
Una pequeña gota de arena, un cuerpo extraño.
Exudados mínimos en tardías reflexiones que me atoran con un nudo en la garganta. Todo ello me obliga a salir entregada como en un parto sin dolor hacia ti.
Me has pillado desprevenida: pasan cosas y yo no me las explico. Todas las fórmulas de aguante de antaño son obsoletas ahora. Me empujas a volver a esperar. Estoy sintiendo los arañazos del desvelo porque me preocupa que te sientas confusa y sorprendida entre frecuencias que súbitamente te apresan y te desmayan.
Yo debo completar mis intuiciones y no desoírlas, preciso sintonizar los leves reflejos del subconsciente que desfallecen al ignorarlos. Debo aprender cómo tratarte.
El fuego de la pasión escarcha el éter de nuestra sangre. Y entonces.
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