenis. (¿Dónde estaba su cadena de oro macizo que le compró mi madre?) Se resistió mucho pero le gustó, y luego le ayudé a hacer estiramientos. Quiero que se acuerde de ser él mismo. Me repitió como antaño que los masajes se hacen de abajo a arriba, como cuando tenía doce años y le masajeaba la espalda; o me enseñaba a poner inyecciones practicando en almohadas y luego en sus glúteos (le pinché en el hueso y se acabó la lección).
Después se me ocurrió algo mágico: salí del hospital pintando y fui corriendo a casa donde escogí unas fotos, unas pesas suyas y un aparato para fortalecer los brazos (todo pequeño, a ver si se lo tira a la cara a las auxiliares de clínica, o mi madre ... dejé las pesas enormes, el cinturón de cuero de Muhammad Alí que usó durante años y años todos los días a las cinco y media de la mañana) y volví y puse las fotos en la ventana con blu-tac. Se sorprendió mucho, digo yo que se preguntaría dónde estaba. Le pregunté foto por foto quién era quién. Reconoció a mi madre, lo que es novedoso, porque en la vida real se queda muy confuso: reconoce su voz pero no tanto cuando la ve en persona. No se reconoció a sí mismo de joven, dijo que era mi hermano mayor :(. Es cierto que se parece a él pero .... menudo bajón me entró al ver que ya no sabe ni quién es. Luego a mi hermana y a mí nos llamó por mi nombre a las dos, y sí reconoció al bebé de mi hermana y a mis hermanos. Creo que es muy importante para él volver sobre sus pasos familiares y hacer pequeñas cosas que le orienten, aunque su principal interés de ayer fue girar la maldita rueda con la que le atan a la cama y a la silla para que no se escape, la que no se abría al girarla hasta la saciedad, y buscar la carta que estaba escribiendo o que le habían mandado que en realidad era una servilleta blanca e impoluta ...
Fue mucho mejor de lo que esperaba y ahora vuelvo otra vez con mi hermana y Poquitos, y que sea lo que Dios quiera, porque parece ser que está muy rebelde, queriendo escaparse, arrastrando la silla por el suelo porque quiere levantarse y volar hacia la nada infinita, hacia un sitio en su imaginación que nunca encontrará. A veces es su casa, la casa en la que vivíamos hace más de veinte años, otras es una mezcla delirante de imágenes de sueños provocados por su demencia, por las decenas de pequeños infartos que se enredan entre sus neuronas como cráteres carbonizados y que le han destruido el entendimiento y la conciencia de sí mismo.
Y esta noche tuve un sueño alucinante:
Tengo una nueva novia, pero al final no es otra que mi querida Ojitos Verdes de Ámsterdam, la novia que tuve durante siete inolvidables años, y voy a ver a sus padres a un barco donde viven. Sus padres no son sus padres en la realidad, son una especie genérica de padres, y no son agradables conmigo (odio ver a padres y madres de novias, malas experiencias), pero su padre de repente era el padre de mi ex mal encarado conmigo. En la vida real la última vez que lo vi en Ámsterdam en la ceremonia de la tesis de Ojitos Verdes fue muy raro conmigo, aunque no me extraña porque tres años antes había echado a su hija de mi casa por la noche diciéndole por toda explicación que se levantara de la cama y se fuera a la calle, fuera de mi casa. Siempre pienso que si ella hubiera vuelto todo hubiera sido tan diferente, si hubiera dado un giro sobre sus talones y tras salir hubiera llamado a la puerta, hubiera pensado en mí y en nosotras, y se hubiera armado de valor para convencerme de que aún había algo entre nosotras, como seis días antes, antes del rodaje, cuando nos queríamos a pesar de todo. Pero fue al final de un rodaje absolutamente demencial y tras un día en un taxi durante ocho horas (había inundación en la carretera) devolviendo equipo del rodaje, las dos en el taxi discutiendo a voces mientras el taxista sufría por nosotras sin saber qué estaba pasando. Yo había tenido una crisis entonces el día anterior y había despedido a todo el mundo del rodaje y me había liado casi a puñetazos con el chulo de playa del inútil del sonido que tan sólo quería follarse a la actriz principal y estaba en el rodaje sólo para ligar.
Yo había tenido ese día antes de echar a Ojitos Verdes de mi vida una crisis bipolar enorme y estaba en el cénit, justo antes del desplome total. No me he perdonado a mí misma todavía por haberla echado de mi lado. Creo que ella sí, porque a pesar de haberle pedido que volviera durante seis meses, ella decidió hacerlo cuando yo ya había vuelto a España, había tirado el anillo suyo que llevé durante siete años por la ventana, me había liado con una tía en Madrid, y tras ser incapaz de perdonarla porque ella me había ignorado durante meses durante la depresión más grande, feroz y dañina que he tenido en mi puta vida.
En fin, el padre de Ojitos Verdes me miraba mal y de repente mis padres también estaban allí. Mi padre, ágil, despierto y más joven, se andaba riendo. Yo, no sé por qué, tal vez para fastidiarle y dejarle claro que yo quería a mi madre y que no iba a permitir que estropeara todo como siempre, porque él no iba a bailar con ella y mostrarle ternura ni cariño, me puse a bailar tiernamente con ella esta canción de principio a final:
Pasarán más de mil años, muchos más
yo no sé si tenga amor, la eternidad
pero allá tal como aquí
en la boca llevarás
sabor a mí ...
En un momento dado, estábamos atracados en el puerto, y mi padre se subió a un gran camión de reparto de Heineken y se rió en nuestras narices mientras los tíos del camión, ignorando nuestros ruegos desesperados, arrancaron con mi padre riéndose, escapándose en la parte de atrás del camión.
Yo le dije a mi madre que no se preocupara y salí corriendo detrás del camión. Y corrí y corrí y corrí por toda la carretera, entre los coches, subiendo cuestas; se perdió el camión y seguí corriendo, me recorrí toda la ciudad incansable, dejándome las piernas, cayéndome a trompicones casi de tanto tirar de mí misma hacia adelante, siempre hacia adelante. Y de repente llegué a un cruce de caminos, era una mezcla de Madrid y Ámsterdam la ciudad en la que corría, y avisté el camión después de haberlo perdido de vista hacía bastantes manzanas. Entonces logré alcanzarlo con un esfuerzo sobrehumano, y le forcé a parar. Cuando aparcó cogí a mi padre y llamé de todo a los conductores del camión, que pasaban de mí aunque les molestaba visiblemente mi furia.
Cogí a mi padre como cojo a Poquitos y aunque con miedo de que se me escapara me chocó el darme cuenta de que era muy delgadito, muy liviano y que estaba desvalido. Él puso su cabeza en mi hombro y se agarró a mí con las piernecitas enlazadas alrededor de mi cintura. Era como un monito algo más grande que mi sobrino. Y me puse a buscar un taxi como loca. Me pasaban taxis peligrosamente por todos lados porque estaba en mitad de la carretera (siempre estoy cogiendo taxis de madrugada para ver qué pasa con mi padre cuando me llama mi madre porque ha tenido que comunicarse con la policia y el Samur psiquiátrico que se han personado para calmarle ...). Los taxis no paraban y yo arriesgaba mi vida como cuando corría detrás del camión porque los taxis y los coches pasaban por mi lado a gran velocidad, y yo seguía caminando con mi padre por la carretera. Después de un rato interminable y tras meternos en un sitio que era como de mini-cabs de Londres pero que estaba lleno de gente peligrosa, por lo que apreté a mi padre contra mi pecho y salí pitando con él, nos resguardarmos en un restaurante italiano muy elegante. Hasta entonces había estado cogiendo a mi padre como a un peluche, con sus piernas larguitas y de pollito (como le vi en el hospital). Pero de repente él estaba de nuevo de pie, imponente, con un traje caro de Celso García y una corbata de seda, y pidió una pizza al camarero con mucha autoridad y simpatía. Y yo era pequeña otra vez, tenía dieciséis años. Pero no sé cómo le convencí de que nos marcháramos (ante la mirada estupefacta de los camareros), conseguí que me dieran el teléfono de un radio taxi y llamar desde el restaurante, y lo llevé sano y salvo a mi madre que me lo agradeció en el alma con la mirada ...
Ayer mi hermana miraba a mi padre invadida por el silencio y además llevaba un rato sin que yo me diera cuenta. staba sentada en la esquina angular de la habitación, que parecía aún más gris en ese momento, con sus manos desposeídas sujetando la mano de mi padre en el frío aluminio de su cama que se alzaba como una barrera entre él y nosotr@s ... su otra mano caía sobre su propio regazo. Sus ojos estaban invadidos de lágrimas en ciernes y yo sentí su pena profundísima como una saeta que se ensartaba en mi corazón .... Poquitos miraba a mi padre... las enfermeras miraban a mi padre ... y él miraba las fotos de la ventana sin decir nada ... Las miradas hablan más que las palabras.
Ahora me comería una pizza, pero luego no cogería un taxi. Me iría caminando sintiendo el frío en la cara hasta que se me pusiera la puntita de la nariz roja. La visita al hospital, entrañable. Y más cuando la sin razón hace presencia y provoca esas subidas y bajadas. Las reuniones con familia de parejas...ufff (por fortuna no he tenido que vivirlas). Besos guapa
ResponderExcluirAnónima - Don't worry, cuando te lleve a NY vamos a comernos una que te dejará con con las orejillas coloradas ... :-)
ResponderExcluirBesoss
voy preparando el gorrito para tapar las orejillas ;o) Besos guapa
ResponderExcluirAnónima,
ResponderExcluirMuy bien, preciosa. Descansar
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