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domingo, 22 de março de 2009
Crónica de una batalla I: Excálibur
Premuras indivisibles, porque se escapan, se deshacen como briznas de hierba que se seca y se escapa entre tus dedos, tu prisa se deshiela, tu necesidad de acción se disgrega. Tus resortes se desactivan, tus recursos se traban, tus parapetos se derrumban. La piel es tu única protección contra el frío cortante y huyes en la madrugada hacia un paraje infinito. La piel se raya en la huida porque estás desnuda y la noche no se ha levantado todavía, tienes cortes que te escuecen, sientes un pánico flotante, absoluto a desangrarte. Todo lo que parecía imposible o impensable meses atrás se materializa.
Tu mente es invadida por imprecisiones mutuas que se apoyan y replican entre sí. Ojalá tuvieras un ejército como el que se escondió en el Caballo de Troya para permitirte saquear sin piedad las huestes de la bipolaridad en su propio terreno. Pero no ha llegado el momento. Te planteas la búsqueda de apoyos pero se te queda la mente en blanco. Pero la guerra y la destrucción son inminentes y las rapiñas del ser, el escozor inhumano, la intervención brutal de la depresión en tu vida son una realidad. Me niego a aceptar la derrota, pero he caído y me siento inmovilizada e impotente. Más allá, tras la frontera reside la esperanza, la armonía. Me impongo un régimen espartano y frugal para combatir y ganar. Siento dudas, me asedia la sumisión con la que me subyugan. Estoy acorralada y mi confusión no me permite reunir mis fuerzas, cambiar de estrategia, pedir apoyos. Me alcanzan varias lanzas en llamas y me abrasan la piel. Mi travesía en el desierto ha comenzado. Intento rezar para que sea corta pero la enfermedad de mi mente me inhibe las oraciones. No he sido lo suficientemente rápida para repeler la agresión. Me he confiado.
Estoy incomunicada en una habitación blanca y acolchada que conozco bien. Pero no me creo del todo los mensajes de tortura que se desprenden mecánicamente, eficientemente de la megafonía. Lucho con todo mi alma contra esta tortura mental y contra dar por válido el mensaje de hecatombe apocalíptica, de destructuración, de destrucción. Pero sin darme cuenta hay una parte de mi cerebro que ha sido contagiado con el virus y el dolor es insostenible. Te obliga a rendirte, a claudicar, a creértelo todo. Resistir es casi peor. Estoy exhausta.
Las sístoles de esta alquimia aniquilante y entronizada en mi cerebro son muy eficaces. No tienen ninguna intención de promulgar un indulto o adelantar el fin de mi condena. Cómo he podido perder el equilibrio y darme semejante patinazo, yo pensaba que estaba colonizada con una bacteria autoinmune, que si conocía bien al monstruo podía neutralizarlo. Pero nunca puedes conocer al monstruo lo suficiente. Es un cancerbero con múltiples cabezas y apariencias. Qué fácil es dejarle entrar en tu vivienda y permitirle invadirlo todo subretugiamente. Era una eventualidad en cierto modo predecible, pero eso no te proporciona ningún alivio.
Bosquejo fragmentos diafragmados de huidas, lanzo bengalas de cuerpos intensos, rotulados y fugaces a la noche. Ella me replica y escupe rencillas, expulsa planteamientos documentados y reconocibles, reencuentros, palabras escritas en corrientes de aire finas y suaves, pensamientos tránsfugas. Repeles todo contacto irreparable, eres una partícula inmanente y mínima que sufre pérdidas insensatas.
Hay que esperar, rezumar descontento, abortar el delirium tremens con movimientos inesperados. Mi cerebro siente el impacto de un tremendo ataque frontal, un síndrome de abstinencia enérgico y corrosivo que me hace estallar la cabeza. No me merezco esto y quiero que pare. Estoy convencida de que un poco de ternura íntima me impediría caer tan bajo. Pero no puedo aceptarla a cualquier precio. En el fondo de mi ser sé que si sobrevivo a esto sola puede que sea capaz de encarme con el mismo sufrimiento la próxima vez que me asedie, que si veo acercarse al animal le arrancaré las pezuñas con un tajo, que debo encontrar esa espada de Arturo rápido, extirparla de la piedra, que esa piedra está en algún lugar de mi subconsciente, que esa espada es una imagen virtual, un espejismo, un holograma insertado en mi adn. Pero necesito formar parte de esa estampa y desvirtuarme también, dejar de ser carne y neuronas, abrirme paso en el Mar Muerto.
Tengo que registrar todos los momentos impensables y desarticulados, descargar las culpas en las acequias, los aledaños, y beber de las fuentes de los sentidos donde se remueve la salvia, la rabia, la indestructibilidad del espíritu. No sé cómo restaurar el alma caída, como volver a compensar el ánimo dinamitado. Deberían recomponerse los imprevistos, los aludes de pistas escasas, los recorridos romos por el riesgo exaltado. Reevitarse y explorar inciertos pasadizos, impensables rutas, aunque parezcan decadentes malabares. El entendimiento no es previsible, mis impresiones no son infundadas, tan sólo tengo la voluntad precintada, y qusiera ordenar una retirada fulminante. Las excusas no valen porque no existen. Las intenciones son pura vanidad. Hay que ignorar completamente los silencios tácitos.
He de recuperar mi valentía. No se pueden abaratar las decisiones hasta hacerlas inoperantes movimientos en falso. No se puede enjabonar la sed, evaporar la sangre descentrada. Reemprendo embistes acaudalados aunque mis emociones están aletargadas. Es inevitable e insensato, pero sé que esta vez ganaré la batalla aunque en el fondo no crea en mis propias fuerzas. No voy a ir hacia adelante, tomaré atajos, engañaré al tiempo, utilizaré pócimas premeditadas y precipitaré los resultados. Hay algunas acciones que no allanan el camino para sentirse mejor, sino que ralentizan el proceso. Y hay cosas que no se pueden hacer hasta que llegue el momento, y la espera es terrible.
Es posible retroceder pero no sumergirse, ser aprisionada pero no sofocada, recordar los minutos interminables pero no finalizarlos. Son paranoias inconfesables, precisiones inteligentes. Es el ruido del batir de alas de cientos de pensamientos que antes fueron desesperanzas y que vuelan en parejas con las soluciones tan dulcemente esperadas.
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Ha comenzado la batalla. Puede que sea dura y larga. No importa. Desde aquí tu ejército particular podemos hacerle frente estando siempre alerta (y llevando cargamentos de 'litiobits'). Necesitamos renovar sensaciones (yo te sigo enviando aroma de azahar y en cuanto florezca la jacaranda llenaré de lila los pensamientos); recargarnos al sol (una sobredosis de vitamina D); soltar lastre (del tipo que sea); perdernos en las cosas pequeñas que pasan a nuestro lado cada segundo y atraparlas y llenar la mente de besos, abrazos y muchas cosas más. Anónima ;o)
ResponderExcluirHola, Anónima
ResponderExcluirMe estoy administrando ternura, porque en el fondo me siento una reminiscencia de mí misma y me reconozco. Al replegarme noto calor, es una llama tímida y temblorosa, pero arreciará en fuerza.
Besitos y gracias, millones de gracias :-)
Siento la fuerza y ese calor que arrecia. No temas, el temblor sólo es una reacción para que estés alerta. Mientras, seguimos al acecho. Besos guapa, Anónima ;o)
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