sexta-feira, 22 de agosto de 2008

Minuciosidades cotidianas: los mileuristas también piensan (talento indiscriminado)

Las bicicletas son para el verano y agosto en Madrid parece el mes ideal para sacarlas a las calles y rodar por el ardiente asfalto. Percepción plenamente errónea por parte de la personas parapetadas con bicicletas insulsas y ruedas miserablemente hinchadas.

La gente que conduce un coche sigue siendo en su conjunto verdaderamente gilipollas, o por lo menos así lo piensan l@s ciclistas, incluso cuando su ciclismo es ocasional y cuando de hecho suelen desplazarse normalmente en coche.

Conductores: una panda, una plaga caracterizada por una grave majadería incompetente que se dedica (por deporte?) a abrir alegremente las puertas del lado derecho (a veces incluso todas al unísono) para enviarte a volar por los aires tras la colisión para después aterrizar con los piños incrustados por la acera o desviados de sus encías para siempre.

Claro que todo esto sucede después de haberse estacionado de puto culo de molestarse en 'a qué?absoluto en llevar a cabo el vistazo de rigor por el retrovisor derecho, ¿p'a qué? Que es el derecho.... repetimossss; aquél que cubre la fina y estrecha franja en la que se suelen alinearse l@s ciclistas. Esta maniobra agresiva y gilipollesca obliga al ciclista a lanzarse trasversalmente a su lado izquierdo, de forma harta arriesgada, ya que no ha exisitdo suficiente aviso. Creo que lo he explicado bien (lo he recreado en mi mente, porque a mí me ha pasado, aunque el gilipollas en mi caso era londinense -lo que no quiere decir que haya nacido allí; pero esto último es una digresión.

Sin embargo en Madrid el ciclismo no se considera un actividad de riesgo que precisa de un casco (Londres) o una chaqueta reflectante (Londres, repito -obligatoria) o luces (Ámsterdam, pre- chorizos) yonkis.

Me inundan estas reflexiones que ahora escribo (como no, de camino al curris) y me doy cuenta de que escribir es pensar y pensar es escribir, really.

Me he metido en el vagón del tren y he escogido la parte del final porque así salgo directamente a las escaleras. Cuando comes en apenas quince minutos hay que aprovechar los segundos que puedes amontonar hasta arreglarte para NO llegar tarde.

He diseñado y perfeccionado el arte de la ergonomía urbana al caminar, correr y cambiar de dirección como Robocop. En Londres andaba súper rápido, y cuando bailaba siempre me decían mis compis que la cabeza sigue al cuerpo. No es del todo verdad, eso es válido solo para los giros y las vueltas desmelenadas. Creo que al impulsarte al andar las piernas y las zancadas a golpe de muslo son las que me han ayudado para que la columna mantenga el cuello elongado y visible por encima de los hombros. En España la gente pierde el cuello; se agazapa dentro de la chepa a partir de los trece años, y yo siempre he luchado para que no me pasara a mí a pesar de la escoliosis que tengo.

El baloncesto, dormir en futones duros y no utilizar almohada (porque me da la gana) ayudó. Aún así los años (décadas) sentada frente a la pantalla del ordenador han causado estragos en
mi cuello y columna (espero que no rematadamente irreversibles). A pesar de mi delgadez me temo que me han quitado mi cinturita de avispa característica al comprimir brutalmente las lumbares. Pero pienso que si sigo llevando la misma ropa que compré a los veinticuatro años y que gracias a mi devoción y cuidados de artista pobre e impenitente conservo todavía, será porque mi cuerpo no ha cambiado tanto y el cinturón para los Levi's (ze escribe así??) 501 sigue más o menos en el mismo agujero. Aunque he de confesar que ahora prefiero los pantalones más de cadera que de cintura, a pesar de que odio fardar de ombligo. Parezco mucho más joven que la edad que tengo pero no quiero que me confundan siempre con una becaria, como pasó (otra vez
) el otro día en el trabajo. Se preguntarían: ¿Qué hace ésta sentada ahí?. En fin, lo de siempre; agotador.

Al salir escopetada del vagón de metro (me retrotraigo), después de relamer los últimos segundos en terminar una frase que pudiera no volver jamás del subconsciente, emprendo y piloto la quinta marcha del turbo.Ssubo las escaleras de dos en tres, coloco el capuchón de mi boli Pilot en la boca sin pintarrajearme la cara, lo que forma parte de mi súper adaptación al medio.

Vuelvo a meterme en el ascensor de luz mortecina tipo Blade Runner y me bajo las gafas de sol brevemente en el puente de la nariz para acomodar las pupilas a la luz cuando salga a la calle y evitar el deslumbramiento solar.

Me doy cuenta de que he escrito en el vagón con las gafas de sol. Hoy no he dormido bien y por primera vez voy de rockera que nunca muere (o de italiana, si se prefiere) y tras la prueba del algodón de legibilidad veo que puedo emborronar sin mayor problema otro que la incipiente pero inocua y todavía embriónica vista cansada.

Al salir del ascensor me pregunto como de costumbre si debería saludar a la gente que sale o entra como pasa en California. Decido que sí, como siempre (aunque la mayoría de la gente te ignora) pero me sale la típica sonrisa comprometida que no refleja más simpatía que un cívico aunque lacio: "¿qué ha pasao?". Por tanto con las comisuras consigo poner los labios en presión absorbiendo el aire e inflando los belfos superiores, y me pregunto si vale la pena incluso el arqueo consiguiente de cejas y el derivar instantáneamente la vista a otro lado. Después en el semáforo y agazapada en la sombra, porque a estas horas la formidable solana de las cuatro de la tarde puede achicharrarme, espero a que cambie la luz roja . Esta es la solana mediterránea que se ha forjado con la práctica de enrojecer a los guiris con un tizne rosado que conservan como media seis meses después de haberla sufrido y vuelto a sus países de origen. (Los pegotes de Aftersun nunca ganarán la partida a la sombra).

Veo un chico con un dibujo de unas alas en la espalda de la camiseta. Me acuerdo entonces de que mi dulce ex M. llevaba algo parecido aunque creo que sus alas eran más bien un complemento de su cuerpo.

Charlie me envía un mensaje, su amiga de Myspace ha venido de Nueva York y van a grabar esta noche una canción en el flamante G5 de su ático en Lavapiés. Genial; a ver si puedo pasarme por ahí con mi amiga recién llegada de Londres.

Mientras le respondo pienso que me gusta caminar y enviar SMS porque me revienta, ya lo he contado aquí alguna vez, andar y tardar en llegar a cualquier parte. Casi nunca siento la necesidad de andar a menos que termine reventada y atufada de metro, autobuses y olores recocidos del personal. Así que prefiero la multitarea, cuantas más cosas mejor, para olvidarme de que el aquí ahora todavía no es posible. Si llego al teletransporte con una vejez funcional voy a disfrutarlo enormemente.

Lo siguiente que hago antes de no dar golpe en el trabajo estival e hincharme a DVDs es la típica chorradea inane y anodina, sin interés reseñable alguno que consiste en pedir tarjeta de visitante a seguridad en la entrada (los temporales por obra y servicio que trabajamos en informática siempre somos debutantes); subir las escaleras y llegar ahí con un par de holas que no te devuelven porque saben que la empresa te largará pronto.

Lo mejor hasta ahora ha sido escuchar a una periodista quejarse de que le corrigen los textos y le añaden exclamaciones. Y lo mejor mejor el oír pronunciar la siguiente frase, (nunca la había escuchado antes): "¿Quién habrá hecho esto? Yo qué sé: la madre del topo". Puro genio cómico que me inspirará durante meses.

Lo demás serán horas diletantes antes de salir de este trabajo de verano mal follado.

P.D. Me han movido las cosas no sé qué manos misteriosas. ¿Qué derechos naturales tengo yo aquí? (Timbre de no ganar el concurso). Soy como una putilla que nunca está en plantilla corporativa. Mi nombre de usuaria es "algo Madrid", "cosi rara", "esto o lo otro".

Por favor, ¡los marcadores de Firefox del portátil que sobraba y que me he agenciado temporalmente (esta es la palabra clave en todo) no! Joder, dónde está el ratón. Seguro que no tengo derecho a uno tampoco.

Obviamente alguien ha querido poner la pezuña de su orden en este caos por obra y servicio.

Como las exclamaciones

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