En estos días siento que me faltan las señas de identidad de mi propia persona. Estoy enzarzada en dolores de estómago pantagruélicos, y cuando mira a la gente a mi alrededor me pregunto cómo consiguen subir y bajar, llevar adelante sus vidas, cuando yo apenas puedo movilizarme.
Pienso en el sexo con I.B. de forma aleatoria.
Intento recuperarme. Apenas entiendo cómo he podido pasar el verano, todo el verano. Parece como si no recordara en absoluto lo que he hecho durante todos estos meses. De repente el pasado se convierte en un misterio para mí. Desde que estoy con I.B. no he estado sólo un sólo día. Esto lo convierte todo en otra realidad.
Es como si no supiera quién soy si no es en mi propia soledad. Mañana debería quedarme en mi casa. El viajar de un lado a otro me debilita, me detiene la máquina de soñar. Ver a tanta gente con sus injerencias y vibraciones mentales confluyentes altera las mías.
No me he hablado lo suficiente a mí misma, no me he reescrito. He circunvalado los límites sin transgredirlos. He sucumbido a la reconversión física que le sucede a las células del cuerpo cada siete meses (o siete días, o siete años) sin haber entendido para nada el proceso. No he dejado de pensar pero he descuidado la comprensión. ¿Por qué me ha pasado esto? Y al final me ha asolado la depresión bipolar, la maldita bastarda.
Estoy intentando respirar hondo y volver a conectar con ese estado primigenio mío que me permita verme a mí misma con intensidad, fuera del espectáculo social cuya carpa circense no domino. Todas las veces que me enfrento a grupos de gente grandes me siento como si me propinaran un terrible golpe en el estómago.
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