quinta-feira, 2 de outubro de 2008

O sea que el sueño reparador es una necesidad orgánica.

Que no se termine el sueño REM y se haga paso lo demás que se alberga entre bastidores.

Pérfidos perfiles. Ignominias en los salones de té con sudores y sombras. Hechos relativamente simples y cotidianos que rezuman jungla de lianas y túpidos cubiertas. Caminas o revientas. Saldas tus cuentas con la sociedad con mil sinsabores tardíos; cuentas redondas de colores límbicos y primigenios. Temblores del ocaso presididos, diminutos y múltiples.

Tremendas náuseas incompetentes e inacabadas. No sientes fe pero tienes fe de que el vacío se acabe y la luz recurrente cual vespertinas llamadas de auxilio en la penumbra del ajuar. Destinos cruzados, paradas que te pasan de largo, trenes que no saben recogerte con ternura. Las mañanas tienen bordes roídos, deshilachados, imberbes. Circulo por el borde de la mañana en este vagón de metro renqueante, rodeada de gentes desconocidas que se returcen para pasar sin tocarse.

Ademanes fieros a medida que enderezan los periódicos insulsos multicolores. La pluma no responde entre bostezos acotados y acallados por formalidades en tropel. Desvelos de crisis más anuncios de cosas inservibles que el capitalismo escupe con plásticos de diseño. Mientras tanto llueven las paradas del recorrido como lluvia ácida mientras se suceden las palabras cual gotas de rocía, pero sé que muchas de ellas serán irreconocibles al transcribirlas.

Tengo pensamientos recónditos e intangibles. Tan sólo puedo apresar las dos primeras que me acometen; las demás se antojan difusas e inapresables. No acierto a vislumbrar futuros cercanos ni soy responsable de ellos. Tan sólo me arrastro sin rumbo en esta mañana de octubre mientras el resto del pasaje que me ignora también me observa con el habla y la mirada perdidas.

Los periodistas explotan la crisis como perros hambrientos mientras yo me desplazo tambaleante por los pasillos de metro con una migraña infectada de bisagras aliñadas con pulsátiles pensamientos plisados y estancados.

Relamo los últimos bordes de libertad antes de llegar a la oficina. Primero las náuseas, después cortes afilados que me escucen en las sienes por esta migraña estúpida y considerable aunque predecible y poco común. Yo no suelo padecerlas. Sebastián Moreno, tareas múltiples son sonoros zumbidos embargados en un luminoso apagado a la vuelta de la esquina del trabajo.

Camino por la calle empedrada de balsosas de brillos vítricos ahogados en cemento. Los bebés se suceden en ráfagas con los ojos abiertos, expuestos a la vida, sin saber lo que es el sueño concentrado y atávico que surge a las ocho de la mañana. Los padres tiran de ellos con el mal humor resguardado y pensamientos plácidos de otoño.

Este hombre afable en la oficina ostenta un hoyuelo rasgado y prominente en el mentón, ojillos vívidos y sonrisa permanente. Los demas teclean y esperan a las diez de la mañana con fruicción y masculinas tempestades. Mi día se despliega sin secretos para las hadas de la fortuna.

Sacudo el ratón como un postre sobre su almohadilla de hule como quien abre su coche de forma rutinaria propulsado por el instinto. Windows se está iniciando ... Windows siempre se está iniciando como una ventana ventriculada hacia el pasado. que nos controla, nos altera y suprime las esperanzas rotas.

Mi mandíbula descoyuntada por la falta de serotonina sacude el dolor a sus puntos neurálgicos. Estoy en ayunas y destemplada pero todavía no puedo tolerar un desayuno. Quiero cuajo lácteo derramado y ardiente en mis tostadas de pan de centeno. Las tengo arriba, en la nevera de las chicas. Lo malo es que tengo que sevirme el desayuno con las manos sucias y utilizar subrepticiamente el cuchillo de alguien. Iba a mirar esto en la Rae, pero prefiero mil veces a María Zambrano.

La recepcionista en vaqueros y camisa de caballero irrumpe como un gorrión cantarín pero se va inmediatamente, sin avisar y sin explicaciones sobre su jovialidad. Los hombres suspiran imperceptiblemente, como un rugidito que se revuelca y regurgita en sus nueces de Adán.

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