sábado, 11 de outubro de 2008

Turbulencias

Intento trabajar e instalar una tarjeta Rade0n 700 a mi reconvertido G3 para poder montar de lujo y aunque eBay no me suele fallar esta vez no funciona, ni es nueva, ni na.

Me corto el dedo salvajemente cuando me dedico a meter la tarjeta para devolverla en una caja para cintas VHS y la recorto, rebanándome el dedo hasta sacar en limpio un trozo de dedo que aterriza cerca de mi teclado. Guay. Corro rauda a ponerme una tirita infantil que me alivia de inmediato como una cataplasma de ternura con sus conejitos y ositos tipo dibujo animado.

El sábado pasa y no he logrado montar ni un triste minuto, con lo que voy a tener que deshacerme en disculpas con los chicos de sonido con respecto a mi tardanza. El cabreo se acumula y me produce un tic nervioso.

Mi madre quiere que vaya a su casa, y después del desfalco de mi padre de este verano y de toda mi vida no quiero encontrarme con él, pero ella lleva insistiendo en la maniobra desde hace semanas y aunque quiero trabajar, TENGO que trabajar en la peli hoy con urgencia, no voy a tener más remedio que presentarme ahí, sin tener ni idea de lo que va a pasar y con bastantes pocas ganas de la obligación de volver a sufrir un naufragio. Hay gente que va drogada a estas ocasiones.

Al entrar en el Corte Inglés pregunto por la persona que lleva la sección de juguetes y me señalan a un chico súper serio con gafas de Anacleto que acarrea un oso enorme de peluche blanco en cada brazo. El chico podría estar en la sección de zapatos por el careto. Pero tras un periodo de calentamiento le encuentro un carácter humorístico y buscamos con chanza los teléfonos rosa-de-niña-a-la-que-sólo-les-gusta-el-rosa. Porque mi idea de este efecto es simplemente TODO ROSA.

Compro con su asistencia un ordenador Barbie genérico para niñas de ocho años, muy rosa para hacer la chorrada de meter la conversación telefónica entre dos personajes de mi peli en el display con un efecto gráfico y hacerlo todo más kitsch y cómico. Me siento culpable de haberle mentido al chico de la sección de juguetes al sondearle si se puede devolver (cosa que voy a hacer premeditadamente) y le hablo de sobrinitos y niñas imaginarias en mi cabeza a las que pudiera no gustarles el juguete.

Esto fue el jueves por la noche, el mismo día que grabo con el móvil a Rocío, la niña-bebé de seis años, hija de la familia china del todo a 100 que me da descuento porque estoy allí todo el día, aunque me horripila la explotación que padece la gente en algunas fábricas Chinas. Parte de mis contradicciones, pero también me gusta apoyar los negocios en el barrio, de ahí que compre cosas para devolver en El Coloso Inglés capitalista bárbaro con hombres con gafas negras y traje que venden ositos y teléfonos rosas.

Rocío hace su papel de voz grabada de politono en chino y en castellano y salgo de la tienda intentado pensar en un regalo para una niña que vive en una tienda del todo a cien llena de juguetes. Creo que le voy a comprar un bicho de los que hace mi colega de Melopasopipa.com

Hoy no hago más que el tonto con esta tarjeta y ahora tengo que ir a casa de mi madre, lo que repito no me apetece nada. ¿Qué tal rajarme las venas en un baño caliente como excusa?

Pero quería llamar esta entrada Turbulencias porque esta mañana he pensado desde mi cama que mi cuerpo ha sido un campo de batalla y es el resultado de los golpes físicos, mentales y emocionales que he recibido en mi vida. Tres huesos rotos en el cuerpo debido a agresiones, dos de ellos por miembros varones de mi familia, y ésos mismos en mi cabeza y rostro. A veces me duermo y una simple congestión nasal en mi sueño se convierte en una contusión fenomenal que zarandea violentamente y destartala mi cuerpo, para luego despertar con hematomas emocionales y un estupor mental impresionante.

Situaciones al límite, extrañas, psicodélicas, esperpénticas y surrealistas en las que me he encontrado sin beberlo ni comerlo, pero teniendo algo que ver con la forma extraña en que ha transcurrido mi vida, y debido a mi ingenuidad y manera de enfrentarme al mundo mientras en mi cabeza vivo una existencia de Yupi.

Por la noche y en mis sueños suelo evocar los gritos que otras personas han proferido en mis oídos que casi han estallado en trozos de carne como ovnis en el espacio sideral. Mis terrores nocturnos recopilan ecos deformes de episodios violentos que he sufrido, aquéllos que he intentado evitar, otros en los que he defendido a personas débiles al borde de la desaparición y que me han impresionado la retina para siempre.

Turbulencias extrañas que surcan mi cuerpo en circunvalaciones de sangre, tejidos porosos y venas mutantes en forma de látigo. Mi sangre está compuesta de glóbulos blancos ovalados debido a un gen de mis antepasados. Mi piel está iluminada por una dosis de melanina que la tiñe y que ahora es caldo de cultivo perfecto para que se anquisole el Lamictal. La melanina y rasgos mixtos me han declarado a boces diferente en esta sociedad. Mi sexualidad me crea un hueco de identidades asíntotas y resbaladizas en el tejido urbano social.

Mi necesidad de nutrición intelectual, mi precocidad en la niñez para narrar y aprehender el lenguaje me impulsó a un semi-autismo relacional que luego se cebó en mi inocencia e ingenuidad cuando me metí en el mundo acelerado y agresivo londinense poblado de sombras y luces. Un Londres que se mezcló con el unte de alquitrán humano que acarreaba desde mi infancia y adolescencia. Un Londres a finalísimos de los ochenta con su pop Pop!, sus peinados Rock Ola, sus gorras Lisa Stansfield, su St Martins School of Art and Design en Charing Cross donde estudió y dónde no quisieron volver a admitirme. Pero ya había acaramelado mi mentalidad de artista libre y desapegada. Ahora se ha vuelto a fusionar con el noble espíritu de mi bisabuelo el pintor.

Y ahora me dedico a buscar teléfonos y ordenadores rosas de plástico en jugueterías, compro chocolate caliente a mi colega africano de La Farola que me espera todas las tardes con su gorra de beísbol roja y su resplandeciente sonrisa. Hago películas urbanas que se ceban en la fragilidad y lo patosa y espléndida que es el alma femenina.

Y no entiendo a la gente de Madrid que ha vivido con comodidad aparente durante toda su existencia y no sabe lo que es la carne rasgada ni el ánimo desfallecido, la necesidad imperiosa de que te rescaten del abismo que creas tú misma. Aunque tras los semblantes y los rostros sombríos se parapeten a escondidas los fantasmas esquilmantes de la anorexia, la bulimia y la depresión.

Gentes, sin embargo, que tampoco parece que tengan la necesidad de reírse de sí mismas como hacemos mis amistades loquis y yo, porque la vida es un rocambole y encima en otoño te asedian los catarros y las congesiones nasales que te bombean ávidos dolores pulsátiles en la cabeza como un felpudo astroso y corroído.

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