Encuadres anónimos y resguardos inclinados, doblados por en medio. Te devuelven pensamientos, relaciones y rododendros. Recogen arcos iris en espátulas y los retiran de nuevo.
Noches de verano circunvaladas con tapices de mil y una noches y mantos de estrellas. Recoges mis sonrisas como pepitas de oro caídas sobre el agua, como una lluvia trepidante de repeticiones súbitas. Tu piel se arrebola en colores marrones, tus ojos profundos se cierran como anillos sobre mis indecisiones. Te escucho y presiento que esta hora será larga, y estos minutos serán largos, y otras tristezas que eran largas se acortan como papel celofán.
Las causas legítimas del dolor se encogen y resisten hasta el más fuerte empellón de la fuerza del mundo. Mi cuerpo es un simple estandarte casi baldío de energía y bravura. Detengo hábiles armas autodestructivas.
Lanzo bumeranes que intuitivamente fallan el blanco pero explosionan cerca de mis oídos y me ensordecen. Confundo la luna con una luz de farola emblanquecida. Un picor tardío mordisquea mi muslo. La noche adormece la ira de cerebro.
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