quarta-feira, 20 de agosto de 2008

Madrid de noche

Salgo del trabajo a las doce y veinte de la oche. Tras el accidente aéreo el periódico ha cerrado tarde su primera edición. Dejamos a dos periodistas enganchados a cotejar datos; pasadas las doce ya no importa la hora que terminas, lo único que intentas es proteger la eternidad de los momentos íntimos.

Camino por la calle hacia el metro. Unos jóvenes sentados indistintamente en la falda de un banco y en su respaldo miran a la gente (a mí) con curiosidad entre pausa y pausa de sus inspirados y pasionales debates. No tienen pinta de sumar una semana completa de trabajo entre todos ellos y ellas, pero esta calle llena de oficinas tampoco parece el lugar adecuado para una reunión de pandilla.

Se percibe cierta complicidad inmediata entre la gente, incluso en la lejanía de la acera de la calle de enfrente a una manzana de distancia. No todo el mundo camina de noche como si tal cosa. ¿Qué hacemos a esas horas? Todos los sonidos se escuchan en estéreo y la mínima sombra se percibe. Noche caliente de Madrid en el extremo posterior del verano. Me regocijo ante la cálida temperatura. En unos meses no será posible disfrutar las caricias del aire caliente. Camina detrás mía una pareja; la chica, dicharachera, habla jovialmente sobre temas de los que yo nunca hablaría por ser yo quien soy: familia, amistades, gente del trabajo, vacaciones, todo intercalado como si se conocieran los distintos grupos de gente: Pepe, Sonia, Tamara, Luis, los Guillermos, Terelu.

De repente zas, me inunda, me alcanza certero: es el aroma de una colonia sexy que ella lleva, de las que se ponen en Londres para salir; una esencia de marca, refrescante que me haría darme la vuelta para besar su cuello, todos los cuellos que alumbran el aire con este olor conocido y excitante. Alguien en mi pasado se vestía su atractivo con ella.

Las pompas calientes que algún aparato de aire acondicionado expulsa a bocanadas me llegan a los talones y dedos de los pies tras surcar los lazos de mis sandalias Adidas. En una noche así volvería a casa andando si yo no fuera yo, porque no me gusta volver a casa andando durante una pasada de tiempo, y robarle las medias horas a llegar a donde tengo que llegar y robarle horas a mi periodo de reflexión y a mis rutinas nocturnas.

La luz metálica del ascensor del metro me ciega tras haberme acomodado la vista a la noche. Espero tranquilidad en mi andén, pero la gente en vez de estar sentada como de costumbre de forma desperdigada en los bancos de acero, se encuentra de pie, concentrada en torno a la pantalla de vídeo que transmite noticias recientes sobre el accidente. Las personas están en pie, en silencio, como honrando a las víctimas, a sus familias, asimilando colectivamente la tragedia, inundadas de emocionante solidaridad, impotencia y shock.

Gracias a Dios mi tren llega aceleradamente porque ya me he saturado de la noticia sobre la catástrofe en la redacción. Elijo y me meto presta en el vagón con menos gente e intento escribir esto que he estado narrándome a mí misma en mi fina libreta Moleskin.

Al llegar a Bilbao me tengo que sentar para terminar porque no quiero que el ladrón de sueños me quite estas palabras que escribo. Una mujer se despanzurra en el mismo banco donde estoy sentada. Parece una señora de la limpieza que ha terminado su turno, se ha vestido y arreglado para parecer una mamá joven con hijas en un colegio de monjas. Enfrente mío en el otro andén un grupo de turistas alemanes hablan con acento gutural; es obvio que no saben lo que ha pasado y le otorgan normalidad con su cháchara de guiris emborrachados por esta noche estrellada madrileña.

A la salida, en la Glorieta de Bilbao todo termina de normalizarse porque vivo muy cerca de Malasaña y mi barrio es de veintañeros y treintañeros. Hay mucha gente que habla sobre becas, ayudas, suplencias, viajes y mileurismo como si estuvieran en el salón de su casa. Se sitúan frente a frente, gesticulan con las manos, se roban la palabra mutuamente y se desahogan acaloradamente con total naturalidad. Da igual que sea la entrada del metro, las escaleras, la salida, el semáforo ...

La calle está más repleta de lo normal y no se explica que sea un día de diario a la una menos cuarto de la madrugada. Es como si la madrugada sólo existiera en Madrid a partir de las siete de la mañana y al igual que los cincuenta son los nuevos cuarenta aquí se podría empezar a decir que la noche es en realidad la tarde.

Camino por mi calle que hace casi esquina con el metro y veo como siempre parejas unisex andando por el asfalto que en este barrio no pertenece a los coches; observo a latinos y gente china tomando el aire a la salida de los múltiples locales, bazares y tiendas que todavía están abiertas. A eso de las diez de la noches he visto a las niñas chinas del restaurante de tallarines artesanales y las de mi todo a cien jugando en pareja a la cuerda o a la rayuela hablando en perfecto castellano. Las tiendas cerradas se protegen del graffiti no deseado con creaciones del mismo abigarradas y plásticas, con entretenidos diseños: muchos coches con ojos y ruedas hinchables; un graffiti que parece más californiano o neoyorquino que madrileño.

Como siempre no veo a ningún vecino de mi edificio. Parece que nos escondemos las unas de los otros. Subo las escaleras interiores del edificio y me empapo los pulmones de olor a ropa recién tendida. Me imagino que no tendré mensajes en el contestador porque ya he hablado con mi madre y mi hermana está muy ocupada con poquitos, que está desmadrado porque sus abuelos alemanes le han permitido hacer todo tipo de maldades.

Al entrar en mi piso me recibe un golpe de calor porque he dejado el ordenador encendido pasándole antivirus y antimalwares y puñetas ya que el ratón se atasca, esperando además poder bajarme alguna vez esas películas que están tardando meses en estar disponibles: el diario de Anäis Nin, algún lezmovie y otro indie perdido. Cambio las preferencias del emule y el idioma al inglés porque en castellano no me aclaro. Al final creo que mi hermana sí me ha dejado un mensaje, la verdad es que hoy no hemos hablado, pero mi madre tierna y rica. Me da rabia borrar el mensaje.

Termino de escribir esta entrada porque quiero irme a la cama esta noche para respetar mis ciclos de sueño y poder trabajar mañana por la mañana a una hora decente. Estos días he podido montar la peli por la noche y la verdad he valorado estas jornadas de cuatro horas que he tenido el placer de disfrutar durante las últimas dos semanas. La semana que viene se me acaba el chollo (a medias).

Decido comer algo de lo que me ha quedado de la comida de este mediodía porque finalmente hice el pedido de productos orgánicos y he vuelto a sentir el gozo de presenciar el tamaño normal de una berenjena (pequeño), un pepino (pequeños), zanahorias (finas, cortas), lechugas (enanas) etc, pero dejo la ensalada porque contrario a lo que pensaba los tomates han salido un poco agrios.

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