quarta-feira, 8 de outubro de 2008

Crisis: tú eres la próxima. ¿Qué vamos a hacer con eso? Ser valientes y amar la vida ¡al fin!

Tiene rasgos de sol pirómano y luna desfallecida con contención meticulosa, pero su clarividencia replica los desfases del terraplén y sus grietas taciturnas. La vida, esto es. Repele el salitre y reivindica cúmulos solares por allí por donde se bifurca con placer y corrientes de viento. Suplica un pasado fértil pero como vislumbra la precariedad del plenilunio, lucha por la mera supervivencia, plana e insegura.

Todo lo que creíamos necesitar para ser felices ha desaparecido. Es un hallazgo lúcido que nos dará de pensar y que tiene el potencial de hacernos finalmente lograr el equilibrio que necesitábamos. Mejor no sustentar nuestros planes en mentiras y robos que esquilman continentes enteros, vidas enteras, deseos y peligros, repetidas acometidas y constantes caídas al vacío por nada, absolutamente por nada.

Qué sacamos en claro. La crisis siempre ha existido bajo el felpudo de los insaciables financieros que piensan por ti con el empobrecido y entumecido embrutecimiento bursátil. Debemos responder con miradas oblicuas y resplandecientes de esperanza correspondida. Tenemos que ser nosotras mismas. Siempre, siempre, siempre. Revelarnos la cuenca del océano, el hueso de albaricoque, retirar la pulpa y simular un retiro hacia el auto conocimiento donde yacen las verdaderas ilusiones que no hemos satisfecho por la ceguera deslumbrante del materialismo.

Y no rebuscar en las corrompidas liquidaciones con la avidez de buitres, porque ése no es nuestro estado natural. Ahí es donde nos penetran las humedades hasta carcomer todo aquéllo con lo que podíamos relamernos, el fluido vital, la verde salvia de los momentos que evocamos con fervor, que son en los que vivimos los mejores años de nuestra vida. Pero pueden volver si quisiéramos y lo deseáramos con un toque de tacones y esmeraldas reverberantes.

Mientras, los altavoces distorsiantes mediáticos han dejado la selección de fúbol un lado y se lanzan sin cuartel en especulaciones sobre la economía sin fundamento ni conocimiento con tal de hipnotizar al pueblo y retenerlo en sus casas con un miedo atávico. Son los encargados de provocar terrores nocturnos y llantos por un país que realmente nunca fue lo que pretendía ser.

Las piernas del mundo tiemblan, pero nadie se ha molestado hasta ahora en leer los diarios de Riverbend en Irak, o las crónicas de Jonathan Kaplan en su libro Hospital de Campaña: La Odisea de un cirujano, porque no conviene deprimirse, que es lo que le pasa a la gente que convive con la burbuja glotona e hinchada de lo que llamaban vida. Sin embargo, la empatía, la caridad, las actitudes solidarias con la soledad escondida en el patio de la escalera segunda, primero A de mi casa es la que nos permite subsistir y morir siendo personas cercanas a su humanidad platónica.

Si no nos corta el alma el presenciar la piel deshidrata de las personas ya moribundas que intentan alcanzar nuestras costas será que se nos ha convertido en un sanitario Roca.
La avidez consumista da paso al miedo y la estrategia de defensa hacia el OTRO, la mujer embarazada de bebés de piel oscura o pelo de colores trigueños centro europeos. Hay que buscar culpables, enemigos, cabezas de turco, y resoplar como toros grecoromanos y embestirlos porque la violencia que nos embarga se exorciza con el enemigo en casa, nunca con los hombres y mujeres de traje y medias de diseño.

Pero no seamos simplistas que Madrid somos todos y la civilización se sustenta en nuestras pantallas de plasma y las exageradas fechas que nos caducan los yogures antes de tiempo. La basura sin reciclar somos todas, porque el carburante del egoísmo humano también se cuece en los siete continentes si incluimos la Antártida y el Cono Sur. Vanidad de vanidades. Humano, demasiado Humano.

Entregamos inmediatamente el beneplácito para que reine la rampante barbarie, y callamos como cucos porque somos el último eslabón de la cadena alimentaria y tenemos sed de sangre caliente y carne sacrificada. Pero cuando se tambalea el sistema la situación nos brinda una oportunidad única y cíclica para renovarnos en quienes éramos, repudiar la avaricia, disfrutar de los pequeños detalles y entender con visión lateral lo que nos brinda el día a día.

Me dio un abrazo hasta que me curó.

Los ruiseñores, desbocados, el exhibicionismo, total, el verdor quema con su fino filo de papel cortante y traicionero como un sinsabor de placeres ocultos e inexistentes. Revierte el verdor resplandeciente, lucha por un espacio en la puerta condenada del porvenir y se refugia sin tregua detrás de sus enemigos invasores. La cizaña carroñera y las malas hierbas con sus tallos rugosos e inapetentes, de una simpleza absoluta y parásita que te ahoga, se adueña de tu espacio porque quiere verte morir y sabe cómo expulsarte matemáticamente para tomar tu puesto.

Hojas de periódicos escritos sobre crónicas de literatura francesa del siglo XVII. El País BABELIA 20.09.08 y página ... 23

Miradores impuestos que sobre los techos de su cristalera recogen un futuro relleno de las inseparables promesas de la nada finalmente estallan en mil pedazos. ¡Ya! Mis pulmones inhalan el polvo vítreo y es sorprendente, pero no me afecta. Ya he destrozado las creencias inmundas que me paralizaban y esterilmente ataban de pies y manos con su anestesia fragante. ¿Qué esperábamos conseguir sino esmerados exámenes de lo rutinario? Embelesados sueños futuribles que tan sólo llenaban la sangre de pasta de hidratos de carbono no comestible. Cuidado con el nivel de azúcar y su pornografía barata y escandalosa.

Repito mis palabras. Abandono las prioridades insensatas. y ya no espero ser siempre la que se sienta en el asiento vacante del metro; miro a mi alrededor para localizar a la embarazada, a la persona frágil, a la familia que resiste con ayuda de latas de judías blancas con tomate. Pienso lo que sacamos en claro. No quiero esperar el ser yo siempre la que consigue salir a la superficie por límpidas y verdugas escaleras mecánicas. La vida me impone el dolor de sus inagotables escalones. Y siempre miro atrás para acompañar a quien recoge mis migas.

Me siento en una esquina, en las baldosas húmedas de la calle y espero los cientos de miles de taxis con sus verdes luces iridiscentes.

Nenhum comentário:

Postar um comentário