terça-feira, 31 de março de 2009

Masturbaciones II: una milésima


He intentado ver una película, más de 3 gigas descargados para nada. Si es una serie tonta, prefería que fuera de chicas y no de tíos colgados.

Se me cruza una idea por la cabeza.

De forma mecánica saco la redecilla, me pregunto por las pilas, ¿durarán, habrá que cargarlas?

¿Los lavo o no los lavo? Están higienizados, no hay problema.

Demasiado cansada? Pudiera ser.

El procedimiento es mecánico: dos toallas, utilizadas ya pero eyaculadas muy suavemente, pueden pasar.

Lavado de manos.

Bajo el estor de la ventana.

Me quito la ropa cadera abajo y mantengo un exagerado montón de ropa por encima. No me importa, no quiero pasar frío, no tengo que hacer las cosas con mucho estilo, nadie me va a ver.

Ordenarlo todo, iluminación difusa y escasa, just as I like it.

El ruido del otro PC descargando series, algo como el mar o una réplica de la nevera o el calentador de mi cocina americana.

Todo premeditado, no sé si es un presagio poco prometedor.

Sacar fotos en el ordenador para devolverme al sentimiento de días anteriores.

Me pregunto si algunas fotos estarían éticamente prohibidas, pero qué ética cabe aquí cuando ...

Inclino la pantalla del ordenador varias veces para focalizar con la iluminación necesaria.

Empiezo por el juguete más obvio.

Se anima la cosa pero después de un primer empujón va lenta ...

¿Nada especial?

Sigo.

Tras un tiempo me doy cuenta de que estoy enfadada, furiosa, energética y me acuerdo del rough and kinky y me observo en esta situación y veo que estoy siendo rough y sin duda kinky.

Tras mucho movimiento, emociones, ups and down escribo un mail en Facebook al alguien que sabe a lo que me refiero.

Me veo como la perfecta friki, pero otra gente coge el teléfono en medio de la movida, me da igual.

Furioso, salvaje. ¿Nunca lo había hecho así?

Cambio de dirección, de posición.

Me decido a ir directamente al grano tras un cambio de juguete.

Notos mis uñas que impiden que se me escape el clítoris por la crema orgánica látex friendly con olor a cocoa butter.

Siento que mis uñas me excitan, y no sé si es la primera vez que a lo mejor lo hago como otros millones de chicas en el mundo, y me veo como una principiante, pero tengo tiempo de perfeccionar. No es mi prioridad en la vida.

Me pregunto si hubiera conocido mi cuerpo bien ¿hubiera sido mejor amante? No lo sé, de verdad.

Sigo contra el dolor, el picor y tal vez eso es la excitación y no lo he entendido hasta ahora.

Una milésima de segundo del mayor placer sentido hasta ahora y en mucho tiempo, pero sólo una milésima de segundo. ¿Es suficiente? Creo que sí, es demasiado preciado, punzante, especial, me ha dejado sin sentido de la vista por una fracción de segundo, me ha dado lucidez, claridad, una conjunción con mi cuerpo y mis sentidos. Una milésima tan sólo.

Persigo la milésima pero sé que ya no volverá, pero ahora sé dónde está.

Continúo y me pregunto si las toallas valen, si son suficientes, veo cómo los juguetes chorrean líquido como un arroyuelo, no los he visto así antes.

Sigo buscando la sensación, el sentimiento en mi vientre que noté atravesar el músculo como un alfiler afilado e hiriente que me obligaba a sujetarme la cintura con los brazos cruzados cuando vi Media hora más contigo en los cines Azul en la Gran Vía a los 18 años con Leslie, la americana de veintipico, pecosa, pelirrojísima de San Diego que me hablaba de tíos españoles, seguratas, hombres guapos, normales, morenos, pero que luego me permitía darle un masaje en todo el cuerpo mientras se ponía boca abajo en la cama de su apartamento. Conocía a poca gente, a casi nadie que no viviera con su padre y su madre.

Y con ella vi dos películas gays en una tanda doble de cine. Y por primera vez noté esa sensación. Que seguí teniendo en Londres con los encuentros fugaces, los one-night stands hasta que ... Y después con sólo un par de chicas más, hasta que vino S. y entonces fue mi verdadera amante, a pesar de tener yo otra a la que traicionaba cada día, cada noche, durante más de cinco años de los siete que duró nuestra relación.

Y después nada.

Y nunca había habido nada por mi parte, en soledad, algún escarceo aburrido que me hizo desistir. Pero cuando decidí no estar con nadie hasta el 2010-2011 me di cuenta de que tal vez necesitaba ir a Los Placeres de Lola y comprarme algo. Fui con una amiga y le regalé algo a ella también. Las chicas nos lo explicaron todo a la perfección con total naturalidad. Era una visita kinky científica, supongo. Al día siguiente en mi break del trabajo y en media hora hice lo que hice, satisfactoria y sorprendentemente. El siguiente día fui a otro sitio en Malasaña y un chico me explicó detalladamente el mecanismo de otro juguete que daba mucho juego. Estaba entusiasmado, sobre todo cuando le comenté que era para mí y no para mi novia. Entusiasmado, pero no me hizo sentirme incómoda, aunque tal vez exageró la eficacia del objeto. No funcionaba de la forma que él decía, por lo menos para mí. No había que seguir instrucciones. En realidad el juego que le dabas no dependía de sus botones ni su programa de vibraciones ascendentes ni su diseño noruego por una mujer, ¡una mujer!, decía él con orgullo, nah, nada de eso.

Me resulta mejor cambiar de tercio. Persigo la milésima de segundo pero me contento con éso: perseguirla sin ansiedad. Me pregunto si estoy demasiado cansada, si el Lamictal me hará menos daño al hígado si sigo eyaculando lo que parecen litros, si beber agua luego será suficiente, si tendré ganas de bajar a pillar un arroz con gambones del chino de al lado para evitar desfallecer.

Pensando mucho.

Me doy cuenta de que en pleno apogeo me suda la espalda y el agua que surge de entre mis piernas casi me quema las manos por su increíble y cálida temperatura. Me alegro de sudar al fin pero me doy cuenta de que por teléfono hacía dos días jadeaba, y que hoy no lo hacía ni por asomo. También constato que en realidad no es the real thing, pero no me preocupa lo más mínimo. Me viene a la cabeza el consejo de C. de relax. No sé si estoy relajada ni si lo estaré luego. Tenso demasiado los músculos. A lo mejor me hago hasta daño en el cuello. Me preparo para la consiguiente migraña. No debe ser tan bueno perder tanto líquido; siempre me pasa.

Se acabó pero lo hago pausadamente. Me pregunto cuándo lo haré otra vez, seguro que hasta dentro de mucho tiempo no me apetecerá. Compruebo las toallas, ahora sí que van directas al tonel blanco de Ikea de la ropa sucia. Envuelvo todo en ellas y dudo dónde ponerlas. Termino dejándolas en el lavabo con los juguetes eróticos entre los pliegues. No tengo prisa por hacer nada, tengo un esterilizador orgánico del que me siento muy segura, y pueden esperar.

Me pongo los pantalones grises de algodón de chándal de los 80 y me siento guay por hacerlo a pelo. Me siento como los tíos buenos que responden a la puerta en calzoncillos o que no se los ponen debajo de los pantalones cuando se van de la casa de su amante.

No hay espaguetis, no hay cocido (me lo olvidé en la nevera de la oficina cuando me echaron ayer del trabajo), tampoco hay hay paella de mi madre. Pillo un vaso de agua, pienso que a lo mejor no me va a apetecer escribir ni pensar mucho en todo esto de forma escalonada y descriptiva, y me bebo tras esta reflexión un par de vasos como si nada. Me acuerdo del ácido fólico, voy a tener que cenar por narices si quiero tomarme las dos pastillas y ser lista y brillante por el efecto de este mineral.

Sorprendentemente hoy ha sido un día raro de cojones. Este mes de marzo ha sido de todo, pero ya he hablado de eso. Por lo menos se me ha quitado el calentón que llevo en el cuerpo desde hace cinco días.

Llamo al restaurante chino de la esquina tras buscar el teléfono en Google. El tío suena raro y difícil al teléfono, no quiere que pida para llevar. Me importa un cojón lo que él quiera, no pienso esperar, la espera prefiero hacerla en casa. Finalmente me pilla como la mitad del pedido porque no sé pronunciar ni decir "col" en chino. Quiere que vaya al restaurante a pedir la comida; parece que tiene demasiada prisa como para escribir lo que pido, memorizarlo o buscar un boli. Ni de coña voy a ir a pedir del menú y perder diez minutos esperando desfallecida y de mal humor.

Me pongo las botas grandes de montaña antes de salir, porque los pantalones son algo largos y si no se arrastra el borde por el suelo. Tengo la moral de un borrego en el matadero. Estoy tan cansada, llevo varios días con insomnio por los problemas y las emociones fuertes que he vivido. Cuando llego al restaurante me replican estupefactos que no hay ningún pedido para llevar. Dicen que yo no les he llamado. El sitio de antes resulta ser el de sus hermanos en Plaza de España que se llama igual. Explicación que yo doy: en internet han puesto mal el número de teléfono, sorry, pero no pienso ir ahí a buscar la comida. Acceden a llamar por teléfono para anular el pedido y les explican a sus familiares la situación, ligeramente de mala gana. Me importa tres pepinos, quiero mi comida, y paso de la tía borde, de la gente agradable normalmente pero estresada, de la niña que un día me insultó por la calle cuando le aconsejé cuidado con los patines sin frenos para no romperse los piños.

Pido mi comida, un montón, pero no quiero pasar hambre como el otro día. Estoy encantada de pedir verdura, por fin; hace un montón que no como, aunque en este restaurante esté saladísima. Mmhh, estoy en paro ¿cierto? Es la última vez que compro para llevar a menos que sea más o menos lo mismo que pagarlo yo. Tampoco voy a ir a restauranes ni sitios caros. Fuera taxis y otras milongas también. Tengo que volver a mis largos periodos artísticos sin hacer dinero. A pesar de todo, mi madre insistirá en darme dinero cada vez que pase por su lado y se pondrá neurasténica si no lo acepto. Me recordará hasta la saciedad que tengo su tarjeta de El Corte Inglés para comprar lo que quiera (yo no se la pedí, pero insistió hasta arrastrarme a atención al cliente para hacérmela). Tiene la extraña idea de que me tiene que pagar por cuidar a mi padre ... le viene bien tener un poco de ayuda. Le tranquilizo diciéndole que mis gastos mensuales con todo incluido (el piso es nuestro y la comunidad es irrisoria -votaron en contra del ascensor) son €350 si me apuras. Tengo para seis meses limpios dedicándome a mi vida conmigo, con mi padre, madre, hermana, sobrino, y arreglando estropicios de los chicos de la casa.

Paso de todo (¿lo he dicho ya?) y me pregunto que cuándo me van a dar la cuenta para largarme de una vez a mi casa, engullir y dejarme dormir en el sofá con una comedia. Con parsimonia me dejan la bolsa en el poyete del bar. El cocinero se fija en mí y me mira largamente, ni idea de por qué. La tía grosera, no la dueña, sino la hermana o cuñada o yo qué sé, que no habla porque no quiere, sólo mira con chulería, me pasa la tarjeta, y por supuesto no me dice gracias ni adiós.

Pago, y yo digo gracias, adiós adiós, un poco huraña. Normalmente soy súper agradable, pero estoy cansada, de mal humor y paso de todo (¿ya lo he dicho?).
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Voy a ver Kámprack en el portátil. No sé qué hace Windows Vista que me estropea tlodos los DVDs al grabar películas y voy a tener que verlo en el portátil. No puedo molestarme a copiarlo en el otro PC. Me pregunto cuándo me llamará mi madre para el parte o mi hermana (si es que llama) para ver si estoy bien después de haber llorado en su hombro (metafóricamente hablando) esta tarde.

Al volver a casa me doy cuenta de que hoy ha sido un día raro, de que he salido a la calle ahora por primera vez en todo el día, que todo ha cambiado de un día a otro, que yo he sobrevivido y que mañana será otro día, por una milésima de segundo ...

No tengo nadie a quien contarle todo esto.

Um comentário:

  1. Carmen:

    Muchas gracias, preciosa, por tus palabras. La cosa es que mi hermano me ha amenazado con no sé qué coño quiere hacer porque encontró mi blog (un soplo, sospecho), así que paso de movidas y con todo el dolor de mi corazón he de hacerlo privado.

    Blogger no te permite poner una notita en la carátula que sale cuando la gente no autorizada se mete diciéndoles que me escriban si quieren leerlo, así que ... lastimosamente me tengo que aguantar.

    Pero sí, voy a publicar un libro, y en ese caso mi hermano tendrá que jorobarse. Te aviso cuando lo tenga en Lulu.com Supongo que lo haré cuando haya alcanzado su primer o segundo aniversario.

    Besossss y vuelve a menudo, me molan tus comentarios y por moral que no falte!

    Chau!

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