terça-feira, 26 de agosto de 2008

Listas

Cansancio supremo y brumoso. Intentos repetidos de saltarse las convenciones y las formalidades. Sería genial el abaratar los brotes de la conmiseración. Indignos principios de un molde reencontrado. Miedo de sopetón sin fuerza para revolverse.

Madrid está hecho a mi altura. Si fuera la típica holandesa, por ejemplo, mi viaje por el metro consistiría en una pesadilla turística no apta para el Lonely Planet: una ensalada de chichones, encontronazos con techos bajos y dolores cervicales de tanto agacharse. Mi altura me permite evitar bordes reforzados, esquivarlos aunque me aúpe en el último peldaño de las escaleras para conseguir fuerza motriz.

Sin estar convencida del todo pruebo fortuna con el autobús supletorio de la línea 10. Se acaba de inclinar a casi dos palmos de mí una chica con una espalda perfecta y descubierta. Plana, morena, musculosa, casi contorneada y minúsculo vello oxigenado por el sol. Menos mal que estoy soltera (¿qué quiere decir eso?) y que ,aunque estoy ansiosa ni me haya convertido en una mirona a la caza, disfruto de poder observar a las mujeres que ocasionalmente me resultan atractivas sin sentirme súper culpable y traicionera por ello.

Desde que he vuelto a la tan esperada y esperanzadora eutimia soy capaz de utilizar adjetivos verbales. Esa capacidad de asociación cotidiana ha reaparecido en mí al igual que el deseo por cocinarme comida orgánica rica rica, comprar aquello que es bueno para mí, trabajar en el corto, cambiarme de ropa, arreglar armarios, fregar los platos, saborearme los sentidos. Escuchar podcasts de filosofía y literatura, ¡y un largo etcétera de cosas maravillosas!

Algunos profesionales de la psiquiatría debería dejar la interminable conversación sobre la pastillería y hacer listas de este tipo para animar a la gente. Presentarles algún tipo de señal esperanzadora de lo que les espera si tienen la suerte de conquistar su tranquilidad

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